Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo De formas inconstantes, ese montón de espejos rotos.
Jorge Luis Borges
Introducción
El 19 de diciembre de 1950 se estrenó en Argentina “Escuela de Campeones”, película dirigida por Ralph Pappier que relata lo que con Norbert Elias puede denominarse “el proceso de deportivización” del fútbol argentino, en la que se exhiben las dificultades por las que atravesaron quienes quisieron incorporar los deportes como contenidos pedagógicos. Enfocada en la vida real del escocés Alejandro Watson Hutton, la película muestra las vicisitudes de este docente desde su arribo a la ciudad porteña en 1885, en su intento por enseñar en el elitista y conservador colegio Buenos Aires English High School, a través de renovados y modernos métodos pedagógicos. La ficción se centra en sus continuos intentos por que se practique fútbol como parte de la currícula, siendo éste el inicio de este deporte en la historia argentina.
“Escuela de campeones” es relevante no sólo por la importancia que tiene el fútbol en la identidad nacional, sino también por el momento político de su estreno: en pleno gobierno de Juan Domingo Perón. Este film, ganador del Cóndor de Plata1 a la mejor película en 1951, en buena parte sintetiza las retóricas peronistas sobre la importancia de los deportes para la Nueva Argentina, y refleja su potencialidad como recurso gubernamental. Testigo de los acontecimientos y testigo también de una época, este film puede ser pensado como engranaje de una cadena de transmisión que hace a los modos de ver y comprender, en el presente, un pasado que nos constituye.
Sin embargo, el juego de miradas y registros que traen consigo nos enfrenta a una compleja construcción del pasado donde conviven un lenguaje no ortodoxo para la historia, el cine de ficción, con versiones de lo ocurrido que hacen de su transmisión un proceso conflictivo e inacabado.
¿Cómo opera la transmisión del pasado cuando interviene en él la reconstrucción en imágenes de los acontecimientos? ¿Cómo funciona el cine como testigo de una historia singular -1885-, desde un relato singular -1950-, y una lectura singular - la nuestra, en 2017-? ¿Qué le aporta el lenguaje cinematográfico al registro de ese pasado? ¿Qué versiones de la historia de la educación se hacen ver en el lenguaje, los modos de narrar, el montaje? ¿Cómo se entrelazan forma y contenido en las operaciones de transmisión a través del cine? ¿Y en la escritura de la historia?
Como síntesis de lo que se analiza puede citarse el diálogo (históricamente ficticio) que aparece en la película entre Watson Hutton (interpretado por Jorge Rigaud) y Domingo Faustino Sarmiento (personificado por el actor Enrique Muiño), quien fuera expresidente de la República y el principal referente de la escolarización en la Argentina: en ocasión de la voluntad de Watson Hutton de implementar la enseñanza de deportes como parte del currículum escolar, le solicita al entonces Superintendente de que avale su postura, a lo que Sarmiento acepta. Finaliza la reunión con un Sarmiento expresando lo que se supone todo un posicionamiento pedagógico, sobre los deportes, sobre las escuelas: “un consejo míster: enseñe. A patadas, a trompadas, a empujones, pero enseñe”.
Cine e investigación en historia de la educación: la imagen cinematográfica como fuente
“Fragmentos de un gran espejo roto” es una expresión que, haciendo alusión al poema de Borges, ha sido usada para nombrar las imágenes que nos quedan del pasado.2 Desde nuestra perspectiva, el todo (al que la idea de fragmento hace alusión indirectamente) podría pensarse como la totalidad de los registros que existen sobre acontecimientos históricos, totalidad incompleta, y por definición fragmentaria. Por otro lado, cada uno de esos fragmentos que sobrevivieron constituye otro puñado de espejos rotos, de parcialidades, de reconstrucciones inacabadas, de historias versionadas en sí: son la mirada de un autor, el efecto de un relato contado en encuadres, montajes y reconstrucciones. Desde la misma capacidad del espejo de reflejar a quien lo mira, corresponde sumar el presente, que recoge esos fragmentos, los clasifica, los valora y los ofrece.3 Otro montón de fragmentos resulta de ello, de filtros que operan sobre miradas que configuran un pasado, unos orígenes, unos enemigos, unas gestas heroicas.
Mucho se ha dicho ya sobre el estatuto de verdad de la historia, sobre los procedimientos para una reconstrucción fiel del pasado, sobre el papel del presente en la reconstrucción histórica. Nos interesa en esta oportunidad no tanto la operación histórica como la operación pedagógica: no sólo el gesto de hacer presente el pasado para que éste no quede en el olvido, sino fundamentalmente el de los procedimientos ligados a la filiación con un pasado.4
Tanto el término educación como transmisión dan cuenta, en el territorio pedagógico, de esta operación. Si bien no nombran exactamente lo mismo, ambos hacen alusión al pasaje generacional y a la filiación con el pasado. Sin embargo, las operaciones pedagógicas son siempre históricas, y tienen que ver con las estrategias que un grupo humano se da para hacer que algo de su pasado perdure.
Los sistemas educativos y el cine bien pueden pensarse en esta lógica, en cuanto su capacidad de registrar, seleccionar y transmitir aquello que un tiempo y una sociedad consideran digno de ser recordado y aprendido. En el sistema escolar, es la organización del currículum la que se hace cargo de este gesto: recoge el pasado, lo resignifica, lo instituye como marco para pensar el futuro. El cine, a su vez, aún en la función de entretenimiento, despliega sus operaciones sobre el pasado y filia, a través de sus formas específicas. Por ello ambos han sido piezas clave en la formación de identidades colectivas, desde distintas lógicas.5
En el caso del film que nos ocupa, “Escuela de campeones”, hablamos de la educación del deporte, dentro de la educación escolar, dentro de la educación del cinematógrafo. Porque como otras películas, fue parte de la educación de las masas que el cine desplegó en la primera mitad del siglo XX (Serra, 2011). En el presente, en nuestro presente, el gesto de recuperarlas y ponerlas a disposición despliega nuevos escenarios de proyección.
La preocupación entonces no será establecer un ámbito desde donde el cine despliegue su estrategia pedagógica (escolar o no escolar), sino hacer visibles los mecanismos que permitan poder situar el papel de las formas del relato, sus impresiones estéticas, con mayor relevancia de la otorgada hasta ahora.6
En este punto cabe señalar que la historia de mirar unos registros para dilucidar a través de ellos las operaciones de selección que se pusieron en juego y las estrategias a las que se recurrió para hacer que ese pasado sobreviva en el tiempo bien puede ser pensado como un modo de entender la historia de la educación. Si transmitimos para que aquello que pensamos, sentimos y creemos no muera con nosotros (más que “conmigo”, con cada uno), como plantea Debray (1999), la historia de la educación podría en todo caso ser entendida como una historia de las estrategias de transmisión, hipótesis que cobra cada vez más vigencia en tiempos en que la importancia de la escuela, como estrategia propia de la modernidad, viene siendo puesta en cuestión, al coexistir con otros dispositivos tecnológicos que se perfilan como dispositivos de transmisión.
Lo que el cine da a ver en “Escuela de Campeones”
Un grupo de hombre adultos están reunidos recordando viejos tiempos en 1950, el presente en que la película se filma. Así comienza “Escuela de Campeones”, con el recuerdo de los inicios del Club Alumni y de las vicisitudes del viaje de Mr. Alexander Watson Hutton a la Argentina desde Escocia, donde sus compañeros lo despiden en la aventura que va a emprender de venir a trabajar de maestro por dos años.
Luego de la travesía en barco que lo trae a la Argentina, donde conoce a quien será su esposa, miss Margaret Budge, llega en 1881 a Buenos Aires y es recibido por un sacerdote anglicano y los miembros de su comunidad para que trabaje en el Saint Andrew’s School, un colegio tradicional religioso de la capital argentina. En breve mister Watson es resistido por el cura y la comunidad tanto por su modo de entender la enseñanza como por su interés en iniciar a los estudiantes en el deporte del fútbol, por lo que él y su esposa fundan en 1885 su propio colegio, el Buenos Aires English High School.
En este marco el film reconstruye la entrevista de Watson Hutton con Domingo Faustino Sarmiento, solicitando el apoyo para el nuevo emprendimiento escolar. Según relata el escocés, allí educan a más de cien jóvenes, tanto en las aulas como en el fútbol, deporte que progresivamente va encontrando entusiastas en otras escuelas y clubes, con los que se arman campeonatos. En 1900 son invitados a ser parte de la Argentine Association Football League, pero con un nombre que no puede ser el de la institución educativa, por lo que lo hacen con el nombre de Club Alumni, alumnos en latín, en homenaje a la pertenencia los jugadores a la English High School.7
Son campeones de la liga consecutivamente hasta 1911, cuando se retiran. En ese período sufren varias vicisitudes, entre las que se destaca el accidente de un jugador en un partido de fútbol, que le cuesta la vida, y la consiguiente pérdida de apoyo de los pares y la comunidad, hecho que se revierte a partir del apoyo público del reconocido poeta Guido Spano y de otros entusiastas colaboradores. La película termina con el brindis que el 1950 hace los exjugadores del Alumni, como homenaje a quien fuera el padre del fútbol en la Argentina.
El título del film funciona en dos planos articulados, tanto literal como metafóricamente: si la Buenos Aires English High School constituyó el primer espacio de introducción del fútbol en la Argentina, y al mismo tiempo su equipo fue campeón de la League durante 11 años, hasta que se retiró en 1911, el fútbol mismo es presentado como deporte formador de virtudes como la sana competencia, el coraje, compañerismo, la solidaridad, el respeto a la regla, a la autoridad y a los compañeros, al mismo tiempo que una importante herramienta para el desarrollo físico.
El film constituye una reconstrucción desde el peronismo de la historia cronológica del fútbol en la Argentina. En este sentido, el recurso del flashback permite mostrar cómo la importancia de ese deporte en nuestro país es consecuencia de un pasado progresivo.
Es llamativa la mirada que, desde el peronismo, se reconstruye medio siglo después de la sociedad porteña de fines del siglo XIX. Por un lado, está la cuestión del desembarco de educadores británicos (específicamente escoceses), para enseñar supuestamente a los hijos de la comunidad británica en Argentina, ya que cuando en la Escuela se toma lista o se nombran a los estudiantes por sus apellidos, éstos son siempre sajones, un gesto que se agradece desde las palabras de Sarmiento, quien plantea “es bueno que los gringos como usted...”.8 Por otro lado, llama la atención que desde el momento mismo en que desembarcan mister Watson Hutton y miss Margaret se cruzan con inmigrantes de distintas procedencias, todos en la piel de gente común - policías, marineros, el dueño del diario, aguatero, etc. -, y a todos ellos se les reconoce acento extranjero, cosa que no sucede con los que provienen de Gran Bretaña.
En relación a la visibilidad de los otros, también se destaca que se haya incluido a dos mujeres de piel negra, en el parque público, con tinajas en la cabeza, por lo que podrían pasar por sirvientas, y del mayordomo de piel negra que le lleva una copa en bandeja a Sarmiento, cuando está en su despacho entrevistando a Mr. Watson Hutton.
“Escuela de Campeones” es dirigida por Ralph Pappier, de nacionalidad china, quien siendo muy joven llega a la Argentina y comienza su carrera como escenógrafo en el emblemático estudio “La Pampa Films”. Como tal, es parte del equipo que lleva adelante en una importante cantidad de películas, y salta a la fama por su participación en “La Guerra Gaucha” (Argentina, Lucas Demare, 1942).
Producida y distribuida por la extinta empresa Inti-Huasi, el guion estuvo a cargo de Ernesto Escobar Bavio, Carlos Alberto Orlando y Homero Manzi. La presencia de este último como guionista, reconocido popularmente por ser autor de letras de tango, nos obliga a referenciar la fértil relación que posee el vínculo entre cine, tango y peronismo, vínculo que articula géneros de la tradición popular con un ideario político (Soria y otros, 2010).9 Manzi había sido co-guionista de “La Guerra Gaucha” y co-director, con Pappier, de otros films. Manzi y Pappier conjuntamente, así como otros directores, guionistas y artistas de la misma generación, utilizaron el cine como herramienta para la elaboración de una mitología que el público pudiera sentir propia. Trabajaron sobre la cultura popular y desarrollaron contenidos de fuerte contenido emocional.
Según Fernando Martín Peña, “Escuela de campeones” tiene una fuerte relación con el peronismo, especialmente por el énfasis en lo popular, en este caso a través de lo deportivo. De hecho, para este autor es una suerte de “obra testamentaria”, ya que anticipa la “agonía de la compañera del líder, que hasta el final se preocupa por ‘sus’ muchachos del club, los hijos que no ha tenido” (2012: 106).
Formando una “Escuela de campeones”: tres ejes para pensar la relación cuerpo y educación
En los párrafos que siguen presentamos una serie argumentos de por qué la película “Escuela de Campeones”, incluso con su carácter ficcional, permite reflexionar acerca de la documentación histórica de una práctica socio-cultural progresivamente legitimada como son los deportes, al mismo tiempo que presentar herramientas para comprender cómo la educación de los cuerpos sirvió para formar las subjetividades, a tono con los posicionamientos pedagógicos de la época. Para ello proponemos abordar desde las imágenes en movimiento tres ejes posibles de lectura: a) los modos educativos que se confrontan entre una vieja pedagogía reticente a los cambios frente a una nueva escolarización que cambia métodos, prácticas, saberes y discursos, b) la progresiva conceptualización de los deportes - en este caso el fútbol - como potenciales recursos pedagógicos para transmitir sentidos morales, cívicos y sociales, y c) la construcción de una estética particular del relato peronista, una puesta en escenas de una cosmovisión no solamente del pasado como historia, sino del presente como su efecto renovador; no solamente de un relato estético, sino fundamentalmente de un modo de narrar lo político.
Respecto de lo primero, resulta interesante comenzar por destacar que la propuesta educativa que desembarca Watson Hutton se postula a sí misma como contraria a las técnicas pedagógicas clásicas, tal como ocurría en el tradicional colegio Saint Andrew’s School, diferente a la que desde 1885 se transmite en su Buenos Aires English High School. Esta propuesta renovadora de Watson Hutton apunta principalmente a cambiar los modos de enseñanza: el material didáctico, los contenidos, los espacios escolares, etcétera. Empero, la propuesta del personaje interpretado por Jorge Rigaud apunta a que la educación trascienda los muros escolares: en efecto, lo innovador se basaba fundamentalmente en una “enseñanza para la vida”, una educación de valores que no sólo se desarrolle en el salón de clases, sino también que se despliegue en otros ámbitos, como en la familia, en la conducta religiosa en la escuela, o en la cancha de fútbol.
Ello puede verse de manera patente en algunas de las imágenes representativas de “Escuela de campeones”. Por caso, en una de las escenas iniciales, apenas llegado a Buenos Aires, Watson Hutton es recibido en el puerto por los principales directivos del Saint Andrew’s School, quienes según la narración fílmica, no ocultan su desconfianza, expresada tanto en sus gestos de recelo cuando lo ven como por el escepticismo de sus nuevos métodos didácticos: en el carruaje que los conduce desde el puerto hasta el colegio una de las directivas le consulta para qué eran esos palos (de golf) que llevaba, a lo cual el escocés le responde que sirven para educar, y luego de que, debido al zarandeo del vehículo, los palos de golf se cayeran encima de la señora, ésta reacciona diciéndole con desprecio: “tome señor, su biblioteca”.
Esta escena, así como algunos gestos que el sacerdote desarrolla en algunos pasajes del film, dejan entrever cierta legitimidad del uso de la violencia física como método de enseñanza. Contraria a esta postura, Watson Hutton en sus reiterados discursos sostiene la necesidad de reemplazar viejos usos pedagógicos, esgrimiendo un sentido compasivo y comprensivo para con los alumnos. Lo cual puede verse elocuentemente en la escena de la llegada del nuevo profesor al salón de clases, quien no sólo es recibido con una lluvia de piedrazos, sino que también se encuentra como bienvenida un dibujo satírico en el pizarrón. Acto seguido el sacerdote castiga al alumno mandándolo al rincón con el clásico sombrero de “orejas de burro”, aunque, sin embargo, es inmediatamente indultado por Watson Hutton, quien le cuenta a todos los estudiantes que el problema de esa situación era la mala calidad del monigote, y que no se preocupen por ello ya que aprenderán en clase cómo dibujar mejor al profesor. La secuencia termina con el alumno disculpándose con el profesor, quien lo despide con una sonrisa comprensiva, mientras rompe el sombrero de “orejas de burro” para encender un fuego.10 Es posible leer aquí también el protagonismo que el peronismo le da a la infancia, recuperando los ciertos discursos escolanovistas (Carli, 2002).
Por otro lado, en el mismo sentido también podría pensarse el papel que juega Margaret Budge en la trama de la película, así como el rol de la mujer en la historia escolar argentina: designada para ser tutora del recientemente llegado escocés a la Argentina, el rol de miss Margaret transita entre ser partenaire del hombre y al mismo tiempo cumplir una función femenina en la pareja pedagógica: acompañante, confidente, consejera, delicadamente gentil para con los alumnos y sensiblemente cortés para con Watson Hutton. En este sentido, el papel que interpreta la actriz Silvana Roth transita los dos mandatos morales dominantes en la Argentina de fines del siglo XIX y principios del XX sobre las mujeres: el de esposa de y el de madre. En otras palabras, más allá de la historia de amor que se forma entre Alejandro Watson Hutton y Margaret Budge que sostiene la narrativa del film, es posible interpretar el rol de la mujer en las escuelas finiseculares, ocupando el espacio contrario al de la figura de los sacerdotes y demás educadores masculinos, por momentos pasiva y por otros activa en la escolarización de alumnos, cercana a la histórica imagen de las maestras como “segundas madres”.
El segundo eje de lectura radica en el posicionamiento que se va forjando en las décadas iniciales del siglo XX, pero que se materializa con notoria fuerza política hacia 1950, de comprender que los deportes pueden funcionar como instrumento pedagógico para la enseñanza no sólo de modos de hacer, sino principalmente de modos de ser. Efectivamente, la historia de la Educación Física argentina muestra que hasta el segundo cuarto del siglo XX existía una fuerte resistencia en la centralidad gubernamental para incorporar a los currícula escolares las prácticas deportivas. Inclusive el método oficial de gimnasia para todos los establecimientos educativos, el Sistema Argentino de Educación Física, que funcionó hasta 1938 como reglamentación disciplinar, excluía a los deportes de las escuelas (Galak, 2012). Sin embargo, si hacia la década de 1940 se produce la incorporación y una consecuente masificación de la escolarización de los deportes, con el primer peronismo se desarrolla la definitiva legitimación curricular a partir de una pedagogización de los deportes (Galak, 2016), que implicó su interpretación como recursos pedagógicos para la transmisión de sentidos sobre el compañerismo, la solidaridad, el sacrificio, el respeto a la regla, a los compañeros, a la autoridad, etcétera.
Es posible identificar en “Escuela de campeones” una puesta en imágenes de lo que Norbert Elias (1992) define como el proceso de deportivización: en tanto análogo a un proceso civilizatorio, los deportes, pero sobre todo su percepción, atravesaron desde su fundación en el siglo XIX una sucesión de resignificaciones que los fueron transformando en lo que entendemos en la actualidad. De allí que no sorprenda el intertítulo inicial de la película, incluso antes de los créditos, que define el trasfondo de por qué la realización de este film: “Alumni, el viejo y glorioso, Alumni, nació en el colegio del Buenos Aires English High School. Su enseña roja y blanca fué [sic] el símbolo del juego limpio y del coraje leal”. Como puede verse, hay un claro sentido moral en la proyección de imágenes, así como en la importancia de enseñar deportes en las escuelas, incluso retomando un concepto que es más propio de 1950 que de 1880, como es la idea de “juego limpio”, hoy identificado bajo la idea de un fair-play.
Pero sin dudas la escena de mayor elocuencia en este sentido la representa el encuentro entre Alexander Watson Hutton y Domingo Faustino Sarmiento. Cuando el personaje interpretado por Jorge Rigaud se acerca al “padre” del aula argentina y por entonces ex-presidente, representado por Enrique Muiño,11 para solicitarle su apoyo para legalizar el nuevo establecimiento educativo e incorporar la enseñanza de deportes como parte del currículum escolar, se produce un diálogo que muestra un cambio de época pedagógico: luego de aceptar el pedido, el por entonces Superintendente de Escuelas se despide de Watson Hutton con las siguientes palabras: “un consejo, Míster: enseñe. A patadas, a trompadas, a empujones, pero enseñe”. Si bien no existen datos de que ese diálogo haya existido, o directamente que este encuentro se haya desarrollado, resulta interesante pensar los modos de regulación de la violencia en los deportes y su percepción, tal como trabajan Elías y Dunning (1992), cuando se piensa que pueda existir un uso pedagógico de la violencia regulada.
Al respecto del último eje, vale la pregunta de si “Escuela de Campeones” puede ser incluida como parte de una “estética peronista”, y es ineludible para querer responderla situarnos en el momento presente. Es que de 1945 hasta ahora el peronismo ha hecho su entrada en la historia de la Argentina en diversas oportunidades, recuperando en cada una de ellas elementos de la mística del ‘45 pero rearticulándola con otros elementos, por lo que es difícil una lectura lineal. Existen en el presente notables esfuerzos en el despliegue de un pensamiento que se ocupa de estudiar el peronismo y sus operaciones culturales,12 que incluyen al cine y a un modo de entender el cuerpo.
Quizá “Escuela de Campeones” pueda ubicarse en esa serie. No porque presente un acontecimiento que transcurra en los tiempos del primer peronismo, sino por el ejercicio que realiza de recuperar una historia y contarla con las claves de su época. En este sentido, el rescate del fútbol en clave popular, y su incorporación a la cultura argentina con los mismos valores que el peronismo sostuvo para el desarrollo del deporte y su inclusión en la educación, que son ejes en “Escuela de Campeones”, la ubican en sintonía con otras producciones del período, que pueden ser recuperadas para entender al peronismo como una cosmovisión que anuda lo político y lo sentimental (Pons, 2003). Es quizá, en este registro, donde podamos pensar el tratamiento que el film hace de la figura de Sarmiento: nos referimos a la recuperación de una figura instalada en la cultura popular como un visionario de lo que el peronismo estaba propiciando.
Es su registro ficcional y emotivo, con un relato sencillo y lineal propio del lenguaje cinematográfico que se pone en juego en el circuito del entretenimiento, de la mano de la maestría Pappier, lo permite incluirla como parte del cine peronista de la época, y a la que debió su éxito. A este respecto, Aguilar afirma:
“No puede haber reflexión alguna sobre el cine y a política durante el primer peronismo si no se considera la ‘perspectiva emocional’ o la química de los afectos tal como funcionan en el relato clásico cinematográfico con su autosuficiencia ficcional” (Aguilar, 2015: 414)
Por lo que será, en todo caso, su participación en la educación sentimental de las masas lo que le den valor, más allá de la falta de un contenido político explícito que le dé sentido.
Consideraciones finales
El discurso metahistórico le otorga nitidez a las diferencias de discurso en los tres períodos analizados: el pasaje finisecular, la mitad del siglo XX en pleno primer peronismo y la actualidad. La propia película, en su intertítulo inicial, se denomina a sí misma como “evocadora”, como “un homenaje a [la] memoria y un recuerdo”.
Es interesante pensar en el discurso metahistórico que el registro fílmico propone, habida cuenta de que lo que para el film en 1951 se interpretaba como innovador, claramente a más de medio siglo desde la actualidad ya no lo es. Ello permite comprender diversos planos de entendimientos sobre lo que significa “lo tradicional” y “lo moderno”, dos retóricas constantes en los discursos educativos en la historia argentina.
Por otro lado, leer esa doble operación desde un presente atravesado por el debate de la posibilidad del peronismo puede ser útil para visualizar los usos del pasado en las retóricas del presente. Sin concebir el film como recurso propagandístico, “Escuela de campeones” refleja en parte el discurso estético y político respecto de la educación en general y de la educación del cuerpo en particular.
Ficha Técnica:
Título: Escuela de campeones
Año: 1950
Duración: 95 min.
País: Argentina
Director: Ralph Pappier
Guion: Ernesto Escobar Bavio, Homero Manzi, Carlos Alberto Orlando
Música: Juan Ehlert
Fotografía: Pablo Tabernero (B&W)
Reparto: Jorge Rigaud, Silvana Roth, Pedro Quartucci, Enrique Muiño, Enrique Chaico, Carlos Enríquez, Héctor Coire, Gustavo Cavero.