Introducción
En la reflexión filosófica contemporánea algunas categorías parecen ser más fructíferas para decir la complejidad del ser humano. Entre esto, la relación parece ser la más significativa. Gracias a las aportaciones reflexivas de la tradición personalista y de la filosofía dialogante, la relación se ha convertido en una categoría interpretativa de la realidad humana y de sus articulaciones. Entre los filósofos que han estado interesados a la persona y sus relaciones intersubjectivas un lugar particular merece Maurice Nédoncelle, original personalista francés de ‘900, que ha reflexionado sobre la reciprocidad de las conciencias con el fin de captar la estructura relacional de lo humano.
Estudiando a fondo las relaciones interpersonales y la conciencia y indagando en el interior de la estructura de la persona, Nédoncelle emprende el proyecto metafísico de tratar de la comunicación entre las personas desde la reciprocidad, debido al hecho de que la relación interpersonal entre los seres se concentra en el ser humano en la conciencia y su mejor descripción y desarrollo tiene lugar en el amor entendido como la forma ontológica de la relación interpersonal. No por casualidad el punto de partida de su investigación es la experiencia de la conciencia de sí, que se percibe en comunión con las demás conciencias que se relacionan entre sí. Para aclarar este aspecto, Nédoncelle sitúa la persona en el centro de su reflexión, debido al hecho que, en su opinión, hay una conexión íntima “entre el ego de cada hombre y su individualidad, convirtiendo que uno tiene el derecho de identificarlos y considerar todo lo demás como una participación o una expresión del individuo personal”. (NÉDONCELLE, 1961, p. 18). Pasando de la conciencia de la ambigüedad de la noción de persona, a través una investigación histórica exhaustiva, Nédoncelle se dedica al estudio teórico de la persona para entenderla en su unidad concebida como síntesis original y dinámica. Por lo tanto, porque “no existe la vocación de solitario y esto requiere siempre el máximo de reciprocidad” (NÉDONCELLE, 1975, p. 75), la persona es entendida no como mónada aislada sino como insertada en una relación fundamental y constitutiva con otros, porque, sin los demás, sería una personalidad truncada, incompleta. Según Nédoncelle, para cada persona el hecho de estar en el mundo significa que se ofrece a las miradas de los demás y que necesariamente se abre a otras personas y también a Dios.
Para Nédoncelle, en realidad, ser persona es una originalidad univesal y una singularidad que se realiza como tal a través de su propia relación con los demás hombres y con Dios. La persona, para Nédoncelle, en su ser se encuentra siempre en relación porque, en realidad, la persona es relación. Esto es porque el ser de la persona para un verso está relacionado con sí mismo, la auto-conciencia, que le alienta a penetrar en su intimidad personal, por otro versículo, es la relación con el “tu”, la conciencia del otro, que los proyectos hacia la comunicación y, más aún, hacia la comunión interpersonal. De esta manera, puesto que la persona se encuentra siempre in relación, porque non hay conocimiento en la persona si non existe una voluntad de apertura y de donación, el punto de partida para el reflejo de Nédoncelle es la experiencia de la concienza de sí, percebida en comunione con otras conciecias. En este sentido, Nédoncelle declara que “la persona no es una cosa sino una vocación y una libertad” (NÉDONCELLE, 1974, p. 276), llamada, gracias a la perspectiva ética, a ser más y más ella misma.
Persona y relación interpersonal
Para Nédoncelle, que se dedicó fundamentalmente al estudio de las relaciones interpersonales, indagando a fondo en la estructura de la persona y en la fenomenología de las relaciones con otras personas, la filosofía es un dialogo interpersonal en el interior de la persona, en su entraña más íntima, en donde se encuentra la orientación hacia los otros, hacia el mismo Dios y incluso hacia las cosas físicas. Esto porque la reflexión filosófica implica siempre, de una manera constitutiva, la interpersonalidad, pues llegamos a ser persona en plenitud solamente en la relación con los demás. La persona que, en cuanto ser dirigido a la comunicación con los demás, se relaciona, así, con los hombres y también con Dios y las cosa fisicas, para Nédoncelle, es una categoría original, que no puede ser reducida a ninguna otra que no la explica.
Por eso no puede ser deducida sopena de perder la verdadera dimensión personal que no puede ser objetivada, porqué hay una ontológica irreductibilidad del sujeto personal. En este sentido, cada persona es distinta de los otros y de las cosas del mundo, por lo que debe ser tratada como tal en su irreductibilidad. No por casualidad, Nédoncelle al distinguir en el hombre entre la persona singular, en el que la individualidad no es simplemente un dado, sino más bien una tarea que un hombre tiene el deber de lograr, por lo que ser una persona es equivalente a responder a una vocación para la que se llama a salir de su aislamiento y operar en el mundo, y la naturaleza humana común a los hombres, hecha de la materia (NÉDONCELLE, 1942, p. 35; 1963), que constituye la base fundamental del ser humano en el mundo, en el que se expresa a través de la dimensión de la corporeidad, determina la forma de ser concreto de la persona, demonstra el carácter incommensurable de la persona frente a la naturaleza y, por ende, come no pudiendo tener su origine, exclusivamente, en esta. Esto significa que la teoría nédoncelliana para definir la realidad del ser humano no se mueve del cosmos sino de la persona, que es una realidad social, como un hombre se inserta en una relación fundamental y fundacional con un tú que se da no en la forma el cogito pero no en forma de cogitamus y que, también, requiere el cogitamur. Una concepción de l’hombre, esta, que, en quanto persona, ha de definirse a partir de la relación inerpersonal, entendida de modo fundamental, originario y constiyente.
Nédoncelle, en realidad, considera un error concebir la persona como una realidad aislada que después se relaciona.
La persona sin los demás sería, entonces, una personalidad truncada, incompleta, desde “no existe la vocación de solitario” el ser persona “requiere siempre el máximo de reciprocidad”. (NÉDONECELLE, 1957, p. 30). Ser persona es existir, es estar relacionado, estar intercomunicado. La persona es relación, correlación y diálogo recíproco, porque, escribe Nédoncelle, “nosotros no somos para nosotros más que por referencia a otro que nosotros”. (NÉDONCELLE, 1963, p. 30). El llama esta “reciprocidad de las conciencias”, lo que, siendo la tesis central de su personalismo, realizando una comunicación y una comunión entre elles, implica la relación entre el yo y el tú. Dato que, según Nédoncelle, nos conocemos abriéndonos al mundo, a otras personas, y, sobre todo, a Dios, “el yo humano no se puede conocer reflexivamente más que refiriendo su pensamiento y su ser a un principio supremo de pensamiento y de ser que sea él mismo personal y en cuya dependencia somos llamados a ser, a movernos y a querernos”. (NÉDONCELLE, 1963, p. 13).
La reciprocidad connota, entonces, el momento inicial del conocimiento intersubjetivo, siendo la base base de las relaciónes intersubjetivas, dentro de la cual la persona se configura con su diferencia, con su singularidad, pero también como una conciencia abierta hacia los demás, a las cosas del mundo, con el Otro/Dios. Eso significa que la persona no existe que a los demás y no se sabe que por medio de etros y no se encuentra, entonces, eso en el otros.
Reciprocidad como relación yo-tú
La “reciprocidad de las conciencias” es la tesis según la cual la persona, el sujeto individual y singular al que identificamos con el pronombre yo, sólo existe en comunión con otro sujeto semejante al que llamamos tú, y que en el conocimiento de ese yo - denominado conciencia de sí - se conoce, ipso facto, al tú. El vínculo formado en la relación yo-tú es una relación de reciprocidad, donde se valora la persona por ser persona. La relación yo-tú es fundamento de la persona. Esta se encuentra ante un tú, lo acoge, se relaciona con el, pero para que se logre el encuentro se requiere de la reciprocidad, es decir de una postura similar por parte del otro-yo, que reconocemos como un tú. Esta percepción de la persona sólo se puede realizar en el encuentro con el otro. Lo que significa que la relación que tiene lugar entre el yo y el tú debe ser considerada como una necesidad esencial de la persona humana, que no existe sola y por sí sola, sino que existe porque existe otra. El yo existe porque existe el tú. Existir es relacionarse pero también correlacionarse. El yo recibe su existencia da el tú y a su vez el tú la recibe y la da al yo. El encuentro con el otro para ser personal debe tener un carácter positivo de promoción, que Nédoncelle denomina, justo, reciprocidad. La relación yo-tú, que es la expresión más pura de la reciprocidad amante y contribuye a la realidad misma de los sujetos que une. (NÉDONCELLE, 1963, p. 28). Así, una concepción del hombre en quanto persona esta definida a partir de la relación interpersonal, entendida de modo fundamental, originario y constituyente. El encuentro con el otro es la intersubjetividad radical. La autenticidad de la relación interpersonal es la única forma de acceder a una verdadera reciprocidad intersubjectiva. (NÉDONCELLE, 1942, p. 27).
Esto significa, para Nédoncelle, que la reciprocidad en su dimensión interpersonal, no es distinta de la relación de dos personas, porque la relación yo-tú siempre es “bilateral o recíproca”. Ser persona es estar referido en su esencia a la otra persona, la cual es la fuente de sentido para la ación de sujecto personal. La persona encuentra frente a un tú, y para crecer debe acogerlo y relacionarse con él.
Por lo tanto, la realización de la persona no se hace por sí misma, sino gracias a las relaciones que ella emprende con los demás individuos. Para Nédoncelle la persona en su ser se encuentra, entonces, siempre en relación. En otras palabras, la persona es relación. Ser persona, en breve, es estar necesariamente referido primordialmente a la otra persona y en consecuencia a la alteridad en general. Según Nédoncelle, el otro no es un límite don el que debemos enfrentarnos para poder desarrollar nuestra personalidad; es, por el contrario, una ayuda necesaria para la propia promoción. La díada yo-tú, se funda en la reciprocidad de las conciencias, que es un viaje del yo al tú y al revés, es un viaje de ida y vuelta, implica acción, dinamicidad.
Eso es porque el encuentro con el otro para ser personal debe tener un carácter positivo de promoción que Nédoncelle denomina “reciprocidad mínima”, entendida como principio que tiene un valor metafisico definido que puede ser el fundamento necesario de toda reciprocidad posterior, fundamento, es decir, en continuidad con los otros tipos de reciprocidad. Tal “reciprocidad mínima”, intepretada como presencia personal, se podría entender, según Nèdoncelle, como una “interpersonalidad fondante”, todavía no consciente, aunque sí causal, que influye como elemento sustentante de toda comunicación entre personas. En esto senso, la reciprocidad, precisamente porque es mínima, es un punto de partida, no una conclusión, por el hecho de existir el yo y el tú en comunión. Eso es porque la reciprocidad de las conciencias es el fundamento de la universalidad del nosotros, el cual no es un colectivismo, de sujetos indiferenciados, sin embargo es un grupo de personas independientes, conscientes de sí, pero vinculadas por el amor. La comunión de las personas supone la superación del egoísmo mediante la donación recíproca del amor. Para dar reciprocidad de conciencia, entre un yo y un tú en relación, es indispensable la experiencia privilegiada del amor. En realidad, las personas se relacionan gracias al vínculo de amor. El amor da lugar a una relación entre las personas que toman la forma de nosotros, sin embargo, anular o confundir la singularidad única de cada uno. Por Nédoncelle, “para tener un yo, hace falta ser querido por otro yo, y a su vez quererlo; es preciso tener una conciencia, aunque sea oscura, del otro y de las relaciones que unen entre si los terminos de esta red espiritual que es el hecho primitivo de la comunión de las conciencias”. (NÉDONCELLE, 1942, p. 310). La esencia de todas las relaciones yo-tú es el amor, comprendido como voluntad de promoción mutua. Desde entonces el amor es la realidad esencial de la relación de reciprocidad, Nédoncelle define el amor una voluntad mutua de promoción que une las conciencias en una comunidad espiritual. (NÉDONCELLE, 1957, p. 15).
El amor forma de las relaciones interpersonales
El amor está presente en todas las relaciones humanas. Esto porque, en realidad, percibir el otro implica un acto de amor. (NÉDONCELLE, 1942, p. 16, 36, 76-77; 1963, p. 29-31; 1957, p. 28-30; 1974, p. 16). El amor, por Nédoncelle, es una relación bilateral donde el tú no es percibido como un ser de la naturaleza, sino como una persona con la cual existe a priori una unión amistosa. La base de dicha relación es el amor entendido como voluntad de promoción de la persona amada. La relación interpersonal entre los seres se concentra en el ser humano en la conciencia y su mejor descripción y desarrollo tiene lugar en el amor. Esto significa que la reciprocidad en su dimensión interpersonal, que en su base no es distinta de la relación de dos personas, es el amor mismo. Cuando el amor logra un cierto grado de desarrollo y existe una orientación de uno al otro en el amor, es posible hablar, por Nédoncelle, de relación verdadera de reciprocidad en el sentido personalista de la expresión, es decir de una comunión de dos personas donde el vínculo no es otro que el amor en su estado puro. (NÉDONCELLE, 1974, p. 11). Dado que la relación interpersonal es necesariamente reciprocidad personal, Nédoncelle percibe el amor como el momento privilegiado de la relación interhumana. Básicamente, la reciprocidad propia de la relación interpersonal, es la guía segura en el camino del progreso y perfeccionamiento en el amor.
Nédoncelle define el amor, entonces, como una voluntad de mutua promoción (NÉDONCELLE, 1961, p. 29), en una comunión espiritual, que responde a dicha voluntad con el mismo hecho de su existencia, se establece cuando el yo percibe el proyecto de realización del tú y se establece por parte del tú cuando considera los proyectos del yo como los suyos. Dado que “la voluntad amante implica una voluntad de engendrar el ser amado” (NÉDONCELLE, 1970, p. 87), para Nédoncelle “la reciprocidad de las conciencias no se realiza plenamente más que en el amor, y esto es esencialmente intersubjetivo”. (NÉDONCELLE, 1970, p.85). El amor ejerce una modificación del amante sobre el amado y viceversa. La persona que ama quiere ser corresponsable pero no para el egoísmo puro sino porque se siente empoderado en el esfuerzo que hace para ayudar a la persona que ama a convertirse en sí misma, a alcanzar la plenitud de la perfección de su yo. La comunión es completa cuando el amado acepta que el amante influya en su desarrollo y perfeccionamiento y le responde con la misma actividad. Esto es el grado superior de reciprocidad del amor, por que la plenitud del amor, que requiere la valoración de la persona amada, implica la promoción del otro en su ser, llevarlo a ser más, incluso generarlo, y debe ser recíproco e mutuo. El amor, por su misma dinámica, está abierto al perfeccionamiento de todas las virtualidades de la persona. Esto se debe en virtud del hecho de que el amor es fuerza liberadora que quiere al otro como libertad infinita. Todo amante quiere ser amado, así aumenta la reciprocidad, se convierte en un nosotros, es decir en esa relación hay reciprocidad, unión, encuentro. Esto explica por que la verdadera naturaleza del amor está en la voluntad dinámica de estar en relación con el otro. El amor se dona a los demás transformándolos por el mismo hecho de la donación. (NÉDONCELLE, 1957, p. 81). Las personas que se aman desean un progreso infinito en la perfección, tanto para sí mismas, como para los seres amados (Nédoncelles, 1957, p. 74). En el don de uno mismo al otro hay un fortalecimiento de tú por el yo y un fortalecimiento del yo por el tú. (NÉDONCELLE, 1957, p. 22). En última instancia, el yo, para hacerse realidad, necesita un tú para amar y de lo cual ser amado.
Por Nédoncelle, el amor es el destino ontológico de la persona. Hay una estrecha relación entre el amor y la persona. En la opinión de Nédoncelle, la persona está profundamente dedicada al amor, mientras el fin del amor es promover la persona. La raíz de su significado es la promoción de la persona en su totalidad. Desde este punto de vista, la relación intersubjectiva es el constitutivo metafísico de la persona mediante la actividad del amor. El amor se muestra a Nédoncelle como lo único digno de ser vínculo interpersonal, como una voluntad de promoción y desarrollo de la persona. El amor entre dos personas es la más profunda relación de seres humanos. Lo más importante en esa relación es la voluntad del desarrollo del otro, como persona humana en todas sus dimensiones. El amor no es simplemente una apertura de amor de uno al otro, sino una mirada de uno al otro como el ser de su ser. De esta manera, el vínculo del amor es la relación metafísica más profunda que surge en el mismo nivel de la existencia. (NÉDONCELLE, 1942, p. 22). Como tal, la dimensión metafísica del amor es la base de las reflexiones sobre las demás realidades. (NÉDONCELLE, 1957, p. 99).
Según Nédoncelle, el objeto del amor personal puede ser triple. El nivel básico de la unión es la orientación al ser del otro, y la aceptación del valor supremo de la pareja. Un grado más elevado es amar la realidad psíquica del otro, es decir la orientación a los valores. Finalmente, el grado supremo es su aspecto espiritual, es decir, el valor de la misma persona.
Sin embargo, ya que hay dificultades y obstáculos que superar porque la comunicación interpersonal se puede cumplir en su plenitud, debido a la limitidad humana y finitud, para Nedoncelle, sólo en Dios es posible encontrar el fundamento de la vida comunitaria auténtico y completo.
La dialéctica de la reciprocidad de las conciencias conduce, de esta manera, al reconocimiento de la inevitabilidad de una presencia divina en el hombre. La vida humana implica, por lo tanto, necesariamente la existencia de Dios. La búsqueda del sentido que compromete tanto al ser como a la acción personal exige una referencia constante a la dimensión espiritual, connotándolo de una función formativa, que es data por la aparición y el cumplimiento de la persona que se explican a la luz de la trascendencia divina.
La promoción ética de la persona
La concepción de la persona como intersubjetividad originaria permite de entender su dimensión ética, entendida come perspectiva de la promoción humana. Esto porque la la ética come promoción humana, que corresponde a la estructura ética del hombre en quanto persona, está definita e configurada en el espacio de la intersubjetividad. Sólo éste puede unificar las relaciones personales. Esto significa que la forma ética, que constituye la persona, en su propio ser, es su estructura relacional, que establece la persona como persona en su dignidad de ser y de actuar, es decir, come ser prático-ético que cuida de y es responsable por su ser relazional.
A partir da la intersubjectividad como marca del ser de la persona, Nédoncelle ofrece elementos significativos para definir la subjetividad ética del ser humano, ya que implica la definición de una concepción del hombre basada en la noción de ser pratico, que comporta la definición del hombre como un ser no terminado, lo que implica una tarea para si mismo, comprometidos con el proceso de personalización.
De esta manera, la perspectiva ética se caracteriza como un proceso de humanización del hombre estirado hacia su realización antropológica, que es que, además, de ser una persona para devenir persona. Esto explica por qué en Nédoncelle la categoría de fidelidad adquiere particular relevancia antropológica y ética. La fidelidad al ser propio, así como creativa, también es liberadora, ya que libera la persona que cada uno crea de cualquier vínculo de esclavitud, de los caprichos instantáneos, y lo resta de la alienación.
La fidelidad, que pertenece a las virtudes fundamentales de la existencia humana, es un empeño ético y, en definitiva, religioso de la voluntad fiel, porque opta por la promoción del mejor yo posible, de tal modo que todos actos humanos conduzcan a dicha promoción del yo personal. La fidelidad a su ser libre exige que la persona se dé a si misma su determinaciones, obedeciendo a la norma ideal y indestructibile que ella constituye para si misma. La fidelidad implica un proceso de personificación de la existencia humana. Esa es insaparable del proceso de personalizzación del hombre. La fidelidad es, asì, un hecho que brota de la experiencia humana pero que se eleva, como virtud ética, a un orden trascendental. Desde el punto de vista de la moralidad de los actos humanos, la fidelidad se entiende como una virtud moral que inclina a la voluntad a actuar con rectitud y sinceridad las promesas hechas por una persona. A este respecto, la fidelidad, que implica un acto de promesa se empeña en alcanzar el más alto valor del yo personal, debido al hecho de que, de esta manera, “la fidelidad de la promesa consiste en una decisión que es la de mantener la decisión presente en favor del valor del yo”. (NÉDONCELLE, 1953, p. 55). En este sentido el fiel es el hombre verdadero, el que permanece firme a la palabra dada, es como un contrato que se ejerce con otra persona, donde la confianza es erigida como norma. A partir de ahí, el valor ético de la fidelidad nos lleva a preguntarnos sobre la posibilidad de jurar fidelidad a Dios, a mí mismo o a alguien. Esto significa que la fidelidad moral del compromiso se expresa por una “promesa interior”, pues no se puede llegar a ser lo que uno es, si uno no se renueva sin cesar y no se inventa a unos mismo en medio de las circunstancias y de las solicitaciones que proceden de manera original e imprevista del ser yo, por ello la fidelidad es creadora y liberadora.