Introducción
La pandemia actual de la Covid-19 ha tenido impactos significativos en prácticamente todas las actividades sociales, predominando aquellos negativos sobre las condiciones de salud de la población, contagiando a 128.5 millones de personas y produciendo más de 2.8 millones de muertes (Johns Hopkins University of Medicine, 2021)2. Por su parte, el World Bank Group (2021, p. 4), estima que el Producto Interno Bruto global (PIB) tuvo una caída del -4.3% en el año 2020, y fue tal la profundidad de la recesión global producida por el Covid-19, que “únicamente ha sido superada por las dos Guerras Mundiales y la Gran Depresión durante el último siglo y medio”. Incluso, a pesar de que ya se ha iniciado el proceso de vacunación, al momento no existe consenso acerca de cuándo y cómo se podrían restablecer las actividades sociales en esta llamada “nueva normalidad”. No obstante, uno de los escenarios más probables es que dicho restablecimiento estará marcado por las condiciones de resguardo físico en diversos grados y la intensificación en el uso de tecnologías digitales.
Si partimos del supuesto que las medidas de aislamiento fueron producto de decisiones gubernamentales, institucionales o empresariales para la protección de la salud de las personas ante una situación de emergencia3, entonces, se podría plantear que el resguardo fue involuntario para quienes se vieron forzados a acatarlo4. Sin embargo, considerando que el resguardo o alejamiento social físico es un proceso al que estaba tendiendo la tecnología desde tiempo atrás, la reclusión actual no es necesariamente involuntaria o, en determinado momento, es el reforzamiento de una tendencia de aislamiento social físico por el uso masivo de la tecnología que cada vez se acepta más aceleradamente.
Los gobiernos se vieron obligados a tomar un abanico de diversas medidas para la atención de la emergencia sanitaria. Desde aquellas que de manera drástica tendieron a la reducción de la movilidad interna y/o con el extranjero, como China, Nueva Zelanda o Uruguay, hasta otras laxas como en los Estados Unidos y Brasil. Medidas que ponderaban visiones e intereses políticos, económicos y sociales, y tuvieron respuestas diversas de la sociedad según el grado de solidez institucional, el nivel de desarrollo ciudadano y las condiciones de vida de la población.
El sistema educativo ha sido de los más impactados porque ha visto prácticamente clausuradas o reducidas significativamente sus actividades presenciales en sus espacios, para ser trasladadas a los hogares de los estudiantes y de los profesores, bajo condiciones de profundas desigualdades según el nivel de desarrollo de los países, las condiciones socioeconómicas de la población y las políticas educativas nacionales implementadas.
¿En qué medida estas nuevas condiciones repercuten sobre la finalidad del proceso educativo y cuáles podrían ser aquellas consideraciones que deberán cuidarse para que el escenario futuro en la materia fortalezca una formación educativa con mejores valores y habilidades para enfrentar condiciones inciertas y adversas? El presente trabajo propone reflexionar acerca de los retos y dilemas futuros que se plantean para la formación educativa en las condiciones de resguardo físico impuestas ante la pandemia de la Covid-19.
El planteamiento central es que dos de los principales riesgos que podrían enfrentarse con el resguardo voluntario/involuntario son el reforzamiento de las desigualdades sociales y de una visión instrumentalista de la educación. Esto atentaría sobre los aspectos centrales de la educación como la formación humanística que contribuye al mejoramiento social y a la educación como un medio para el ascenso social.
Pandemia como antítesis; alteración-irrupción de modalidades
Con la caída de la monarquía francesa, a la toma revolucionaria de la Bastilla en París, considerado como el acontecimiento mayor desde el cristianismo, había cierta coincidencia entre pensadores de la época, respecto a que “[…] la República había sido quizá necesaria para demoler los cimientos de la vieja sociedad, pero le parecía incapaz de establecer la nueva” (Gómez Pin, 2015, p. 30). A partir de estos acontecimientos revolucionarios Hegel extrae el contenido de los hechos: de ahí su convicción filosófica por cuanto a una necesidad conceptual que posibilite comprender el hondo proyecto revolucionario. La verdad que subyace, un tanto oculta, tras la toma de la Bastilla, es la ejecución de un soberano y la “Declaración de los Derechos del Hombre”. A partir de esto se va configurando una restauración institucional, posterior al proyecto (que derriba a la monarquía): tal es la síntesis en “Hegel” (Gómez Pin, 2015, p. 31). La tesis la constituyó, en su momento, el sistema monárquico y la antítesis, la revolución/la República.
Ahora, la anterior argumentación puede ser de utilidad analógica para acercarse y mirar con detenimiento al actual sistema predominante en el mundo, entendido como capitalismo y/o neoliberalismo en tanto que tesis que soporta los discursos e ideologías de la modernidad y la globalización. La antítesis puede constituirse en la emergencia de la denominada pandemia del Covid-19, en tanto que ha revolucionado desde la inmovilidad de las sociedades humanas y sus economías nacionales, regionales y mundiales, hasta plantear la exigencia de referir y denominar a una “nueva realidad”. El proceso multifactorial, de origen sanitario, ha hecho propicia la circunstancia, para repensar la idea y sentido de la vida. La manera en cómo las comunidades humanas y toda la infraestructura que las soportan se interrelaciona con las otras vidas de animales y plantas, como con la naturaleza, la Tierra y ecosistemas diversos que conforman y alojan a esa vida, que se ve amenazada, al borde de la extinción.
La tesis de la globalización y el libre mercado puede ser vista como la construcción de una ilusoria posibilidad de existencia en el confort y placer humanos de la “calidad de vida” con base en bienes materiales; se ha visto severamente tocada (¿de muerte?) con la antítesis de la pandemia del Covid-19, que ha evidenciado la débil estructura material, conceptual, espiritual en que se ha edificado la existencia humana en el siglo XXI. Resta por atender qué resultados puedan arrojarse de esta crisis mundial, en tanto que Síntesis, encaminada a la necesidad de reinventar, concebir, diseñar y plantear nuevas formas de existencia humana, más armónicas, éticas y profundas en relación con la propia “casa común” que aloja y potencia la emergencia del fenómeno de la vida.
¿Qué tan nueva es la “nueva normalidad”?
En el discurso predominante de los actores sociales públicos y privados e, incluso entre las personas comunes, uno de los términos cada vez más usado y pensado, pero también escasamente definido, es el de la “nueva normalidad” a la que deberemos acostumbrarnos una vez que se supere la fase crítica de la actual pandemia. Atrás de esta idea se ve la cuestión como algo que surgió de imprevisto (independientemente de si fue producto de un accidente o producto biológico o artificial), que no estábamos preparados para enfrentarlo tanto institucional como personalmente, por lo que las reacciones también han sido diversas en función de las capacidades y de los intereses de los actores sociales. Asimismo, ha sido una muestra de la vulnerabilidad social e institucional en la que nos encontramos y podemos estar sujetos ante otros nuevos e imprevisibles eventos de todo tipo. Pero, también, que la ciencia y, sobre todo, las nuevas tecnologías digitales pudieran ser un asidero para sobreponernos a la incertidumbre.
Sin embargo, para considerar válido o no el supuesto de lo inédito o novedoso de la “nueva normalidad”, es necesario preguntarnos si el aislamiento social físico mediado por las tecnologías digitales constituye un fenómeno que modifica o refuerza la dirección de los procesos sociales que han sido imperantes desde finales del siglo pasado. En ese sentido, ¿se están planteando alternativas al modelo económico-social dominante? El llamado sistema capitalista y su modelo neoliberal, aunque cuestionables por sus sustentos en la cosificación, instrumentalismo, individualismo, consumismo y depredación, no enfrentan formas alternativas con la fuerza necesaria para ser viables. Incluso, los proyectos chino y ruso tienen cada vez más tintes capitalistas.
¿Se están dejado atrás los procesos de crisis y reestructuración económica? Desde los años ochenta del siglo pasado el crecimiento económico se ha ido reduciendo y las crisis han sido prácticamente una constante del periodo. Las tecnologías digitales empiezan a tener relevancia desde entonces y no han conseguido influir significativamente en dicha tendencia, incluso están creando condiciones para una crisis del mercado laboral con la incorporación de robots y sistemas informáticos más eficientes que el trabajo humano5.
¿Se estarían cerrando las brechas de la desigualdad y el deterioro sociales? La desigualdad social ha sido una constante histórica que no ha podido cerrarse. Incluso podría acrecentarse con base en el desigual acceso y capacidades tecnológicas entre los sectores sociales, reforzando el deterioro social para quienes pretenden y no consiguen integrarse a dicha exigencia.
¿Se está modificando la relación depredadora con la naturaleza? La reducción de las actividades sociales y económicas propiciadas por el confinamiento mostró algunos indicios. Por ejemplo, a corto plazo, el regreso de peces a bahías (playas donde estaban prácticamente desterrados) porque ellas estaban normalmente atestadas de turistas, así como una ligera reducción del hoyo de ozono en la Antártida.
Con la progresiva reintegración de las actividades previas al confinamiento, es claro que vuelven a imponerse las prácticas que tienen a la naturaleza como un recurso disponible para su uso antropocéntrico. Ante esta situación, el resguardo bien podría tener un efecto contrario hacia la naturaleza, porque los gobiernos tienen como prioridad la recuperación de las actividades económicas y sociales más que tomar acciones contra el cambio climático. Es en este sentido que debe verse el reciente llamado de alerta de Antonio Guterres, Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas, de que no se alcanzarán la mayoría de los objetivos del desarrollo sustentable. Entonces, se podría afirmar que la “nueva normalidad” no supondría un cambio suficiente en favor de una nueva relación especie humana naturaleza que se oriente hacia la sustentabilidad.
¿Se está teniendo una mayor conciencia para la toma de decisiones acerca del mejor sistema político? Si bien existe la pretensión de influir sobre otros para la obtención de beneficios públicos, personales o de grupo; ésta se ha reforzado con la magnitud que alcanza la información, es decir, los medios para difundirla, pero también a través de la sofisticación de las estrategias para conocer el perfil de los votantes. Casos emblemáticos son el impacto que tuvo WikiLeaks al difundir materiales confidenciales gubernamentales, como la implicación de Cambridge Analytic en las votaciones del Brexit y de Estados Unidos con Trump. La manipulación de la información para influir sobre la voluntad ciudadana en este siglo, utiliza las tecnologías de la información, de la comunicación y las redes sociales, que bombardean con información de difícil constatación de su veracidad y, por tanto, sesgada en función de intereses ajenos de quienes la generan.
¿El resguardo está fortaleciendo la convivencia y los valores humanos? El aislamiento del año 2020 ha propiciado un desplazamiento de las actividades sociales cotidianas de los espacios públicos laborales, de estudio y de convivencia físicos hacia su realización en el espacio habitacional, implicando, en gran medida, una recomposición en las relaciones espacio-temporales de la fragmentación hacia la integración con la convergencia de ellas en los hogares. En principio, ante una tendencia de la sociedad moderna de separar las actividades y los espacios, creando lugares específicos para cada actividad; ahora, de manera abrupta, estas convergen en un espacio, que fue concebido para un número reducido de funciones y que, frecuentemente, no cuenta con el diseño ni condiciones físicas para realizarlas adecuadamente.
La reconstrucción de los lazos familiares con la convivencia cara-cara entre los integrantes en el confinamiento es una posibilidad que favorece la convivencia y los valores humanos entre los familiares, que se iban perdiendo o debilitando con los desplazamientos hacia los trabajos y las escuelas, donde las interacciones cara-cara más fuertes eran con los compañeros y jefes de trabajo, así como entre los condiscípulos y profesores, con quienes van compartiendo tanto conocimientos como valores. Pero, en ambos espacios de interacciones familiares y sociales, cada vez está más presente la mediatización por medio de las tecnologías digitales.
En principio, las tecnologías digitales son un medio cuyo uso depende de la voluntad de quien las está aplicando y, por tanto, lo sustantivo son los contenidos que se les provee. Al ser una industria masiva que cuenta con múltiples maneras de introducirse en todas las facetas de la vida, obedece, en gran medida, a los intereses y principios de quienes las diseñan y proveen en un contexto de competencia capitalista exacerbada, donde la principal materia prima son los datos de los usuarios y los contenidos buscan atraer más datos de los usuarios y su atención. Entonces, el medio se va constituyendo en contenido y genera una necesidad de estar conectado a él, para ver el mundo desde sus perspectivas. De esta manera, el resguardo no supone un aislamiento sino un ámbito que se abre hacia múltiples canales demandando datos como sustancia fundamental.
El caso extremo de como el resguardo físico no es sinónimo de aislamiento es la tendencia a la convergencia de ecosistemas digitales como el Internet de las cosas (la interconexión digital de dispositivos y máquinas cotidianas), la Industria 4.0 (sincronización digital de la producción y el mercado) y la telefonía móvil 5G que, soportadas por la inteligencia artificial, hacen prácticamente imposible aislarnos para estar video vigilados. Esto nos recuerda a una especie exaltada del “big brother” plasmado por George Orwell en 1949 en su libro “1984” (Orwell, 1993) y el panóptico – propuesto por Jeremy Bentham, filósofo utilitarista de finales del siglo XVIII – que, según Valenzuela (2016, p. 20), es una metáfora del control que “[…] se basa en el miedo de ser fiscalizado, condicionado o sorprendido en alguna actividad fuera de la norma: el miedo puede combinarse con la ansiedad de ser vigilado, de saberse indefenso y vulnerable al riesgo”.
Es en ese entorno donde adquieren significados planteamientos que pretenden comprender la complejidad de la sociedad, como los de Bauman (2009) con respecto a la sociedad líquida, de Beck (1998, 2000, 2004) acerca de la sociedad del riesgo y Rifkin (1996, 2010) con respecto al fin del trabajo.
¿A quién beneficia la “nueva” realidad-modalidad?
Gómez Pin (2015, p. 22) se cuestiona: “[…] ¿por qué malvado designio (o, si se quiere, calamidad evolutiva) pudo el lenguaje humano erigirse en matriz de toda forma de conocimiento, incluido aquel (el matemático) que repudia toda sombra de ambigüedad?” Lo anterior, en caso de suponer que el conocimiento, en sí mismo, implica una exclusión explícita de la equivocidad.
La estructura profunda del lenguaje se recrea completamente en cada uno de quienes están impregnados de una lengua determinada. Así, por ejemplo, aquel que bordea la filosofía revive los combates filosóficos, auténticamente (Gómez Pin, 2015). El lenguaje posibilita la conexión viva entre sujetos y subjetividades, desde la llana convivencialidad a la constante y rigurosa tarea académica escolarizada. Si ya los procesos del lenguaje, tanto hablado como escrito, van sufriendo adecuaciones a “estilos” de habla, a usos y hábitos lingüísticos de los hablantes, en comunidades y culturas diversas, al paso del tiempo, experimentan la incorporación de elementos diversos, artificiales, como los denominados dispositivos tecnológicos, que influyen decisivamente en los actos del habla.
Así, es visible constatar que la expresión y el uso del lenguaje se ha alterado en sus expresiones y grafías. Por ahora no ahondaremos en este punto. Se quiere precisar con ello el impacto que ha tenido lugar también en los procesos informativos y comunicativos, la educación incluida: el uso extendido y masivo llegando a grados de enajenación. En este escenario de universo, tiempo y espacio virtuales que ha posibilitado la World Wide Web, la vida cotidiana y sus expresiones lingüísticas se manifiestan en el borde entre lo real y lo artificial.
La cuestión educativa ante la pandemia
Este recorrido general realizado sobre algunas de las implicaciones de la pandemia es necesario para la comprensión de los dilemas que estará enfrentando la educación y, en particular, el espacio escolar para lo que resta del siglo XXI. Porque, tal vez hoy más que nunca, no podría tratarse la cuestión educativa circunscribiéndola al acontecimiento en el interior de las escuelas.
Ante la pandemia, los sistemas educativos fueron entre los primeros sectores que asumieron las medidas de resguardo y también de los últimos que están reincorporándose por varias razones. Se trata de un servicio con normas gubernamentales más estrictas que regulan su funcionamiento, por lo que las disposiciones oficiales tienen un mayor efecto sobre las tomas de decisiones de las escuelas. También, una proporción elevada de las instituciones forman parte directa del sector público al ser la educación un derecho para el conjunto de la población. Además, se brinda un servicio cuya expresión material no es a corto plazo: como su “producto” no puede reducirse a una expresión monetaria, como lo son las empresas mercantiles, involucra un segmento poblacional particularmente sensible para la sociedad: infantes y jóvenes, hacia los cuales se tiende a proteger y reducir los riesgos. Pero, también, porque es uno de los sectores que utiliza con mayor intensidad el trabajo a distancia y las tecnologías digitales, aunque de una manera profundamente desigual en función del estrato social.
La educación a distancia surge por lo menos desde mediados del siglo XX a través de dos modalidades que se han realizado fuera de los establecimientos educativos: los cursos por correo postal, que eran predominantemente para estudios técnicos, y los cursos a distancia no presenciales y evaluables con base en exámenes, que eran una opción que ofrecían algunas universidades para incrementar su cobertura, como la Universidad Nacional Autónoma de México.
Pero, es a través del uso de las tecnologías digitales como el Internet y las computadoras personales desde los años 70, que se amplían las posibilidades de desarrollar la educación a distancia y, con la constitución de una industria de las tecnologías digitales desde finales del siglo XX, se detonan exponencialmente las posibilidades de la educación a distancia al impulsarse todo un sector que involucra a la totalidad de las actividades sociales. Son diversos los dispositivos y software que lo integran, como las tabletas, los teléfonos inteligentes, así como las múltiples aplicaciones permiten dar acceso a los buscadores, las bases de datos, los Massive Open Online Courses, las videoconferencias y las redes sociales, los mecanismos para darle sincronía a la articulación espacio-temporal como la tecnología 5G, el Internet de las cosas, los GPS y la confluencia de la info-tecnología con la biotecnología, inteligencia artificial, big data, algoritmos, etc.
Este mundo digital que brinda mayores posibilidades de conectividad y, visto desde el usuario como un medio ideal para conocer un mundo amplio de aparente liberación cuasi infinita, ofrece información inabarcable, multitud de opciones y donde podemos desplazarnos con base en nuestros intereses, bien podría ser también un medio más refinado de vigilancia, como lo señalaba Gilles Deleuze en su “Post-Scriptum” sobre las sociedades de control6. Acerca de lo cual Alfonso Valenzuela resalta que “[…] es Deleuze quien anuncia una nueva generación de mecanismos de control en la que la videovigilancia, el espionaje digital, la fiscalización de compras y la criminalización de los movimientos sociales propician que la interacción social sea limitada, fragmentada o interrumpida” (Valenzuela, 2016, p. 20).
Del aula al hogar, ¿confinamiento necesario?
La emergencia de la pandemia del Covid-19 semiparalizó al mundo después del primer trimestre de 2020. Diversas actividades sociales padecieron en su dinámica cotidiana al pasar a una modalidad de cierre, en algunos casos y repliegue en los hogares por motivos de salud pública. Entre ellas, el sistema educativo se vio afectado, no solo a nivel institucional y operativo, sino en las acciones y procesos concretos de la enseñanza-aprendizaje basada en la presencialidad e interacción de uno a uno, en grupo y en comunidades de construcción de saberes.
El aula cerró de manera abrupta por motivos de salud pública, colocando entre paréntesis los procesos de enseñanza en sus distintos niveles y esferas públicas y privadas. Efectiva y previamente, las tecnologías de la información y la comunicación gradualmente se incorporaron, en la medida de las posibilidades de cada instancia e institución, en los procesos educativos, con mayor acentuación en las dos décadas del siglo que transcurre. Por lo que, trasladar improvisada pero decididamente el aula al hogar fue una alternativa viable por el acceso al Internet y a diversos dispositivos como computadoras personales, lap top, celulares, tablets.
En el caso de México, la población usufructuaria de Internet es de 76.6% y en el área rural es de 47.7%. De los hogares del país 44.3% dispone de computadora y el 92.5% cuenta con al menos un televisor. Del total de su población 80.6 millones son usuarios de Internet, en tanto que 86,5 millones son usuarios de teléfonos celulares (Instituto Federal de Telecomunicaciones, 2020).
En América Latina, Brasil, Argentina y México representan el 64.0% del total de usuarios de la Web en el sub continente. De los países de la Patagonia, Argentina tiene el mejor porcentaje de penetración en Internet con casi la mitad de su población conectada, en tanto que Chile representa un 50.9% (Dyjament, 2010). Otra fuente establece que hay en el mundo 4.156 millones de personas con acceso a la web; lo que representa el 54.0% del total de la población mundial. La penetración media en la región de Latinoamérica es de 13 puntos, por arriba a la global, de un 67.0%. Los usuarios de la Red suman más de 440 millones de usuarios y, de los países más poblados, quienes cuentan con acceso mayoritario a Internet son: Ecuador con 81.0%, Argentina con 78.0%, Chile con 77.0%, Brasil con 65.9% y México con 65.3% (Statista, 2018). Pero estas estadísticas, ante todo, posibilitan destacar los grados de rezago y desigualdad respecto al resto de países y sus poblaciones en general, afectando sobremanera a la población escolar que, en muchos de los casos, por motivos económicos, ha abandonado la escuela.
En este contexto, las prácticas educativas tradicionalmente presenciales, donde se posibilitan esquemas de comunicación bidireccional, radial y unilateral, del docente/instructor hacia el grupo donde se opera la didáctica propiamente, se han visto alteradas con la suspensión de la concurrencia a los espacios educativos. Para bien, por razones de prevención y cuidado de la salud pública, y para mal, por lo intempestivo – en cierta forma violento – de la medida de emergencia, al confinar a sus hogares a millones de niños, jóvenes y adultos.
La información derivada de la pandemia ha generado desconfianza que, a su vez, configura parte de una nueva realidad. Dicha desconfianza se orienta a la ciencia e instituciones, es decir, a las narrativas consideradas oficiales. Ante ello, no existe “[…] vacuna informativa capaz de superar, la fuerza viral de la desinformación generada en torno a la pandemia que ha amplificado las vulnerabilidades de un mundo conectado física y comunicativamente” (Colomina, 2020, p. 3). Interesa aquí destacar el impacto en la educación, donde hay coincidencia por parte de actores y autores de las implicaciones adversas en el proceso de adquisiciones de conocimientos y experiencias, en la infancia y adolescencia partícipe del proceso educativo.
Particularmente, en el ámbito de la educación terciaria, se ha llamado la atención respecto a la oportunidad del rumbo educativo post-pandemia. Se propone una “[…] nueva, más ambiciosa y compleja currícula de estudios interdisciplinarios como parte de las transformaciones que experimenta la generación de conocimientos en el siglo XXI” (Solano, 2021, p. 2).
La educación superior en América Latina y el Caribe
En Latinoamérica y el Caribe las oportunidades de acceder a la educación superior constituyen el 52% para los jóvenes en opciones de cursarla. Significa un rezago significativo con respecto de la cobertura promedio de los países desarrollados, que supera el 75%. Lo anterior de acuerdo al reporte último de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).
El rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, Enrique Graue Wiechers, sostiene que es “[…] un imperativo elevar estos niveles y desarrollar programas conjuntos que optimicen las oportunidades que ofrecemos para nuestros jóvenes y personal académico” (Xantomila, 2021, p. 2). En el caso de México, la cobertura en educación superior es de alrededor del 40%; como región representa el 50% y configura una amplia brecha en relación con América del Norte, que es del 86%.
En tanto que para la educación superior en Latinoamérica se destina aproximadamente el 1.4% del Producto Interno Bruto, en México se están erogando seis mil quinientos dólares por alumno, tres veces menos comparado con los países desarrollados, conforme los datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos.
No obstante, esta argumentación, ante la emergencia de la pandemia las dinámicas y procedimientos en diversos ámbitos de la vida, se ha alterado drásticamente. Lo que hasta inicios de 2020 se entendía por “normalidad” en el imaginario mental-social, se ha trastocado. El confinamiento ha semiparalizado actividades académicas, institucionales, productivas, recreativas; de ahí cobra sentido aludir a una nueva normalidad.
La población escolarizada se vio afectada sobremanera: muchos niños y jóvenes abandonan la escuela; en tanto que millones de ellos, obligados por la circunstancia de la salud pública, prosiguieron sus estudios desde casa. Se estima una deserción escolar superior a los 2.5 millones de estudiantes, desde el preescolar al bachillerato entre abril y agosto de 2020, lo que representa un 10% del total de alumnos en México. Respecto a la educación superior, el 8% de estudiantes (Statista, 2021) dejó de asistir a clases en línea.
En el caso de América Latina, conforme un informe procedente de Unicef, “[…] cerca de 60% de los menores en edad escolar de la región perdieron el año lectivo. Y dos tercios de los países donde la mayoría de los colegios están cerrados de manera permanente se encuentran en la región” (Gough, 2021, p. 3). De manera innegable, como muchos otros sectores, los sistemas educativos se vieron impactados en sus procesos. Es preciso destacar un ethos como el hacer y vivir, desde las individualidades en el contexto grupal y comunitario escolarizado, institucional incluso, como afianzamiento de los actos didáctico-pedagógicos, donde la comunicación e información instruccional es básicamente presencial, de viva voz. En este entorno, todo lo que incluye el universo de lo sensible, las emociones, lo simbólico juegan papel medular. A pesar de que las poblaciones escolares evidencian familiaridad con las tecnologías de la información y la comunicación, muchas de ellas incorporadas paulatinamente en los procesos de enseñanza, al verse relegadas obligatoriamente a sus respectivos espacios del hogar, involucró ansiedad, desolación, incertidumbre para niños, adolescentes y padres de familia. Pues ello desveló asimetrías, desigualdades en el acceso a las Tecnologías de la Información y Comunicación y al Internet.
Entonces, si bien la permanencia en los hogares representó una posibilidad de reencuentro en las familias y de una participación colaborativa en el proceso educativo y de formación en valores, las condiciones de vida en los hogares, las dificultades de combinación de las actividades educativas de los hijos con las laborales de los padres y la disponibilidad de la tecnología necesaria para el desarrollo de ambas, repercutieron en el resultado positivo o negativo de esta condición de resguardo, siendo particularmente difícil y tenso para las grupos sociales de menores ingresos y con deficiente acceso a la tecnología.
Conclusión
El resguardo físico propiciado por el Covid-19 desde el año 2020, que no ha sido resuelto a la fecha, a pesar de su intensidad, elevado costo social e incertidumbre no constituye una situación totalmente novedosa sino la develación cruda de un proceso de individualización e instrumentalización que venía gestándose desde finales del siglo pasado. Esto se dio por medio del uso generalizado de las tecnologías digitales que, si bien se han constituido en un medio importante, prácticamente como una panacea, para la realización de las actividades económicas, sociales y educativas. La industria tecnológica ha sido uno de los sectores más favorecidos durante este periodo de crisis y que estará marcando una tendencia a largo plazo en el conjunto de las actividades humanas.
Es precisamente este impulso de las tecnologías digitales en las actividades educativas una de las principales cuestiones a considerar en el proceso educativo del presente siglo. Esto porque su aplicación irrestricta y generalizada, sin una ponderación sobre sus implicaciones positivas y negativas, podría propiciar el privilegio de la instrumentalización, la individualización y la virtualización de las relaciones socio-culturales a costa de las relaciones personales y físicas, del intercambio de valores por medio de experiencias y prácticas que otorgan la convivencialidad.
Las ventajas cuantitativas que conceden las tecnologías digitales podrían transformarse de un medio a un fin para las instituciones educativas que, paulatinamente, estarían dejando de lado la misión de la formación de seres humanos integrales, en armonía consigo mismos, con los otros humanos y seres vivos. La pandemia evidenció la vulnerabilidad de la organización social predominante y la educación debe contribuir a la recuperación de un humanismo más responsable hacia el futuro del presente siglo.