1 Introducción
Hablar de “Freire en España” puede significar dos cosas diferentes: o bien, referirse a cuando él estuvo en persona en territorio español (dónde, cuándo, por qué …); o bien tratar sobre la influencia que ha tenido su obra en la pedagogía española. En las páginas siguientes aludiremos a ambas cosas, si bien respecto a ninguna de ellas podremos ser exhaustivos; para ello haría falta no sólo mucho más espacio, sino disponer de una información que requeriría estudios rigurosos, muchos de los cuales están todavía por hacer.1
El contenido de este texto lo hemos distribuido en dos partes más un epílogo. La primera para tratar sobre la presencia de la obra de Freire en la España del final del franquismo y de los años de la transición política hacia la democracia. En la segunda parte nos referiremos al período democrático; en él, el pensamiento y la obra de Freire ya constituyen en España una referencia ineludible. Es época de encuentros y homenajes; y ahí ya podremos aludir a algunos episodios de su presencia personal en tierras españolas. Finalmente, bajo el título de “Freire después de Freire”, comentaremos algunos de los peligros que se pueden derivar - que ya se han derivado - de un cierto e indeseable proceso de mitificación de la figura de Freire. Algo que hemos percibido en la pedagogía española, pero que probablemente sea extensivo a nivel internacional.
2 Freire durante el franquismo y la transición democrática
2.1 El contexto de la dictadura franquista
Para comprender lo que significó la obra de Paulo Freire en la España de los años 70 - que es cuando sus ideas empiezan a llegarnos - hay que ubicarse en lo que fue la última etapa de la larga dictadura franquista. Como ha explicado Antonio Viñao en un artículo sobre La educación en el franquismo (1936-1975), el régimen instaurado por el general Franco después de la guerra civil fue calificándose, entre otras denominaciones, como “cruzada”, “estado totalitario”, “dictadura constituyente” e incluso - en un alarde de mixtificación - como “democracia orgánica”. Pero fuera cual fuera la retórica con la que pretendiera auto-legitimarse, el régimen franquista no dejó de ser nunca una dictadura militar, amparada por la jerarquía católica, en la que incluso eran apreciables “restos feudales” y “pre-modernos”, con claras formas de “dominación de la oligarquía financiera y la aristocracia terrateniente” (VIÑAO, 2014, p. 20).
En el terreno educativo, el franquismo rechazó de plano el modelo pedagógico liberal y republicano que antes había intentado instaurar la II República española (1931-1936), promoviendo la modernización del sistema e impulsando la escuela pública, obligatoria, laica y mixta, así como la erradicación del analfabetismo que en 1931 afectaba al 40% de la población. Todo eso se vino abajo después de la guerra civil (1936-1939). El régimen franquista quiso “fundamentar en lo religioso-patriótico toda la teoría y práctica educativa” (MAYORDOMO, 1997, p. 150). Con el nacionalcatolicismo la misión encargada al sistema educativo fue la de recristianizar a la sociedad española e inculcar una ideología netamente totalitaria por medio de la que llamaron “Formación del Espíritu Nacional”2: La iglesia adquirió en este contexto un papel hegemónico en el ámbito de la educación formal a través del casi monopolio de los centros de iniciativa privada, de la religión católica como materia escolar obligatoria y de la dirección de una política educativa puesta en manos mayoritariamente de miembros de asociaciones católicas muy reaccionarias3.
2.2 Freire en la clandestinidad
Aunque durante sus últimos años (primera mitad de los 70), la dictadura ya no ofreciera su faz más fascista, seguía siendo una dictadura plena; de modo que la libertad de expresión aun brillaba por su ausencia, se continuaba persiguiendo y encarcelando a las personas por sus ideas políticas y los demás derechos democráticos fundamentales tampoco eran en modo alguno respetados. Siendo tal el escenario, no ha de extrañar a nadie que la introducción en España de la pedagogía freiriana tuviera características especiales. Una de ellas fue la de un cierto halo de clandestinidad. Un indicio de ello es el hecho de que la primera versión de la Pedagogía del oprimido que circuló por España fue una edición pirata, multicopiada, que alguien se preocupó de traducir, reproducir y distribuir clandestinamente por determinados círculos pedagógicos4. Uno de los autores del artículo conserva desde entonces un ejemplar de esta edición policopiada (v. imagen 1); y sirva como curiosidad que, cuando Paulo Freire estuvo entre nosotros para ser investido Honoris Causa por la Universidad de Barcelona, al mostrarle el ejemplar en cuestión, tuvo interés en conocer la historia de esta edición pirata de su libro más emblemático. Aunque, a decir verdad, tampoco se mostró sorprendido de que en una dictadura como la franquista su obra tuviera que circular por aquellos conductos. No es extraño que enseguida valorara el mérito de aquellos editores clandestinos, pues él mismo tuvo que sufrir cárcel y exilio a causa de una dictadura.
Tampoco habrá que explicar demasiado que durante aquellos últimos años de la dictadura franquista y los subsiguientes de la transición a la democracia, quienes más interés tuvieran por el pensamiento y las propuestas de Freire fueran los sectores pedagógicos más ideológicamente vinculados a la izquierda política. Y, en especial y por supuesto, como enseguida veremos, los movimientos de base de la educación de personas adultas.
Con la muerte del dictador, la obra de Freire se pudo ya editar y divulgar sin dificultad. La transición democrática posibilitó que fuera emergiendo una lectura crítica del papel que había de desempeñar el sistema educativo. La institución escolar, entendida por cierta izquierda marxista sólo como un aparato ideológico de estado que reproducía de forma ineluctable la estructura de clases sociales y la ideología dominante, necesitaba ser revisada. Para ello, resultó muy relevante la lectura de autores como Paulo Freire, Bogdan Suchodolski, o Lorenzo Milani. Es decir, pedagogos en el más pleno sentido de la palabra e inequívocamente izquierdistas e incluso marxistas, pero que proponían alternativas viables al papel puramente reproductor del sistema educativo en el marco de las sociedades capitalistas. Lejos, por tanto, de aquellos planteamientos sociologistas - generadores de un pesimismo pedagógico desmovilizador - que se limitaban a atribuir a la educación un papel irremisiblemente reproductor.5
Valga como testimonio de lo que significó el pensamiento de Freire en aquellos años de la transición española hacia la democracia la larga entrevista que publicó Cuadernos de Pedagogía en 1975. Esta revista era en aquellos años una publicación de referencia para los movimientos de renovación pedagógica españoles; y seguramente la entrevista fue una de las primeras realizadas al pedagogo brasileño por una publicación periódica española. En la entrevista se empezaba presentando a Freire no sólo como “un pensador importante sino también como un personaje peculiar y atrayente. Su vida y su obra guardan una relación tan estrecha como poco común”. Paulo Freire, sabedor ya de la influencia y la utilización de su método de alfabetización en nuestro contexto, insistía en la importancia de poner en evidencia el carácter político de la educación y discutir sobre la cuestión del poder más que en el simple análisis de métodos y técnicas. En este sentido, decía: “en vez de sobreestimar ingenuamente los métodos, los descubro sirviendo ciertos fines, en función de los cuales tales métodos son creados y reformados las veces que sea necesario”6.
2.3 Freire y los movimientos de educación de personas adultas
Como apuntábamos y como no podía ser de otra manera, la obra de Freire tuvo en España un impacto muy especial en el ámbito de la educación de las personas adultas. Según dos partícipes importantes en los años iniciales del movimiento de educación de personas adultas en Catalunya, hablar del origen de las escuelas de adultos es hablar de Freire: “Nacidas en el inicio de la década de los 70, se inspiraron de manera muy directa y explícita en sus concepciones de la cultura como instrumento de liberación de las capas populares y de la necesidad de la conciencia crítica y de la participación (...). Con palabras freirianas, podría decirse que era una sociedad emergente del silencio de cuarenta años, que descubría la vida asociativa y la participación como elementos culturales y la necesidad de poseer los instrumentos básicos de la lectura y la escritura como herramientas indispensables” (BOTEY, FORMARIZ, 1989, p. 33).
Estas escuelas aparecieron primero en barrios de la periferia de grandes ciudades en los que se concentraba la inmigración. Barrios que fruto de la especulación urbanística de los años 60, como en el caso de Barcelona o Madrid, carecían de servicios básicos y registraban los índices más elevados de analfabetismo. Los movimientos vecinales y el tejido asociativo de aquellas zonas en lucha por mejorar las condiciones de vida de sus habitantes engendraron, con este mismo objetivo, las escuelas de adultos. Lo mismo ocurrió con otras asociaciones y entidades educativas y culturales: grupos de educación en el tiempo libre, centros juveniles, grupos de mujeres o asociaciones de padres y madres en el ámbito escolar.
En este escenario de cambio, dentro del movimiento de educación de personas adultas se habla tanto de la necesidad de impulsar una educación que facilite el paso de una conciencia ingenua a otra crítica, como de desarrollar instrumentos didácticos de alfabetización y lectoescritura inspirados en el método de Freire. Así, a finales de los años 70 la aplicación de la metodología freiriana era casi unánime entre los educadores y educadoras de adultos. Corriéndose incluso el riesgo, como ponían de manifiesto Botey y Formariz (1989), de una simple transposición mecánica de su método que el propio Freire temía y contra la que reiteradamente había alertado.
El influjo de Paulo Freire con el que nacieron las primeras escuelas de adultos en España, fruto de la movilización y de las reivindicaciones de los sectores sociales progresistas, fue diluyéndose con el paso del tiempo. En parte como consecuencia de la entrada de estas escuelas en la red pública, pasando así a depender del estado y de las administraciones educativas.
3 Freire en la España democrática
3.1 Una referencia ya ineludible, pero a veces incómoda
En la España democrática la obra de Freire pudo ya divulgarse sin cortapisas. Con ello, durante los años ochenta del siglo XX, el discurso freiriano pasó a ser una referencia obligada no sólo en el ámbito de la educación de las personas adultas, sino también para la pedagogía en general. Probablemente fue el último de los autores de la pasada centuria que las pedagogías progresistas incorporaron a la nómina de los imprescindibles. Por eso, en los tratados sobre la pedagogía del siglo XX, el nombre de Freire figura siempre, inexcusablemente, después de los de Montessori, Decroly, Ferrer y Guardia, Makarenko, Neill, Dewey, Freinet, entre otros7. No habrá que aclarar que decimos “después” por pura cronología y no por importancia o mérito.
Freire estuvo varias veces en España; tenemos noticia de las ocho que ahora relatamos. La primera que nos consta fue organizada, a principios de la década de los ochenta8, por la asociación Juventud Obrera Cristiana (JOC) y tuvo lugar en Ávila. Así la ha contado alguien que participó en el encuentro: “… allí estábamos, ante aquel hombre pequeño, sonriente, sencillo, de largo pelo y barba blanca, con aspecto de patriarca bíblico, que te escuchaba y miraba tras sus gafas de aumento con ojos penetrantes (…). Freire nos puso en guardia contra el peligro de un «fatalismo mágico» que niega la posibilidad de transformar el mundo. Y nos habló del derecho a soñar y del compromiso, de la obligación de perseguir nuestros sueños. (…) Yo esperaba escuchar a un sabio famoso, a un experto pedagogo, empaparme de su erudición. Pero Freire no hablaba como un académico ilustre. No daba lecciones. Hablaba de su vida cotidiana, de las pequeñas incoherencias y contradicciones que nos hacen cambiar (…) Le despedimos con la emoción de quienes sentíamos haber reencontrado a un viejo amigo” (DE LA RIVA, 1982, p. 147-149).
Pocos años después Freire estuvo en Salamanca, invitado por la Facultad de Pedagogía de la Universidad Pontificia; fueron cuatro días del otoño de 1984. Esta visita se encuentra muy bien documentada pues un libro entero da cuenta de ella, con pelos y señales (GARCÍA MADRID, ed., 2016)9. Lo previsto era que impartiera tres conferencias, además de una sesión abierta con estudiantes. Finalmente, lo que ocurrió fue que, aparte de este encuentro con estudiantes, Freire dio dos conferencias formales10 y, por expreso deseo suyo - y coherentemente con su forma de entender y ejercer la docencia -, la tercera consistió en un diálogo con los asistentes. Él mismo lo anunciaba al principio de su segunda conferencia: “… mi propuesta, que la dejo ya sobre la mesa como un desafío, es la siguiente: mañana yo me sentaré aquí pero no diré cosa alguna antes de que ustedes digan algo; mañana cerraremos estos tres días con preguntas; mañana me gustaría que ustedes hicieran preguntas, a las que contestarési soy capaz, en caso contrario diré claramente que no sé contestar” (GARCÍA MADRID, 2003, p. 256-257).
Como decíamos, el libro citado lo cuenta todo sobre esta visita de Freire a Salamanca; y lo hace incluso sin ocultar - eso honra a los editores - lo que, por lo visto, no había ido del todo bien. Por ejemplo, que en su primera conferencia Freire no estuviera particularmente brillante11. O que se frustrara el deseo de los organizadores de que la Universidad Pontificia concediera a nuestro pedagogo el título de Doctor Honoris Causa. En el libro se insinúa con suficiente claridad, que a Freire no se le concedió este título honorífico por el hecho de que el personaje no resultaba grato a ciertas jerarquías de la Iglesia Católica (GARCÍA MADRID, ed., 2016, p. 237-238).
No fue éste el único episodio significativo de que Freire no era bien visto en ciertos O sectores, muy poderosos, de aquella España de los años ochenta. Fue también a mediados de aquella década cuando al movimiento de las Universidades Populares se le ocurrió proponerle para uno de los máximos galardones que se conceden en España a personas o entidades que han realizado aportaciones valiosas al campo de las artes, las ciencias o las humanidades: el Premio Príncipe de Asturias. La iniciativa recibió el apoyo entusiasta de muchas organizaciones populares y de entidades prestigiosas como la propia UNESCO. Sin embargo, a pesar de todo ello, a Freire no se le concedió el premio. El motivo lo cuenta uno de los promotores de la candidatura, a quien ya hemos citado antes: “… una indiscreción de un miembro del jurado nos permitió saber que Fraga12 había comentado que Freire ‘era un comunista’ y que, a pesar de tantas cartas, no podía recibir aquel premio. Freire, diez años después del fin de la dictadura, seguía siendo ‘subversivo’” (DE LA RIVA, 1982, p. 150). Esas cosas ocurrían en aquella España presuntamente ya democrática pero gestada desde la dictadura franquista y en la que, por ello, perduraban aun notorios elementos de la misma; algunos de los cuales todavía perduran hoy en día.
Otra visita de Paulo Freire a España ocurrió en 1987. Una visita que no deja de plantear una cierta paradoja, pues en este caso fue invitado a Madrid por un banco (La Fundación del Banco Exterior de España), como figura estelar de un Seminario sobre Animación Sociocultural. Es de nuevo Fernando de la Riva quien nos cuenta algo al respecto: “Era un tanto irónico: un Banco (todavía era público) organizando un seminario sobre animación sociocultural y educación popular e invitando a un pensador mundialmente conocido por su crítica abierta al capitalismo. Hicimos algunos chistes fáciles sobre lo que Freire llamaba una "concepción bancaria" de la educación, entendida como adquisición y acumulación de conocimientos. Tal vez por eso le invitaron, bromeaba” (DE LA RIVA, 1982, p. 150)13.
3.2 Tiempo de homenajes
En 1988 sí que fue posible hacer realidad lo que antes se había frustrado en Salamanca. Freire fue por fin investido Doctor Honoris Causa en España: lo hizo la Universidad de Barcelona, el 2 de febrero de 1987. Eso lo conocemos muy bien, pues la autora y el autor de estas páginas tuvieron el honor y la satisfacción de participar en aquel homenaje: él, como uno de los organizadores y también como encargado de pronunciar el discurso de presentación en el solemne acto de investidura; y ella, que en aquel momento era educadora de personas adultas y estudiante de Pedagogía, como asistente a los actos y seguidora de la obra de Freire. Podríamos, por tanto, extendernos muchísimo sobre aquella visita de Freire a Barcelona, pero nos limitaremos a un comentario sobre su discurso en el acto de investidura14. Un comentario que ya hicimos en los días inmediatamente posteriores al evento: “Fueron, sin duda, palabras atípicas en ceremonias de este tipo. No dio una lección magistral sobre educación, ni tampoco habló sobre su obra pedagógica anterior o de sus preocupaciones educativas actuales. Nos habló, sobre todo, de Elza, su esposa que había fallecido poco tiempo antes. Explicó algunas de las cosas que aprendieron juntos. No fue un discurso formal sobre educación, pero tampoco estaba exento de conocimiento pedagógico. Conocimiento que expresaba mezclado con sentimientos o, mejor dicho, sentimientos que connotaban sabiduría pedagógica. Al fin y al cabo, el propio discurso podía ser un ejemplo de algo que en él afirmó: `Nunca dicotomicé el placer de vivir y de amar, del placer de conocer más rigurosamente el mundo. Nunca acepté que pudiera haber incompatibilidad entre una actitud científica y el placer de vivir´. Mediante la escasa convencionalidad de su discurso, Freire mostraba, de hecho, un saber estar considerable. Freire sabía muy bien que, en esta clase de actos, él debía hacer de Freire; pero del Freire que menos podíamos conocer leyendo sólo sus libros o los libros que hablan de él” (TRILLA, 1988, p. 4)15 (v. Imágenes 2 y 3).
No tenemos noticia de ninguna otra visita de Freire a España hasta 1991, año en que vino en dos ocasiones. La primera durante el mes de junio para participar en unas Jornadas organizadas por la Federación de Escuelas Populares de Persona Adultas de Madrid (FEPAM). Durante las mismas se leyó un comunicado - que Freire apoyó explícitamente - en favor de una de las escuelas madrileñas de personas adultas más emblemáticas en la lucha de aquellos años por el reconocimiento de la educación popular: la escuela conocida como “La Prospe”16. En diciembre de aquel mismo año Freire viajó de nuevo a la capital de España; entonces, para ser investido Doctor Honoris Causa por la Universidad Complutense de Madrid. En su discurso de agradecimiento, a diferencia del de Barcelona, habló menos de sus sentimientos que de sus pensamientos; allí habló de la historicidad de los seres humanos y de los sueños y las utopías, para concluir refiriéndose a las teorías de la postmodernidad.17”
Los dos últimos viajes de Freire a España de los que tenemos noticia tuvieron lugar respectivamente en 1994 y en 1995. El primero, de nuevo a Barcelona para tomar parte en el Congreso Internacional de Nuevas Perspectivas Críticas en Educación18; y también para impartir una muy interesante conferencia-coloquio organizada por la ONG Infancia Viva celebrado en Barcelona.19 El viaje de 1995 fue para dar una serie de conferencias en Valencia, Castellón y Alicante, en el marco de la elaboración de la Ley de Educación de Personas Adultas de la Comunidad Valenciana (GÓMEZ, SANTA CRUZ, 1998, p. 227). Para el mes de junio de 1997 estaba prevista una nueva visita a España para ser investido, por tercera vez por una universidad española, Doctor Honoris Causa; era la Universidad de Málaga que, fatalmente, ya no pudo gozar de su presencia pues un mes antes se produjo el fallecimiento de nuestro pedagogo.
4 Freire después de Freire
En España - y seguramente también en otros lugares - ha ocurrido con Freire algo que resulta flagrantemente contradictorio tanto con su persona como con su obra: la mitificación o, incluso, la sacralización de ambas. Él era bien consciente de que se había convertido en un mito; y eso era algo sobre lo que había reflexionado, que había también asumido, pero que, según él mismo reconocía, no dejaba de inquietarle20.
En un homenaje que en Barcelona se tributó a Freire con ocasión de su fallecimiento, uno de los autores del presente trabajo se refirió a este proceso de sacralización que ya se dio cuando estaba vivo pero que probablemente se incrementaría una vez desaparecido; y entonces sin que él pudiera ya afrontarlo21. Porque es cierto que algunos han convertido a Freire en algo casi sagrado; han hecho de su persona un objeto secular de veneración, de su pensamiento una verdad absoluta y de su palabra una especie de oráculo. Los hay que ahora parecen más freiristas que el propio Paulo Freire.
Leer a Freire directamente es la mejor vacuna para evitar sacralizarle. Es sabido que los malos epígonos suelen ser mucho más dogmáticos con la doctrina del maestro que el propio maestro. Esta clase de epígonos citan una frase de Freire; esto es muy fácil porque Freire escribía muchas frases bonitas y poéticas, sencillas o contundentes, profundas, humanas y muy sugestivas ... Sueltan la frase y la convierten en dogma o precepto. Sueltan la frase, sin advertir que justo antes y después de ella, Freire había escrito otras cien que explicaban, situaban, matizaban e incluso relativizaban aquella afirmación. En sus libros siempre razona y argumenta; a menudo parece que vaya razonado sobre la marcha, al ritmo de la propia escritura. Y, por lo que pudimos escucharle, su oralidad habitual también era de este estilo: hablaba más bien despacio (ya que también se piensa despacio), sin levantar demasiado la voz, sin agresividad ni cuánto hacía una crítica muy contundente.
A Freire hay que leerle, pero no de cualquier manera. Lo mejor es leerle como él mismo nos sugiere; sin hacer de sus libros escrituras sagradas o encíclicas papales. Es curioso que algunos que se reclaman freirianos lean a Freire haciéndole tan poco caso sobre cómo decía él que hay que leer. Uno ha de leer a Freire para estimularse a pensar por su cuenta; es bueno pensar con Freire y, si acaso, también pensarle a él, pero no obligatoriamente pensar de manera idéntica a él.
Freire hacía a menudo una distinción directamente relacionada con eso que estamos C comentando: la distinción entre el radicalismo (que él defendía) y el sectarismo (que él siempre O criticaba, tanto si era de derechas como de izquierdas). Ya habló de ello, en el capítulo introductorio de su Pedagogía del oprimido (Freire, 1970: 30) y también en La educación como práctica de la libertad: "El hombre radical en su opción no niega al otro el derecho de optar. No pretende imponer su opción, dialoga sobre ella. Está convencido de su acierto, pero respeta en el otro el derecho de considerarse también dueño de la verdad". En cambio, "el sectarismo tiene una matriz preponderantemente emocional y acrítica, es arrogante, antidialogal y por eso mismo anticomunicativa. Es reaccionaria, ya sea asumida por alguien de derechas (...) como por alguien de izquierdas. El sectario no crea nada porque no ama. No respeta la opción de los demás. (…) Por eso le gustan los eslóganes que difícilmente sobrepasan la esfera de los mitos ... " (FREIRE, 1969, p. 41-43). Pues eso, evitemos las sectas; tanto las que impropiamente se declaran freireristas, como las que se esfuerzan en combatir a Freire por medios indignos y antidemocráticos.