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Educação e Pesquisa

Print version ISSN 1517-9702On-line version ISSN 1678-4634

Educ. Pesqui. vol.49  São Paulo  2023  Epub Oct 04, 2023

https://doi.org/10.1590/s1678-4634202349269528esp 

Seção Temática: Juventudes, Itinerários e Reflexividades

Elasticidades sociales, acciones heterogéneas, reflexividades inciertas: lineamientos para un programa de investigación sobre la juventud

Social elasticities, heterogeneous actions, and uncertain reflexivities: guidelines for a research program about youth

1-Universidad Diego Portales y Université Paris Cité, Santiago de Chile, Chile. Contacto: danilo.martuccelli@gmail.com


Resumen

Esbozaremos las bases de futuros programas de investigación sobre las reflexividades y los itinerarios juveniles. La propuesta formulada no se estructura desde un nuevo diagnóstico de la modernidad contemporánea, sino a través de una serie de observaciones críticas acerca de los grandes impases teóricos generados por del denominado problema del orden social. En base a esta crítica, el artículo desarrolla tres grandes proposiciones. Primero: una propuesta de conceptualización alternativa de la sociedad desde las elasticidades irreductibles de la vida social. Segundo: un análisis de las razones de dicha elasticidad a partir de las nociones de textura y coerción, y la diversidad de sus articulaciones. Tercero: en base a los desarrollos anteriores se formula una problematización particular de la compleja relación entre la acción y la realidad, y sobre todo de la experiencia y la conciencia efectiva de los límites. Apoyándose en estos desarrollos y los cuestionamientos que entrañan a nivel de las reflexividades y de las trayectorias individuales y colectivas, el artículo propone en conclusión un conjunto de lineamientos para futuros programas de investigación principalmente en torno a las reflexividades y los itinerarios juveniles.

Palabras clave Itinerarios; Reflexividades; Juventud; Acción; Elasticidad

Abstract

We will outline the bases for future research programs on youth reflexivities and itineraries. The proposal formulated is not structured drawing from a new diagnosis of contemporary modernity, but rather through a series of critical observations about the great theoretical impasses generated by the so-called problem of social order. Based on this critique, the article develops three major propositions. First: a proposal for an alternative conceptualization of society based on the irreducible elasticities of social life. Second: an analysis of the reasons for this elasticity based on the notions of texture and coercion, and the diversity of their articulations. Third: on the basis of the previous developments, a particular problematization of the complex relationship between action and reality is formulated, and above all of the experience and the effective awareness of limits. Based on these developments and the questions they raise at the level of reflexivities and individual and collective trajectories, the article proposes in conclusion a set of guidelines for future research programs mainly around reflexivities and youth itineraries.

Keywords Itineraries; Reflexivities; Youth; Action; Elasticity

En las últimas décadas, algunos de los principales estudios que renovaron la cuestión de la reflexividad lo hicieron formulando nuevos diagnósticos sobre la modernidad (BECK, 1998; GIDDENS, 1994). De manera paralela a tales trabajos, en el presente artículo desarrollaremos consideraciones sobre las reflexividades partiendo, no desde una visión alternativa de la modernidad, sino desde una crítica teórica del problema del orden social.

Para permanecer en los límites de este artículo procederemos en cinco etapas. El primer apartado presenta una crítica de las durables dificultades teóricas inducidas por el denominado problema del orden social. Los tres apartados siguientes exponen las bases de una propuesta de conceptualización alternativa de las dinámicas de la vida social, la reconsideración de las nociones de textura y coerción, la necesidad de reproblematizar la relación entre la acción y la realidad. Apoyándose en esos desarrollos, el quinto y último apartado proponen algunos lineamientos para futuros programas de investigación sobre las reflexividades e itinerarios juveniles.

El problema del orden social

Existe cierto consenso a nivel de la teoría sociológica en que la interrogación fundamental gira en torno al denominado problema del orden social: qué y cómo se mantiene unida una sociedad. Aunque su entronización académica como problemática central de la teoría social es tardía, su origen histórico coincide con el advenimiento de los tiempos modernos cuando las polémicas medievales sobre la fuente de la autoridad política (descendente —de origen divino— o ascendente —de origen popular—) se transformaron, claramente desde Hobbes y en parte ya en Maquiavelo, en una interrogación sobre “cómo” asegurar el orden político primero y luego el orden social.

Antes de ser una cuestión epistemológica, el problema del orden social (como lo bautizó la teoría social) fue pues una inquietud política marcada por la sombra de la guerra civil, el desorden social y los cambios de régimen. O sea, retrospectivamente es posible pensar que no se trató tanto de saber cómo se mantiene unida la sociedad, sino cómo conjurar el desorden y contener las pasiones. Contrariamente a lo que la cuestión del orden social presupone, al menos retóricamente, “la” sociedad, nunca ha dejado de existir (después de la revolución neolítica hace más de diez mil años). Sin embargo, y aunque esto apunta a un tema diferente, las sociedades, o sea los diversos colectivos humanos organizados, no han cesado de ser el teatro de diversos conflictos, tensiones y desórdenes.

La pregunta por el orden social recibió una gran respuesta en la teoría social moderna a través de la idea de sociedad (TOURAINE, 1981). Dicha noción, altamente abstracta, propuso una representación particular de la vida social de índole funcional y normativa. Para una teoría de la sociedad, en el sentido fuerte del término, las principales transformaciones sociales se explican desde interdependencias sistémicas o estructurales. La idea de sociedad busca mostrar que los diferentes ámbitos sociales interactúan como las piezas de un mecanismo o las partes de un organismo, y que la inteligibilidad de cada uno de ellos está dada por su lugar y función en la totalidad.

La vida social siempre se desarrolló en grandes conjuntos sociohistóricos, pero solo en el siglo XIX, en Occidente, se impuso progresivamente “esta” representación de la sociedad como sistema. Es decir, la idea de sociedad no es una realidad material evidente; se trata por el contrario de una construcción analítica particular de la vida social. La idea de sociedad se convierte en un principio organizador y explicativo global de las dinámicas sociales y de las conductas a la que varias interpretaciones le llegan incluso a acordar virtudes causales (DUBET e MARTUCCELLI, 2000; MARTUCCELLI, 2005). Tal caracterización y respuesta al problema del orden social tiene implicancias decisivas en lo que respecta al estudio de la reflexividad.

No es aquí el lugar de exponer en detalle dicho punto, pero esa estrategia de respuesta se convirtió en la principal contradicción teórica de la sociología (MARTUCCELLI, 1995, 2013), disciplina que no desmaya en sus intentos por analizar la vida social en torno a totalidades orgánicas y funcionales (la idea de sociedad). No obstante, desde mediados del siglo XIX, los analistas no han cesado de constatar la realidad de un mundo social atravesado por una serie inextirpable de desajustes, un conjunto heterogéneo de fenómenos irreductibles a una representación del orden como totalidad.

Las principales perspectivas mainstream de la sociología, durante mucho tiempo, solo acordaron un interés periférico a estos desajustes. Fueron analizados como residuos de periodos de transición, como desviaciones morales, como anomalías propias a sociedades inconclusas, como contradicciones de formaciones sociales con modos de producción múltiples, como desfases inducidos por el ritmo diferencial de cambio en los distintos sistemas sociales, etcétera. Lo constante: el reconocimiento de los desajustes nunca cuestionó el postulado de que el mundo social requiere de una fuerte cohesión global.

Allí está el parteaguas. La pregunta por el orden social y la gran respuesta a través de la idea de sociedad sirvieron para desestimar la diversidad y la permanencia ordinaria de los desajustes. Se obliteró así el hecho de que el problema inextirpable de las ciencias sociales es que la dinámica de la vida social es refractaria a su inserción en modelos totalizantes. Siempre existe un conjunto de factores productores de alteridades en el seno de toda sociedad.

Progresivamente, desde hace unas décadas, la teoría social comenzó a reconocer y a abordar con nuevas miradas dicha realidad. Contra las antiguas teorizaciones mainstream que suponían una fuerte homogeneidad entre las dimensiones macro y microsociológicas, se reconoció la existencia ordinaria de distintas configuraciones de acción relativamente independientes entre los niveles macro y microsociológicos (ALEXANDER et al., 1987; GOFFMAN, 1988). Diversos estudios a escala microsociológica cuestionaron, entre otros factores, los lazos de deducción demasiados rígidos que se habían establecido entre prácticas y estructuras sociales. Al acercarse a los comportamientos, los estudios de la microhistoria, por ejemplo, mostraron que muchas conductas individuales y colectivas no se ajustaban a las normas hegemónicas, sino que, por el contrario, poseían un alto grado de variación (GINZBURG, 2014; LÉVI, 1989). Por otros caminos esto también llevó al reconocimiento de los límites de las ideologías dominantes (ABERCROMBIE et al., 1980).

Un conjunto dispar de estudios (la microhistoria, los trabajos de los interaccionistas, los estudios sobre la desviación, ciertos desarrollos del análisis de redes) cuestionaron entonces la idea de un orden social que operaría por inscripción homogénea sobre los actores, imponiendo un programa único de acción. Sin anular el problema del condicionamiento de las conductas por las estructuras, se tomó conciencia que era necesario prestar más atención a la variedad de los itinerarios singulares, pero sobre todo reconocer el carácter inextirpable de las acciones heterogéneas dentro de una sociedad. Notémoslo: son trabajos que no abogan necesariamente por una autonomía creciente entre los distintos niveles sociales, pues lo que subrayan son los impases analíticos de “una” concepción homogénea, determinista y deductiva del orden social.

En el principio está la acción heterogénea

Reconocer cabalmente lo anterior invita a desplazar la pregunta fundamental de la teoría sociológica. La vida social se caracteriza por la posibilidad irreductible de acciones heterogéneas: cualquiera sea la fuerza de los condicionamientos, los actores siempre pueden actuar de “otra” manera —o sea, de forma heterogénea a como dictan los principios hegemónicos de una sociedad–.

Las acciones no son ni aleatorias ni imprevisibles (pasan siempre por orientaciones culturales compartidas), aunque no están sometidas a ninguna necesidad irrefutable. El hecho de que la vida social esté ampliamente encuadrada por un sistema de normas y de roles despeja muchas incertidumbres en las interacciones. Las conductas son raramente imprevisibles o incomprensibles. En este punto, la respuesta de Parsons (1949) es definitiva. Pero esta frecuente previsibilidad normativa no anula nunca la posibilidad irreductible (y ontológica) de acciones heterogéneas.

Ciertamente, la posibilidad de esa alteridad irreductible de la acción humana nunca fue tampoco ignorada. Estuvo y está en el centro de muchas representaciones, pero por lo general fue explicada como una manifestación de la rebeldía, de la libertad, de las capacidades cognitivas o estratégicas de los actores. La posibilidad irreductible de acciones heterogéneas fue considerada como la gran prueba de la libertad humana y fue analizada como creación, proyecto, sujeto o agencia. O sea, la fuente última de la posibilidad de acciones heterogéneas se depositó en el actor humano (SARTRE, 1943; TOURAINE, 1973; CASTORIADIS, 1975; JOAS, 1999). En acuerdo con una de las antinomias kantianas se opuso el determinismo del mundo externo, restrictivo, objetivo y sometido a la ley de la necesidad por un lado y, por el otro, la realidad de un sujeto libre y fuente de creatividad en el mundo.

Por frecuente y venerable que sea esta perspectiva, no es sin embargo la única interpretación posible. También es factible depositar la razón de la irreductibilidad de la acción heterogénea en la naturaleza misma de la vida social. Tomar tal hipótesis como punto de partida lleva a modificar radicalmente (o sea desde su base) los supuestos mismos de la vida social y, como veremos, el problema de la reflexividad.

Primer gran cambio: a las metáforas de la sociedad como mecanismo, organismo o sistema se les contrapone la metáfora de la elasticidad. Esta figura da cuenta por un lado de la existencia efectiva y más o menos fuerte de condicionamientos sociales y de la permanencia de acciones heterogéneas. La articulación siempre problemática entre una y otra dimensión invita justamente a concebir la vida social como un dominio elástico. Es una conceptualización que permite comprender por qué muchas acciones heterogéneas por lo general no alteran durablemente el orden social, pues en verdad coexisten en él y contra él (SCOTT, 1990; CERTEAU, 1980; MARTUCCELLI, 2021).

La cuestión primera de la vida social se reformula: lo fundamental es comprender un universo en el cual un número importante de acciones, incluso radicalmente opuestas entre sí, son simultáneamente posibles, al menos momentáneamente, puesto que es la consistencia misma de la vida social la que es fuente estructural de dicha posibilidad (MARTUCCELLI, 2005, 2014).

La metáfora de la elasticidad busca aprehender figurativamente la dinámica entre la irreductibilidad de las acciones heterogéneas y los límites efectivos que encuentran las conductas. El meollo de la experiencia de la vida social procede de su imbricación. La vida social no es ni un campo de fuerzas maleables a voluntad, ni reductible a puros efectos de coerción. Es indisociablemente una y otra. La vida social no es ni un todo cultural coherente, ni un todo funcional o sistémico estable, ni un ámbito de puro ejercicio de la creatividad. Son las consistencias específicas de la vida social que dan cuenta, por un lado, de la posibilidad irreductible de acciones heterogéneas con respecto a los dictados del orden social hegemónico y, por el otro, de sus límites prácticos.

Ninguna teorización social se ha aproximado mejor a esta reformulación del problema del orden social que la teoría de la estructuración de Anthony Giddens (1995). Explorando la relación entre la agencia y las estructuras sociales en analogía con el habla y la gramática, Giddens ha descrito el carácter simultáneamente habilitante y coercitivo de la vida social: la acción (como el habla) solo es posible gracias a las estructuras (o la gramática), las que a su vez solo existen (la gramática, las estructuras) cuando alguien actúa o habla. En su teorización Giddens resignificó profundamente la noción de estructura. Dejó de significar, como es habitual en la sociología, un modo de condicionamiento particularmente fuerte de las conductas (de ahí su sinonimia habitual con la noción de coerción) y pasó a designar más bien un conjunto de reglas de comportamiento.

La dualidad entre agencia y estructura propuso una interesante reformulación del problema del orden social, pero en última instancia operó dentro de los parámetros de esta interrogación. La teoría de la estructuración no logró dar una descripción suficientemente precisa de las maneras efectivas, disímiles y elásticas de cómo las coerciones operan sobre las acciones.

Ahora bien, como hemos adelantado, esto es lo que debe considerarse como la problemática fundamental de la teoría sociológica. La vida social posee un modo operatorio particular de coacción y habilitación en la medida en que está constituida por acciones y no por representaciones (una realidad que cuestiona la pertinencia de la analogía entre acción-habla y estructura-gramática). La metáfora de la elasticidad social describe de otra manera los procesos: según las situaciones y los actores, el mundo social es diferencialmente capaz de estirarse o de tolerar diversas conductas (habilitación), pero solo hasta un punto de tensión problemático en el que el entorno constriñe a los actores.

La conceptualización de la vida social desde la elasticidad problematiza de una nueva manera tanto los condicionamientos (estructura, coerción) como las habilitaciones (agencia, iniciativas). Se hace sobre todo necesario explicitar la modalidad efectiva de acción de los condicionamientos –algo que rara vez ha sido cabalmente problematizado en la teoría sociológica–. Habitualmente se razona, en acuerdo con una representación del orden social, estipulando un muy rápido, efectivo y uniforme condicionamiento de las acciones. Ello es válido incluso para el pragmatismo: si la acción se estudia a través de sus consecuencias, por lo general se sobreentiende que las correcciones de las conductas por el entorno (los denominados retornos de realidad) son más o menos inmediatas y poco problemáticas (JAMES, 2007; HABERMAS, 2001). Y eso es justamente lo que debe problematizarse. Contrario a lo que por lo general se presupone, los desmentidos aportados por la realidad están lejos de contar con la nitidez, la reactividad y la inmediatez supuesta habitualmente. La vida social tolera de manera ordinaria y simultánea, durante lapsos de tiempo más o menos largos, acciones heterogéneas con complejos diferenciales de éxito. La metáfora de la elasticidad problematiza así la relación entre la acción y la realidad, aunque sin ceder a las metáforas incontroladas y desafortunadas sobre la modernidad líquida (BAUMAN, 2000). No hemos pasado de un mundo sólido a un mundo líquido. La vida social siempre ha sido elástica.

La reflexividad no es analizada entonces de la misma manera desde el problema del orden social, la dinámica ontológica entre la agencia y las estructuras o las elasticidades de la vida social.

Aprehender las elasticidades de la vida social

Para describir el modo de ser y la experiencia de la vida social elástica es útil reconocer dos grandes dimensiones: texturas y coerciones (MARTUCCELLI, 2005). Inseparables entre sí, las diferenciaremos analíticamente con el fin de mostrar la especificidad de las problematizaciones que plantean a nivel de las acciones heterogéneas.

Texturas

Toda experiencia social es inseparable de un conjunto siempre plural y heterogéneo de texturas. En toda práctica social, como en toda organización, hay un sinnúmero de texturas virtuales que exceden constantemente aquello que es efectivamente actualizado. En un momento “t” solo se actualiza un número reducido del mil hojas de texturas presentes y sedimentadas en una sociedad. Esa es la razón por la cual ciertos trabajos movilizan analógicamente la noción de hipertexto para dar cuenta de las texturas: cuando se navega por internet solo se utiliza un número acotado de posibilidades, y en todo momento, virtualmente, existe un conjunto de otros canales (“ventanas”) que podrían ser activados (ASCHER, 2000).

Bajo la impronta del problema del orden social, los sociólogos consideraron que la cultura (el conjunto de las texturas) era un universo normativo coherente (paradigma funcionalista) o un mundo de la vida (paradigma fenomenológico) que definía en ambos casos una reserva de significados comunes susceptibles de ser canalizados de manera más o menos unívoca por las instituciones. La cultura fue así concebida como un elemento fundamental del orden social porque desempeñaba justamente un papel de ajuste entre conductas y estructuras.

Ahora bien, a pesar de los ingentes esfuerzos por parte de las instituciones para canalizar y volver unívocas las texturas, en la vida social los individuos se desempeñan en un suplemento permanente e irreductible de texturas heterogéneas. Cada actor no inventa tales texturas; pero esta pluralidad siempre está a su disposición.

La diferencia salta a la vista. En el marco de la problemática en torno al orden social, se impone la representación de sociedades que logran canalizar las texturas de manera más o menos estricta o necesaria (normas, roles, habitus). Y desde una representación que parte, por el contrario, reconociendo la elasticidad irreprimible de la vida social, lo que prima es el carácter contingente (es decir, no necesario) de la selección institucional de texturas efectuada.

Las texturas cuestionan pues radicalmente la posibilidad de un lazo institucionalmente unívoco entre sociedad, cultura, conductas. La pluralidad de las texturas es irreprimible. Toda organización tiene, por ejemplo, una historia que impone una inercia al cambio, como señalan los institucionalistas y la noción de path dependency. Pero dicha continuidad permanece sometida a un conjunto de influencias exteriores y discusiones internas: una organización está siempre expuesta y recorrida por una pluralidad de texturas. En sentido análogo, cuando dan cuenta de su identidad, los individuos recurren por ejemplo a diversos horizontes de sentido (tradición psicoanalítica, lógicas de clase, pero también resabios de las viejas teorías de los temperamentos o de los humores, visiones sobre el carácter moral, algunos elementos de la astrología, estereotipos, etcétera). La identidad que un individuo se forja de sí mismo no es sino una de los “n” perfiles que permiten expresar las texturas culturales activas en un tiempo histórico.

Análisis similares han sido efectuados desde de la vida cotidiana. Como tantos trabajos de etnometodología lo han mostrado, en cada interacción los actores movilizan un stock de conocimientos que se apoyan sobre un conjunto de implícitos culturales como la indexación, los elementos taken for granted, la cláusula del etcétera (GARFINKEL, 2006) que facilitan la comprensión incluso si no son explícitamente movilizados durante una conversación. Sin embargo, la existencia de representaciones culturales descontextualizadas (puesto que susceptibles de ser indexadas en contextos diversos) es un argumento suplementario del hecho que, en cada situación, el actor solo actualiza un número reducido de texturas.

Las texturas dan así un primer atisbo de respuesta a la pregunta de por qué siempre es posible actuar de otra manera en la vida social: la cultura no es ni un conjunto homogéneo de significaciones, ni un conjunto de sentidos unívocamente canalizados por las instituciones. Existen unas mil hojas de texturas heterogéneas constantemente a disposición de los actores. En la medida en que la vida social está constituida por una permanente multiplicidad de texturas, la distorsión es un fenómeno irreprimible.

El actor nunca entra en relación directa con el mundo objetivo; inscribe su acción en una vida social constituida por una pluralidad de texturas. Regresaremos sobre ello en el próximo apartado, en tanto da cuenta de por qué la distorsión es una posibilidad inextirpable de la acción. Toda acción se construye a través de una selección de texturas entre varias otras posibilidades. En la precisa expresión de Paul Ricoeur (1975), al comienzo no está lo literal, sino la metáfora: vivimos en un mundo pletórico de significaciones —de texturas— donde los desfases son siempre posibles en la vida social. Nuestras acciones obtienen sentido dentro de un universo sobreabundante de significaciones. Un aspecto que, dicho sea de paso, complejiza la cuestión de la alienación y el supuesto de un posible acceso sin clivaje del individuo consigo mismo (HABER, 2007).

Coerciones

Por importante que sean las texturas, aún es necesario abordar otra gran dimensión para dar cuenta del modo de ser y la experiencia de la vida social. En el marco del problema del orden social, por lo general se supuso que las coerciones eran durables, inmediatas y regulares. Si los sociólogos diferenciaron entre coerciones interiorizadas, materiales, interactivas o simbólicas, siempre presupusieron que las coerciones en la vida social tenían un modo operatorio que intuitivamente se representó como análogo al que existe en relación con el mundo físico: si se camina contra una pared, tarde o temprano, e inevitablemente, uno termina por estrellarse contra ella. La manera como los sociólogos clásicos concibieron las coerciones sociales, aunque parezca un tanto ingenuo, fue de esta índole.

El problema es que las coerciones no operan de tal manera en la vida social. Lo hacen de manera irregular, es decir, una coerción social opera en un ámbito y no en otro, y tienen una lógica variable en el tiempo. Valga decir que una coerción no es en nunca una “pared” contra la cual indefectiblemente un actor termina por “estrellarse”. La mayor parte de las coerciones sociales no operan mediante reacciones inmediatas; por el contrario, lo hacen a través de una larga cadena temporal, en la cual intervienen varios actores y por ende varias lógicas de acción, lo que da cuenta justamente de la elasticidad de las coacciones en la vida social. En función de los contextos y actores las coerciones pueden actuar, pueden no actuar, pueden actuar con intensidades variables.

Tras setenta años de estudios de microsociología o varios decenios de trabajos de microhistoria italiana es necesario aceptar una conclusión fundamental: el estudio pormenorizado de las conductas revela una gran variedad efectiva de registros locales de acción. Dichas constataciones también coinciden con lo que varios estudios de sociología del trabajo o de la sociología política habían mostrado desde hace décadas: las prácticas sociales efectivas son bien diferentes de lo que suponen los modelos teóricos y las representaciones dominantes del orden social. El trabajo real jamás coincide con el trabajo prescrito: siempre existe una variedad irreprimible de conductas a pesar de la multitud de coerciones y controles en acción.

Lo anterior no descarta por supuesto el valor de los modelos macrosociológicos, pero obliga a tener en mente el hecho de que cuando el análisis se centra en las prácticas efectivas de los actores, lo que se observa es una gran diversidad de acciones heterogéneas. Una vez más, esto no quiere decir que no haya ningún encastre entre los niveles micro y macro, pero quiere decir que la vida social posee modalidades de coerción que no son homogéneos en los distintos niveles o actores.

No es ninguna novedad, pero bajo la impronta del problema del orden, la teoría social no logró extraer todas las consecuencias que esto implica. Antonio Gramsci, gracias a la noción de hegemonía, enfatizó por ejemplo la naturaleza irreductiblemente conflictiva de las representaciones culturales (texturas), pero también reconoció, detrás del triunfo momentáneo de una hegemonía, la continuidad de las luchas y por ende el carácter lábil de las coerciones. Sin embargo, el mismo Gramsci (1990, p. 120) dejó sobreentender, en varios pasajes de su obra, la posibilidad de lograr el efectivo “consenso activo de los gobernados”, o sea, una canalización unívoca y totalizante. En verdad, como indican tantos otros pasajes siempre en su obra, nunca se logra una canalización unívoca de todas las texturas y coerciones: una sociedad está siempre atravesada por elementos pertenecientes a la hegemonía dominante, elementos residuales cuyo papel es indeterminado (pueden o no ser incluidos en la hegemonía) y elementos antagónicos que forman parte de contrahegemonías alternativas (WILLIAMS, 1977, p. 121–127). Los condicionamientos son elásticos.

Reflexividad incierta: la relación entre la acción y la realidad

Las texturas y las coerciones son una manera de dar cuenta de la elasticidad irreprimible de la vida social. Es porque existe una pluralidad de texturas y porque las coerciones tienen un modo operatorio particular que siempre es posible actuar de otra manera. Resultado: es posible formular la hipótesis de que en el corazón de la teoría social se encuentra el carácter siempre problemático, a todo nivel y en todo momento, de la relación entre la acción y la realidad.

Por contraste, en el marco del problema del orden social se impuso una concepción darwiniana de la conducta. Se supuso que las acciones eran recompensadas sin ambigüedad y rápidamente de manera positiva o negativa por el entorno. El diferencial de respuesta obtenido permitía evaluar justamente la adaptación o no de una acción al entorno. Tal presuposición es evidente tanto en la tesis de la adecuación entre los medios y los fines (lo propio de la acción racional) como en las concepciones más dinámicas, que suponen la necesidad de una adecuación secuencial y correctiva en tiempo real de las conductas a los entornos. En todas las grandes teorizaciones de la acción se estipuló la necesidad de una adaptación estrecha con el entorno.

La cuestión difiere radicalmente si se parte del reconocimiento de la existencia ordinaria de múltiples texturas y coerciones lábiles, y por ende de un conjunto irreprimible de acciones simultáneamente heterogéneas en la vida social. La noción de adaptación se complejiza inmediatamente, incluso si la cuestión esencial parece no modificarse. ¿Por qué la mayor parte de las acciones heterogéneas se adaptan al entorno? En verdad, con todo bien medido, es innecesario suponerlo. Basta reconocer que a causa de la labilidad de las coerciones los momentos de resistencia efectiva del entorno a las conductas son mucho menos frecuentes de lo que se presupone generalmente.

La insuficiencia de varios estudios del pragmatismo es presuponer que cuando el actor comete un error, la corrección del entorno es inmediata y sin apelación posible. Como tantas investigaciones empíricas lo han mostrado, el actor puede cometer errores cognitivos sin que durante lapsos de tiempo más o menos largos esto engendre una resistencia decisiva del entorno o una corrección por parte del actor. Es frecuente, por el contrario, que, ante el fracaso de sus conductas, los individuos recurran a diversas representaciones defensivas, como mostraron los estudios sobre la disonancia cognitiva (FESTINGER, 1957) o los trabajos de Merton (1987) sobre las profecías que se cumplen a sí mismas. El problema es incluso más complejo de lo que estos estudios mostraron: dada la elasticidad de la vida social, conductas que se apoyan sobre representaciones erróneas (es decir, divergentes con respecto a las representaciones sociales hegemónicas) pueden ser exitosas durante largos periodos de tiempo.

El mundo existe independientemente de nuestras representaciones y en este sentido la realidad es una coordenada inevitable de la acción. Imposible actuar sin integrar las posibles resistencias del entorno. Los actores viven no solamente postulando que los límites existen, sino apoyados en la creencia que estos actúan de manera constante e inmediata sobre sus conductas. Sin embargo, estas resistencias, y aquí está el origen del problema, operan en medio de una vida social caracterizada por una elasticidad fundamental.

Ningún otro ejercicio de pensamiento ha abordado mejor la complejidad de los desmentidos de la acción por el entorno que la novela de Miguel de Cervantes Don Quijote de la Mancha (1605-1615). A condición de no leer el Quijote —como por lo general ocurre— a través de una oposición entre lo real y la ficción, entre el ideal imaginario y los diktats de la realidad, o sea, reteniendo casi exclusivamente la aventura desdichada del Quijote contra los molinos de viento. Desde un punto de vista sociológico este no es, en absoluto, el mensaje de la novela. En su base, y es su enigma principal, se encuentra la experiencia de un caballero andante cuya acción no es siempre desmentida por el mundo. Vladimir Nabokov (1997) analizó con profundidad esta verdad: don Quijote no siempre sale mal parado en sus aventuras. Después de un análisis secuencial de la novela, llegó incluso a establecer una lista equilibrada de veinte victorias y veinte derrotas.

Aquí reside la verdad sociológica del Quijote. Los desmentidos que el mundo opone a la acción no pueden jamás reducirse a una simple cuestión de adaptación entre las representaciones y la realidad. Cervantes distingue entre diversas situaciones: (1) aquellas en las que, frente al fracaso de sus acciones, don Quijote, solitario, o con la sola compañía de Sancho, es capaz de reforzar por racionalización sus propias creencias; (2) aquellas en las que, en medio de creencias aparentemente compartidas con otros, frente al fracaso de sus acciones y el ridículo, no tiene otro recurso que la fuga imaginaria, o (3) aquellas en las que es víctima de maquinaciones de terceros que con el fin de burlarse de él aparentan otorgarle, durante un tiempo, plausibilidad a “su” mundo.

A la idea de una oposición clara entre el ideal y la realidad, la novela opone una miríada de situaciones diversas, coronadas por sanciones y evaluaciones ambiguas, en donde el veredicto del fracaso o del éxito es, él mismo, objeto de matices y variaciones. Contra la ingenuidad reactiva del entorno presupuesto en tantas visiones darwinianas, Don Quijote (como ejercicio de pensamiento) sostiene que los desmentidos de la acción no son nunca ni inmediatos, ni directos, ni constantes, ni unívocos. Una misma acción puede, en función de los contextos y de los actores, conocer resultados diversos. La realidad es un universo elástico de posibles y de lo imposible. Resultado: el desmentido efectivo de las acciones por el entorno es solo uno de los casos de figura posibles y contrariamente de lo que se cree está muy lejos de ser mayoritario.

Para describir esta situación, la noción de choque con la realidad es particularmente útil porque su evidencia a nivel imaginario contrasta con su realidad factual. Se trata en verdad de una idea reguladora: su importancia procede menos de su carácter efectivo que de sus efectos estructurantes a nivel de la acción. En su ausencia, el sentido ordinario de la realidad simplemente se disipa. La idea de que el entorno opone resistencias a la acción es un presupuesto inalterable de la acción y del sentido fundamental de lo que se denomina la realidad. Sobre esta base se traza la frontera entre la realidad y el sueño, la fantasía o la ficción.

Es imposible cuestionar las coerciones de la realidad, pues de hacerlo, ingresamos en un mundo que desprovisto de toda forma de resistencia es socialmente inverosímil. Sin embargo, a pesar de su omnipresencia cognitiva e imaginaria, los choques con la realidad rara vez son plenamente experimentados. Los actores viven en medio de la certidumbre de la existencia de límites infranqueables y la sorpresa de la rareza de los choques efectivos con la realidad. Viven en paréntesis de elasticidad. Los momentos en los cuales prácticamente los choques con la realidad se producen son relativamente escasos, lo cual no impide que sea la existencia supuesta de estos choques lo que dicta el sentido liminar de la realidad. Los choques con la realidad se revelan, tras examen, mucho más elásticos e inciertos de lo esperado.

Principal consecuencia: la tesis de la elasticidad de la vida social transforma los parámetros mismos desde los cuales se debe aprehender la reflexividad. El retorno reflexivo de los individuos sobre sus conductas opera en medio de una vida social caracterizada por una pluralidad de texturas, de coerciones lábiles, y en la cual los choques con la realidad, siempre presupuestos, son rara vez experimentados. La idea de un permanente y necesario monitoreo reflexivo de la acción en tiempo real, sin perder pertinencia analítica, solo define una problemática entre otras. Es necesario caracterizar bajo nuevas coordenadas la noción misma de reflexividad para adecuarla a un mundo social en el cual si las coerciones son lábiles, no por ello los límites dejan de existir.

Lineamientos para un programa de investigación

Lo anterior acarrea implicaciones concretas en lo que se refiere al estudio de los itinerarios y de la reflexividad de los jóvenes en particular. En este último apartado nos limitaremos a indicar, por cuestiones de espacio, algunos grandes lineamientos para posibles futuros proyectos de investigación.

(1) En primer lugar, la elasticidad de la vida social obliga a estudiar la reflexividad a través de un dispositivo de investigación dual. Por un lado, hay que comprender, como habitualmente se hace, las intenciones del actor, su trabajo introspectivo, el monitoreo reflexivo de sus conductas. Por el otro lado, hay que dar cuenta de las trayectorias de inscripción efectiva de las acciones. Esta segunda dimensión ha sido muchas veces minimizada puesto que se ha abordado la reflexividad casi unilateralmente desde la intencionalidad de los actores, presuponiendo que la adaptación al entorno es una línea de demarcación suficientemente clara y firme para eliminar conductas problemáticas.

Reconocer la elasticidad de la vida social invita a realizar estudios precisos capaces de analizar tanto a nivel de las conductas individuales como colectivas las maneras efectivas de cómo los choques con la realidad o los presupuestos imaginarios corrigen o no las acciones. Ello puede efectuarse analizando las maneras históricas por las cuales se instituyen los grandes límites imaginarios de la realidad en medio de universos prácticos irreductiblemente elásticos (MARTUCCELLI, 2014). Pero esto también abre a nuevas problematizaciones acerca de los itinerarios individuales.

(2) El reconocimiento de la existencia de una pluralidad ordinaria de texturas complejiza el trabajo de reflexividad y problematiza el papel de las normas y de la cultura como grandes mecanismos de regulación de las conductas. La sociología ha hecho de este problema un aspecto cardinal de la comprensión de la vida social desde los trabajos de Durkheim (1995) sobre la anomia y el mal del infinito (los individuos albergan anhelos que la sociedad es incapaz de satisfacer). Contra estos peligros, la sociología insistió en la necesaria adecuación entre aspiraciones subjetivas y oportunidades objetivas (BOURDIEU, 1980). Varias caracterizaciones de la juventud como una fase de progresiva asignación estatutaria se inscribieron en este marco.

Esto ha estallado en las últimas décadas. La contención y la univocidad de las texturas se han relajado. Se pueden discutir las responsabilidades respectivas del modernismo (BELL, 1982) o del mercado, pero el resultado es la generalización de situaciones marcadas por una creciente inadecuación estructural entre las aspiraciones subjetivas y las oportunidades objetivas.

El problema es álgido tratándose de los jóvenes, particularmente sensibles al problema de la inflación de las expectativas. Los itinerarios de desviación o delictivos deben ser reanalizados a la luz de la elasticidad de la vida social. El hecho de que la cultura hegemónica no logre más con la misma capacidad que en el pasado canalizar las texturas en dirección de la juventud debe ser puesto en relación con la expansión de las industrias culturales y las TIC que se han convertido (con rasgos bien específicos en América Latina) en activas productoras o difusoras de modelos de rol opuestos a los valores mainstream de la sociedad (algo presente en los narcocorridos, la música villera, el rap, el trap, el mambo, etcétera). En dicho contexto, la reflexividad juvenil tiene que ser objeto de nuevas miradas con el fin de complejizar las nociones de conformismo o crisis de la adolescencia a la hora de dar cuenta de su relación con la pluralidad de las texturas.

(3) Reconocer el carácter elástico de la vida social también perfila otros interrogantes particulares en torno a la reflexividad e itinerarios juveniles. Como en ningún otro periodo etario tratándose de la juventud se insiste, por un lado, en una más o menos ilusoria apertura biográfica de los posibles y por el otro, se impone la suposición de la efectividad más o menos inmediata y durable de los choques con la realidad.

La experiencia efectiva de muchos jóvenes se distancia de ese doble postulado. La inscripción efectiva de las coerciones de clase o de género sobre las subjetividades es insidiosa y compleja. La permanencia de las grandes correlaciones estadísticas entre origen familiar y destino escolar esconde una gran variedad de procesos sociales y subjetivos (DUBET e MARTUCCELLI, 1998).

Con el fin de analizar dichas experiencias, la reflexividad debe estudiarse no solamente como un ejercicio de introspección o un monitoreo constante de conductas en tiempo real, sino mediante los diversos agenciamientos efectivos, siempre problemáticos, entre texturas, coerciones y choques con la realidad. Romper con los presupuestos de las teorías dominantes del orden social exige problematizar diversamente a cómo se lo hace a través del lazo entre lo micro y lo macro o el actor y el sistema, las articulaciones efectivas entre texturas, coerciones y choques con la realidad.

(4) Reconocer la elasticidad de la vida social también complejiza la idea de un principio de realidad intangible. Las consecuencias son decisivas una vez más en lo que atañe a la juventud. Con mayor fuerza que en otros grupos etarios se replantea la espinosa cuestión de la frontera entre lo que depende y lo que no depende de cada actor. Problema inmemorial de la ética (PAVIE, 2012), el trazado de esta frontera es decisivo tratándose de la juventud puesto que obliga a repensar la idea misma de madurez. Esta no puede ser más pensada como una mera adaptación a la realidad; la noción debe ser recreada en sus dimensiones ideales en tanto que necesaria fricción con la realidad (FERRARA, 1999). Ello tiene importantes consecuencias a nivel de los ideales educativos, pero también a la hora de analizar las maneras de cómo los jóvenes articulan, dada la elasticidad de la vida social, un continuum de ideales, proyectos, sueños, coerciones, abandonos, fracasos, frustraciones.

(5) Reconocer la elasticidad de la vida social también permite reconsiderar las dimensiones propiamente utópicas de los proyectos juveniles. Bajo los presupuestos del problema del orden social, por lo general se sobreentiende que es más “fácil” hacer cambios a nivel microsociológico que macrosociológico, ya que hacer cambios “estructurales” es sumamente difícil. El reconocimiento de la elasticidad de la vida social cuestiona una representación unilateral de este tipo. Las coerciones poseen un mismo modo operatorio (irregular, intermitente, variable) tanto a nivel micro como macro y los choques con la realidad son complejos en todas sus manifestaciones. A veces el fatalismo interiorizado por un actor es tal que puede resultar más “fácil” producir cambios estructurales que transformaciones microsociológicas. Una buena parte de la historia social de las movilizaciones juveniles lo muestra.

Esto también debe motivar trabajos sobre las maneras como varios movimientos o asociaciones juveniles logran arraigar sus utopías descubriendo, a la par que otros grupos sociales (PESSIN, 2001; WRIGHT, 2014), márgenes de acción a nivel local, desde los cuales producen o experimentan cambios, aquí y ahora, sin esperar transformaciones “estructurales” más globales.

(6) Una de las más venerables narrativas del paso de la juventud a la edad adulta se construyó en torno al bildungsroman (la novela de la formación de sí) gracias a una figura particular de la reflexividad: la progresiva apertura exploratoria del mundo fue concebida como una manera de nutrir la propia personalidad.

Si un itinerario de este tipo puede todavía corresponder a la experiencia de ciertos jóvenes de grupos sociales acomodados, su pertinencia para otras clases sociales es cuestionable. Esto es particularmente cierto en el contexto latinoamericano en el cual desde muy temprana edad los adolescentes y jóvenes enfrentan difíciles desafíos estructurales, muchas veces con escasos soportes (MARTUCCELLI, 2016).

O sea, la relación reflexiva consigo mismo no se instituye desde el horizonte de una exploración progresiva del mundo, sino desde la urgencia de tener que lidiar con un conjunto dispar de grandes desafíos sociales, culturales, económicos y existenciales. En tal contexto el trabajo de reflexividad está marcado por el imperativo de tener que aportar respuestas individuales a problemas sociales o institucionales —un reto específico a los jóvenes, pero que también se da en otros actores sociales— (ADLER DE LOMNITZ, 2016; ROBLES, 2000; ARAUJO e MARTUCCELLI, 2012). La reflexividad que debe estudiarse es distinta.

(7) En fin, en una lista no exhaustiva, esto abre el estudio de las maneras como los individuos enfrentan concreta y efectivamente choques con la realidad. Contrariamente a lo que muchas veces se presupone los actores pueden durante largos periodos de tiempo vivir al abrigo de los choques con la realidad, lo que implica relevantes incidencias a nivel de los itinerarios juveniles.

Ello invita a estudiar pormenorizadamente las maneras como ciertas instituciones tienen o pueden tener efectos de amortiguamiento de las coerciones o choques con la realidad. Debe llevar a reevaluar los entornos familiares y sus resiliencias; las estrategias de clase, para ponerse al abrigo de ciertos riesgos sociales (complejizando, por ejemplo, el tema de la elección familiar de los centros educativos); la ambivalencia de los efectos protectores, por perversos que puedan resultar, de ciertos agrupamientos juveniles; la diversidad de las maneras por las cuales los actores buscan soportes para enfrentar las vulnerabilidades.

Tales ámbitos exigen estudios detallados y cruzados sobre distintos itinerarios juveniles con el fin de precisar las maneras efectivas como las coerciones o los choques con la realidad (arrestos, excesos de droga, violencias) se inscriben o no en las trayectorias. Las coerciones y reacciones del entorno amical, familiar, barrial, pero también los controles y sanciones institucionales son lábiles, y frecuentes las trayectorias de durable impunidad o ambivalentes los procesos de castigo.

En fin, reconocer la elasticidad de la vida social hace necesario disponer de estudios capaces de aprehender la toma de conciencia efectiva de los límites. Piénsese, por ejemplo, en el relato del “medio punto que me faltó para seguir mis estudios”: un raro momento de condensación biográfico y narrativo en torno a un choque con la realidad de un conjunto habitualmente invisible de coerciones sociales.

La crítica del problema del orden social y la reconceptualización de la vida social desde la heterogeneidad irreductible de las acciones transforma en profundidad la cuestión de la reflexividad. En un mundo social elástico es necesario, sin desconocer el trabajo de las estructuras, comprender mejor las iniciativas efectivas, posibles e irreprimibles de los actores y las maneras como los choques con la realidad impactan diferencialmente los itinerarios individuales en términos de clase, género o etarios. Hay que deshacerse de la idea según la cual cuando se abrazan quimeras, es inevitable darse inmediatamente de bruces con la realidad. A pesar de la inercia cognitiva de dicho presupuesto, no es de esta manera como operan efectivamente los desmentidos de la acción. Las resistencias que la vida social opone a los itinerarios son complejas y los márgenes de acción son siempre, en toda situación, problemáticamente elásticos.

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Recibido: 14 de Noviembre de 2022; Aprobado: 15 de Diciembre de 2022

Contacto: danilo.martuccelli@gmail.com

Editor responsable:

Prof. Dr. Leandro Rogério Pinheiro

Danilo Martuccelli

es profesor de sociología en la Université Paris Cité e investigador en la Universidad Diego Portales.

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