INTRODUCCIÓN
Garantizar el desarrollo personal, educativo, social y laboral de las personas con discapacidad es uno de los grandes retos a los que la población mexicana se enfrenta. No en vano, y no solamente en México, las personas con discapacidad son uno de los colectivos más estigmatizados y discriminados en todos los ámbitos de su vida (Blanco, 2006; Morin et al., 2013; Verdugo y Schalock, 2013). Desde hace años, los datos que la Encuesta nacional sobre discriminación en México (INEGI, 2005, 2010, 2017) arroja son mayoritariamente negativos: las personas con discapacidad no cuentan con las mismas oportunidades para su plena participación en la sociedad, menos aun cuando además se añaden otras variables como género o etnicidad, lo cual es conocido como discriminación múltiple.
Si bien son muchas las barreras aún presentes para conseguir la inclusión en todas las áreas mencionadas, también es cierto que se han producido avances significativos en el logro de los derechos de esta población. En el marco que estable la Ley General para la Inclusión de las Personas con Discapacidad1 (México, 2011), en México, se otorga prioridad a las actuaciones en el ámbito educativo, por considerarse que la exclusión educativa es, de alguna manera, origen de otros muchos procesos de exclusión (Davis y Watson, 2001).
Teniendo en cuenta esta realidad, es prioritario indagar acerca de la situación de las personas con discapacidad en los ámbitos educativos, atendiendo a la compleja red de variables que promueven, o dificultan, la igualdad de oportunidades y el acceso a la educación de calidad en todas las etapas. En ese sentido, desde diferentes organismos e instituciones se aborda cómo transcurrir hacia la escuela inclusiva en América Latina, tomando como base el modelo social, aceptado por la comunidad científica como el enfoque más adecuado para la interpretación de la discapacidad (ver, por ejemplo, publicaciones de la UNESCO, 2004, 2005).
Este modelo, que también constituye el sustento teórico de nuestro trabajo, entiende que las dificultades de la persona para el logro de una vida de calidad no dependen exclusivamente de sus limitaciones individuales sino, sobre todo, de la interacción de las mismas con las condiciones de su contexto. Esto es, son las barreras presentes en el entorno las que obstaculizan en mayor medida la participación y no tanto las características del sujeto (Palacios y Bariffi, 2007; Verdugo, 2001). Por otra parte, y en cuanto a factores relacionados con el entorno, se ha diferenciado entre elementos que tienen que ver con barreras físicas y elementos que tienen que ver con barreras psicológicas. Estas últimas, referidas, entre otras cosas, a las actitudes hacia la discapacidad, suponen con frecuencia importantes obstáculos que dificultan la presencia, aprendizaje y participación de todos los alumnos, en igualdad de condiciones (Polo y López, 2006).
A nivel internacional, buena parte de los esfuerzos realizados hasta el momento, con el objetivo de eliminar barreras presentes, se centran en la etapa de la educación básica, caracterizada por mayores índices de inclusión de alumnado con discapacidad, aunque en el caso de América Latina aún queda lejos la universalización de la educación primaria (Blanco, 2006). Se prioriza la formación de los maestros, se implantan medidas de atención a la diversidad y, cada vez con más éxito, se asume un modelo educativo inclusivo dirigido a todos los alumnos, sin excepción, independientemente de su características o necesidades. Según revisiones como las de García (2011), Romero y García (2013), o Ezcurra (2003), los principales avances al respecto en el sistema educativo mexicano son: el incremento de alumnos con discapacidad atendidos en escuelas regulares, actitudes cada vez más positivas de todos los agentes educativos (familias, profesores, compañeros), y la mejora en los procesos de formación de los educadores, especialmente de maestros regulares en medidas de atención a la diversidad.
Sin embargo, existe todavía una brecha importante entre la atención que reciben los alumnos con discapacidad en etapas inferiores, obligatorias, y en niveles educativos superiores, no obligatorios. Es decir, las instituciones de educación superior, no solamente en México, están reaccionando con mayor lentitud a la hora de adoptar un modelo inclusivo (Alcántara y Navarrete, 2014; Cruz y Casillas, 2017). Las universidades son señaladas, con frecuencia, como instituciones especialmente resistentes al cambio, con barreras importantes para la plena inclusión (Tapia y Manosalva, 2012).
Centrándonos en México, no existen por el momento, datos sistemáticos acerca de la presencia de estudiantes con discapacidad en las universidades, algo que limita la creación de condiciones favorables y programas que favorezcan el desarrollo educativo de dichos alumnos. En un estudio reciente, Cruz y Casillas (2017) examinan un total de 53 universidades mexicanas con el objetivo de analizar la presencia de elementos y acciones que promuevan la inclusión de personas con discapacidad (políticas institucionales, programas específicos, servicios de apoyo, etc.). Solamente, en 12 de dichas universidades se reportaron alguno(s) de estos elementos, siendo este dato - además - insuficiente para asegurar que son universidades inclusivas y accesibles.
En ese sentido, y en vistas a la escasa presencia de la discapacidad en las universidades, cabría analizar variables relacionadas con la organización, las políticas y las estructuras propias de estas instituciones ¿Por qué la educación superior no está aún preparada para acoger en igualdad de condiciones a las personas con discapacidad? ¿Por qué las universidades siguen generando desigualdades y discriminaciones, aun cuando esto va en contra de su propia naturaleza como espacios de formación? Por otro lado, cabe cuestionarse las actitudes hacia las personas con discapacidad que forman parte también de la cultura universitaria. Si bien son estos aspectos menos perceptibles directamente, ya se ha mencionado su relevancia como barreras poderosas a la inclusión. En el marco anterior, se presentan en este artículo dos estudios relacionados con esta última cuestión: el papel de las actitudes hacia la discapacidad en un entorno universitario.
ACTITUDES HACIA LA DISCAPACIDAD
En el estudio de las causas de la discriminación o segregación, especialmente desde el modelo social mencionado, se señalan frecuentemente las actitudes negativas hacia las personas con discapacidad como importantes barreras invisibles (Goreczny et al., 2011; Martínez y Bilbao, 2011; Scior y Furnham, 2011; Werner et al. 2012). En este trabajo, partimos de la definición clásica de actitudes como aquellos procesos mentales que determinan una serie de respuestas, relativamente estables, con relación a un objeto (Allport, 1954; Triandis, 1971). Abordaremos, además de las actitudes entendidas de modo genérico, los prejuicios definidos como un tipo de actitud negativa y hostil hacia las personas con discapacidad por el hecho de pertenecer a ese colectivo.
Las actitudes han sido objeto de análisis durante años, no solamente en el ámbito educativo. Buena parte de la investigación a este respecto, se ha centrado en examinar las actitudes, tanto de la población general como de colectivos específicos, hacia las personas con discapacidad (para una revisión, ver el trabajo de Scior, 2011). Se constata que las actitudes hacia este grupo siguen siendo mayoritariamente negativas, a pesar de cierta evolución positiva durante los últimos años (Verdugo y Schalock, 2013). La investigación indica que las actitudes varían de acuerdo con una serie de variables moderadoras tales como el sexo, la edad o las experiencias de contacto con personas con discapacidad. En ese sentido, parecen existir ciertas tendencias: las mujeres muestran actitudes más positivas que los hombres (Dachez, Ndobo y Ameline, 2015; Goreczny et al., 2011), las personas que tienen contacto con personas con discapacidad muestran actitudes más positivas (Barr y Bracchitta, 2015; Cairns y McClatchey, 2013; García y Hernández, 2011; Morin et al., 2013; Ouellette-Kuntz et al., 2010; Pettigrew y Tropp, 2006; Seo y Chen, 2009) y las actitudes hacia personas con discapacidad física son más positivas que hacia aquellas con discapacidad intelectual (Barr y Bracchitta, 2015; Findler, Vilchinsky y Werner, 2007; Moreno et al., 2006). No obstante, existen también hallazgos contrarios a estas conclusiones. En el caso de García y Hernández (2011) señalan que las actitudes hacia las personas con discapacidad intelectual son más positivas que hacia aquellas con discapacidades físicas o sensoriales y que el contacto, cuanto menos frecuente, más relacionado está con actitudes positivas. También existen resultados contradictorios respecto a las actitudes de grupos de diferente edad: estudios como los de Goreczny et al. (2011), Morin et al. (2013) o García y Hernández (2011), encuentran que los jóvenes mantienen actitudes más positivas que las personas mayores, mientras que Harper y Peterson (2001) o Ten-Klooster et al. (2009) aportan lo contrario.
En el caso de México, son escasos los estudios que analicen las actitudes hacia este grupo de población y prácticamente inexistentes en entornos universitarios. Encontramos trabajos como los de García y Hernández (2011) que reportan que aquellas personas con un nivel educativo alto, jóvenes (13-30 años), procedentes de zona urbana, que no profesan ninguna religión y que han mantenido contacto esporádico con personas con discapacidad, tienen actitudes más positivas que aquellos del ámbito rural, con menor formación, de mayor edad, pertenecientes a una religión determinada, sin contacto previo con esta realidad. Por su parte, Barradas et al. (2014), con una muestra de académicos, en el estado de Veracruz, analiza las actitudes hacia la discapacidad motriz. Su conclusión es que las actitudes son mayoritariamente positivas aunque existen ciertos aspectos de mejora (por ejemplo, la disposición de los sujetos a interactuar con personas con discapacidad). Estos hallazgos coinciden en general con los de Cruz (2016), con miembros de la comunidad universitaria (estudiantes, docentes y personal administrativo), también de Veracruz, que apuntan a actitudes favorables hacia las personas con discapacidad, pero que plantean una discriminación latente al no contar con los medios mínimos necesarios para el acceso de este colectivo a la universidad. Estos son ejemplos de estudios sobre esta temática, pero cuyas conclusiones están lejos de ser definitivas.
El análisis de las actitudes es tarea compleja dado que hacen referencia a una realidad multidimensional y, con frecuencia, interpretada desde posiciones muy variadas. Quizá por eso, tanto a nivel internacional como en el caso de México, los datos respecto a los factores que están relacionados con las actitudes son, en gran parte, todavía confusos. En el caso de los prejuicios, diversos investigadores han planteado la posibilidad de que existan dos tipos de actitudes negativas: clásicas (overt attitudes - prejuicios explícitos, que con el tiempo reflejan una perspectiva políticamente incorrecta) y modernas (covert attitudes - prejuicios implícitos, que de una forma más sutil reflejan rechazo) (Akrami, Ekehammar y Araya, 2000; Akrami et al. 2006). Estos últimos estarían caracterizados por tres componentes: negar la discriminación, oposición a las demandas del grupo de discriminado y resentimiento hacia el “trato de favor” que podría recibir dicho grupo. Esta distinción, que además se ha identificado en contextos culturales diversos, explicaría en parte la desaparición de ciertas actitudes negativas que, sin embargo, al surgir otras nuevas no consigue frenar la discriminación (Akrami et al., 2006).
En el marco anterior, se presentan en este trabajo dos estudios que permitan ampliar los datos disponibles sobre actitudes hacia las personas con discapacidad en México, en un contexto universitario: uno de ellos centrado en los prejuicios (Estudio 1), basándonos en la teoría de prejuicios explícitos e implícitos, y otro centrado en las actitudes hacia la discapacidad (Estudio 2) entendidas de un modo más genérico.
MÉTODO
Ambos estudios se llevaron a cabo desde un enfoque cuantitativo, mediante un diseño exploratorio de corte transversal, en el que se aplicaron instrumentos estandarizados de autoreporte a estudiantes de maestría en el área de pedagogía, en la ciudad de Puebla (México). Los objetivos concretos de esta investigación son:
valorar los prejuicios y actitudes hacia las personas con discapacidad en dos grupos de universitarios;
comprobar la adecuación de dos instrumentos a la población de estudio; y
examinar la relación que guardan los prejuicios y las actitudes con determinadas variables sociodemográficas y personales.
Los datos del Estudio 1 fueron recogidos durante mayo de 2014, mientras que el Estudio 2 se llevó a cabo durante mayo de 2016. En ambos casos, los datos se analizaron con el paquete estadístico SPSS versión 20.0. Se realizó un estudio de las principales características psicométricas de los instrumentos, así como una exploración de la normalidad de los datos y la homogeneidad de las varianzas, un análisis descriptivo de las distintas variables (análisis de frecuencias, medias y desviación típica) y una comparación de las mismas según características demográficas.
ESTUDIO 1
PARTICIPANTES
La muestra constó de 611 estudiantes (Tabla 1).
Variables | Datos sociodemográficos | Fr | % |
---|---|---|---|
Sexo | Hombre | 97 | 15,9 |
Mujer | 514 | 84,1 | |
Edad | 20-30 | 363 | 59,4 |
31-40 | 179 | 28,8 | |
41-50 | 52 | 8,5 | |
51-60 | 17 | 2,7 | |
Contexto laboral | Urbano | 366 | 59,9 |
Semiurbano | 126 | 20,6 | |
Rural | 119 | 19,4 | |
Años de experiencia profesional | 0-5 | 334 | 54,66 |
6-10 | 94 | 15,38 | |
11-15 | 50 | 8,18 | |
16-20 | 14 | 2,29 | |
21-25 | 7 | 1,14 | |
26-30 | 8 | 1,3 | |
31-35 | 1 | 0,16 | |
No respondieron | 103 | 16,9 |
Fr: frecuencia.
Fuente: Base de datos de la investigación.
Elaboración de las autoras.
INSTRUMENTO
Los datos se recogieron a través de un cuestionario formado por tres secciones. La sección 1 incluye variables sociodemográficas y personales que han mostrado cierta relación con las actitudes hacia las personas con discapacidad, en investigaciones previas. La sección 2 recoge el contacto con personas con discapacidad, dado su papel potencial en la explicación y predicción de las actitudes. La sección 3 está formada por la escala Modern and Classical Attitudes Scales Toward People with Intellectual Disabilities (Akrami et al., 2006). Contiene 19 ítems que se responden según una escala de tipo Likert (1= Fuertemente en desacuerdo a 5= Fuertemente de acuerdo), de las cuales 8 reflejan prejuicios explícitos y 11 prejuicios implícitos. Los datos acerca de la fiabilidad y consistencia interna de la escala, para esta muestra, aportan un Alfa de Cronbach del conjunto de ítems de 0,711 (19 ítems). No obstante, si analizamos según factores, prejuicios clásicos o explícitos y modernos o implícitos, muestran valores menores, no aceptables. Por lo tanto, se ha utilizado la escala en su conjunto para reflejar la variable “prejuicios”, aunque se tendrá en cuenta la presencia de los dos factores en la interpretación de resultados.
RESULTADOS
En cuanto al contacto previo con la discapacidad, del total de participantes (n=611), la mayoría afirmó conocer o haber conocido alguna persona con discapacidad (n=404). De manera más específica, los participantes señalaron tener familiares con discapacidad (n=113), contar con experiencia profesional con personas con discapacidad (n=155), tener experiencia de voluntariado con personas con discapacidad (n=60), tener/haber tenido compañeros de escuela o trabajo, amigos o conocidos (n=59) y algunos señalaron haber tenido contacto con personas con discapacidad pero no especificaron su parentesco con ellas (n=17). Respecto al tipo de discapacidad con la que han tenido contacto, se mencionaron trastornos asociados a todos los tipos de dificultades: discapacidad auditiva, discapacidad intelectual, discapacidad física y discapacidad visual (algunos de ellos: trastorno del espectro autista, déficit de atención e hiperactividad, dislexia, distrofia muscular, epilepsia, hidrocefalia, parálisis cerebral, problemas de lenguaje, síndrome de Down y síndrome de West).
En cuanto a las respuestas de la escala de Akrami et al. (2006), la puntuación promedio de los participantes es de 2,30 (DT = 0,39) (siendo las puntuaciones más altas indicativo de mayores prejuicios). La mayoría de los ítems obtienen valores por debajo de 3. Únicamente, encontramos un ítem en valores más altos: las personas con discapacidad intelectual se están volviendo muy exigentes en su lucha por la igualdad de derechos (valor medio = 3,23; DT = 1,08). Los ítems con puntuaciones más bajas son: como el resto, las personas con discapacidad intelectual tienen objetivos y metas en su vida (valor medio = 1,88; DT = 0,84) y es justo que las personas con discapacidad intelectual reciban apoyo especial de la sociedad para encontrar puestos de trabajo adecuados (valor medio = 1,97; DT = 0,89).
En cuanto a la incidencia que tienen las variables sociodemográficas y de contacto sobre las actitudes, dada la no normalidad de los datos, los análisis no paramétricos realizados (U de Mann-Whitney para dos muestras independientes y Kruskal-Wallis para muestras múltiples) indicaron que no hay diferencias significativas en la escala global. Así lo señalan los análisis para comparar grupos en función del sexo (z=0,887; p=0,375), los años de experiencia ((2=2,44; p=0,486), el tipo de contexto laboral ((2=0,105; p=0,949), y la edad ((2=2,97; p=0,226). Tampoco existen diferencias significativas con relación al contacto previo personal (z=1.477; p=0,140), profesional (z=1.294; p=0,196), o como voluntarios con personas con discapacidad (z=0,829; p=0,407).
Sí se encontraron diferencias significativas en ítems concretos, según los grupos, como se describe a continuación. En cuanto al sexo, se observaron diferencias en los ítems siguientes: es justo que las personas con discapacidad intelectual a veces reciban apoyo especial de la sociedad para encontrar puestos de trabajo adecuados (z=2,48; p=0,013); las personas con discapacidad intelectual reciben muy poca atención en los medios (z=2,72; p=0,006); sería imprudente que una persona sin discapacidad intelectual se casara con una persona con discapacidad intelectual (z=2,47; p=0,013). En todos los casos, las mujeres apuntan actitudes más positivas.
En lo que refiere a la edad, se encontraron diferencias significativas en los ítems siguientes: como el resto de las personas, las personas con discapacidad intelectual tienen objetivos y metas en su vida (z=2,19; p=0,029); sería imprudente que una persona sin discapacidad intelectual se casara con una persona con discapacidad intelectual (z=2,26; p=0,024). En ambos casos, las personas con más de 30 años de edad manifiestan actitudes más negativas. En cuanto a los años de experiencia laboral, se encontraron diferencias significativas en los ítems siguientes: como el resto de personas, las personas con discapacidad intelectual tienen objetivos y metas en su vida ((2=8,57; p=0,036); sería imprudente que una persona sin discapacidad intelectual se casara con una persona con discapacidad intelectual (X2=9,82; p=0,020); las personas con discapacidad intelectual tienen menos fuerza de carácter que las personas sin discapacidad intelectual ((2=11,44; p=0,010).
En todos los casos, las personas con más de 20 años en el trabajo apuntan más prejuicios. Respecto al contexto de los participantes (urbano, rural, semiurbano) se observaron diferencias significativas en el ítem: las personas con discapacidad intelectual tienen menos fuerza de carácter que las personas sin discapacidad ((2=7,72; p=0,021). Las personas que trabajan en un contexto urbano señalan mayores prejuicios que las personas de un contexto semiurbano (z=2,74; p=0,006). Finalmente, los participantes que no conocen a personas con discapacidad refieren mayores prejuicios, reflejados en los ítems: la mayoría de las personas con discapacidad intelectual carecen de las cualidades que cualquier miembro de la comunidad debe tener (z=2,76; p=0,006); las personas con discapacidad intelectual deberían vivir en lugares protegidos debido a los peligros presentes en la sociedad (z=2,23; p=0,026).
ESTUDIO 2
PARTICIPANTES
La muestra constó de 308 estudiantes de la misma universidad que los participantes del Estudio 1 (Tabla 2).
INSTRUMENTO
El cuestionario, también en este caso, está formado por tres secciones: sección 1, sobre variables demográficas, sección 2, sobre contacto con personas con discapacidad (comunes con el Estudio 1) y sección 3, compuesta por la Escala Actitudes hacia las personas con discapacidad, Forma G, de Verdugo, Arias y Jenaro (1994). Consta de 37 ítems con respuesta de tipo Likert (1= Muy de acuerdo con 6= Muy en desacuerdo), distribuidos en cinco factores:
Valoración de capacidades y limitaciones;
Reconocimiento/ Negación de derechos;
Implicación personal;
Calificación genérica; y
Asunción de roles.
Se examinó la fiabilidad del instrumento, encontrando los valores Alfa de Cronbach que se muestran a continuación (Tabla 3).
RESULTADOS
Del total de participantes (n=308), aquellos que afirmaron haber tenido contacto con personas con discapacidad (n=206)2 señalaron: tener familiares con discapacidad (n=68), tener experiencia profesional con personas con discapacidad (n=112), contar con experiencia en voluntariado con personas con discapacidad (n=21) y tener amigos o conocidos (n=55). Los participantes refieren haber tenido experiencia con personas con discapacidad física (n=62), sensorial (n=38), intelectual (n=96) y múltiple (n=14).
Respecto a las actitudes hacia las personas con discapacidad, según la escala de Verdugo, Arias y Jenaro (1994), la puntuación promedio de los ítems para esta muestra es de 4,8 (DT = 0,57), lo cual es indicativo de una actitud favorable hacia las personas con discapacidad. El análisis descriptivo de cada uno de los factores indica valores positivos (Tabla 4).
Variables | Media | Media teórica | DT | Rango actual | Rango posible | ||
---|---|---|---|---|---|---|---|
Min. | Max. | Min. | Max. | ||||
Actitudes-global | 178,8 | - | 21,3 | 69 | 220 | 37 | 222 |
Factor 1 | 44,9 | 45,75 | 6,9 | 21 | 60 | 10 | 60 |
Factor 2 | 1.155,3 | 56,69 | 7,9 | 17 | 66 | 11 | 66 |
Factor 3 | 38 | 30,52 | 4,8 | 7 | 42 | 7 | 42 |
Factor 4 | 522,5 | 21,56 | 3,6 | 11 | 30 | 5 | 30 |
Factor 5 | 18 | 16,79 | 3,6 | 7 | 24 | 4 | 24 |
DT: Desviación Típica.
Fuente: Base de datos de la investigación.
Elaboración de las autoras.
Para los factores 1 (Valoración de capacidades y limitaciones) y 2 (Reconocimiento/ Negación de derechos), las medias de la muestra se sitúan ligeramente por debajo de lo esperado teóricamente; y para los factores 3 (Implicación personal), 4 (Calificación genérica) y 5 (Asunción de roles) son superiores.
Las pruebas realizadas para la comparación entre grupos (Prueba T de Student para dos muestras independientes, y ANOVA de un factor, Bonferroni para muestras múltiples) indican que no existen diferencias significativas en función del sexo, edad, experiencia de contacto con personas con discapacidad, razón del contacto o frecuencia del contacto. Al ser este un factor especialmente relevante, examinaremos con mayor detenimiento las diferencias en función del contacto previo con la discapacidad.
En ese sentido, a pesar de no haber diferencias significativas, las puntuaciones medias de las personas que señalan tener o haber tenido relación con personas con discapacidad son superiores en todos los factores, que aquellas que no. Además, se encuentran diferencias significativas en los ítems siguientes: las personas con discapacidad deberían tener las mismas oportunidades para el empleo que los demás (t=2.590; gl=306; p=0,010); muchas personas con discapacidad pueden ser profesionales competentes (t=2.284; gl=306; p=0,023); a las personas con discapacidad se les debería impedir votar (t=2.244; gl=306; p=0,026); las personas con discapacidad pueden hacer muchas cosas tan bien como cualquier otra persona (t=2.816; gl=306; p=0,005); la mayoría de las personas con discapacidad sienten que son tan valiosas como cualquiera (t=2.550; gl=306; p=0,011); se debería prevenir que las personas con discapacidad tuvieran hijos (t=2.460; gl=306; p=0,014).
En todos estos casos, las personas que han tenido contacto con la discapacidad refieren actitudes más positivas. En cuanto a la diferencia en función del tipo de discapacidad con el que se ha mantenido contacto previo, únicamente existen diferencias significativas en el factor 3 (Implicación personal) entre aquellos participantes que han tenido relación con personas con discapacidad física y aquellos que han tenido relación con personas con discapacidad sensorial (T-test corregido por Bonferroni, p=0,004), mostrando los primeros actitudes más positivas.
DISCUSIÓN
La universidad como contexto educativo se encuentra en México aún lejos de considerarse un entorno plenamente inclusivo. En ese sentido, son varios los autores que hablan de cierta resistencia al cambio en el sistema universitario (Cruz y Casillas, 2017; Tapia y Manosalva, 2012). La propia estructura organizativa, las barreras arquitectónicas, la falta de servicios que promuevan la inclusión o las actitudes negativas hacia la discapacidad pueden ser factores explicativos de dicha resistencia. Si bien es complejo analizar toda esta red de influencias, parece que las actitudes acerca de las personas con discapacidad ejercerían un rol importante, como barreras a la plena inclusión. En ese sentido, la investigación durante los últimos años apuesta por el análisis de dichas variables, tanto en contextos universitarios como en otros niveles educativos.
Teniendo en cuenta dicho marco, se han presentado en este trabajo dos estudios en un contexto universitario, con muestras de estudiantes de posgrado, acerca de sus prejuicios y actitudes hacia las personas con discapacidad. Se han utilizado para ello dos instrumentos, con el objetivo adicional de testar su funcionamiento en México, dada la falta de herramientas específicas que se ajusten al contexto cultural y social de este país. Las respuestas de los participantes en ambos estudios reflejan, mayoritariamente, una posición favorable hacia las personas con discapacidad (escasos prejuicios y actitudes positivas). La tendencia de los universitarios a mantener actitudes positivas ha sido señalada por investigaciones previas como las de Araya-Cortés, González-Arias y Cerpa-Reyes (2014), Moreno et al. (2006), Upton y Harper (2002), Polo, Fernández y Díaz (2011) o Gómez y Infante (2004), considerando a este grupo como una población proinclusión respecto a otros colectivos. Investigaciones con muestras de diferentes edades y background cultural y social evidencian actitudes menos positivas (Jiménez y Huete, 2002).
En el Estudio 1 se ha utilizado la escala sobre actitudes explícitas e implícitas de Akrami et al. (2006). Es, desde nuestro conocimiento, la primera vez que se utiliza esta escala en el contexto de este país, por lo que supone un trabajo novedoso. Sin embargo, los datos arrojados por los análisis no son del todo satisfactorios. En primer lugar, para esta muestra los datos sobre la fiabilidad de las dimensiones de la escala no son aceptables, por lo que se optó por realizar los análisis de la escala en su conjunto. En ese sentido, este instrumento no nos permite discriminar los dos tipos de prejuicios. Si bien la presencia de prejuicios, clásicos y modernos, parece ser común en diferentes contextos y momentos históricos (Akrami et al., 2006), podemos inferir que el contenido de los mismos es probable que varíe en función del entorno socio-cultural. No en vano, recientemente, la investigación se ha interesado por otro tipo de factores que pudieran estar ejerciendo influencia en las actitudes hacia la discapacidad, relacionados con valores culturales (Hampton y Xiao, 2007; Scior, 2011; Scior et al., 2010).
En este caso, entendemos que la realidad de la muestra mexicana, determinada por condiciones económicas, históricas, sociales y políticas concretas, es la que podría explicar cuáles son los prejuicios hacia la discapacidad, y cómo varían a lo largo del tiempo. Algunas de esas condiciones pueden estar relacionadas con aquellas que se viven en el resto del país, por ejemplo, la estrecha relación entre condiciones de pobreza y población con discapacidad, la fragmentación cultural, la brecha económica entre ciertos grupos de población o los bajos índices de educación inclusiva que no promueven el contacto entre personas con discapacidad y el resto de la población (Blanco, 2006).
En segundo lugar, no se han encontrado diferencias significativas entre los grupos, de modo que las variables incluidas no parecen ejercer influencia sobre las actitudes o bien se encuentran asociadas a muchas otras variables no contempladas en nuestra investigación. Las propias características de la muestra, quizá demasiado homogénea, probablemente hayan influido en dichos resultados. No obstante, algunos otros trabajos coinciden en señalar la ausencia de diferencias entre grupos (Bausela, 2009; García y Hernández, 2011). A pesar de ello, se encuentran diferencias menores en algunos de los ítems en función de determinadas variables. Se corrobora que las mujeres y los jóvenes mantienen actitudes más positivas hacia las personas con discapacidad (Domínguez et al., 2014; García y Hernández, 2011; Martínez y Bilbao, 2011).
En cuanto al Estudio 2, se utilizó la Escala Actitudes hacia las personas con discapacidad, Forma G, de Verdugo, Arias y Jenaro (1994), una herramienta ampliamente aplicada en contextos diversos, durante años, para la valoración de actitudes. La muestra participante manifiesta actitudes positivas hacia las personas con discapacidad, como revelan las puntuaciones medias cercanas a la media tanto en la escala completa como en cada factor analizado. Este hallazgo es compartido por investigaciones que han utilizado el mismo instrumento, como las de Araya-Cortés, González-Arias y Cerpa-Reyes (2014), Gómez e Infante (2004), Moreno et al. (2006), Martínez y Bilbao (2011), o Polo y López (2006). Las valoraciones más positivas las encontramos en el factor 3 (Implicación personal), lo cual es indicativo de una buena disposición ante la interacción con personas con discapacidad en ámbitos personales, sociales y laborales. Estudios como los de Araya-Cortés, González-Arias y Cerpa-Reyes (2014), Martínez y Bilbao (2011) coinciden en señalar este factor como el más positivo; mientras que otros como Moreno et al. (2006) o García y Hernández (2011) precisamente lo señalan como el factor menos valorado. En nuestro trabajo, existen tres factores cuyas puntuaciones promedio está por debajo de la media esperada teóricamente: Valoración de capacidades y limitaciones y Reconocimiento/Negación de derechos. Por lo tanto, las actitudes más negativas de la muestra están referidas a la valoración sobre las personas respecto su capacidad de aprendizaje (aspecto especialmente relevante dado el ámbito universitario al que nos referimos) y al reconocimiento de sus derechos fundamentales (por ejemplo, derecho al voto).
Por otra parte, no se han encontrado diferencias reseñables en las puntuaciones de cada factor, en función del sexo, la edad, la experiencia de contacto previo con personas con discapacidad, la razón de dicho contacto o la frecuencia. Si bien algunos estudios refieren diferencias entre grupos, como se ha señalado previamente, también existe un buen número de investigaciones que refieren no encontrar diferencias significativas en función de variables como edad, sexo o titulación, en el caso de universitarios (Bausela, 2009; García y Hernández, 2011; Gómez y Infante, 2004). Mención aparte hemos realizado de la variable Contacto, cuyos hallazgos al respecto resultan contradictorios. En el presente estudio no se han encontrado diferencias significativas en función del contacto de manera similar a trabajos como el de Araya-Cortés, González-Arias y Cerpa-Reyes (2014). Por su parte, Bausela (2009) o Polo, Fernández y Díaz. (2011) sí señalan diferencias en determinados factores (mejores actitudes en aquellos que han tenido relación), si bien la razón o la frecuencia no parecen ejercer influencia. Por el contrario, Domínguez et al. (2014) encuentra una correlación entre frecuencia de contacto y actitudes: a mayor contacto con personas con discapacidad, mejores actitudes, en la puntuación global de la escala.
En el caso de nuestro estudio, a pesar de no hallar diferencias significativas, las puntuaciones medias tienden a ser más altas en aquellas personas que han tenido relación con la discapacidad, tal y como ocurre en otros trabajos (Martínez y Bilbao, 2011). La cuestión de si el contacto previo con las personas con discapacidad, por sí mismo, genera actitudes favorables ha sido abordada por algunos autores en profundidad. Parece ser, en ese sentido, que es más importante la calidad y el tipo de relación que la cantidad o el mero conocimiento de personas con discapacidad (MacManus, Feyes y Saucier, 2010), dato especialmente importante de cara a la planificación de acciones de sensibilización y erradicación de actitudes negativas o prejuicios. Otros estudios (Parasuram, 2006), curiosamente, encuentran actitudes más negativas en personas que han tenido contacto previo con la discapacidad, quizá atribuibles al cansancio de una relación de cuidado o atención más intensa. Precisamos de trabajos futuros para ahondar en estas variables cuyo análisis vemos que es complejo.
Cabe señalar algunas limitaciones de este trabajo con el fin de interpretar adecuadamente los datos expuestos. En primer lugar, la escasa representatividad de la muestra respecto a la población general universitaria que no permite generalizar conclusiones (todos los participantes están cursando estudios de maestría en el área de pedagogía, habiendo realizado un muestreo intencional). Quedaría por analizar el contenido específico acerca de la discapacidad que puede formar parte de dichos estudios así como el tipo de formación previa recibida. En segundo lugar, el alcance relativo de los instrumentos que, en el caso del Estudio 1, no presenta índices de fiabilidad aceptables en cuanto a las subescalas. En ese sentido, la escala de Verdugo, Arias y Jenaro (1994) se presenta como más adecuada para la valoración de las actitudes. Aún con ello, el uso de escalas autoadministradas - aunque muy difundido - ha sido cuestionado por muchos en cuanto a su incapacidad para predecir la conducta real de forma consistente. Así pues, cabría preguntarse por la validez de las herramientas utilizadas para la valoración de actitudes que, siendo mayoritariamente positivas en muchas investigaciones, no tienen por qué tener asociados mayores índices de inclusión. Es decir, ¿en qué medida es “real” la conexión entre las actitudes mostradas y la conducta respecto a las personas con discapacidad? Consideramos relevante seguir profundizando en el uso y adecuación de instrumentos como el de Akrami et al. (2006) que pueden aportar luz en esta cuestión. En tercer lugar, se ha realizado un análisis descriptivo y comparativo que permite identificar cierta tendencia en cuanto a las actitudes de los diferentes grupos de universitarios, pero impide hablar de causalidad.
CONCLUSIONES
Los datos aportados en este trabajo, en líneas generales, señalan una actitud positiva hacia las personas con discapacidad por parte de estudiantes universitarios: valoran sus capacidades, son conscientes de la importancia de defender los derechos de este grupo de población, reconocen su valía personal y no asumen estereotipos centrados en ideas como la excesiva dependencia, la victimización o el trato de favor. En ese sentido, la tendencia a valorar de forma realista y positiva a las personas con discapacidad es una buena señal de cara a la eliminación de barreras intangibles (prejuicios y actitudes negativas), por lo que entendemos que al menos la cultura universitaria, en cuanto a actitudes concretas sobre esta realidad, es favorable.
No obstante, y dadas las limitaciones señaladas previamente, los resultados deben ser interpretados con cautela. En ese sentido, urge ampliar los estudios sobre actitudes con muestras más amplias y heterogéneas. Los futuros trabajos deberían orientarse a desarrollar instrumentos válidos y adaptados a la realidad mexicana, incluir un amplio rango de variables que expliquen la variabilidad de perspectivas de la población acerca de las personas con discapacidad y diseñar acciones para la superación de prejuicios y que favorezcan, de este modo, el respeto y reconocimiento de la diversidad como parte de la sociedad. Sería interesante profundizar en la perspectiva acerca de prejuicios explícitos e implícitos, ateniendo a la idiosincrasia propia de dicho país. Quizá el desarrollar instrumentos culturalmente adaptados nos permitiera una comprensión más completa de las actitudes y prejuicios presentes. En ese sentido, puede que estudios como los presentados sean demasiado genéricos y no lleguen a abordar actitudes negativas enraizadas en la población mexicana, más allá de actitudes generales.
Por otra parte, la presencia de una actitud favorable no nos permite establecer conclusiones definitivas ni realizar predicciones acerca del comportamiento de los universitarios para con personas con discapacidad (por ejemplo, compañeros). La escasa presencia de personas con discapacidad en la universidad (como alumnos/as o profesionales) hace difícil estudiar la relación verdadera entre actitudes y conductas; más aún cuando la investigación advierte de que el mero contacto, por sí mismo, no asegura una buena disposición o interacción. En ese sentido, sería adecuado desarrollar acciones que promovieran verdaderos intercambios entre personas, de igual a igual, no basados en relaciones de compasión o caridad, como ha ocurrido durante décadas anteriores. La verdadera inclusión llegará en el momento en que todas las personas, diversas en sus capacidades, orígenes, circunstancias y motivaciones, compartan espacios educativos en igualdad de condiciones. Y hasta ese momento, la investigación debe seguir profundizando en las causas de la exclusión para poder avanzar.