Llegó una cierta noche, la del coronavirus, que no es reparadora, puesto que está llena de insomnio, de miedos y fantasmas que nos recuerdan todos los mundos y las esperanzas perdidas. Que nos recuerda nuestra condición de finitud, nuestra propia vulnerabilidad y muerte. Es la noche que nos conecta con esa nada2 de la que venimos escapando a partir de tantas pantallas y diferentes modos de entretenimiento, algo que sin lugar a dudas no queríamos enfrentar o mirar cara a cara.
Eso que tampoco queríamos mirar se llama Occidente, un proyecto de mundo colonizador que habita su propia decadencia desde hace muchos siglos, la propia condición humana que cae una y otra vez en la cuenta de sus grandes promesas incumplidas. Nihilismo3, le llamó el filósofo Friedrich Nietzsche, a esa noche oscura y no reparadora, y es pasible de aplicarlo a la situación que ahora vivimos. No se trata solamente de lo que nos trajo acarreado la muerte de Dios según este filósofo, entendido como muerte de los absolutos donde ya no hay un supra- mundo o un supra- sentido al que recurrir que nos salve de ese encuentro con el vacío. También se trata de caer en la conciencia de que este tipo de animal, el humano, no ha sido capaz de sostener la vida de su cría, y a pesar de toda su razón, ciencia y tecnología (y no sólo a pesar de sino muchas veces con) ha puesto en jaque la vida toda sobre el planeta. Somos los grandes depredadores de la vida. Esa cría de lo humano, ahora, ha de meterse en su habitación ante un virus invisible, mientras laboratorios desesperados buscan una inmunidad, para cientos, miles y millones que podrían enfermarse y morir. Toda la soberbia del pequeño hombre cae en un segundo, ese ser, que ha develado ser peor en lo humano que en lo animal, se encuentra envuelto en una vida que puede prescindir de él en un abrir y cerrar de ojos.
Nihilismo es tener conciencia de esa farsa de los grandes meta-relatos, de todas esas historias que nos contaron para vencer los miedos de la interminable noche a la intemperie y con miedo. Ahora que dudamos por enésima vez del mañana, del futuro, del progreso racional (puesto que no hay nada más irracional que atacar las fuentes de la vida que son la propia naturaleza y el ser humano), se oscurece más la noche, y a todo parece faltarle el valor, todo es igual, dice el nihilista, nada parece merecer la pena.
Por lo menos, los místicos, decía Fernando Pessoa a través del heterónimo de Bernardo Soares, jugaban con el misterio y pudieron haberse vaciado del vacío del mundo. Escuchemos estas hermosas palabras. Dice Pessoa (ano):
Siempre seré, bajo el gran palio azul del cielo mudo, paje de un rito que no comprendo, vestido de vida para realizarlo y ejecutando, sin saber por qué, gesto y pasos, posturas y maneras, hasta que la fiesta acabe, o mi papel en ella, y pueda ir a comer exquisiteces en los puestos que están, dicen, allá abajo, al fondo del jardín4.
En esta noche oscura de nihilismo, también caemos en la cuenta de que no hay mística ni misterio puesto que no hay Dios ni absolutos, no hay ni fiesta, ni jardín ni si quiera hay frente ni fondo, puesto que no hay verdad absoluta a la que atenernos. Sólo caída. El tema es precisamente cómo construir una vida sin caer en la desesperación o lo que es peor, en la indolencia. Hasta aquí el nihilismo más pasivo, rotundo y negativo, que hemos de superar de alguna manera, sin caer en la trampa del reencantamiento del mundo que intenta inventar nuevos Dioses5.
Esta es nuestra postura: ocurre que nadie nos va a dar el sentido, el sentido debe construirlo y forjarlo el humano en su comunidad junto a los otros. Es inmanente no trascendente, aunque debe partir de ideas fuerza que empujen hacia adelante, tiene que ver con afirmar la vida a partir de la conciencia de la finitud y precariedad (en algunos aspectos, esto nos dirá Nietzsche a través de su idea de nihilismo activo).
Dado que nosotros mismos somos los sepultureros de Dios, démosle por fin un buen entierro, mas si hubo Dios, ideales, absolutos, utopías, quiere decir que el ser humano, gran inventor y artífice de ficciones, puede retomar y retornar la fuerza que proyectó en su ilusión. Si no hay verdad, tampoco hay mentiras, y podemos vivir a sabiendas de que todo es interpretación, lo que no implica que cualquier interpretación es válida o aceptable.
¿Qué nos protegerá de la gran noche indolente donde todo es igual y nada vale la pena? Nosotros mismos con los otros.
¿Cómo construir esa protección en la belleza, en lo simple y cotidiano, ese lugar cálido que sostiene, ese hogar físico y espiritual que cobija?
Y quiero decir ahora que ese sentido del que hemos de partir, lo hemos de encontrar en lo próximo. Hay una resistencia íntima posible y viable en lo próximo, en lo cotidiano, donde se comienza a jugar la batalla contra el nihilismo y donde se dan los pequeños pasos que superan abismos6.
Si bien el ser humano es el gran depredador, la gran amenaza es también la gran esperanza para sí mismo y el resto de los seres que habitan el plantea. No se trata de que lo malo es la enfermedad y la muerte. que forman parte de la vida, lo malo es matar premeditadamente al otro, enfermarlo o simplemente no dejarlo vivir. Incluso arrojarse el derecho de decidir quiénes tienen el derecho a vivir, y quiénes a morir (necropolítica le llama Achille Mbembe)7.
¿Dónde debemos refugiarnos, sino en nosotros mismos? decían los filósofos antiguos8. Y hay que aprender a estar con nosotros mismos, la cosa más difícil, hemos de aprender a habitar ese refugio en nosotros mismos. Uno de los grandes problemas del hombre, ya lo decía Pascal, es no saber habitar su propia habitación. No saber vivir sin fuga. No haber aprendido el goce de habitar en el sí propio (y no sólo me refiero a habitar su ser, sino en su hogar mayor, su vida sobre el planeta).
Y preguntarnos desde el fondo, ¿qué nos puede inmunizar, en el sentido de proteger desde dentro?, ya no de la muerte y la enfermedad frente a lo que no hay ni puede haber inmunidad absoluta, dado que forman parte de la vida. Y encontrar la defensa en el alcohol en gel o el tapabocas, la distancia con el otro o mucho mejor en la vacuna, sino también en una fortaleza que nos nutra desde dentro y nos permita desplegarnos transformados hacia afuera.
Pues no se trata solo de sobrevivir a un virus y luego de otro virus y así ad infinitum (no le quito importancia a esto), sino de poder habitar en nosotros mismos y con los otros, de hacer de este hogar en el que habitamos un mundo vivible.
Instauremos una filosofía de lo próximo y preguntémonos ¿qué nos salva hoy del frio metafísico de la grande ausencia y el vacío de sentido? Lo próximo, esa tarea que involucra lo que amo y a los que amo. Ese plato, esa comida caliente, es fuego interior y exterior que nos sostiene, ese jardín que cultivamos día a día. Y esto no requiere de grandes construcciones o grandes promesas. Un sostener que para ser tal, no puede ser sólo individual. Todo lo que es a favor de mi debe ser en favor de los otros, si esos otros están bien, lo estamos todos. Si yo no estoy bien, provoco mal en los otros y en mí. Un estar juntos, aunque estemos solos y aislados. Reconstruir el vínculo perdido con nosotros, con los otros y con el mundo. Crear comunidad con nosotros mismos, con los otros, y con el mundo.
Nos podemos apercibir que hasta ahora eso que llamamos vida se ha construido desde la huida, entre otras cosas, habíamos estado hipotecados, estamos prestados al consumo, consumidos en un tiempo productivo transformable en dinero, enajenados, perdidos de nosotros mismos, de los otros y del mundo. Internalicemos esta frase: “Somos un nosotros lleno de otros, si los otros no están bien, yo tampoco”.
No hay cuidado de sí sin cuidado de los otros, el cuidado de los otros, no puede implicar el descuido de mí, ya lo sabían los antiguos (Díaz Genis, 2016).
Y la pregunta que no deja de retumbar en mis oídos ¿por qué hemos llegado hasta aquí, y en qué nos hemos descuidado tanto?
Pues no solo hemos matado a Dios, como decía Nietzsche, nos hemos matado a nosotros mismos y hemos puesto en riesgo la vida toda.
El virus, no es la muerte ni la enfermedad. Ni siquiera es la soledad más fría de la noche más fría. Es lo que intentamos separar, aunque permanece unido y enamorado. Yo soy el otro y soy naturaleza también.
Afuera hace frio, pudiste o puedes construir un hogar que sea refugio de todos.
Ese hogar es la vida del planeta un punto ínfimo en la pluralidad del universo existente.
Esa es nuestra tarea y está incumplida.
Vivir es resistir9
Hay que recordar que también vivir es resistir no solo íntima y privadamente, sino también pública y políticamente10.
Se trata entonces de no caer tampoco en un absoluto pesimismo, que me deje sin posibilidad de reacción a las amenazas del momento presente. Para ello debemos recordar que: El Covid 19 es un virus y no puede ser, bajo ninguna circunstancia, un pretexto para imponer una especie de dictadura policíaca y militar.
Deben indicarse modos de cuidarse razonables y no de propagar el miedo irracional al contagio o a la enfermedad. Claro que esa situación implica una distancia con el otro para cuidarme, pero también es una forma de reivindicar el valor del otro, su necesidad, dado que no soy sin el otro, sin su ayuda, sin su apoyo, sin su trabajo, sin su cobijo. Es insostenible una soledad que me separe del otro absolutamente, el otro, aunque no esté próximo, es el que me acompaña en el autocuidado y también me cuida. Hay una orden de una cierta distancia razonable, pero una orden de distancia absoluta es imposible y absurda. En su extremo, no es susceptible de ser contagiado el que está muerto, aunque muerto y todo, también amenaza.
El coronavirus no puede ser una carta en blanco que permita la supresión de la libertad a título de una protección que no tiene derecho a réplica o cuestionamiento. Queremos recordar que existe el derecho a desobedecer (ya lo decía Thoreau), si una orden deja de ser razonable. A esto no solo se le llama desobediencia civil, sino sensatez, que se supone que es una cosa bien repartida en el mundo. El confinamiento no nos impide pensar por nosotros mismos.
El agente siempre es cada sujeto, cada familia. Somos el agente de nuestro propio cuidado, que es también cuidado a los otros, no de los otros11.
No estamos, a partir de la Covid 19, solo representados como vivos a partir del trabajo imprescindible o el teletrabajo. Habitamos otros espacios, lugares y tiempos que no son sólo los de la productividad, también son los del goce, la diversión, la alegría y el tiempo libre.
Tampoco la Covid nos puede anular en la capacidad crítica acerca de los otros elementos sociales, políticos y culturales, que están presentes y siguen estando presentes y que debemos seguir elaborando conceptualmente.
La Covid, a partir del confinamiento, nos desvincula de lo real, de la calle y de la asociación con el otro, instrumento fundamental para la lucha, transformación social y parte del sentirnos vivos. Debemos buscar otras formas de protesta, de resistencia y asociación. Hay otra calle posible, pero necesitamos aguzar la inteligencia para entender que el espacio virtual, como otro espacio de lo público, también es un espacio lleno de trampas, virus, falsedades y tergiversaciones, lugar de manipulaciones extremadamente potentes. De obediencias programadas que aún no somos capaces de analizar o comprender, de violencias implícitas, etc.
El coranovirus nos ha dejado pegados a una vida virtual y a una realidad construida dominantemente por los medios de comunicación o en los espacios virtuales. Hay que buscar en esos mismos medios, formas alternativas de construir realidad y de ofrecer resistencia desde la pluralidad de visiones. Recordar que estamos en la máquina que ha sido programa por alguien y con ciertos objetivos o intenciones, y que esto no es neutral.
Nunca puede tornarse como legítima la prohibición de la protesta social. Hemos de buscar otras formas de ser creativos en la misma, para no bajar la guardia y para rechazar toda forma de militarización de la vida social so pretexto de seguridad. Si lo más peligroso es ahora reunirnos, busquemos formas creativas de reunión que no nos pongan en peligro.
El coronavirus puede instalarnos en un aislacionismo centrado en la soberanía nacional que no es buena estrategia, hay que recordar que somos uno, seres plantarios y que el virus no tiene fronteras y lo que le pasa a unos nos pasa a todos. No perdamos empatía y solidaridad con los otros de otras naciones, de esto salimos juntos. Cuidémonos de los fascismos que dejan entrar el virus del miedo y la intolerancia que pueden contagiarse aún más rápido que el coronavirus.
No hay otra normalidad, pues no hay normalidad. La anormalidad que ha de ser rechazada como nueva normalidad es la que permite habilitar la exclusión del otro visto como amenaza o peligro y no como compañero de lucha. Debemos estar advertidos de una anormalidad, como nueva normalidad, que pueda someternos y quitarnos derechos, tornarnos más frágiles a la hora de poder poner límite a los abusos que vienen del poder dominante.
Quiero terminar esta parte de la reflexión con esta excelente litografía de Maurits Cornelis Escher, artista holandés de renombre internacional. Es su autorretrato reflejado en una esfera de cristal. En el contexto del artículo quiere simbolizar un aislamiento que pueda ser oportunidad para entrar en un proceso de autoconocimiento (expreso aquí el deseo de que el habitar en sí mismos en una habitación propia intente ser una buena experiencia, algo que nos dé provecho). La búsqueda de protección, simbolizada por la esfera, implica esa resistencia íntima a la que apelamos, esa inmunidad desde dentro que se proyecta a un afuera, que no es solo personal, sino que también es política.
Por Amor al Mundo
Voy a partir de las tan hermosas palabras de Hanna Arendt sobre educación:
La educación es el punto en el que decidimos si amamos el mundo lo bastante como para asumir una responsabilidad por él y así salvarlo de la ruina, de no ser por la renovación, de no ser por la llegada de los nuevos y de los jóvenes, sería inevitable. También mediante la educación decidimos si amamos a nuestros hijos lo bastante para no arrojarlos de nuestro mundo y librarlos a sus propios recursos, ni quitarles de las manos la oportunidad de emprender algo nuevo, algo que nosotros no imaginamos, lo bastante como para prepararlos con tiempo a la tarea de renovar un mundo común (Arendt, 2016, p. 301).
La educación es una forma de hospitalidad hacia los nuevos, hacia los que vienen, una forma de responsabilidad y renovación del mundo. Sin ese amor al mundo y a los nuevos, por lo cual nosotros los viejos tomamos responsabilidad ante ellos, no habría educación. La educación como uno de los sostenes del mundo. Si bien no hay mundo sin la novedad, tampoco sin el contacto con la tradición, a partir de una herencia que contiene el valor que los viejos hemos recuperado como acto de donación y bienvenida. Esto es lo que debe ser sostenido en la educación, el encuentro de lo viejo con lo nuevo como mediación y anticipación del mundo a través de un amor que construye la posibilidad de encuentro siempre renovado. ¿Qué es lo que se pone en juego en la relación entre profesores y alumnos? Una cierta relación con el saber a través del estudio, y un cierto amor bajo la forma de una forma de hospitalidad. Cuando acontece la Covid, se corta abruptamente la posibilidad de educar entre paredes, se rompen vínculos con el exterior, se impide volver a clase, y con esto se eliminan muchos de los rituales que hacen al acto educativo en un contexto presencial. Mas algo importante también acontece en lo disruptivo que nos trae la pandemia. Ahora, nos preguntamos con más fuerza que nunca: ¿qué hace de la escuela una escuela12?, ¿qué se puede y debe sostener a pesar del impedimento de la clase presencial, y a partir de la necesidad de una educación de tipo virtual? La pandemia implicó un acontecimiento que está horadando nuestro pensar sobre lo educativo, que nos está transformando el preguntar acerca de qué es educar.
Nosotros creemos que se puede, sin lugar a dudas, sostener algo de lo fundamental del fenómeno educativo, aun en la distancia y aun en la virtualidad, aun sin poner el cuerpo y en medio de la pandemia.
Esta especie de ciborg13 educador en relación con un ciborg estudiante, está sostenido por ese amor al saber y a los alumnos, un vínculo que, a pesar de lo virtual y con lo virtual, sigue siendo una presentación del mundo y un hacerse responsable por él. La educación puede ser entendida como tiempo libre para el estudio, un tiempo para el ocio que nos coloca en una relación particular con el saber14.
Dar clase en este contexto virtual, pospandémico, también puede ser comprendido como una resistencia íntima y política que intenta superar el nihilismo. Creemos, ahora más que nunca, que la escuela presencial es la mejor escuela, la escuela que vale la pena, ahora y más que nunca nos dimos cuenta de la importancia educativa del encuentro presencial y afectivo en el cuerpo a cuerpo y en interacción, desde el espacio público. Esto no cabe duda, pues afirmamos con Masschelein y Simons (2014) la defensa de lo público en la escuela, y la necesidad de que no se deba convertir la educación en un espacio privado para unos pocos. La escuela es el espacio de lo común, de lo que es de todos, y para todos. Ahora, mientras esperamos volver a dar cuerpo y potenciar el espacio público de la escuela vaciada15, hay algo que hay que sostener, y seguir sosteniendo que hace escuela en tiempos de pandemia. El encuentro con el otro, el nuevo, el alumno, aunque sea un encuentro virtual, es un encuentro, que sostiene la relación con el mundo a través del saber de una disciplina. Son sobradas las muestras de cariño hacia los docentes en tiempos da pandemia (también las críticas), docentes que ponen cuerpo en la virtualidad, ponen sus materiales y hasta su propia casa (a veces en situaciones no muy buenas) para sostener esa relación con el saber configurado en el acto educativo y esto incluye la posibilidad de reflexionar sobre la propia pandemia, sobre las condiciones de la educación en tiempos de pandemia, como tema de estudio en el aula, seminario, coloquios, etc . Sin esa posibilidad estaríamos menos lúcidos y mucho más solos, con patologías aún más severas a partir del aislamiento y la incomunicación. Claro que debemos dar pasos para crear una comunidad, y no sólo entablar una comunicación16. Hay que crear comunidad educativa, configurando lazos invisibles que potencien y creen nuevos mundos. El amor de transferencia como dice Freud, que construye relación con el saber y que es el amor que importa en educación, como lo pensó hondamente Platón en su Banquete, construye autoridad docente a partir de la ética, a partir de un reconocimiento que es el tipo de autoridad que conviene al docente17. El profesor, implícitamente, al abrir una sesión de zoom o de cualquier otro tipo de plataforma virtual que crea aula en tiempos de Pandemia, y a pesar y con todas las vicisitudes, le está diciendo lo siguiente al alumno:
[…] estamos aquí, porque nos hemos hecho responsables por el mundo, no los dejamos solos, aquí seguimos alentando la chispa del saber que hay entre nosotros, y que justifica nuestra tarea, bienvenidos al mundo, un mundo puesto en duda y cuestionado, aquí les presentamos las mejores tradiciones que hemos escogido para vosotros, así, a partir de esta base, uds podrán ensanchar su ser, desarrollarse como humanos y renovar este mundo.
No se trata de elegir entre redes o paredes18, como decía Paula Sibilia en uno de sus libros. Las paredes tienen su necesidad y su razón de ser, las redes, nos pueden aportar muchas cosas y ahora nos sirven de apoyo en una situación de crisis, lo decimos, dado que no somos ni apocalípticos ni integrados19.
Pero lo esencial sigue siendo un saber que se pone en común, una relación que se pone en juego. Claro está que el tiempo del ocio para el estudio no debe ser para los privilegiados, sino para toda la humanidad como legado. La pandemia dejó otra vez la evidencia de las grandes desigualdades con las que nos encontramos a la hora de enfrentar las crisis, es decir, los que más pierden siempre son los que menos tienen, los más vulnerables. Pero mucho más perjudicados aun si no hay nadie que se responsabilice por los avatares del mundo, si no hay nadie que diga aquí estoy a pesar de todo. En este caso, por mantener una presencia y un vínculo que, aunque no suficiente, quizás se habría roto absolutamente de no haberse podido sostener. Con esto no estamos queriendo decir que se debe sustituir lo real por lo virtual, la educación presencial por la virtual, sino que lo que no puede darse ni debería darse es que los viejos, los adultos y los docentes no nos hagamos cargo. Así, aunque insuficiente, y precaria, la responsabilidad queda intacta cuando hacemos lo que podemos con lo que tenemos en tiempos de crisis y nihilismo. Eso es también otra manera de hablar de resistencia íntima y política.
Aquí estamos de pie todavía, profanando todo lo que se dice consagrado o sagrado e intocable, para experimentar como amantes del saber, del mundo y de los nuevos lo que somos. Queremos admitir, y testimoniar que hemos llegado hasta aquí, porque el mundo adulto no ha sabido cuidar ni cuidarse, y nos hacemos cargo, nos cabe ahora seguir pensando más a fondo y actuar en consecuencia, ponerlo todo en cuestión, sin dejar de crear e imaginar otros futuros posibles, en este entretiempo que construye resistencia en educación, de esa manera no estaremos dando lugar a la derrota, sino a la esperanza.