Introducción
Las violencias machistas son un grave problema social, especialmente para las mujeres y personas LGTBIQ*. Gracias a la incansable lucha feminista, nuestras sociedades y gobiernos han tomado conciencia de la urgencia de tomar medidas, aunque aún sean insuficientes. El patriarcado se muestra resistente y anclado en nuestras estructuras y capaz de adaptarse a nuevos espacios online (Anastasia POWELL; Nicola HENRY, 2017; Núria VERGÉS BOSCH et al., 2017; Eugenia SIAPERA, 2019). Estos espacios median casi cualquier actividad humana, incluidas las relaciones sexoafectivas (Laura THOMPSON, 2018). La sociedad de la información, internet, móviles y redes sociales no están libres de violencias machistas. Con las TIC, los efectos de estas violencias pueden intensificarse, multiplicarse y extenderse fácilmente (Adriane VAN DER WILK, 2018). Aunque el interés, acción e investigación sobre las violencias machistas online es reciente y creciente, aún es insuficiente y resulta necesario visibilizarlas y reflexionar sobre ellas. Este artículo, además, se propone contribuir a entrever cómo deberíamos actuar desde la academia, instituciones, plataformas online y feminismos, explorando la literatura previa sobre las violencias machistas online y las formas de contrarrestarlas.
Aunque existen varios conceptos para referirnos a estas violencias e, incluso, violencias de género online es lo más usado en la literatura científica en inglés y en internet, en este artículo hablamos de violencias machistas online por tres motivos. El primero, por nuestro contexto situado de partida: la normativa catalana para la erradicación de las violencias machistas (ESPAÑA/COMUNIDAD AUTÓNOMA DE CATALUÑA - Ley 5/2008), enuncia el derecho a erradicarlas, como resultado de un proceso donde los feminismos fueron participantes y determinantes (Dolors COMAS D’ARGEMIR, 2011). Además, lo hemos usado previamente en nuestros trabajos en torno a estas violencias con la colectiva ciberfeminista catalana Donestech (VERGÉS BOSCH; DONESTECH, 2019). El segundo, porque resulta un concepto útil para enfatizar: a) el machismo detrás de estas violencias, b) las desigualdades de poder del sistema sexo-género y c) que la atención recaiga sobre el agresor (Neus ROCA CORTÉS, 2014). El tercero, porque considera otras violencias de género en otros ámbitos sociocomunitarios. Aunque enfatiza ciertos aspectos y no otros, no se contradice con las denominadas violencias de género, misoginia, o violencias contra las mujeres. Lo mismo ocurre con la apreciación online que no se contradice con las denominadas ciberviolencias o violencias virtuales, por lo tanto, artículos con estas otras denominaciones también se han incluido en el proceso de revisión bibliográfica.
Metodológicamente, se constituye como una revisión bibliográfica mixta que combina una revisión sistemática con una revisión derivada. Para la revisión sistemática, examinamos 33 artículos incluidos en la Web of Science (WOS) hasta el 2019 que respondían a las palabras clave: “online misogyny”, “ciberviolence against women”, “online gender violence”, “online violence against women”, “machoist online violence”, “online gender-based violence”. Los artículos resultantes pertenecen a una diversidad de disciplinas, aunque predominan comunicación, estudios de género y sociología. Aunque el primer artículo aparece en WOS en 2014, la mayoría se publicaron en los dos últimos años y en su mayoría en países de habla inglesa del norte y desde instituciones académicas en su práctica totalidad. Ello muestra el interés reciente y gradual, pero también la necesidad de investigar y publicar desde otros contextos. El resto de las publicaciones incluidas derivan de nuestros trabajos previos con Donestech1 sobre la ciberseguridad, género y violencias de género. Esta revisión tradicional o narrativa incluye no sólo literatura académica en nuestros trabajos en torno a estas violencias con la colectiva ciberfeminista catalana Donestech, sino también literatura gris. Incluimos pues informes, estudios de la Unión Europea (UE) y otros organismos internacionales, instituciones, entidades y colectivas feministas en inglés, español y catalán, como una estrategia metodológica feminista para incluir estas voces (Barbara BIGLIA; VERGÉS BOSCH, 2016).
Así, este artículo resulta una contribución y, a su vez, un retorno a los feminismos, específicamente a los ciberfeminismos, para informar de la situación, principales retos y principales acciones que vienen funcionando. Además, académicamente, contribuye a sistematizar información útil para los estudios de género y la investigación sobre las violencias de género. También, contribuye a la literatura sobre la sociedad de la información, específicamente sobre género y tecnología. Y aporta pautas para ampliar la investigación y la acción en sociología feminista, comunicación y criminología feministas, en Cataluña-España e internacionalmente. Igualmente, como veremos, implica una denuncia y una llamada a la responsabilidad y acción a instituciones y plataformas online para combatir estas violencias.
Partiendo de una estructura patriarcal que ya operaba off-line y que ahora se desarrolla también online con los neomachismos, visibilizamos: a) los pocos datos existentes sobre la prevalencia de las violencias machistas online y el perfil de las personas que reciben estas agresiones b) los principales perfiles de agresores, así como las formas en que ejercen estas violencias machistas online. Anotamos el escaso compromiso y acción de nuestras instituciones y principales plataformas online para prevenir y combatir estas violencias. Y finalmente, visibilizamos la agencia de las mujeres y feministas y las diversas estrategias que activan para contrarrestar las violencias machistas online. Cerramos con breves conclusiones.
Heteropatriarcado, violencias machistas, riesgos y consecuencias: ¿De las viejas estructuras a las nuevas redes sociales?
Las violencias de género son un grave problema social, especialmente para las mujeres y las personas LGTBIQ*, también en el contexto español (VERGÉS BOSCH, 2012a; Victoria FERRER-PÉREZ; Esperanza BOSCH-FIOL, 2014; VERGÉS BOSCH et al., 2019). La investigación feminista se ha esforzado para visibilizar y erosionar el patriarcado y sus violencias de género (Sonia NÚÑEZ PUENTE, 2011; María BUSTELO, 2016). A partir de sus reivindicaciones, sobre todo entrado el siglo XXI, gobiernos y administraciones públicas han atendido al problema de las violencias de género y han elaborado leyes y actuaciones para hacerles frente (Conny ROGGEBAND, 2012; Pam ALLDRED; Barbara BIGLIA, 2015, BUSTELO, 2016). Sin embargo, resultan claramente insuficientes, pues el patriarcado sigue fuertemente anclado en nuestras estructuras, y la violencia de género no disminuye.
Aún más, las violencias machistas siguen reproduciéndose y adaptándose a nuevos ámbitos y formas de relacionarse afectivamente, como internet y las redes sociales (VERGÉS BOSCH et al., 2017; Debbie GING; Eugenia SIAPERA, 2018; NÚÑEZ PUENTE; Diana FERNÁNDEZ ROMERO, 2019), y crecen con los neomachismos que se organizan y actúan también online (June FERNÁNDEZ et al., 2019; Laura MARTÍNEZ-JIMÉNEZ; Belén ZURBANO-BERENGUER, 2019), e incluso, establecen nuevas alianzas con el capitalismo liberal y la extrema derecha (Shawn VAN VALKENBURGH, 2019; Jin LEE, 2019; Eduardo CHÁVEZ MOLINA; VERGÉS BOSCH, 2019; Theodore KOULOURIS, 2018; SIAPERA, 2019). Los neomachismos son un fenómeno reaccionario. Se caracterizan por cuestionar los recientes avances en materia de género y su legislación. Se presentan como víctimas incluso con falsedades y utilizando nuevos conceptos como feminazis o misandria (Alice MARWICK; Robyn CAPLAN, 2018). A menudo en grupos, lanzan su e-bilis a las mujeres empoderadas y feministas (Emma JANE, 2016), desde insultos hasta amenazas de violación y de muerte.
La violencia machista online, aunque a priori pueda parecer más inocua para las mujeres y personas LGTBIQ* por ser menos física, puede resultar mucho más dañina a largo plazo (VAN DER WILK, 2018; Delanie WOODLOCK et al., 2019). Los impactos sociales y culturales son graves y afectan a la salud física y psicológica, a las oportunidades educacionales y laborales, a la participación política, a la libertad de expresión y movimiento, así como a la capacidad de generar narrativas y espacios amigables también online (UN BROADBAND COMMISSION FOR DIGITAL DEVELOPMENT WORKING GROUP ON BROADBAND AND GENDER, 2015; EUROPEAN WOMEN’S LOBBY, 2017; Samantha BATES, 2017; Laia SERRA, 2018).
El tiempo que dedicamos a internet y las redes sociales va en aumento, especialmente las y los adolescentes. En algunos países como España (INSTITUTO NACIONAL DE ESTADÍSTICA- INE, 2019), el uso de redes sociales por parte de las mujeres es mayor (67% versus 62,1% hombres) y la brecha digital de género entre niños y adolescentes es prácticamente inexistente (93% de menores utiliza internet).
Cada vez más, las relaciones sociales y sexoafectivas son mediadas por las nuevas tecnologías, por ejemplo, el negocio de las webs de citas online va en auge (Michael ROSENFELD; Reuben THOMAS, 2012; THOMPSON, 2018). Sin embargo, compartir nuestra información sexoafectiva en estas plataformas también tiene sus riesgos, las webs pueden ser crackeadas y ponemos nuestras vidas afectivas y nuestra defensa en caso de violencias de género en manos de plataformas comerciales. Dichas plataformas no destacan por su compromiso contra la discriminación de género (THOMPSON, 2018; LEE, 2019), por ello es crucial cuidar nuestra privacidad.
Esta mayor exposición y relación en las redes sociales puede conllevar mayores riesgos de sufrir agresiones y violencias machistas online. El estudio en Barcelona de Trinidad Donoso-Vázquez, María José Rubio y Ruth Vilà (2014) expone que los y las adolescentes (84%) consideran que los espacios virtuales se prestan más a la violencia que el cara a cara. Son conscientes de que ciertas acciones conllevan riesgo de sufrir violencia, pero son más conscientes de ello las chicas que los chicos. Las mujeres seguimos teniendo más miedo a ser agredidas que los hombres, también online (Billy HENSON; Bradford REYNS; Bonnie FISHER, 2013; Filipa PEREIRA; Marlene MATOS, 2016; Maeve DUGGAN, 2017); y paradójicamente, tenemos más miedo a los desconocidos y seguimos renunciando a ciertos espacios públicos, cuando son los conocidos quienes más nos agreden y la mayoría de las violencias contra nosotras se ejercen en los espacios privados. Las mujeres también reportamos mayores niveles de inseguridad, vulnerabilidad y miedo al crimen online (DUGGAN, 2017) y somos víctimas de restricciones sociales y espaciales debido a ello.
Esto es reflejo de la opresión, control social y roles de género, que limitan nuestra libertad de acceso y de movimiento en el espacio público online y el mundo de las tecnologías (Molly DRAGIEWICZ et al., 2018; WOODLOCK et al., 2019). Constantemente recibimos mensajes alarmantes de los peligros de las redes sociales y las tecnologías, esencialmente masculinizadas y potencialmente violentas. Algunas campañas alarmistas pueden generar efectos de género contraproducentes apartando a las mujeres de algunos espacios virtuales y acrecentando la brecha digital de género (Adriana GIL-JUÁREZ et al., 2011). Incluso se nos culpabiliza por usar estos espacios cuando somos agredidas. Sin embargo, acceder o compartir información en la virtualidad no debería ser utilizado para culpabilizar, avergonzar, o negar la agencia de las personas agredidas (Jenny SUNDÉN; Susanna PAASONEN, 2018; Helen WOOD, 2018). No se trata de dejar de tener relaciones digitales, sino de poder tenerlas libres y seguras (VERGÉS BOSCH et al., 2017; VERGÉS BOSCH; DONESTECH, 2019). Nosotras debemos minimizar riesgos, pero hace falta un compromiso social efectivo con la erradicación de las violencias machistas.
Violencias machistas online: acerca de las prevalencias y las personas agredidas
A más de una década de implantarse las redes sociales, resulta sorprendente los pocos datos disponibles para hablar con exactitud de la prevalencia y formas de las violencias de género online, en Cataluña-España e internacionalmente. El hecho de que por falta de datos públicos, oficiales y disponibles las violencias de género ejercidas se puedan ver como accidentales, casos aislados de depravados y fácilmente negables, dificulta visibilizar y diagnosticar con exactitud este tipo de violencias, así como reconocer que se trata de violencias sistémicas, persistentes y profundamente arraigadas en nuestra cultura y estructuras (SERRA, 2018). Esto es extremadamente grave, justifica su impunidad y reiteración. Incluso podría incurrir en violencia institucional por omisión en la prevención e investigación de las violencias de género (Encarna BODELÓN, 2015).
Las pocas investigaciones internacionales sobre violencias online, recogidas en informes de organismos de la UE (FRA, 2014; VAN DER WILK, 2018; EIGE, 2017), y de entidades internacionales de la sociedad civil (WOMEN’S MEDIA CENTER - WMC, 2019; EUROPEAN WOMEN’S LOBBY, 2017; AMNESTY INTERNATIONAL, 2018), contienen informaciones relacionadas con la prevalencia de las violencias machistas online. Aunque algunos datos provienen de estudios más amplios sobre cyberbullying en general (DUGGAN, 2017) y los estudios difieren en porcentajes por países, año de publicación y definiciones, coinciden en algunas tendencias respecto a las violencias machistas online, relevantes para entender el fenómeno. La mayoría de las violencias online las sufren las mujeres y buena parte de ellas son violencias machistas. Las personas participantes en chats y juegos con nicks en femenino reciben más mensajes amenazadores y con contenido sexual. La mayoría de los agresores son hombres y la mayoría de las mujeres conoce a sus agresores. Finalmente, las personas LGTBIQ* son altamente agredidas, más que las personas heterosexuales.
Según una investigación europea que analizaba la violencia de género para todos los países EU-28 (FRA, 2014), el 11% de las mujeres europeas (9 millones) había sido víctima de violencias en internet (por web, correo electrónico o móvil). Este estudio señalaba, además, que un 21% de las mujeres que habían experimentado este tipo de violencia lo sufrió más de dos años, y un 23% tuvieron que cambiar de correo electrónico y/o número de teléfono. Según el reciente estudio de Amnesty International (2018), entre el 63 y el 83% de las mujeres agredidas tuvieron que cambiar su uso de TIC. Destaca que más del 70% de las mujeres que habían experimentado violencias online también habían sufrido al menos una forma de violencia física o sexual por parte de su pareja. Los datos que recoge el informe del European Women’s Lobby (2017) señalan, además, que 1 de cada 10 agresores sexuales utiliza las webs de citas para encontrar a sus víctimas y que un 37% de mujeres feministas sufren amenazas sexuales online. Las violencias también afectan a las más jóvenes: el mismo informe anota que 1 de cada 4 chicas europeas ha experimentado cyberbullying y que un 87% de imágenes incautadas de abuso sexual a menores eran de niñas.
Los datos disponibles (FRA, 2014; VAN DER WILK, 2018) señalan que este tipo de violencias afectan a las mujeres jóvenes en particular. Si no hacemos nada al respecto, estas inercias patriarcales no van a desaparecer y van a aumentar en las redes sociales, pues los datos alertan que el fenómeno es grave entre adolescentes. Según una investigación de la Delegación del Gobierno Español para la Violencia de Género (María José DÍAZ-AGUADO; Rosario MARTÍNEZ ARIAS; Javier MARTÍNEZ BABARRO, 2014), a un 32,5% de las adolescentes y jóvenes españolas entre 12 y 24 años las habían tratado de controlar a través del teléfono móvil, y el 20% había comprobado cómo utilizaban sus contraseñas dadas con confianza a sus parejas para supervisar sus actividades online. Casi un 12% había sido intimidada por mensajería móvil y hasta un 10% había sido acusada de provocar la violencia sufrida. También, el estudio de Donoso-Vázquez, Rubio y Vilà (2014), que aplicó el cuestionario de violencias de género 2.0, alerta que un 40% de adolescentes han observado alguna o varias veces estas violencias, aunque sólo vivido en un 10%. Cabe destacar que las violencias online también se ejercen para imponer relaciones basadas en el amor romántico y la heteronormatividad, con la presión de un canon de belleza heteronormativo y la heterosexualidad obligatoria que conlleva (Ruth VILÀ BAÑOS, 2016; Louise RICHARDSON-SELF, 2019).
Además de la edad, la literatura apunta a otras cuestiones sociodemográficas relevantes que interaccionan con el género, destaca la interseccionalidad. Por un lado, algunas investigaciones señalan una mayor incidencia entre mujeres racializadas (DUGGAN, 2017; Diane FELMLEE; Paulina Inara RODIS; Sara Chari FRANCISCO, 2018; AMNESTY INTERNATIONAL, 2018). Como en las violencias off-line, la prevalencia entre personas con diversidad funcional también parece ser mayor, respecto a la violencia sexual (HENRY; POWELL; Asher FLYNN, 2017). Finalmente, cabe destacar las violencias machistas online que sufren las personas LGTBIQ*, a menudo en intersecciones múltiples, que se duplican respecto a las personas heterosexuales (HENRY; POWELL, 2018). De hecho, como señala RICHARDSON-SELF (2019), la misoginia online es también profundamente cisheteropatriarcal.
Otra de las grandes expresiones del patriarcado y del control machista que merece atención específica, lo constituye el ataque directo a las mujeres empoderadas con voz, y a las feministas, y sus logros (EUROPEAN WOMEN’S LOBBY, 2017; Alberto Jonay RODRÍGUEZ-DARIAS; Laura AGUILERA-ÁVILA, 2018; Inés CROSAS REMÓN; Pilar MEDINA-BRAVO, 2019). Una de las estrategias machistas fundamentadas en el heteropatriarcado ha sido desprestigiar y atacar los feminismos y a las feministas y disidentes de género y sexuales (CROSAS REMÓN; MEDINA-BRAVO, 2019; RODRÍGUEZ-DARIAS; AGUILERA-ÁVILA, 2018; SIAPERA, 2019). Como apunta Andrea Momoitio (2014), este ataque organizado en las redes se realiza para evitar que nos reconozcamos sujetos oprimidos y actuemos conjuntamente. Como ejemplo, Momoitio (2014) nos recuerda los casos de Pikara Magazine con Alicia Murillo y el proyecto del cazador Cazado o Emi Arias con las tetas y los toros.2
En general, estas mujeres suelen ser diana de violencias machistas online. Según los datos de Speech Project (2019), 2/3 de las mujeres periodistas reportan experimentar amenazas, abuso sexista, intimidación y acoso al realizar su trabajo. Un 21% reportan que sus cuentas son vigiladas y un 20,3% que son crackeadas. Asimismo, un 25% de las amenazas que reciben estas mujeres periodistas y sus familiares se realizan online. Un estudio de The Guardian (Becky GARDINER et al., 2016), confirma que ocho de las personas más atacadas de su medio son mujeres y destaca que las personas LGTBI y no blancas tienden a recibir más ataques, cosa que confirman una multitud de experiencias de mujeres periodistas (Michelle FERRIER; Nisha GARUD-PATKAR, 2018). Y el número de mensajes abusivos es mayor cuando las noticias son sobre conflictos, violaciones y feminismos, o en secciones masculinizadas como los deportes o tecnología (Catherine ADAMS, 2018; Dunja ANTUNOVIC, 2019).
Otras investigaciones apuntan también a otros perfiles de mujeres con voz, como las artistas (MOMOITIO, 2014; MURILLO, 2019), las mujeres tech (ANTUNOVIC, 2019; SIAPERA, 2019) o las académicas (George VELETSIANOS et al., 2018; Emma KAVANAGH; Lorraine BROWN, 2020). Una investigación reciente con más de 120 mujeres europarlamentarias mostró que un 58,2% de las participantes había recibido violencias online y que un 46,9% había recibido amenazas de muerte, violación o agresión física contra ellas o sus hijos (IPU; PACE, 2018). Las violencias por internet eran mayores contra las más jóvenes y, sobre todo, contra mujeres que lideran la lucha contra la desigualdad de género y la violencia contra las mujeres, o que se manifiestan sobre otros temas políticos sensibles (combatir la corrupción, recibir a refugiados y similares).
Violencias machistas online: acerca de las formas de ejercer violencias de género online
Como hemos señalado antes (VERGÉS BOSCH et al., 2017; VERGÉS BOSCH, 2019), existen tres grandes grupos de violencias ejercidas: 1) las violencias con discursos altamente machistas y por razón de sexo/género que buscan desvalorizar a las mujeres, personas LGTBIQ* y sus logros; 2) las violencias machistas altamente tecnológicas que buscan magnificar sus efectos; y 3) las violencias de alto componente sexual que buscan dañar, además de controlar los cuerpos y sexualidad de las mujeres.
Las violencias online más comunes son altamente machistas y buscan desvalorizar y minar las capacidades, poder y autoestima de feministas, mujeres empoderadas, y mujeres y personas LGTBIQ* agredidas (JANE, 2016). Pueden conseguir que las mujeres se sientan menos capaces y abandonen espacios de trabajo y/o empoderadores que se merecían, como las tecnologías o redes sociales. Entre estas violencias estarían los insultos por razón de sexo, género y/u orientación sexual, que aumentan con otras interseccionalidades. Pero también lo constituirían el ciberacoso, el cyberbullying, el mansplaining, el discurso de odio, las amenazas, el flaming, la e-bile o las acusaciones falsas.3 Aun con los pocos datos que tenemos, su prevalencia es muy elevada, sobre todo contra las feministas (CROSAS REMÓN; MEDINA-BRAVO, 2019; FERNÁNDEZ et al., 2019; Cecilia Alejandra ANANÍAS SOTO; Karen Denisse VERGARA SÁNCHEZ, 2019). Sin embargo, también la sufren académicas, artistas, deportistas, políticas o periodistas, entre otras mujeres empoderadas o con voz. Probablemente muchas (ex)parejas machistas, recurren a este tipo de agresiones, como ocurre con las violencias de género psicológicas (Marta Perela LARROSA, 2010).
Después, encontramos violencias online con un fuerte componente tecnológico que incrementa su viralidad y grupalidad. Estas violencias machistas requieren ciertos conocimientos técnicos relativamente sofisticados, y a nivel de conocimientos TIC avanzados, existe aún una importante brecha digital de género (GIL-JUAREZ et al., 2011; VERGÉS BOSCH, 2012b; Anna VITORES; GIL-JUAREZ, 2016). Ejemplos de estos tipos de violencias altamente sofisticadas serían el doxxing (que consiste en buscar información sistemática sobre una mujer y utilizarla para dañarla), el crackeo de cuentas, la suplantación de identidades, y la utilización de programas espía para controlar los movimientos online de las mujeres. Finalmente, entre estas violencias altamente tecnológicas encontramos el ataque (a menudo sistemático) a servidores, sitios web o perfiles feministas y el bombardeo que en ocasiones se realizan en grupos y busca silenciar o invisibilizar determinados perfiles (VERGÉS BOSCH et al., 2017). Estas violencias grupales responden a lo que se ha llamado la machosfera o la manhood virtual (Mairead Eastin MOLONEY; Tony LOVE, 2018; MARWICK; CAPLAN, 2018). Todas las formas de violencias machistas online, pero sobre todo las grupales, marcan fuertemente el discurso online, disciplinando las retóricas de las mujeres, silenciando sus perfiles y webs, y generando nuevos conceptos como feminazi o misandria que victimizan a los hombres (MARWICK; CAPLAN, 2018; GING, 2019); a la vez que exaltan la masculinidad de esos grupos, refuerzan las normas de género hegemónicas, oprimen a las mujeres y personas LGTBIQ* y mantienen al resto de hombres bajo control (MOLONEY; LOVE, 2018).
Finalmente, encontramos violencias de género con un elevado componente sexual. Implican control sobre los cuerpos y goces de las mujeres, cultura de la violación, masculinidad hegemónica que refuerza la norma heteropatriarcal (Sophie SILLS et al., 2016; POWELL; HENRY, 2017), y son muestra de dominio: a) los comentarios, el acoso e insultos de carácter sexual y las amenazas de violación (Claire HARDAKER; Mark MCGLASHAN, 2016; POWELL; HENRY, 2017); b) la captación online con fines de trata para la prostitución, la sextorsión, y el grooming con menores; c) la pornografía, la pornovenganza o pornografía no consentida (EIGE, 2017). Aunque no se trate de un nuevo fenómeno, con los avances tecnológicos se acrecienta su expansión y sofisticación (Chrissy THOMPSON; Mark WOOD, 2018). Aquí encontramos desde la distribución de imágenes íntimas no consentidas como las fotos debajo de la falda o por encima de la blusa, hasta el porno de venganza, donde el agresor es, mayoritariamente, la (ex)pareja que obtuvo las imágenes y vídeos durante la relación o crackeando su ordenador (HENRY et al., 2017). Busca hacer daño a la mujer por haber finalizado la relación, a través de la humillación y vergüenza pública. Se estima que el 90% de las víctimas de porno de venganza son mujeres. El número de casos crece, así como crecen el número de webs dedicadas al intercambio de porno de venganza (EIGE, 2017; VAN DER WILK, 2018). Existe también una práctica aún más perversa y creciente de pornografía no consensuada que consiste en el registro y difusión (incluso en directo) de agresiones sexuales a mujeres (EIGE, 2017).
Violencias machistas online: acerca de los agresores y la respuesta de instituciones y plataformas para hacerles frente
Las violencias de género online a menudo se encuentran conectadas entre sí y con otras violencias off-line y los tipos de agresores son diversos. Una gran parte de violencias online la ejercen personas conocidas y la gran mayoría resultan ser hombres (UN, 2015; FRA, 2014 VAN DER WILK, 2018). Como en las violencias off-line, los agresores son, sobre todo, cis hombres, heterosexuales, motivados por el poder, el deseo de dominar, controlar y seguir imponiendo la norma cisheteropatriarcal (Azy BARAK, 2005; MOLONEY; LOVE, 2018). Según el estudio del FRA (2014) un 70% de las mujeres acosadas sexualmente también habían sufrido violencia física o sexual por parte de su pareja y un 77% de las mujeres acosadas online habían experimentado violencia off-line por parte de sus parejas. Gran parte de los agresores son conocidos, sobre todo parejas y exparejas, pero también familiares, compañeros de estudios, trabajo, vecinos o clientes, como ocurre off-line.
Sin embargo, la particularidad de las violencias online es que permiten la multiplicación de agresores y un mayor grado de anonimato. El European Women’s Lobby (2017) definió varios perfiles de agresores online: machitrols (que atacan a mujeres que opinan online); creepshotters (que toman imágenes de mujeres y niñas sin consentimiento y las publican online); pornovengadores (violan digitalmente, publican imágenes privadas para humillar a las víctimas, a menudo como extensión de la violencia de pareja); online groomers (construyen relaciones digitales con menores para llevarlos al abuso sexual o su trata); ciberacosadores (se obsesionan con alguna niña o mujer y la acosan online); masculinistas (odian a las mujeres y niegan el sistema sexista defendiendo los derechos de los hombres); ciberbulliers (envían repetidamente mensajes humillantes y buscan avergonzar y minar la autoestima); depredadores sexuales (buscan poder y control cortejando online para luego abusar en citas); recruiters (utilizan internet para captar víctimas de trata); doxxers (investigan y publican información online para exponer a las víctimas); distribuidores maliciosos (utilizan las redes para hacer propaganda maliciosa promoviendo las violencias de género, por ejemplo, contra feministas o sus organizaciones), crackers (interceptan información, contraseñas o comunicaciones para su diversión o mal uso contra las mujeres). Finalmente, algunas investigaciones han apuntado a la Manosfera, webs y espacios online donde los agresores (mayormente hombres) se organizan para violentar en grupo (MOLONEY; LOVE, 2018; GING, 2019).
Los pocos datos disponibles confirman las dificultades para hacer frente a las violencias de género online y a los agresores, especialmente por los canales institucionales. Según un estudio de la Association for Progressive Communications (APC, 2015), un 60% de las agresiones online que se reportan no son investigadas y sólo 1 de cada 3 agresiones reportadas generan alguna acción por parte de los proveedores de internet o plataformas donde ocurre la agresión. El informe de UN (2015) sobre ciberviolencia contra las mujeres reportó que de los 86 países investigados sólo un 26% lo trataban legalmente. El retraso legal, la falta de medidas y servicios públicos que traten específicamente las violencias machistas online son aterradores. Hace falta regulación, protocolos, formación, helplines o demandas de seguimiento a las plataformas privadas, casos o agresores (VAN DER WILK, 2018; DRAGIEWICZ et al., 2018). En este sentido, el caso australiano que introdujo nuevas leyes contra el abuso online como delito penal, pasando de la regulación voluntaria de las empresas a la obligatoria, junto con medidas de prevención y empoderamiento de las víctimas, podría ser un punto de partida (Majid YAR; Jacqueline DREW, 2019). Además de no generar datos para poder estudiar y diagnosticar con precisión el fenómeno de las violencias de género online ya comentado, la falta de acciones por parte de los responsables públicos y privados de la comunicación online para perseguir y castigar estas violencias genera impunidad para los agresores y sus grupos de apoyo, haciendo que el problema persista, se agrande y se agrave (SERRA, 2018).
Aunque recientemente han tomado algunas medidas (DRAGIEWICZ et al., 2018), las plataformas mediáticas y de redes sociales no siempre reaccionan pronta y adecuadamente ante los ataques machistas a mujeres, personas LGTBIQ* y feministas (Jo SMITH, 2019), y en demasiadas ocasiones con su inacción acaban intensificando las violencias y alentando o protegiendo a los agresores, como muestra el estudio de caso de la chica de Magaluf4 (WOOD, 2018). Como apunta Momoitio (2014) este también fue el caso de la página de Facebook “Pues te violo”, que no fue retirada en su momento a pesar de numerosas denuncias feministas. En cambio, las políticas de publicación de diversas plataformas acaban actuando como censuradoras de las mujeres, las personas LGTBIQ*, las feministas y sus reivindicaciones, limitando su agencia (MOMOITIO, 2014; WOOD, 2018). En este sentido, las plataformas deben asumir su responsabilidad, avanzar en equidad de género en sus equipos y algoritmos, así como priorizar la lucha contra las violencias machistas en su seno (Elena PAVAN, 2017), ya que pueden contribuir a revertir la tendencia actual (DRAGIEWICZ et al., 2018) si se esfuerzan, pues tienen suficientes conocimientos, recursos, capacidad de gobernanza y armas algorítmicas para ello.
Feministas en acción: contrarrestando las violencias machistas online
Ante la pasividad y revictimización de las instituciones públicas y plataformas de redes sociales (JANE, 2017; SMITH, 2019), pero también por la capacidad de agencia, autogestión y autodefensa individual o colectiva de las mujeres y personas LGTBIQ*, a través de los feminismos (Perrine DESCHELLETE et al., 2019; VERGÉS BOSCH et al., 2017), se han ido desarrollando algunas estrategias para contrarrestar las violencias machistas online.
Las estrategias y tácticas de las mujeres para sobrellevar y hacer frente a las violencias de género online son múltiples y diversas, y a veces se activan simultáneamente (VELETSIANOS et al., 2018; FERNÁNDEZ et al., 2019). Como han mapeado académicas y feministas, algunas estrategias tienen que ver con los cuidados y autocuidados (Alex HACHE et al., 2015; LUCHADORAS, 2017; FERNÁNDEZ et al., 2019), otras con la lucha y alteración frente a estas violencias (JANE, 2017; SMITH, 2019; VERGÉS BOSCH; DONESTECH, 2019).
Primero, desde los feminismos se proponen medidas para cuidarnos y autocuidarnos. Aunque puntualmente convenga dejar ciertas redes sociales, no podemos abandonarlas del todo, ni todas, pues entonces los agresores habrían ganado y las tecnologías y nuestros futuros continuarían bajo su control. Por eso es importante prevenir, cuidarnos y minimizar riesgos en nuestras prácticas online (HACHE et al., 2015; TACHTICAL TECH, 2016; JANE, 2017; Florencia GOLDSMAN, 2019). Este tipo de medidas pasan por el análisis de riesgos digitales: estudiar nuestras identidades online, y si podemos asumir/gestionar los daños (GOLDSMAN, 2019). Después, cabrían una serie de estrategias de mitigación: desde la utilización de pseudónimos, máscaras o identidades colectivas, hasta la fortificación de cuentas, distanciamiento, silenciamiento o la destrucción de material sensible (HACHE et al., 2015). Luego, establecer y construir redes de apoyo, off-line y online, feministas y amigas, pero también alianzas con posibles aliadas (VERGÉS BOSCH; DONESTECH, 2019). Finalmente, tomar medidas destinadas a incrementar la seguridad de nuestras prácticas online, por ejemplo, a través de la navegación anónima o de alta seguridad (TACHTICAL TECH, 2016).
Pero cuidarnos no sería suficiente, hace falta también luchar y alteractuar, es decir, actuar y revertir la situación actual en clave feminista, para así repolitizar la internet y las redes sociales desde/con/para los feminismos (JANE, 2017; Guiomar ROVIRA SANCHO, 2018; VERGÉS BOSCH, 2019; DESCHELLETE et al., 2019). La erradicación de estas violencias de género online sólo puede pasar por hacer frente a los agresores, erradicar este tipo de violencias y generar otro tipo de relaciones online y off-line. Únicamente así serían posibles unas relaciones digitales seguras y libres de violencias de género para todes. Desde los feminismos se proponen una serie de iniciativas (VERGÉS BOSCH et al., 2017) y también en Ciberseguras, APC, Acoso.online o Pikara Magazine, entre otras (FERNÁNDEZ et al., 2019).
En primer lugar, se proponen acciones relacionadas con la investigación y documentación de nuestros y otros casos. Por ejemplo: a) investigar dentro/fuera de la academia este tipo de violencias (MOMOITIO, 2014; JANE, 2014; NÚÑEZ PUENTE; FERNÁNDEZ ROMERO, 2019; WOOD, 2018; SMITH, 2019), b) la (re)generación de memorias (herstories), c) individualmente, realizar autodoxxeos o doxxear a los agresores (Eloísa FARRERA HERNÁNDEZ, 2019). En segundo lugar, es necesario seguir creando espacios, discursos, redes, comunidades e imaginarios alternativos seguros, feministas, libres de violencias de género (SILLS et al, 2016; FERRIER; GARUD-PATKAR, 2018), es decir, incluso retar al odio con libertad y amor, más abrazos virtuales y menos agresiones virtuales. Por ejemplo: a) Trollbusters (FERRIER; GARUD-PATKAR, 2018), b) los feminismos activistas del hashtag que buscan incidir políticamente, crear discurso feminista online y, con ello, contrarrestar la masculinización del discurso online (Jinsook KIM, 2017), c) la reivindicación de la sinvergüenza y la reapropiación y resignificación de conceptos online, como ya ocurrió con Queer o Crip y experiencias aliadas (SUNDÉN; PAASONEN, 2018; Andrea GARCÍA-SANTESMASES FERNÁNDEZ; VERGÉS BOSCH; Elisabet ALMEDA SAMARANCH, 2017), d) servidores feministas, espacios y redes transhackfeministas, webs y medios como Pikara Magazine, Ciberseguras etc. (SPIDERALEX; NÚRIA; DULZET, 2019).
En tercer lugar, construir helplines para reportar, denunciar y reivindicar cambios estructurales a las instituciones y a las plataformas responsables sobre lo que nos ocurre (Berta GÓMEZ, 2019; SMITH, 2019). En cuarto lugar, con un buen análisis y evaluación previa de las alianzas y fuerza colectivas, pueden resultar necesarias estrategias de confrontación (DESCHELLETE et al., 2019). Por ejemplo, #metoo, #cuentalo, #yositecreo, #niunamenos, contracampañas, pedagogía tú a tú, exhibir al agresor con herramientas altamente tecnológicas como bots o bloquear/silenciar ciertos agresores o grupos de agresores, pero sin generar un efecto reactivo en contra, ni retroalimentador (JANE, 2016; ROVIRA SANCHO, 2018; NÚÑEZ PUENTE; FERNÁNDEZ ROMERO, 2019). Vigilar no generar más likes, publicidad y negocio para los agresores, evitar enlazar directamente o a sus webs o perfiles (MURILLO, 2019; GÓMEZ, 2019).
Para acabar, como una estrategia feminista recurrente, cabe apuntar a la parodia, ironía, humor e incluso alegría, como forma de alteractuar ante agresiones en determinadas ocasiones (Ana BURGOS; Elisa MANDILLO; Yendéh MARTÍNEZ et al., 2014; Euisol JEONG; Jieun LEE, 2018). Contamos ya con ejemplos individuales y colectivos, creativos, fascinantes y divertidísimos como la alerta machitrol, el tornillo, los memes feministas o las megalias de Korea que hacen de espejo a la misoginia online. Las mujeres y las feministas también sabemos defendernos con humor y creatividad, online también caben las revoluciones de las sonrisas.
Conclusiones
En este documento, desde nuestros conocimientos situados, intentamos mostrar lo que está ocurriendo con las violencias machistas online para ayudar a visibilizar algunas vías de mejora. La inercia heteropatriarcal y machista sigue afincada en nuestras estructuras y reacciona y se actualiza también online. Los agresores continúan siendo mayormente hombres comprometidos con el proyecto cisheteropatriarcal, en gran parte personas conocidas, sobre todo parejas y exparejas. Los (neo)machistas reaccionan atacando online a las mujeres empoderadas, así como a las feministas que los cuestionan. Las violencias machistas toman diferentes formas, que pueden activarse en paralelo e incluso en grupo. Estas violencias van desde insultos para minar la autoestima y capacidades de las mujeres y personas LGTBIQ*, hasta las amenazas y agresiones con carácter sexual para ejercer control sobre los cuerpos y deseos. Incluso encontramos violencias con un alto componente tecnológico para silenciar y excluir a las mujeres empoderadas, y seguir reforzando la estructura cisheteropatriarcal.
Pese a la prevalencia y gravedad de las violencias machistas online, las políticas de nuestras administraciones son gravemente deficientes e incluso ausentes. Tampoco las grandes plataformas online trabajan suficientemente para erradicar estas violencias. Por ello, sigue siendo crucial el fortalecimiento del feminismo en nuestra sociedad y, específicamente, de los ciberfeminismos que actúan en red y en las redes. Con ellas y la investigación de la academia, pudimos acercarnos a las violencias machistas online e intentamos arrojar algunas luces. Apuntamos las principales estrategias que las mujeres y feministas ya aplican para contrarrestar estas violencias. Estas estrategias tienen que ver con el cuidado y la gestión de riesgos y daños, pero quedarnos ahí puede atraparnos en las dinámicas de control cisheteropatriarcales. También es preciso luchar y alteractuar, activa y colectivamente, ante estas violencias, si valoramos disfrutar de relaciones digitales libres y seguras para todes.
Este trabajo tiene algunas limitaciones: la imposibilidad de abarcar la totalidad de publicaciones existentes dentro y fuera de la academia en torno a las violencias machistas online; un enfoque menos histórico-legal, que ha privilegiado el contexto situado de las autoras; y la dificultad de profundizar en algunos aspectos clave en pro de abarcar más ampliamente las respuestas feministas. Sin embargo, contribuye y retorna a los feminismos y a las disciplinas académicas que se han preocupado de esta cuestión.
Aunque el conocimiento y la acción contra las violencias machistas online crece, queda mucho por hacer. Apuntamos vías de trabajo a partir de lo expuesto aquí. Primero, cabe explorar más y mejor la incidencia e impactos de las diferentes violencias machistas online, así como su interrelación. Especialmente, se requiere más investigación sobre las violencias por parte de parejas y exparejas, así como la relación entre las violencias machistas online y offline. Segundo, sabemos aún poco sobre la interseccionalidad en las violencias online, especialmente respecto a las mujeres y personas con diversidad funcional. Tercero, prácticamente no hay datos en contextos específicos (estado español en nuestro caso), por lo que es imprescindible incorporar aportaciones de otros contextos situados como América Latina, por ejemplo, para movilizar el debate. Cuarto, es necesario indagar en las acciones feministas, para determinar cuáles pueden ser más efectivas, en qué situaciones y con qué impactos. Finalmente, es escandalosa y contraproducente la insuficiente acción por parte de gobiernos y plataformas mediáticas para hacer frente a las violencias machistas online. No sólo deberían investigar y ofrecer datos que permitieran hacer seguimiento del fenómeno, sino que deberían comprometerse, colaborar con los feminismos y pasar a la acción para erradicar las violencias machistas online que se dan en sus contextos.