Uno de los desafíos que enfrenta la literatura sobre las migraciones femeninas de trabajo consiste en evaluar si éstas deben examinarse desde el punto de vista de la dominación o de la emancipación, mientras que los estudios recientes trabajan, por el contrario, en demostrar su ambigüedad.1 En el mismo sentido, y en continuidad con nuestros trabajos anteriores, la presente reflexión se centra en la problemática de las relaciones de dominación a lo largo de las trayectorias individuales. La atención se centra no solo en lo que las relaciones de dominación hacen con las trayectorias sino, a la inversa, lo que las trayectorias hacen y revelan acerca de las relaciones de dominación. A partir de los relatos de vida de trabajadoras cuidadoras migrantes en Argentina y de la reconstitución subjetiva de sus recorridos, examinaremos la complejidad de la dominación y sus entrelazamientos a lo largo de las trayectorias (en este caso, de mujeres originarias del Perú, que trabajan como empleadas domésticas o cuidadoras en la ciudad de Buenos Aires). 2
En Argentina, se distinguen dos grandes conjuntos de corrientes migratorias que son percibidas de manera muy diferente por la población local (Roberto BENENCIA, 2004). La imagen de las migraciones europeas “civilizadoras” (fines del siglo XIX a mediados del siglo XX) contrasta con las representaciones que se atribuyen a la segunda corriente migratoria compuesta de trabajadores y (cada vez más) trabajadoras originarios de los países de la región latinoamericana. A pesar de la estabilidad numérica de las migraciones regionales,3 éstas han sufrido importantes transformaciones internas, por ejemplo, en su composición según el origen o el lugar de destino. Entre estas transformaciones, la feminización de algunos de esos flujos representa un cambio importante. Notoria a partir de la década de los sesenta en las migraciones paraguayas, la feminización es tardía pero exponencial en el caso de las peruanas, y menos importante para las poblaciones bolivianas, cuyos desplazamientos y actividades son más familiares-comunitarias (Karina CRIVELLI, 2014).4
A mayor feminización de las migraciones,5 mayor es su concentración en el Área Metropolitana de Buenos Aires6 y en los servicios domésticos y de cuidado (PACECCA, 2009). La migración proveniente del Perú es la más elocuente: durante los años noventa, representaba un 40% de los flujos procedentes de los países citados y un 67% de las inmigrantes peruanas de entre 35 y 59 años eran mujeres (Marcela CERRUTI, 2005). Por último, en Argentina:
The vast majority of Peruvian and Paraguayan women work in the personal service sector (69.0% and 58.1%, respectively [en 2001]). This concentration in one of the most exploitative occupations (…) is one of the highest in the region, and probably in the world. It contrasts with considerably smaller proportion of native women who are employed in domestic services (15.7%) (CERRUTI, 2009).
Tradicionalmente ocupadas por las migrantes internas, estas actividades se transforman en empleos-refugio también para las emigrantes latinoamericanas7 hasta el punto de que casi una empleada cada dos en la ciudad de Buenos Aires es resultante de las corrientes migratorias.
La investigación se centró en la experiencia de cuidadoras de personas mayores dependientes empleadas en la capital argentina. Entre las inmigrantes peruanas, la mayoría llegó a la Argentina en los años noventa, impulsada por la crisis económica y social como también por la violencia8 que minaba su país y atraída por la proximidad, el idioma, la posibilidad de trabajar, el tipo de cambio que permitía enviar dinero a la familia que permanecía en el país de origen. Llegaban solas, siguiendo el consejo de una compatriota, amiga o familiar que se encontraba trabajando en Argentina, hasta a veces con un empleo ya esperándolas. Una vez estabilizadas en Argentina, algunas de ellas se quedan solas mientras otras hacen venir a sus maridos e hijos. In situ, salvo algunas excepciones, es en el sector doméstico y de cuidado donde encuentran empleo, no solamente a domicilio sino a menudo “cama adentro” (interno). Sin dudas, se trata de actividades caracterizadas por la gran precariedad de las condiciones de empleo y trabajo.9 A diferencia de la mayoría de las migrantes internas y paraguayas,10 las peruanas experimentan con la migración un desclasamiento profesional y social. Vienen de familias del sector medio. Sean amas de casa o profesionales, todas han realizado estudios secundarios, terciarios o superiores en su país,11 y sus conocimientos (enfermería, inglés, formación docente) no dejarán de ser explotados por sus empleadores. En Argentina, sus trayectorias de trabajo permanecen sometidas a nichos específicos, desvalorizados y modelados por criterios que entrecruzan el género y la pertenencia de origen, la clase y/o la migración.
Es precisamente sobre los entrelazamientos complejos entre dominación (pre y post migración) y trayectorias de vida que deseamos reflexionar, a partir de las historias de vida de las trabajadoras entrevistadas y que ilustraremos aquí más específicamente con la historia de Olga. Tal reflexión nace de la dificultad que enfrentamos a la hora de analizar las reconstrucciones de la trayectoria propia en los discursos singulares, que no pueden reducirse al lugar que las inmigrantes ocupan en la división del trabajo en Argentina. Como lo recuerda Yannick Le Quentrec (2009, p. 219), “las relaciones sociales de dominación, de clase, “raza” y sexo no hacen desaparecer la capacidad de actuar de los individuos en pos de su emancipación”. Ellos, en tanto que sujetos, imponen desviaciones, astucias, aperturas - así como derivativos y defensas constriñantes- en las relaciones citadas y a los lugares asignados por ellas.12
En este sentido, la primera parte del artículo sitúa el análisis en relación a las investigaciones cualitativas que llevamos a cabo anteriormente con obreras de empresas extranjeras de subcontratación textil instaladas en Nicaragua (maquiladoras): rápidamente se hizo evidente la importancia de tener en cuenta la "totalidad de la vida" de las entrevistadas (análisis sincrónico y diacrónico) (Natacha BORGEAUD-GARCIANDÍA, 2008a). Las cuidadoras añaden un elemento importante: la migración, que se analiza a partir de la reconstrucción subjetiva que se hace de la trayectoria a la vez personal, profesional y familiar. A partir de allí, pretendemos, en la segunda parte, demostrar, a través de la trayectoria de Olga, enriquecida con elementos provenientes de otras trayectorias, los juegos, desajustes y transformaciones que afectan las relaciones sociales de dominación sobre el tiempo largo de la biografía. Una síntesis analítica sobre las relaciones entre trayectoria, relaciones de dominación y sujetos cierra este enfoque basado en las trayectorias (tercera parte), y abre la conclusión.
Centralidad del trabajo y relatos biográficos
Nuestras investigaciones focalizan la dominación en y por el trabajo y la incorporación laboral (mise au travail13), a partir de los relatos biográficos de mujeres trabajadoras. Allí, las experiencias de trabajo son consideradas centrales, siguiendo la hipótesis según la cual el trabajo (en sí mismo, en su división, en sus efectos) es a la vez central en la construcción del sujeto y vector de dominación. Así, en el análisis de los relatos de vida ofrecidos por las obreras de las maquiladoras, resultó que las dificultades vinculadas al trabajo y la incorporación laboral se extienden a la organización de la totalidad de la vida de las obreras, aprehendiendo sus temporalidades, penetrando hasta los rincones más íntimos de sus vidas, la cual, a su vez, se estructura y se articula en torno a estas exigencias (BORGEAUD-GARCIANDÍA, 2014 [2009]).
Nuestro enfoque se centró entonces en las relaciones complejas, ambiguas de los sujetos con la dominación que se ejerce a través de la incorporación laboral y de las dificultades relacionadas. No nos ubicamos ni del lado de una dominación “enceguecedora” que prohíbe toda toma de distancia por parte de los sujetos, ni del lado de un actor completamente lúcido capaz de descifrar sus tramas. Muy esquemáticamente, todo indica que los constreñimientos no son solo restrictivos, sino también productivos. Pero no producen “sujetos de la dominación” propiamente dichos. En la autoafirmación (que puede ser defensiva o idealizada) de un sujeto a partir del relato de su propia historia, se impone un ser que no se reduce a los lugares asignados por las relaciones de poder. En la búsqueda de coherencia y producción de sí mismo a pesar de las dificultades restrictivas, aparece un sujeto desfasado, potencialmente imprevisible, un sujeto que se crea a la vez con, por y en contra de la dominación. Focalizamos nuestra atención en la producción del sujeto trabajador (mujer y hombre) por sí mismo en un medio restrictivo; un sujeto que no está privado de capacidad de acción, que a través de la toma de la palabra se constituye tanto “al margen” como “en contra” de la dominación, mientras que no puede constituirse sino con ella, reconociéndola y respondiendo a sus exigencias (BORGEAUD-GARCIANDÍA, 2014 [2009]).
Si en el caso de las obreras de las maquilas, el trabajo y sus exigencias invaden todos los ámbitos de la vida (BORGEAUD-GARCIANDÍA, 2012), en el caso de las cuidadoras inmigrantes que trabajan cama adentro, la vida presente queda subsumida por la vida laboral. Nuestro análisis se centró entonces en el trabajo de cuidado efectuado en condiciones particularmente difíciles, donde aparecen nuevos factores en el estudio de las relaciones entre sujeto y trabajo, como la cohabitación permanente con el sujeto dependiente, la senilidad y el cuerpo debilitado, el encierro, incluso el papel que desempeña el afecto, la responsabilidad o la ética en la posibilidad de permanecer ante una persona mayor enferma sin perder la propia razón en el proceso (BORGEAUD-GARCIANDÍA, 2013, 2014).
Ahora bien, además de los aspectos propiamente vinculados al trabajo, la migración significa a menudo un cambio radical en el curso de la vida, una apertura de los posibles e impacta sobre la percepción de las trayectorias propias y las formas de reinterpretación a las cuales da lugar (BORGEAUD-GARCIANDÍA, 2008b). En este sentido: “La reconstrucción de un recorrido biográfico no puede, en ningún caso, confundirse con la trayectoria objetiva de aquel que, respondiendo a la solicitud del investigador, se cuenta” (Piero-D. GALLORO, Tamara PASCUTTO, Alexia SERRÉ, 2010).
Las entrevistadas iniciaban su relato donde querían, algunas en infancia, otras en su llegada a Argentina, o incluso en el presente inmediato, luego seguían los meandros de sus experiencias de la manera en que deseaban transmitirlas. De entrada, Olga presenta a la niña golpeada que fue y de la que estima haber cambiado el curso del destino, mientras que el relato de Estrella comienza con la migración y será necesario una intervención de la investigadora para que cuente sus primeros cincuenta años de vida. Como lo indican Galloro, Pascutto y Serré (2010, p. 18), “identificar los elementos que influyen sobre el desarrollo de una puesta en relato es de una gran complejidad”, en parte a causa del lugar ocupado por el sujeto en el momento del relato. En su investigación, estos autores ponen de manifiesto cómo los relatos de una experiencia compartida por trabajadores argelinos en Francia difieren entre los que permanecieron en Francia y aquellos que regresaron a Argelia. En nuestras propias entrevistas, observamos variaciones, en particular, en función del tipo de empleo ocupado (esquemáticamente, entre las personas que realizan múltiples actividades y las cuidadoras ‘cama adentro’ propensas a un tiempo continuamente “en el presente”, invasor, que obstaculiza las proyecciones y la toma de distancia). Estas variaciones en la presentación de las trayectorias no se pueden analizar aquí. Simplemente debemos recordar que los relatos y las trayectorias se toman como construcciones, y que la migración afecta tanto a la mirada del sujeto sobre su propia historia, como a la situación presente y las perspectivas futuras, incluyendo la percepción de la dominación padecida, sus tramas y efectos.14
Trayectoria y relato de Olga
Los análisis de dominación que mejor articulan trabajo-incorporación al trabajo y migraciones femeninas (generalmente de los países del Sur hacia los del Norte) cruzan las relaciones de sexo/clase, raza/etnia/nacionalidad y clase al mismo tiempo (Jules FALQUET et al., 2006, 2008, 2010). En efecto, no es sin razón que en Argentina la mayoría de las emigrantes paraguayas y peruanas se encuentran en los sectores de domesticidad y cuidado, y que a la inversa estos empleos parecen reservados a las empleadas mujeres, pobres o migrantes nacionales y extranjeras. Si bien estos análisis no representan una novedad absoluta en Francia (FALQUET, Emmanuelle LADA, Aude RABAUD, 2006), desde hace unos años, y especialmente bajo el impulso de las teorías de interseccionalidad, constituyen el objeto de un interés creciente. Tienen como gran ventaja que des-compartimentan las categorías al reconocer la heterogeneidad de lo social “que no es producto de una única relación social sino de varias” (Roland PFEFFERKORN, 2012, p. 123), y que son a la vez consubstanciales (las relaciones no pueden ser secuenciadas sino por razones puramente analíticas) y coextensivas (se reproducen mutuamente) (Danièle KERGOAT, 2009). Por otro lado, los análisis multidimensionales ponen el acento en la articulación de las dimensiones objetivas y subjetivas, así como en la producción y la reproducción de las relaciones sociales que son a la vez fuente de dominación y de emancipación potencial (KERGOAT; Adelina MIRANDA, Nouria OUALI, 2011, PFEFFERKORN, 2012). El trabajo (productivo y reproductivo, su organización, sus divisiones) sigue siendo central en la producción de las relaciones sociales y como palanca de la dominación. No es sorprendente que el empleo de servicios de cuidado, especialmente en lo que afecta a un número creciente de mujeres migrantes provenientes de países pobres, represente un ejemplo paradigmático de la producción mutua de estas relaciones sociales (KERGOAT, 2009).
En continuidad con nuestros análisis anteriores, más que los lugares (móviles) asignados por estas relaciones sociales (móviles), lo que nos interesa son las desviaciones, aperturas, inversiones, o incluso las reproducciones y consolidaciones que las individualidades les impregnan, y que introducen una perspectiva heurística en el entrecruce de las relaciones de clase, “raza”, sexo y las trayectorias y percepciones. Las trayectorias analizadas se caracterizan por una multiplicidad de posiciones ocupadas, en configuraciones cambiantes, y en un contexto caracterizado por la migración, capaz de generar alteraciones en los posicionamientos sociales de los actores. Elegimos ilustrar las variaciones y disonancias de las relaciones de dominación que afectan los recorridos y representaciones, a partir de la reconstrucción de una trayectoria, la de Olga, que será apoyada también por otros ejemplos.
La trayectoria de Olga, trabajadora migrante peruana, no es en sí misma ni banal, ni excepcional; no obstante, tiene la ventaja de presentar de manera especialmente sugestiva y acentuada los meandros de su historia. Esta elección también puede vincularse con su respuesta sin tapujos durante uno de nuestros encuentros. Cuando le pregunto si haría este mismo trabajo en Perú: “Lo de las abuelas, de la limpieza, ¿a eso te referís?”, niega con la cabeza: “No es un trabajo que haría allá. No. Allá somos muy discriminadores. Por discriminadores. Y por el mismo orgullo. Es como decirte, no lo haría. No, no lo haría”.
La imagen prototípica y muy negativa de la empleada doméstica en Perú es la de una joven o muchachita indígena pobre y sin educación, quechua, que habla mal el español, que ha emigrado de las zonas montañosas para trabajar en la ciudad (FIGUEROA, 2007). La opinión compartida por Olga, empleada doméstica en Buenos Aires en el momento de nuestro encuentro, da prueba de los puntos de encuentro y negociación entre su vivencia y las posiciones sociales tal como se estructuran en el “aquí” y “allí”. Es imposible “por orgullo” identificarse con las que ejercen ese oficio en Perú. Aunque su estatus en Argentina surge del lugar reservado a la inmigrante latinoamericana por intermedio de la división social “racializada” del trabajo, sigue siendo aceptable, mientras que una posición similar sería inconcebible en su país de origen.
A los fines del análisis y exposición, es posible distinguir cuatro grandes etapas en la trayectoria de Olga en las que se transformó su vida familiar, profesional y personal.
Violencia infantil y doméstica. De la negación a la conciencia de sí misma
La primera imagen que Olga da de sí misma, para diferenciarse mejor de ella más adelante, es la de una niña de ocho años, enviada por su madre a trabajar cuidando niños aún más pequeños, con el fin de escaparse de los golpes que le inflige el padrastro. Huérfana a los 12 años, a continuación vive con un tío muy querido hasta que éste parte a Lima y ella se niega a acompañarlo. Habiendo quedado sola en la ciudad costera de la cual es originaria, a los 15 años conoce a un muchacho. Tendrá con él, pescador de oficio que gasta el salario en alcohol, siete hijos de los cuales tres se mueren de enfermedades, dos a corta edad y uno a los seis años. Olga toma pastillas para dormir, vive con sus hijos prácticamente sin salir de la casa, por temor al marido borracho. Dirá -aun cuando, de niña, le reprochaba a su madre por no reaccionar a los golpes infligidos por su propio marido- que una mujer solo toma conciencia de la violencia sufrida una vez que logra salir de ella. Un día, invitada por una amiga, decide -en contra de la opinión de su marido que le reprocha violentamente tener más estudios y formación que él- seguir un curso de corte y confección, “para salir de mi casa”. Luego, comienza a tomar píldoras anticonceptivas a escondidas. El marido las descubre, la acusa de adulterio y le da un golpe que le daña un tímpano. Es el golpe que faltaba. Aprovecha que la pesca le demanda mucho tiempo fuera de la ciudad para ocultar sus pertenencias y presentar una denuncia por abandono de hogar. Las súplicas y las promesas de cambio no sirven de nada, Olga no se retractaría jamás de su decisión. Había dado vuelta la primera página. No tiene dinero ni trabajo, con cuatro hijos a cargo, pero “es ahí cuando empecé a vivir”.
Los recuerdos de la infancia y juventud en Perú varían en función de las historias individuales, de la época a la que se hace referencia, pero a menudo llevan rastros de separaciones, entre hijos y padres, entre cónyuges. Como otra cuidadora, Estrella, cuyo primer marido confinaba al espacio del hogar (a punto de tener que rechazar una beca que le habría permitido terminar con su formación de enfermera en los Estados Unidos):
No sentí dolor por separarme (…) parecía que yo era una hija más en vez de una mujer, sí. Y solamente estaba para tener hijos como si el tener muchos hijos era para tenerme a mí presa. Y no es así; uno puede tener 20.000 hijos pero llega un momento en que dice “¡Basta!” y rompe las cadenas y se acabó.
Pagará esta decisión a un precio muy alto: su primer marido le quita uno a uno a sus hijos a quienes recién volverá a ver una vez adultos.
La primera imagen que Olga da de sí misma no es solamente la de la niña desprotegida, sometida de todas partes, también da la imagen de una niña (ciertamente convertida en adulto) ofendida, desprovista de poder pero que mira sin condescendencia hacia su entorno. No es hasta más tarde, cuando vive recortada del mundo bajo el temor y los golpes de su marido, que se sentirá desposeída de sí misma, amputada de toda distancia respecto a su propia situación. Sin embargo, aguanta, y poco a poco, el deseo se inmiscuye, los engranajes rechinan. Lo que la sometía ya no basta para contenerla, Olga adviene por exceso respecto al lugar asignado. Sin liberarse de los obstáculos pero con la conciencia clara, trabaja para lograr una salida. De las más frágiles y precarias, pero una salida.
Compromisos y capacidad de actuar
“Había visto otra vida, ya. Sabía que podía trabajar. Sabía que podía que darles de comer a mis hijos”. Para la joven Olga de 26 años, este es un descubrimiento de sí misma, un renacimiento. Hace de todo, ofrece sus servicios para realizar trámites administrativos en la municipalidad, compra y vende ropa. “Salí” del hogar. En forma paralela, se cruza en su camino un amor de juventud, quien se convertirá en su segundo marido y el padre de sus dos últimos hijos. Él la ayuda y le da su apoyo en cada uno de sus numerosos proyectos. Retoma y termina sus estudios secundarios antes de seguir una formación de secretaria.
“Desde la salida de él me metí en muchas cosas”. Descubre la política “de paso”, teje vínculos, construye redes; se vuelve militante del Partido Aprista Peruano.15 Mientras tanto, obtiene un pequeño contrato en la municipalidad, gana un concurso para docente (oficio que no le gusta y que jamás ejercitará), luego consigue un puesto en la municipalidad cuando el representante del partido Aprista al que ella apoya gana las elecciones locales. Inicialmente, se ocupa de la organización de las numerosas fiestas patronales. Es la única mujer que ocupa este puesto en el país. Tiene que luchar contra los que opinan que ella es “peor que los hombres”. Luego trabaja algunos años como secretaria de dirección en una empresa de recaudación montada y subcontratada por la municipalidad, antes de regresar al ayuntamiento del distrito a trabajar como coordinadora general de un programa nacional de distribución de leche para los niños. Olga continúa con sus actividades militantes, la eligen Presidente de la comisión departamental de la “Navidad del Niño” del partido Aprista, donde trabaja también como secretaria del consejo de disciplina. “Ya mi vida era otra, había cambiado ya. Ya no era la chica golpeada, pegada, que trabajó desde los 8 años. Ya era otra persona”.
El marido deja su empleo en una industria siderúrgica y compra una camioneta para realizar transporte de pasajeros interurbano. En 1994, llega a la cabeza de la municipalidad un nuevo alcalde, proveniente de otra facción del partido Aprista. Según Olga, el alcalde está dispuesto a mantenerle el puesto a condición de que ella se lo pida; y sería por negarse a tal solicitud que debe encontrarse en Argentina. Sin embargo, las dificultades por las que pasa la familia precipitan la decisión. Los dos trabajan con la camioneta. Mientras el marido conduce, ella anuncia los destinos y cobra (un empleo muy inhabitual para las mujeres). Pero el motor se avería y con él el sustento de la familia. Es el año 1997. Desde Argentina, una amiga le propone alcanzarla. Del día de la partida, Olga no puede olvidar la imagen de su hijo de tres años, dormido, al que está a punto de dejar.
Si esta salida puede asociarse a la falta de elección que tienen los hogares con grandes dificultades económicas, aquí Olga lo presenta como una apertura de oportunidades. Olga, cercada por muchas dificultades, sociales y prácticas, brinda de sí misma la imagen de una mujer que al fin puede trazar su camino, que comienza a romper con los años de dependencia marital que la alejaba del mundo. Se pone a prueba, intenta, se descubre. Y se presenta como la actriz principal de estas vivencias donde se articulan inextricablemente en su relato el amor encontrado y reconquistado, la ascensión a la vez profesional y militante. Las dificultades y el peso de los frenos sociales -de los que se perciben las trabas (no olvidemos que es una mujer en universos masculinos, madre de familia y desprovista, al menos al principio, de apoyo familiar y redes estructuradas)- se encuentran minimizados en el relato en favor de una capacidad de actuar de la que Olga está más que orgullosa. A pesar de todo, las dificultades económicas alcanzarán a la familia. Pero el discurso de Olga cambió de registro y se niega a presentar la situación desde el punto de vista de la fatalidad. Otra vez es ella la que tomará la decisión de partir, como muchas otras mujeres, sin el consentimiento convencido de la familia.
Migración e incorporación laboral. Entre dificultades y elaboración de referencias
La migración no se presenta como una fatalidad absoluta. Las inmigrantes prefieren, retrospectivamente al menos, inscribirla en un proyecto, previsto para ser temporal, que luego se prolonga indefinidamente en el tiempo. Acorraladas, sin embargo, por las consecuencias de la crisis económica (Olga, Estrella, Rosalba ya no se las arreglan económicamente, Lucía está llena de deudas), presentan la migración como una decisión a la vez personal y fruto de compromisos familiares. Éstos hasta pueden dar lugar a una división familiar de las migraciones de trabajo femeninas: Rosalba y Oriana vinieron a trabajar a Argentina mientras que sus hijas, algunas de las cuales son también cuidadoras, emigraron hacia España y los Estados Unidos. Para Olga, esta partida, vinculada a las circunstancias económicas familiares y sociales, es un poco la concreción de un viejo sueño: “Siempre tuve la idea de venir. Ya estaba con mi marido pero quería venirme. Siempre mi sueño era salir del país, no por necesidad sino por conocer, por eso, como los que quieren salir como quieren volar”.
Sin embargo, el viaje, la llegada y los primeros tiempos en Argentina son extremadamente difíciles. Sola, lejos de su casa y de los suyos, tiene que apiñarse con otras cinco personas en la habitación de una pensión y trabajar para reembolsar el importe del pasaje a su amiga. Los relatos que las inmigrantes ofrecen de sus primeros meses en Argentina traducen enormes dificultades. Lucía conocerá las pensiones, las casas tomadas sin electricidad ni agua, la tuberculosis; Celia circulará entre las pensiones, las casas de los empleadores, la calle y las casas tomadas; Estrella, viviendo en una villa, dormirá sobre un colchón tirado en el piso en la única pieza común; otras se encuentran de pronto viviendo con sus empleadores de quienes no saben nada.
Ante la necesidad de encontrar un trabajo y devolverle el dinero a su amiga, Olga consigue un empleo doméstico cama adentro en un barrio residencial cerrado; los fines de semana, hace limpiezas y se ofrece para lavar la ropa de los residentes de la pensión. Llega a pagar la deuda y enviar un poco de dinero a su marido. Poco a poco, se organiza. Deja su primer empleo a raíz de las reiteradas acusaciones de la empleadora (utilización abusiva del papel higiénico, mal empleo del lavarropas, etc.). Alternativamente trabaja en una chocolatería haciendo limpieza y servicio doméstico, luego por un tiempo limitado es empleada doméstica para una señora mayor y, por primera vez, trabaja de cuidadora en la casa de un anciano.
En forma paralela, reparte volantes y publicidad, o revende bebidas a los inquilinos de la pensión. Aun cuando trabaja “cama adentro”, mantiene la habitación de la pensión en la que está sola por el momento, porque prevé hacer venir a su marido e hijo más chico. Efectivamente ellos emigran a su vez, al tiempo que Olga acepta un empleo de cuidadora cama adentro para una anciana italiana con quien vivirá noche y día durante seis años; hasta que la hija de la señora decide internar a su madre en una institución sin preaviso y sin ningún gesto de reconocimiento. Al igual que gran parte de sus compatriotas (mujeres), Olga trabajará varios años más en el cuidado de adultos mayores, a veces por horas, a veces “cama adentro”, por medio de sus propios contactos o los de sus empleadores. Por su parte, el marido de Olga trabajará primero en la construcción, antes de conseguir empleo como encargado de la pensión donde viven. Todas las trabajadoras migrantes no hacen venir a su familia, una decisión que tiene un impacto esencial en el desarrollo de la trayectoria profesional y social que se deriva (trabajo de cuidadora cama adentro o empleos remunerados por hora).
En las representaciones de Olga y de otros, se admite que los empleos de cuidado son reservados a las migrantes, y en este caso particular las migrantes extranjeras, sobre la base de la naturalización y generalización de las calidades afectivas y de una diferenciación nosotros/ellos, nosotros/los otros y allí/aquí. Así pues, para ella: “Pero más buscan peruanas para trabajar con abuelos. (…) Porque la mujer peruana tiene mucho más amor por sus viejos (…) más paciencia, más cariño con sus viejos. Nosotros, a nuestros viejos, a nuestros abuelos no los abandonamos”. Y más adelante agrega: “vine porque acá había trabajo. (…) Los hombres y las mujeres peruanos son muy trabajadores, no son de estar sentados. Es la diferencia tal vez con otras comunidades”. Los estereotipos movilizados (quizás con el fin de legitimar el lugar que les toca) no son una simple reproducción de aquellos que, en Argentina, asimilan las migrantes con estos empleos. Se hacen eco y los refuerzan, apoyándose a la vez en las diferenciaciones entre argentinos e inmigrantes.
Celia -en pareja con un boliviano, cuidadora convertida en empresaria, evangélica- quiere desbaratar ese juego entre estereotipos y asignaciones identitarias. Una peruana y un boliviano 1) al frente de una empresa, 2) que no es una verdulería (otro nicho étnico), 3) que además está dirigida por una mujer: “muchos se sorprenden” (no es allí donde se espera que estén, en particular ella). Para Celia, los estereotipos -así resumidos en “Peruano, vago, aprovechador, chorro; boliviano, trabajador, sumiso, callado; paraguayo, trabajador pero ocioso, golpeador o borracho”-tienen la piel dura en la sociedad argentina. En estos estereotipos que a veces escuchamos, las mujeres están casi ausentes, como si su confinamiento al espacio doméstico las exonerara, en parte, del peso de los estigmas, reforzando a la vez aquellos que las vinculan con los empleos que ocupan.
Las trabajadoras, confrontadas con las dificultades propias de su situación como migrantes, enfrentan efectivamente relaciones de dominación que estructuran no solo los distintos espacios por los que transitan, el alojamiento, el trabajo, sino también las relaciones entre compatriotas y con la población local para quien se vuelven “el extranjero”. Como los demás, Olga a veces quiere bajar los brazos, volverse a su casa. Pero permanece, se aferra. Cualesquiera que sean sus configuraciones, la migración introduce una transformación del sujeto en forma de “no retorno”. Las relaciones cruzadas de dominación guían sus trayectorias en Argentina en función de las identidades (a menudo incorrectamente) asignadas (de mujeres, extranjeras latinoamericanas, por lo que se supone que son pobres y sin educación). Pero Olga -que retoma algunas de estas asignaciones por su cuenta- no permanece pasiva; se moviliza, prepara el terreno para hacer venir a su familia, consigue los documentos para estar en regla, organiza tanto su trabajo como su vida familiar y construye un poco de estabilidad y previsibilidad, es decir, un tiempo de proyección para sí misma y los suyos.
Domesticidad y compromiso asociativo
Pero, a los 50 años, el cuerpo de Olga empieza a imponerle límites. A raíz de una primera operación, le prohíben levantar peso. Luego le diagnostican una artrosis importante en la columna vertebral, y se le prohíbe trabajar en el cuidado de personas. Su marido le pide que deje toda actividad laboral, sin embargo, acepta un puesto de empleada doméstica en la casa del hijo de una de las ancianas que cuidaba, fallecida poco tiempo atrás. Trabaja algunas horas al día y sin hacer esfuerzo físico. Pero más que a este trabajo, Olga dedica su energía a otras causas. Una vez que cesa toda actividad “sin retiro”, Olga reanuda lo que llama actividades políticas no partidarias. Ello significa distintos compromisos con la comunidad peruana: es vicepresidenta, luego secretaria de una asociación de inmigrantes peruanas, presidente del Consejo de Consultas16 vinculado a la embajada de su país, y embajadora para la paz de Universal Peace Federation. Mirando atrás, concluye: “No es que vine acá, me hice y me gustó. No. Yo vengo de allá y he encontrado mi lugar. Y sigo así. No soy ya la chica que trabajó a los ocho años. Hizo su camino. Hubiera podido ser otro camino. Podría haber tenido un camino perdido”.
Como una advertencia dirigida a la investigadora, Olga recuerda que su vida no comienza repentinamente con su llegada a Argentina. A la luz de este presente que reivindica (“encontré mi lugar”), la niña Olga era una víctima, pero no era dócil. Esa misma indocilidad en la que todavía se reconoce. Su vida fue más gratificante cuando ocupaba actividades políticas en Perú, pero es en Argentina, asignada a los sectores devaluados de la domesticidad y del cuidado, que ella dice haber encontrado su lugar. ¿Habrá reducido sus pretensiones? Probablemente no sea esa la pregunta correcta. La vida pasa y no hay vuelta atrás, por lo tanto ella debe componer con su propia realidad. Las dominaciones que, en Argentina, se ejercen sobre la trayectoria de Olga y la estructuran son tan potentes como innegables; también son muy constitutivas del sujeto Olga. Incluso sus compromisos ante la colectividad peruana podrían leerse como que al final se encuentran ordenados por esas mismas relaciones sociales. Pero Olga también es ese sujeto que se aparta de los lugares asignados y planta obstinadamente sus propias marcas, que viene de una historia que desborda lo instantáneo, la sitúa y le da un sentido que tiene sentido, y torna, sino caduco al menos insuficiente, un análisis en términos de dominación/consentimiento.
La trayectoria, analizador y testigo de las ambivalencias
Todas las mujeres entrevistadas vinieron a la Argentina a trabajar. Cualquiera que sea su nivel de estudio y formación, se insertaron en “nichos” reservados (empleos domésticos, de cuidado o pequeña venta informal) y ahí permanece la mayoría. Tal como ocurre con Olga, son varios los que ocupan en Argentina una posición social que no se habrían imaginado ocupar en sus países de origen. Así pues, cuando era niña, Lucía y su hermana aprendieron a hacer las tareas domésticas gracias a su abuela para quien: “El que no sabe limpiar no sabe mandar. ¿Cómo van a mandar ustedes cuando tengan una empleada, si no lo saben hacer?”
Olga es una pequeña mujer enérgica, más bien autoritaria. Su primer empleo fue de empleada doméstica, el último también, sin embargo los significados que reviste cada una de estas experiencias, a cada extremidad de su trayectoria heterogénea, difieren completamente. Como para las otras inmigrantes entrevistadas, el regreso al país de origen es cada vez menos seguro, sino ya descartado. Nuestra atención, hasta ahora, se ha referido esencialmente a las vivencias en el trabajo de cuidadora ‘cama adentro’, cuyas exigencias físicas y psicológicas resultan particularmente destructivas (“el sentimiento de ser un bichito”, según Rosalba) (BORGEAUD-GARCIANDÍA, 2013). Además de eso, la fragilidad de la situación de las cuidadoras se manifiesta tanto a nivel de empleo, de vivienda, de documentación,17 de acceso a la salud, de acceso a una pensión, etc. Por lo tanto, está lejos de nuestro propósito minimizar estas dificultades, así como sus efectos sobre las necesidades de protegerse en lo cotidiano. Lo que nos importa es poner de manifiesto que ninguna de las trayectorias se reduce a “eso” y que una situación objetivamente dominada puede resultar a la vez opresiva y liberadora para el sujeto, que la sitúa dentro de su historia y construcción personal.18
El empleo doméstico actualmente ocupado por Olga se lee a través de los múltiples cambios experimentados a lo largo de su historia, cambios que afectaron su vida personal, profesional, amorosa y pública. Los hechos, las acciones, los cambios de estatus, acarrean menos significado en sí mismos que si se los reubica en los contextos personales e históricos, en el aquí y allí, a lo largo de un tiempo que hace su obra. La propia lectura llevada a cabo por los sujetos se trabaja en función de un gran número de factores: recuerdos, olvidos, emociones, interpretaciones, negaciones, defensas: individuo producto de una historia de la cual busca ser el sujeto (Vincent de GAULEJAC, 1999) para no caer en ese “camino sin salida” que, según Olga, amenazaba a la niña que era. Al mismo tiempo, las descripciones que ofrece de las dificultades que recaían sobre la niña (abandonada, obligada a trabajar, agredida, excepto por el tío a quien, sin embargo, no acompañará) y la joven adulta (encerrada, “preñada”, maltratada) difieren de las que señalaron su trayectoria posterior en Perú (en los mundos esencialmente masculinos del trabajo y el compromiso público) y sobre todo en Argentina (extranjera, aislada, separada de su familia, no reconocida en su trabajo) hasta que llega a construir un determinado equilibrio personal, familiar y profesional. Cualquiera que hayan podido ser las dificultades, ella intentó enfrentarlas como sujeto de su historia, ya fuera al precio de compromisos con la realidad y sus propias percepciones. Al nivel del relato retrospectivo, la construcción de ese sujeto, que a la vez proviene y se libera de las dificultades opresivas, prima sobre su posición desfavorable bajo el prisma de las relaciones sociales de sexo, clase, “raza”. Es una mujer que se liberó de la violencia doméstica, una peruana que supo crearse un lugar, una persona que lo ha perdido todo y ha sabido reconstruir una situación y un futuro para ella y su familia.
Olga es una mujer obstinada que no niega que le gusta desempeñar roles principales. Su relato desvela tanto los constreñimientos que marcaron su biografía como sus capacidades para imponerse, incluso para apoyar un compromiso militante (Francesca POLLETTA, 1998). Algunas trayectorias se caracterizan más que la de Olga por la sucesión de posiciones muy estructuradas por el hecho de ser mujer, pobre o extranjera. Pero el detalle de los relatos y de la reconstrucción de las trayectorias demuestra la existencia de elecciones y rupturas, de pequeñas transgresiones o de miradas críticas, que las desvían de todo camino trazado. No existe mecánica perfecta entre los individuos y las dificultades que los someten. Olga es una empleada doméstica “externa” en condiciones que le convienen y que le permiten dedicarse a otras actividades en las que se reconoce plenamente y ejerce un determinado poder sobre los otros. Sin embargo, en el caso de otras cuidadoras (Rosalba, Estrella), incluso cuando las condiciones opresivas que se desprenden de su trabajo no permiten ninguna proyección, las trabajadoras asumen una postura crítica acerca de sus situaciones pasadas y presentes, que no es completamente lúcida, ni ciega; es reflexiva y hasta a veces cruelmente justa. Finalmente, todo indica también que el compromiso social no es en sí mismo garantía de “emancipación”. Se puede, como Lucía, estar al mismo tiempo más “emancipada” por la responsabilidad que implica la inversión asociativa y “sometida” por las obligaciones domésticas o religiosas.
La irreductibilidad de la vida en las relaciones de dominación
Los niveles micro y macrosociales interactúan de manera dinámica y cambiante a lo largo de la vida. Las trayectorias y las representaciones dan testimonio de las relaciones a menudo ambivalentes e inacabadas de la dominación social y producen una imagen más moderada de los sujetos que la sufren y se liberan de ella, la reproducen y la enfrentan. El análisis microsocial es esencial, porque revela desviaciones de la dominación y los meandros en los que las trabajadoras inscriben sus historias y sus discursos (BORGEAUD-GARCIANDÍA, 2014 [2009]; Liane MOZÈRE, 2010). Se puede ser a la vez, o alternativamente, “dominante” y “dominado”, y estas posibilidades pueden manifestarse simultáneamente y variar durante la existencia. El tiempo largo de la trayectoria permite desvelar las continuidades, las inflexiones; y los relatos en primera persona del singular medir los matices, las sutilezas, las asperezas.
La migración es extremadamente rica para el análisis, en el sentido que introduce el contraste y resulta potencialmente disruptiva. Permite poner en evidencia aquello que, en otras trayectorias, resulta menos visible. No representa una “simple experiencia” de vida. Punto de inflexión de la trayectoria,19 la migración aparece como una “instancia” de resignificación de las etapas de la existencia, el pasado, el presente, los deseos y perspectivas futuras. En ese sentido, todo indica que las ideas de “trayectorias ascendentes” o “descendentes”, o incluso la etiqueta “dominado” en el entrecruce de las relaciones sociales no llegan a hacer justicia de las transformaciones, fluctuaciones, inflexiones, resumidamente de la no linealidad de las trayectorias (y de la lectura de las trayectorias que ofrecen las personas estudiadas). Así pues, el análisis global de la estructuración de las relaciones sociales se completa con un análisis diacrónico y sincrónico del dinamismo más “subterráneo”, rico y potencialmente creativo, de estas relaciones al nivel de la vida de las personas.