pedagogías cuir y feminismos rapsódicos en/desde valeria flores2
política de la situacionalidad
“la teoría es corporal, no es algo distante del cuerpo vivido; sino al contrario. La teoría es cualquier cosa menos desencarnada”
DONNA HARAWAY, 1999
En la contratapa de uno de sus últimos facsímil se deja leer “escritora activista de la disidencia sexual tortillera feminista heterodoxa cuir masculina maestra prosexo vegana border de las instituciones” (FLORES, 2017); en su interior, a unas líneas de iniciar, “una maestra prófuga de la escuela y una activista sexual desertora de la política ortodoxa”; en una comunicación presentada en el Coloquio Latinoamericano sobre Pensamiento y praxis feminista hacia el 2009 se apunta “escritora feminista disidente sexual blanca tortillera trabajadora precarizada no madre habitante de una urbanidad periférica”; en la entrevista para la que Pilar Anastasía y Facundo Boccardi le convocan es presentada como “Activista lesbiana feminista queer masculina practicante de escrituras” (ANASTASÍA, BOCCARDI 2012, 213).
Ella, la post-fugitiva del desierto3, la otra, la maestra, la misma, la desertora de artículos, aquellx activista, ha querido ser nombrada como Valeria Flores y, aunque sus últimos textos fueron publicados como valeria flores, también se asoma como vale flores o se erosiona val flores. Recursos del des-nombre que alteran las jerarquías de la sintaxis y (des)autorizan las autorías sin desprenderse de aquello que instala la disidencia y arroja al malestar.
Una maestra que escribe un nombre propio en minúsculas, una maestra que dice un desde dónde, una maestra que escribe lo que dice frente a la exigencia de objetividad y neutralidad que atraviesan los procesos de escritura académica desde donde se pretende legitimar a quién, de qué modo y cómo se da cuenta -de manera impersonal y en la mayoría de los casos con el uso del plural masculino- de ciertos conocimientos sobre experiencias de otras/os. Valeria Flores adscribe reapropiándose de una posición institucionalmente desvalorizada -no se considera el lugar de la maestra como un desde donde sea posible generar discurso legitimado sino, en todo caso como la autorizada para implementar, aplicar y adaptar o innovar con medianas licencias y, a partir de lo sugerido o recomendado por técnicos especialistas, en casi todos los casos externos al sistema educativo-. Su posición reivindica un lugar, un desde, donde se producen saberes y desequilibra la maquinaria escolar que, ha puesto el saber por fuera del hacer docente, depotenciando su productividad, propiciando una mirada tecnocrática, despolitizando el trabajo pedagógico (ANASTASÍA, BOCCARDI 2012, 223).
Vive en La Plata, aunque su escritura se descentra de su residencia. Desde Neuquén traza la gramática para un juego que des-ordena las formas en las que los cuerpos son dichos, los modos en los que ciertos lugares han sido asignados, las referencias desde las que las prácticas han sido limitadas y los criterios a partir de los cuales los saberes han sido puestos en circulación, los permitidos que habilitan el acceso a ciertos placeres, dolores, penitencias. Contra el orden en el que las subjetividades son moduladas por las disciplinas del cuerpo y los discursos normativos, vuelve imposible la neutralización académica e identitaria en la búsqueda constante de referencias visuales, poéticas, vitales y colectivas.
Un modo de situarse en el cruce: sexo, género, clase, raza apertura la construcción de un locus. Un desde dónde que, sin embargo no se acota en predicar(le) a/de un sujeto un listado de adjetivos o etiquetas de pertenencia; más que de una identidad carente de reconocimiento se trata de un emplazamiento político que acontece; en todo caso como prótesis que denota un/a/x sujeto implicado en la materialidad de su existir, situada en coordenadas espaciales y discursivas que fisuran la heteronormatividad institucional. Constituyen para Haraway un posicionamiento-conocimiento-situado que permea la trayectoria de indagación modificando(nxs) ante lo que vemos y ante lo que nos mira (Cfr. HARAWAY, 1991, 326).
Su “yo”, su “ella misma”, su “sí misma” -si es que algo de eso pueda ser puesto a la vista, a la escucha, al olfato, al tacto, a la lengua- aparecen como trozos, escorzos, huellas, marcas de un adentro que se vuelve poroso en nombres múltiples, deseos, tiempos, haceres y mundos en la disputa de lo que (no/s) importa. Puesto que no da lo mismo devenir mujer, o trans o lesbiana siendo blanco o negra, o trabajadora rural o metalúrgico siendo social-demócrata o neoliberal viviendo en Dinamarca o en Jujuy, practicando el agnosticismo o declinando ante los pro-vida; no da lo mismo, (no) todos los cuerpos importan, cada uno ocupa una posición de sujetx en/desde la que se/nos esclaviza, daña, segrega, borra, oprime, mata4.
“¿Escritura lesbiana?, ¿escritura como lesbiana?, ¿escritura desde lesbiana?, ¿contra-escritura lesbiana?, ¿escritura en lesbiana? Entre retazos de lecturas, frases auscultadas al azar, anotaciones dispersas, interrogantes a medio formular, conexiones por experimentar, me apremia y compromete afirmarme lesbiana en este contexto neofascista y neoliberal que arrasa américa latina.” (FLORES, 2017, 8)
Como lesbiana desde el sur entrama “el cuerpo de la letra con el cuerpo de la vida” y “el cuerpo del saber con el saber del cuerpo”. Hace un uso político de las territorialidades, sin fijar una geografía: desde el territorio como en el cuerpo. Sur es una toma de posición, un lugar desde donde se alza la voz, una localización desde/para señalar como herramienta que desmantela la centralidad de los discursos occidentales y euro-norte-moderno-centrados y revertir la marginalidad epistémica de las producciones locales incluso, rioplatenses puesto que en Argentina también hay un Norte.
“Somos la vieja guardia tortillera. Seremos viejas pero no domesticadas, no tenemos el pensamiento amansado ni nos arrebataron las palabras. Tortilleras es un nombre que no define nuestras vidas, sino que nos ubica políticamente. No describe con quién cogemos, nos posiciona en la escena pública para denunciar que nuestros cuerpos son un campo de batalla de las normas, las instituciones y las fuerzas represivas del estado, las iglesias, los medios y el mercado, que pretenden controlar nuestros deseos y nos dicen cómo debemos usar nuestros cuerpos para su beneficio.” (CORBALÁN, FLORES, 2013)
Un espacio de autoafirmación -plural ahora, colectivo- que busca experimentar y visibilizar formas de ser en un hacer habitado por voces muchas, aquellas en las que quiere ser dicha, desde las que busca nombrarse, con las que experiencia los modos de la heterogeneidad y del movimiento, en las que se reconoce contradictoria, por las que se amaca disímil, otra cada vez en el tránsito, lo transitado y el transitar. Intentará amacar(se) (a)liada en su devenir a una “escritura de trapecio” (LUONGO, 2016) en la que corporiza su estar siendo al tiempo que se (des)marca en “producciones del shock” y “saberes de sobresalto”; un gesto que le lleva a escribir las prácticas como la forma de hacer teoría de un pensamiento contingente y situado:
“mis prácticas políticas como activista lesbiana y feminista queer, mis prácticas pedagógicas como maestra en una escuela donde la pobreza acecha con la muerte a los cuerpos de las chicas y los chicos, mis prácticas de escritura que colapsan con los modos habituales y más convencionales de la literatura, mis prácticas de pensamiento que se dislocan de las tradiciones e instituciones académicas de cuya legitimidad prescinden, reportando asimismo los costos de la falta de reconocimiento entre otras desautorizaciones, mis prácticas amorosas que sucumbían ante nuevas situaciones en que otros deseos irrumpían sin más, haciendo tajos en los modos del amor hasta el momento practicados, mis prácticas sexuales que fantaseaban con abrirse a la multiplicidad del goce que desterritorializara el placer sexual de la genitalidad.” (FLORES, 2009)
Esa escritura visibiliza en las prácticas los modos de intevenir(nos) y (des)anda los discursos que nos armaron; esa escritura es un escribir contra-si-misma pero también contra los totalitarismos, los universalismos, las abstracciones, los machismos, las épicas institucionales, las arrogancias intelectuales, el iluminismo militante, la civilización adoctrinadora, los binarismos fundantes, la moralina afectiva, el vocabulario unificador y la estabilidad identitaria. Esta política de la situacionalidad coloca a la escritura lesbiana como un punto de vista contra el no-where de la academia des-corporizada (ALVARADO, 2017, 39). val flores piensa ¿dónde es aquí? (2014) al tiempo que escribe el sujetx político del feminismo haciendo un uso político del género que estría a la sujeto del feminismo5
epistemologías feministas
El feminismo lesbiano6 de val flores, este feminismo under, mircrofeminismo o feminismo rapsódico, se monta en una epistemología descentrada, del no saber y del no hacer7.
Una epistemología descentrada del norte que, pensado como espacio de imposición de un centro del que todo emerge, se traduce en un desplazamiento hacia la localización discursiva por fuera como extrañamiento, renuncia y deserción que desquicia su constitución y normatividad. Inventa un sur, un desde aquí, en los modos de (des)organizar el norte8 como quiebres y/o desbordes.
Una epistemología del “no saber”:
“No sabemos lo que puede una escritura. No sabemos lo que puede una escritura desde el sur. No sabemos lo que puede una escritura lesbiana. Un ritual del no saber como desgarro de la complicidad con los modos presentes y dominantes del pensamiento de transparencia tecnomediática del mercado y el reglamentarismo de la legitimidad académica institucional, sin la pretensión arrogante de fundar una consigna, una teoría o un nombre propio, sino con el ánimo de explorar una posibilidad incierta (...)” (FLORES, 2017, 10)
Una epistemología del “no hacer”:
“No hacer pedagogía para la escuela. No hacer arte para el museo. No hacer activismo para la política. No hacer performance para el espectáculo. No hacer rescrituras para el aplauso. No hacer memorias para el monumento. No hacer canon para la disidencia. No hacer nombre propio para el pensamiento colectivo. No hacer identidad para el estado. No hacer rebaños para los ídolos. No hacer romances para el amor. No hacer cuerpo para el capital. No hacer animales para la humanidad. No hacer comunidad para lealtades serviles. No hacer saberes para administrar destinos. No hacer yotuelnosotrosustedesellos para organizar fronteras. No hacer sur para una galería de víctimas. No hacer es un programa revolucionario.” (GUAGLIANONE/FLORES, 2015)
Disloca los regímenes de luz de la epistemología moderna en su encarnadura cartesiana de transparencia y claridad en el acceso claro y distinto sin mediaciones (ALVARADO, 2017, 46). Un régimen de luz que priorizó el ojo y la vista como órgano y sentido hegemónico en los regímenes disciplinares y de control. Pensar el otro lado la luz no implica permanecer a oscuras, en las sombras, del otro lado de lo iluminado sino más bien habitar un espacio otro: los excrementos de la luz, los desechos de la luminosidad omnisciente. Si el saber ha sido atado a la luz de la razón como producción de conocimiento, de subjetividad y normalidad su excremento deviene de lo que produce su propia ignorancia. Puesto que más que ocultar, más que dejar a oscuras, más que arrebatarle luminosidad, ha naturalizado las posibilidades de la visión y de lo por ser visto, de la percepción y de lo por percibir, de la interpretación y de lo por interpretar. Expulsados de la zona de concentración lumínica las ignorancias constituyen lo incognoscible, lo ininteligible, lo innominado.
La producción del saber científico como proyecto político se inscribe en ciertos intereses -sobre la vida, el lenguaje, los cuerpos, el amor, la sexualidad, las instituciones- capitalistas, neoliberales, patriarcales, heteroracializados, pretendidamente globales. Un tipo de conocimiento basado en pares binarios y dicotómicos que establecen clasificaciones, jerarquías y patologías funda en un sujeto hegemónico como parámetro de la normalidad: hombre/mujer; macho/hembra; masculino/femenino; heterosexual/homosexual; burgués/trabajador; blanco/negro; culto/ignorante; saber/opinión cuyo reflejo demarca dominar posiciones naturalizadas en espacios asignados público/privado; pensamiento/experiencia; ciencia/saber; un imaginario que (im)pone al varón como hombre, es decir, al particular como universal que subsume la diversidad, la diferencia, la disidencia. El imaginario moderno ilustrado puso al hombre como objeto universal, racional, abstracto, público sobre la mujer sujetada a la fantasía, los sentimientos, la intuición, las emociones, lo concreto, lo privado y al cuerpo anclado a la biología. Dos mundos se separan al tiempo que se complementan en su re-producción apareados en la heterocisnormatividad que re-produce el matrimonio, la familia y la maternidad obligatoria. Esta estructura del saber pone en movimiento prácticas cotidianas cuyos residuos se configuran en cada sujetx que escapa al orden de lo decible: negros, niños, pueblos originarios, gays, travestis, lesbianas, chongos, pobres, tortas, marimachos. La heteronormalidad discursiva promueve silencios e invisibilidades, ausencias y olvidos, así como pasión por la ignorancia (FLORES, 2013, 43). La teoría feminista, los estudios lesbicos-gays y queer9 quieren instalar ciertas problematizaciones y cuestionamientos que tensan desde el ámbito epistemológico el sistema sexo/género en relación a expresión de género e identidad sexual cuyas interpelaciones impactan en la escuela y en el trabajo docente como pedagogías cuir antinormativas, en las académicas activistas y trabajadoras de la ciencia como epistemologías feministas y feminismos rapsódicos.
hacer comunidad: acuerpando
“Solo nos queda salir a errar por las tramas sensibles del saber, para crear autonomía relacional, afectiva e intelectual, una urdimbre interdependiente de voces y prácticas, con un vitalismo filosófico y una sabiduría del desapego que instigue a la composición de experiencia política, en la que la desilusión cumpla un papel activo” (FLORES, 2017, 17)
Con la lengua lesbiana10 aprendió a decir “yo” en primera persona del singular aunque amarrada, des-armada y en disputa a/con otras (des)habita un entre/sobre/contra-nosotras-juntas. Un aprendizaje que tiene lugar en un desde aquí y en entre/s movedizos, precarios e inestables en una comunidad política-afectiva-artística:
“en las calles, en las aulas, en las camas, en las plazas, en las montañas, en los mares, en los atardeceres de belleza nefanda y en los amaneceres solitarios del viento; entre feministas, entre mujeres, entre maricas, entre maestras y estudiantes, entre travestis y varones trans, entre médicxs, entre poetas, entre amigxs, entre enemigxs, entre libros, entre imágenes, entre tiempos, entre mudanzas, entre secretos” (FLORES, 2017, 10)
Justo allí se hace/n lugar de paso y habitabilidad. Un pequeño mundo que les aloja provisoria y precariamente a la intemperie para escribirse lesbiana/s desde el sur “entre neuquén y buenos aires, argentina y también, entre lesbiana, escritora, maestra, feminista”. Un hacer de otro modo que procede conectando y creando, en tránsito por, con y entre11.
pedagogías cuir
El gesto de val coloca a la docente, a la maestra como trabajadora de la cultura en cuanto posición política; agente de su propio saber y práctica; un modo de perturbar el orden, de mover la autoridad desde los técnicos o especialistas que dicen qué y cómo hacer a los docentes, descentrar la jerarquía del saber como práctica de autoafirmación política en/desde la disidencia sexual.
De las diversas posiciones de sujeta val puede/quiere ocupar posicion/es determinada/s: lesbiana, feminsita, docente, trabajadora, escritora, blanca, joven, atea... de esas múltiples posiciones privilegia para hablar, para levantar la voz, para activar políticamente, para hacer escuela su sexualidad: lesbiana feminista. El hecho de anteponer la disidencia sexual es un gesto político que posicionándole en otro lugar -la docente como trabajadora intelectual y el trabajo pedagógico como intervención política- visibiliza la heteronormativiadad de las condiciones del trabajo docente.
El desafío se traduce en una pedagogía interrogativa que no quiere monopolizar la voz en la formulación de respuestas12 o en la naturalización de la voz masculina sino que dispone el espacio para que se articule la pregunta -desde la incomodidad, desde el malestar, con la denuncia, a partir del conflicto-.
La pedagogía de la maestra lesbiana13 no requiere de enseñar qué sea una persona trans, travesti o intersex sino más bien de desaprender las formas de pensamiento e interrogación heterocisnormativas; propicia que la palabra circule desde cada unx; apertura a la incorporación de voces de mujeres, pueblos originarios, LGBTTTIQ14 en la currícula -como temas o problemas pero también en la selección de textos en el listado de bibliografía- ya no como temas exóticos o excepciones sino como interrupciones al discurso logofaloeuronortecentrado en la mayoría de sus expresiones misóginos, sexistas para nada cuidadosos o amorosos; configura un desde dónde junto con otres entre el saber y el no-saber del/sobre el otro como enclave de la singularidad o determinación de identidad.
En la formulación de una pedagogía cuir se ponen en cuestión los marcos de reconocimiento, identidad y legitimidad de lo que es considerado como humano y/o como sujetx de la educación en el propio nombrar/pensar/hacer que ponemos en juego revelando los intersticios diferentes, disidentes y aportando a desarrollar los lenguajes que hagan falta para desanclar el deseo de la unidireccionalidad normada.
No preguntar, no decir, no declarar ha sido la política que evita el conflicto en el ejercicio docente del hacer escuela heteronormativa. El saber interrogativo de una pedagogía cuir busca perforar el orden de las certezas naturalizadas y de las pruebas testeadas con el tajo especulativo de la sospecha, la conjetura, la invención y la poética. Si tuviera un inicio ese preguntar del que ya no podría seguir siendo la que era ni seguir diciendo lo que decía ni pensar lo que pensaba o hacer tal como lo hacía, habría de anclarse en las formas de escritura como balbuceos de lo que podría escribirse otra vez de nuevo de otro modo. Empezar a preguntar por las formas en las que decimos y los modos en los que escribimos lo que pensamos desarticula -en/con/desde Val- la posición de sujetx en una gramática de la disidencia sexo-política.
De allí que el uso político del género en el ámbito educativo potencie experiencias disidentes cuando el cuerpo interpela deconstruyendo binarismos. ¿Cuáles son las condiciones educativas que propician que ciertos cuerpos se construyan bajo/fuera/dentro/entre la norma? La escuela se empeña en garantizar que niñas/os se conviertan en hombres/mujeres que correspondan a la norma masculino/femenino. La heterocisnormatividad como conocimiento transversal y hegemónico opera de manera imperceptible en el aula construyendo normalidad como saber naturalizado mediante la producción de la expulsión en la ignorancia. ¿A qué nosotros le importa reiterar tales condiciones de producción? Sinembargo no todas las voces se expresan como nenes o nenas como chicos o chicas; no toda infancia (no) se adecua cada vez a parámetros binarios, insistir en que así sea, implica volver ininteligibles ciertos cuerpos. ¿Quién es ese nosotros que se desentiende de la invisibilización, del olvido, la ausencia, el silenciamiento? ¿Cuáles son las tácticas, las técnicas, las alianzas para tramitar la ansiedad que generan las interpelaciones devenidas de un otrx que porta una extrañeza difícil de asumir por la heterocisnorma? Valeria Flores (319) señala la terapéutica que anclada en la diversidad sexual, la integración de la diferencia y la diversidad sexo-afectiva vuelve al otrx anticipable, calculable y predecible.
feminismos rapsódicos
Visibilizar el locus de enunciación tramita los bordes de un nosotros y de algunos otrxs ¿quiénes de ellxs hablan y cuáles son hablados? ¿a quiénes escuchamos y por quiénes somos escuchadas? ¿por qué voces hablamos, qué voces habitan mi voz y en cuáles soy dicha? Disponer el espacio y habilitar la circulación de la palabra implica estar a la escucha. Un gesto que autoriza voces, relatos, testimonios, narrativas; una transformación en las prácticas vinculantes que trastoca las prácticas heteronormalizadoras en un acto de alejamiento del lugar que se tiene asignado en un orden. Si la posición de sujetx delimita posibilidades para el decir, el pensar, el hacer y, también para el escuchar, el acto con el cual se desarma la configuración de los lugares asignados desfonda los modos del ver, del nombrar, del hacer. Una lejanía de sí, contra sí, ahora, aquí entre nosotres.
Valeria Flores traza huellas para un feminismo subterráneo en la disputa por otros modos de hacer y vincular vida política-afectiva-artística. El primer tránsito lo esboza en la memoria ¿cómo re-leemos nuestros archivos de la disidencia? Instala la pregunta en el cruce de la novedad y la contigencia, de lo nuevo y lo efímero. ¿Con qué trozos de voces, cuerpos, saberes, experiencias, discursos y acciones nos (des)hacemos o hicismos activistas de la disidencia? ¿Cómo las experiencias del pasado del movimiento LGBTTTIQ interpelan la coyuntura? Antepongo a sus preguntas algunas otras: ¿cuáles son nuestros archivos? ¿cuál es la disidencia sobre la que se construyen? ¿cuáles son las claves de lectura para re-leer un archivo disidente? ¿cómo se articula un hacer teoría del/desde el activismo feminista, el movimiento de mujeres, desde el LGBTTTIQ? ¿cómo configuramos un archivo que augura desmarcarse del canon por fuera de la casa del amo? ¿cuáles son los formatos en los que hace cuerpo una memoria batallante e incómoda? El segundo transitar anticipa la capacidad de inventiva de un vocabulario político que despoja y/o coloniza experiencias tortas, trans, lésbicas, intersex, maricas en las políticas del nombre propio. La diversidad desnombra las identididaes LGBTTTIQ, desplazando la discusión por la norma evita el pensamiento crítico como localización y tratamiento del conflicto y se inscribe en la construcción de un escenario armónico en el que predica la compasión, la tolerancia, el respeto y la simpatía. ¿Cómo se articula la diferencia en la disidencia de los léxicos sexo-políticos? ¿En qué contextos circula esa articulación y qué tipo de (des)articulaciones produce? Valeria Flores entiende que la disidencia, en cuanto cuestionamiento práctico, es la única forma posible de hablar de las sexualidades y géneros no heternormativos que desactiva el imperialismo del paradigma epistémico político de lo diverso. La tercera ruta se expande en la afectividad y en los modos de restituir y reconstruir las condiciones emocionales de encontrarnos acuerpadas. ¿Cómo potenciar la capacidad de afectar y ser afectadas? ¿De abrir y aperturar territorios? ¿De explorar territorialidades sin invadir ni colonizar, sin depender ni sujetar?