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Linhas Críticas

Print version ISSN 1516-4896On-line version ISSN 1981-0431

Linhas Críticas vol.27  Brasília  2021  Epub Mar 23, 2021

https://doi.org/10.26512/lc.v27.2021.35178 

Dosier: Participaciones y resistencias de las infancias y juventudes de América Latina: Agencia, protagonismo y movilización colectiva

Juventudes étnicas universitarias, procesos organizativos y espacios de incidencia en Monterrey, México

Jovens universitários étnicos, processos organizacionais e espaços de defesa em Monterrey, México

Ethnic university youth, organizational processes and advocacy spaces in Monterrey, Mexico

Luis Fernando García Álvarez1 
http://orcid.org/0000-0001-9619-0168

1Doctorado en Antropología Social por la Escuela Nacional de Antropología e Historia (2018). Adscrito a la Secretaría Técnica del Instituto Nacional de Antropología e Historia. Miembro del Foro Latinoamericano de Antropología del Derecho, Sesión México.


Resumen

Consideramos que las juventudes étnicas en las universidades convencionales, en los territorios migratorios actuales y en el despliegue del ejercicio de su profesión, son los espacios de incidencia donde se articulan un conjunto de condiciones sociales que configuran experiencias étnicas juveniles particulares. Proponemos una mirada etnográfica sobre las juventudes étnicas universitarias en el Área Metropolitana de Monterrey (AMM), para enfatizar el posicionamiento de algunos agentes étnicos juveniles a partir de ciertos procesos organizativos, su protagonismo y las propuestas que extienden en espacios sociales a fin de instalar y potenciar las relaciones interétnicas e interculturales.

Palabras clave Juventudes; Educación; Etnicidad; Asociaciones; Monterrey

Resumo

Consideramos que os jovens étnicos nas universidades convencionais, nos atuais territórios migratórios e no desdobramento do exercício da profissão, são os espaços de incidência onde se articulam um conjunto de condições sociais que configuram experiências étnicas juvenis particulares. Propomos um olhar etnográfico sobre os jovens étnicos universitários da Área Metropolitana de Monterrey (AMM) para destacar o posicionamento de alguns agentes étnicos juvenis a partir de determinados processos organizacionais, seu protagonismo e as propostas que estendem nos espaços sociais para se instalar e promover relações interétnicas e interculturais.

Palavras-chave Juventude; Educação; Etnia; Associações; Monterrey

Abstract

We consider that ethnic youths in conventional universities, in current migratory territories and in the deployment of the exercise of their profession, are the spaces of incidence where a set of social conditions are articulated that configure particular ethnic youth experiences. We propose an ethnographic look at the ethnic university youths in the Monterrey Metropolitan Area (AMM) to emphasize the positioning of some youth ethnic agents based on certain organizational processes, their protagonism and the proposals that they extend in social spaces in order to install and promote inter-ethnic and intercultural relations.

Keywords Youth; Education; Ethnicity; Associations; Monterrey

Introducción

Las juventudes étnicas, la educación superior y los procesos organizativos y/o asociativos, se constituyen como una línea de indagación poco abordada en los diversos campos de las ciencias sociales en México, de tal suerte que resulta clave cuestionar cuáles son las condiciones particulares que configuran esta relación analítica, sobre todo en contextos migratorios contemporáneos, en espacios universitarios convencionales y, específicamente, en sociedades metropolitanas, donde son evidentes las desigualdades sociales y las distinciones de clase, género y etnia con fuertes rasgos de discriminación y el racismo.

En este sentido, es necesario reconocer que desde la apertura del campo de estudio sobre “jóvenes indígenas” a fines del Siglo XX y durante la primera década del presente siglo, la producción etnográfica al respecto ha recorrido varios momentos en función del tipo de preguntas realizadas a este sujeto juvenil emergente (Urteaga & Cruz-Salazar, 2020), los cuales podemos sintetizar de la siguiente manera:

a) La identificación de su “invisibilidad o supuesta “inexistencia” entre los grupos étnicos de México;

b) su posterior “visibilización” en las grandes transformaciones del último cuarto del siglo XX e inicios del XXI, y particularmente en los flujos migratorios; y

c) el momento actual, caracterizado por su “complejización teórica y metodológica” ante la su visible presencia y el reposicionamiento de las “juventudes étnicas” en las ciudades y metrópolis dentro y fuera del país. (Urteaga & Cruz-Salazar, 2020, p. 23)

Por lo tanto, el debate académico en el campo de lo que ahora denominamos “las juventudes étnicas contemporáneas en México” (Urteaga & García, 2015), propone discutir desde la multiplicidad de condiciones sociales en que construyen una determinada manera de “ser joven”, pero también el avance y desarrollo de las etnografías propone un giro epistémico que implica articular ambos constructos socioculturales, es decir, referirnos a los desplazamientos en las formas de conocer lo juvenil en lo étnico en la contemporaneidad mexicana (Urteaga & Cruz-Salazar, 2020).

Además, se enfatiza la necesidad de referirnos a su diversidad y desigualdad de género, edad, generación, clase y etnia, en el entramado de las relaciones de poder y sus procesos históricos de subordinación con la cultura hegemónica y su articulación con los procesos de globalización cultural contemporánea (Pérez, 2008; Urteaga, 2017; 2019; López, 2017; Pérez & Valladares, 2014).

De ahí que resulta fundamental en la discusión actual, el cuestionamiento epistémico, ideológico y político a las categorías indígena y étnico, ya que estas categorías analíticas y sociales, resultan aún problemáticas en la investigación. Al respecto, Urteaga y Cruz-Salazar (2020), coinciden en que, a la luz de algunos hallazgos etnográficos, efectivamente en la investigación sobre jóvenes se tiende a focalizar el análisis en una sola dimensión identitaria, la étnica, en detrimento de otras dimensiones identitarias que resultan ser de mayor relevancia para las y los jóvenes.

Sin embargo, las y los jóvenes se atribuyen multiples referentes identitarios y se autoadscriben como indígenas o no, pues son bastantes conscientes de lo que significa, junto con los adultos, los pueblos y/o comunidades a los que pertenecen, en la lucha por legitimar social e históricamente la “identidad indígena” en México y en términos de su proyección al porvenir. De modo que estas categorías han sido legitimadas en distintos momentos históricos y procesos sociales como estrategias en la lucha por la defensa y ampliación de sus derechos y tienen un uso importante en sus movimientos culturales y sociopolíticos (Urteaga & Cruz-Salazar, 2020, p. 26).

Por lo tanto, es fundamental referirnos a las multiples categorías identitarias y a los términos nativos con las cuales las y los jóvenes se identifican, autonombran y autorepresentan, para poner en cuestión la perspectiva dominante dentro de este campo de estudios. De esta manera:

[…] se puede seguir denominando juventudes étnicas, en tanto que esos términos denotan la intención de visibilizar a jóvenes pertenecientes a los diferentes pueblos originarios de México que comparten una historia de despojo y opresión y tienen una demanda en común, el reconocimiento de sus derechos como pueblos indígenas en la contemporaneidad mexicana y el ejercicio del derecho a su diferencia. (Urteaga & Cruz-Salazar, 2020, p. 28)

Pero también resulta pertinente el uso de la categoría indígena o étnico cuando se articulan analíticamente a las políticas públicas que el Estado dirige a las poblaciones indígenas y que están relacionadas con los derechos sociales, culturales y colectivos, así como al racismo y la discriminación (Urteaga & Cruz-Salazar, 2020, p. 26).

Sin embargo, no se deben perder de vista los contextos en los cuales las y los jóvenes se autoadscriben étnicamente o no, pues ello resulta de sus posicionamientos reflexivos (como sujetos autores de su propia historia, con capacidad de agencia y reconociendo el cambio en su subjetividad) ante las fronteras simbólicas y culturales, las instituciones y los intersticios en los cuales se visibilizan tanto en las ciudades como en sus lugares de origen para acceder y/o negociar un conjunto de recursos materiales, redes de apoyo o para superar los retos en la defensa de su autonomía personal y colectiva (Urteaga & Cruz-Salazar, 2020, pp. 27-28).

Ahora bien, es preciso considerar que la experiencia de lo juvenil en lo étnico, se configura a partir de diferentes condiciones que producen una determinada trayectoria de vida. De ahí que resulta imprescindible pensar la migración étnica juvenil como un proceso social que ha pospuesto o ampliado a las edades para el matrimonio y la maternidad, por ejemplo, ya que hoy en día las jóvenes que migran pueden tener un periodo que posibilita tener un margen de autonomía relativa porque muchas de ellas son solteras, trabajadoras o estudiantas, teniendo cierta libertad de movimiento e ingresos, y de cierta forma, con la posibilidad de tomar decisiones sobre su presente y futuro (López, 2017, pp. 276-277).

De igual manera, debemos tomar en cuenta que el análisis de las juventudes étnicas contemporáneas en México, al mismo tiempo queda imbricado en el abordaje de la agenda política de las y los jóvenes que militan en organizaciones o asociaciones pluriétnicas, donde sus identidades son resumidas y resignificadas a partir de nuevas prácticas, conocimientos y rasgos culturales, con un fuerte compromiso con su etnicidad y con inéditas formas de ser jóvenes desde el ejercicio de la política en el campo de los derechos humanos, indígenas, de género y de acceso a la salud, trabajo o educación, entre otros. Pero, también, a través del arte y de novedosas construcciones culturales en nuevos escenarios reivindicativos donde se comprometen con los problemas y la búsqueda de soluciones para sus pueblos o comunidades, aunque también con sus intereses etarios (Valladares, 2014, pp. 243-246).

Por lo tanto, el presente artículo busca contribuir en el debate actual a partir de analizar cómo las juventudes étnicas en las universidades convencionales, en los territorios migratorios actuales y en el despliegue del ejercicio de su profesión, construyen espacios de incidencia donde se articula un conjunto de condiciones sociales que configuran experiencias étnicas juveniles particulares.

En este sentido, proponemos una mirada etnográfica sobre las juventudes étnicas universitarias en el Área Metropolitana de Monterrey (AMM), Nuevo León, México, con el objetivo de enfatizar el posicionamiento de algunos agentes étnicos juveniles a partir de ciertos procesos organizativos, su protagonismo y las propuestas que extienden en espacios sociales a fin de instalar y potenciar las relaciones interétnicas e interculturales en dicho contexto.

Para demostrar estas condiciones, se parte de una perspectiva de análisis que pondera las voces, los puntos de vista, así como el agenciamiento social y juvenil de las y los interlocutoras (es) de una investigación antropológica que se fundamenta en el trabajo de campo realizado entre 2010 y 2018. [1]

Por lo tanto, la observación, las entrevistas a profundidad y las conversaciones informales se realizaron interactuando en algunos ámbitos educativos universitarios (aulas de clase, salas de reunión, cafeterías, espacios deportivos y de recreación estudiantil). También en algunas plazas y parques en el centro de la ciudad de Monterrey, espacios culturales (museos y casas de cultura), en los lugares de residencia del área metropolitana, en espacios de ocio y consumo (restaurantes, cines y centros comerciales), además de espacios institucionales (gubernamentales, asociativos y académicos).

De esta manera consideramos pertinente durante el trabajo de campo el planteamiento de Marcus (2001, p. 111) con relación a la etnografía multisituada, para abordar "la circulación de significados, objetos e identidades culturales en un tiempo-espacio difuso" [2] . Es decir, para seguir las pistas de los procesos socioculturales contemporáneos.

Así como el ejercicio de una mirada móvil en los términos que propone Rivero (2017, p. 331) para una investigación multilocalizada, pues todo ello resultó imprescindible para describir los sentidos y las prácticas que las y los jóvenes étnicos construyen en los diferentes ámbitos de su vida cotidiana y aproximarnos a la comprensión de la complejidad que supone la configuración de las juventudes étnicas contemporáneas en contextos metropolitanos específicos.

Bajo estos planteamientos, el texto se organiza de la siguiente manera: primero, se traza un panorama sobre los procesos migratorios étnicos juveniles y su integración al Área Metropolitana de Monterrey (AMM), enfatizando los sentidos sobre lo que significa “ser joven” en dicho contexto. El segundo apartado, se enfoca en la emergencia del sujeto étnico juvenil universitario a partir de las condiciones, las prácticas y narrativas emplazadas en varios espacios sociales, en los cuales dicho sujeto juvenil produce sus propias singularidades socioculturales, pero también se pueden considerar como los espacios para incidir en lo social y lo político, estableciendo intercambios y el diálogos interétnicos e interculturales.

Luego, proponemos un estudio de caso como ejemplo para situar el ejercicio profesional de las y los jóvenes étnicos vinculado a los procesos organizativos y asociativos juveniles que sintetizan el agenciamiento social a partir de una experiencia creativa e innovadora donde se articulan de manera particular las condiciones de juventud, etnia, clase, género, edad y generación.

Para concluir enfatizamos los argumentos que permiten demostrar la relevancia de la relación analítica presentada en el campo de los estudios sobre las juventudes étnicas, así como algunos de los desafíos y la agenda pendiente para seguir la reflexión en el campo del ejercicio de los derechos y acceso a la educación superior, pero también en otros tópicos de atención para configurar trayectorias de vida con mayor certidumbre en la metrópoli regiomontana.

Las condiciones y posibilidades para ser joven étnico en el AMM

Como punto de partida, es necesario reconocer que el protagonismo y la visibilidad de las juventudes étnicas en distintos espacios y lugares públicos del AMM, ya que es la tercera metrópoli más importante de México, interconectada globalmente desde el punto de vista económico-tecnológico y una de las principales áreas de atracción para los migrantes provenientes de regiones consideradas históricamente como "indígenas" en México.

Sin embargo, para la mayoría de esta población, la ciudad de Monterrey aún se mantiene como uno de los principales espacios para residir, emplearse y desplegar sus relaciones sociales. En este sentido, es relevante considerar que la ciudad de Monterrey es:

Una capital regional multicultural para la migración indígena y, en especial, para las juventudes indígenas que en las últimas décadas se han integrado a dicho contexto, por lo cual, se pueden señalar algunas de sus características: a) presenta la mayor concentración de hablantes de lengua indígena, b) aquí se ofertan algunas de las distintas actividades laborales en las cuales se emplean, c) es un espacio de socialidad con puntos específicos de agregación para las y los jóvenes indígenas tanto en el espacio público como en lugares o espacios de entretenimiento, ocio y diversión, entre otros, d) reúne y articula una gran cantidad de servicios de comunicación, transporte, comercio, servicios bancarios o de envió de dinero, los cuales procuran utilizar cotidianamente durante su articulación con los territorios de origen, e) es un espacio regional desde el punto de vista económico, social y cultural que involucra indudablemente a las poblaciones indígenas migrantes con la posibilidad de conformar relaciones interétnicas o interculturales en dicho contexto. (García, 2015a, pp.136-137)

Por lo cual proponemos considerar que la migración étnica al AMM tiene algunos rasgos significativos para este análisis, pues las edades en las que se concentra el mayor conjunto de población [3] , responde a dos de las principales motivaciones que originan los desplazamientos territoriales internos juveniles, esto es: a) las posibilidades de continuar su educación a nivel medio y superior; así como b) la inserción laboral en dicho contexto. Lo cual es posible bajo un conjunto de capitales (sociales, culturales y económicos), contenidos en las redes familiares, de paisanaje y amicales, donde se soporta la experiencia migratoria y la vida cotidiana en la metrópoli.

A mayor profundidad analítica y de acuerdo con los hallazgos etnográficos derivados del trabajo de campo en dicho contexto, consideramos pertinente plantear que las características que permiten a cada grupo étnico juvenil configurar una especificidad en los procesos sociales migratorios e integración al AMM, son:

a) las diferentes temporalidades y trayectorias de movilidad transregional;

b) su distribución socio-espacial metropolitana;

c) la construcción de territorialidades urbanas juveniles;

d) los grupos de edad, género y generación;

e) su ubicación en una multiplicidad de actividades laborales (empleados de servicios, venta ambulante, empleo doméstico remunerado y en la industria de la construcción, guardias de seguridad, docentes, entre otros);

f) los diferentes niveles y trayectorias educativas (bachillerato, instrucción técnica, educación superior e incluso posgrado);

g) los grados de bilingüismo o el aprendizaje de la lengua materna;

h) los procesos asociativos y organizaciones pluriétnicas de las cuales son protagonistas;

i) las creaciones o producciones culturales étnicas juveniles que despliegan en distintos espacios públicos metropolitanos, y

j) las religiosidades, cultos y espiritualidades contemporáneas a las cuales se adscriben. (García, 2018, p. 8)

Ahora bien, para complejizar el abordaje de las juventudes étnicas contemporáneas del AMM y proponerlo como un caso paradigmático en el contexto de los actuales escenarios de la migración de los grupos étnicos al interior de México, es preciso pensar la migración como un proceso social que se configuran a la luz de las condiciones de desigualdad, discriminación, exclusión social y la precarización de la vida cotidiana en los contextos de origen en el marco de la globalización económica y cultural en curso.

Pero también, implica la experiencia de estas condiciones sociales en una mayor dimensión en los territorios migratorios o en los asentamientos residenciales en la metrópoli regiomontana, dadas las imágenes o representaciones sociales de “lo indígena” en dicho contexto.

En este sentido, podemos considerar un elemento como la prensa escrita y digital en el ámbito local, la cual se ocupa del tema “indígena” a menudo, resaltando encabezados como el siguiente: “Indígenas. Los habitantes invisibles de Nuevo León”; esta es una nota periodística que agrega la opinión de un académico, especialistas en el tema, en los siguientes términos:

[…] no sólo la población (indígena) se esconde, también las autoridades educativas los invisibiliza, pues piensan que es un problema minoritario. Esto pasa por el supuesto discurso de igualdad, este concepto homogeneizador, donde no se hacen diferencias, algo que se da por no parecer racistas (…) o la invisibilización no les afecta en su cotidianidad, pero si a nivel político, pues no están en la agenda, lo que repercute en las políticas públicas, donde entra la infraestructura, la educación y la salud. (Casas, 2018)

Por otra parte, en 2010 la Encuesta Nacional sobre Discriminación en México demostró que Monterrey, presentaba un alto índice de discriminación, una problemática cuyo fundamento responde a la diferencia de clases y etnia, entre otras condiciones sociales, de acuerdo con los resultados publicados por el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED) en 2011.

Los indicadores en 2017, plantean la persistencia o continuidad de estos fenómenos sociales a nivel nacional, donde la condición étnica prevalece como el principal atributo o clasificador social, por el cual se fundan ciertos prejuicios, se discrimina en diferentes ámbitos o se niegan derechos (CONAPRED, 2017).

Bajo estas condiciones proponemos abordar el AMM como un espacio social prioritario en México para el análisis antropológico de las juventudes étnicas contemporáneas, el cual debe ser considerado desde un enfoque procesual, relacional y contextual, para alejarnos de considerar el rango de edad como definitivo o central en la definición de lo que se puede denominar como el “ser joven”, desde la condición étnica en un lugar determinado y en una temporalidad específica, de manera que es necesario precisar algunas otras características de la población étnica juvenil del AMM (García, 2012; 2018).

Por ejemplo, en el presente estudio es preciso referirnos a la experiencia migratoria y la integración social de algunos grupos étnicos juveniles, los cuales forman parte de los flujos y movilidades territoriales translocales ocurridas en las últimas dos décadas, así como de otros grupos étnicos juveniles nacidos en dicho contexto y que son parte de las comunidades étnicas transregionales.

Pero también, enfatizamos algunos casos a partir de lo que proponemos concebir como agentes étnicos juveniles, los cuales definimos a partir de su protagonismo y agenciamiento social, caracterizados por haber nacido o crecido en dicho contexto metropolitano, así como las y los jóvenes que han migrado en las últimas décadas, integrándose en distintos espacios laborales y educativos. Ellas y ellos, por sus trayectorias sociales, se colocan como colaboradores clave e interlocutoras (es) en la construcción de los elementos etnográficos para este análisis en particular.

En este sentido, nos basamos la construcción de estrechos lazos sociales, amistad y confianza que me permitieron en su momento establecer las entrevistas a profundidad realizadas a veintitrés jóvenes (hombres y mujeres) de origen mixteco, mixe, nahua, otomí, mazahua, teenek y zapoteco, cuyas comunidades de origen se localizan en entidades federativas como Veracruz, Oaxaca, Hidalgo, San Luis Potosí, Querétaro y Estado de México.

De estas entrevistas retomamos un cuestionamiento central: ¿Qué significa ser joven?, tomando en consideración sus diferentes trayectorias sociales, como estudiantes y/o empleadas, trabajadores, artesanas (os), músicos, su posición al interior de sus unidades domésticas, sus redes amicales y de paisanaje, su condición de género y edad, así como sus vínculos con otros jóvenes étnicos y sus lugares o comunidades de origen.

Sin embargo, antes de continuar resulta importante mencionar que como parte de este proceso sociocultural sustentado en la solidaridad, ayuda mutua y redes de apoyo familiar y/o comunitario del cual forman parte las y los jóvenes étnicos a los que nos referimos en el presente análisis, nos parece propicio retomar los aportes de Mejía (2021), quien propone un estudio sugerente sobre cómo las niñas y los niños tsotsiles trabajadores migrantes son considerados como sujetos activos en la dinámica familiar y comunitaria.

Su estudio permite conocer que el trabajo en la niñez, resulta altamente valorado desde la matriz cultural tsotsil, lo cual contrasta en las ciudades donde las niñas y niños indígenas se confrontan cotidianamente con un modelo de niñez hegemónico urbano legitimado en las instituciones que limitan su participación, principalmente, dentro de la esfera económica (Mejía, 2021).

Sin embargo, las formas de participación que niñas y niños (y jóvenes) continúan reproduciendo al migrar a un contexto urbano permite un proceso de aprendizaje cultural que aporta un sentido de responsabilidad compartida, donde las niñas y niños tsotsiles son conscientes de la economía familiar y de los gastos que se requieren, y colaboran explícita o implícitamente cubriendo sus necesidades básicas de la unidad doméstica. Por ello, la participación al interior de sus familias permite que sus opiniones sean escuchadas y tomadas en cuenta (Mejía, 2021, p. 9). Lo cual es valorado igualmente para el caso de grupos mixtecos, mazahuas, nahuas y otomíes del AMM, donde las niñas, niños y jóvenes tienen un posicionamiento central en la dinámica y en la organización del trabajo al interior de los grupos familiares.

Ahora bien, a partir de algunas narrativas derivadas de nuestras entrevistas con jóvenes étnicos del AMM, podemos plantear que el “ser joven” es tener la posibilidad de “estudiar una carrera universitaria” o “tener otros empleos” en comparación a los primeros migrantes pertenecientes a sus grupos familiares. Las y los jóvenes opinan también que “ser jóvenes”, es “tener más libertad para salir y divertirse con amigos y amigas”, “visitar otros lugares, pasear, ir a los centros comerciales, al cine, al teatro, a los conciertos” o “conocer a otros jóvenes”.

Por otro lado, durante las entrevistas y conversaciones informales plantean que el “ser joven” se relaciona con otros cambios generacionales significativos y que reconocen como parte de sus condiciones juveniles, como es el tiempo para contraer matrimonio, interpelando al interior de sus grupos familiares una moratoria social, para postergarlo y “seguir estudiando”, con la posibilidad de “tener otras experiencias” antes de “formar una pareja o tener hijos”.

Es decir, el “ser joven” se vincula con la posibilidad de “tomar sus propias decisiones”, de “poder elegir a una pareja”, de “tener un noviazgo” o “conseguir un buen empleo” o “asumir también responsabilidades”, por ejemplo, “de ayudar a los padres” en los gastos de la unidad doméstica tanto en los asentamientos colectivos en la metrópoli o destinando recursos económicos a sus familiares en los lugares de origen.

Por su parte, un joven otomí narraba en una ocasión lo siguiente:

Para mi si existe la juventud, sí, porque ya nosotros como jóvenes aquí en Monterrey, buscamos vivir diferente, pues tú decides ya cuando quieres casarte, mientras uno busca seguir estudiando o conseguir un buen “jale”, un lugar para vender o estar contratado en algo. (E1. Joven otomí. Monterrey, 2014)

En el caso de las comunidades étnicas transregionales del AMM (otomíes, mazahuas, nahuas y mixtecos) se puede advertir que existe una estructura de sentido compartida acerca del significado del “ser joven” y de los elementos socioculturales que se encuentran al alcance de las y los jóvenes. Por ejemplo, las expectativas y los recursos vinculados a la educación en los núcleos familiares de origen, así como los espacios comunitarios, institucionales y metropolitanos que producen las condiciones para constituirse como jóvenes en un determinado momento y en espacios juveniles específicos como parte de su proceso de transición hacia la vida adulta.

Entonces, se piensa el “ser joven” desde un carácter biológico y demográfico o como una transición social marcada por la edad, además de la pertenencia a grupos juveniles que en ocasiones se institucionalizan por medio de talleres, capacitaciones o espacios deportivos en los centros comunitarios de los asentamientos colectivos del AMM, así como la intervención socio-comunitaria de instancias de gobierno o de la sociedad civil y la inserción en mayores niveles de educación en instituciones públicas o privadas de la metrópoli.

Pero también, insistimos que las y los jóvenes construyen sus propias definiciones sobre lo que es “ser joven”, nociones vinculadas en algunos casos al reconocimiento de sus propios grupos etnolingüísticos a los que pertenecen y posicionándose desde un lugar de enunciación como joven ñhäñho (otomí), ayuuk (mixe), tének (huasteco) o ñuu savi (mixteco), por mencionar algunos autoadscripciones.

En otros sentidos, el “ser joven” se relaciona muchas veces a las mismas condiciones, recursos y posibilidades que dota la experiencia de vivir en la metrópoli. Dichas nociones son compartidas por las y los jóvenes mixtecos, otomíes, mazahuas, nahuas, tének, totonacas y mixes que colaboraron en esta investigación.

Desde una posición comparativa y generacional, una estudiante universitaria mazahua, comento lo siguiente:

Ahora sí existe la juventud en mi comunidad, también para las mujeres pues ahora viven lo que es ser joven, pues se puede estudiar, también ahora que ya vives o has migrado a la ciudad, se es más libre y se tienen más opciones de conocer muchas personas, otros jóvenes y asociaciones, con los que te puede juntar, pero antes no era posible con nuestros padres o abuelos, o sea que antes pasaban de niñas así muy rápido a la juventud y se casaban, apenas estabas en la juventud y de repente ya te casaban. (E2. Joven estudiante mazahua, Monterrey, 2015)

Otro sentido que expresan es que “ser joven”, implica poner en juego una serie de estrategias juveniles que ya están desvinculadas del trabajo agrícola en la comunidad de origen y es por medio de la migración que acceden a otras actividades laborales y a mayores niveles de educación.

Es decir, gran parte de las y los jóvenes ya están desvinculados de las actividades económicas ligadas al campo o a lo rural y ahora están insertos en pluriactividades, trabajos eventuales, de medio tiempo o empleos formales en la industria y otros sectores económicos o de servicios; incluso en nichos laborales etnizados y relacionados también con la edad y el género, como el trabajo o empleo doméstico remunerado.

Por lo tanto, se puede considerar que las condiciones étnicas juveniles se encuentran imbricadas entre la experiencia y las expectativas de la vida en la metrópoli y lo étnico o comunitario con los referentes culturales de origen, los grupos familiares a los que pertenecen o la configuración de los espacios residenciales donde se construyen las relaciones que dan sentido para “ser joven” desde la reconfiguración de su sentido étnico.

En las dos dimensiones, la educación superior se finca incluso como el principal objetivo de las aspiraciones individuales, familiares y comunitarias que responde, a su vez, a las expectativas generales de las y los jóvenes mexicanos para acceder, permanecer y concluir una carrera universitaria.

Desde estos matices, es necesario reconocer la heterogeneidad constitutiva al interior de la juventud étnica en el AMM. Su condición y significado se encuentran en tensión permanente y sus definiciones se disputan con los otros jóvenes, el mundo adulto y las instituciones. Es decir, no hay una sola forma de ser joven y las identificaciones o los lazos étnicos son una condición que se resignifica desde las diferentes experiencias juveniles.

Por ejemplo, ser parte de las comunidades étnicas transregionales (como es el caso de las y los otomíes, nahuas, mazahuas y mixtecos) o de la experiencia de haber nacido en la comunidad de origen, haber migrado durante la infancia o haber crecido en el AMM (para el caso de las y los jóvenes zapotecos, totonacas, nahuas, tének, wixárikas, mixes, entre otros).

Por ello, consideramos que la condición étnica puede ser reconocida y reconfigurada en las experiencias sociales posteriores desde el agenciamiento social y juvenil, es decir, durante las trayectorias migratorias, las trayectorias educativas, la experiencia de vivir en la metrópoli, mediante las producciones o creatividades culturales o en los procesos organizativos y los espacios de asociación pluriétnicas; además del regreso constante a la comunidad de origen y el involucramiento con la vida comunitaria.

Para finalizar este apartado, resulta relevante decir que la categoría “joven indígena” poco a poco se instala en el centro del debate público y la reflexión sistemática, aunque todavía es incipiente su análisis en el ámbito académico local. En el terreno de las intervenciones sociales y culturales, las instancias de gobierno han destinado grupos de trabajo con diferentes enfoques y perspectivas, de ahí que es posible identificar varias aristas en el abordaje de este sujeto social juvenil en el AMM.

En muchas de las veces, desde las instituciones, la juventud étnica es tratada como un dato puramente estadístico o demográfico, por lo que la condición juvenil es casi naturalizada y homogénea, acordándose incluso sólo desde el criterio de la edad biológica, tomando en cuenta los grupos quinquenales o las “edades juveniles” institucionales de entre 15 a 29 años de edad para diseñar y operar ciertos proyectos o programas enfocados a este sector poblacional, el cual es visto, incluso como “problema” o como un grupo vulnerable y/o en riesgo cercano a problemáticas de salud y violencias.

La emergencia del sujeto joven étnico universitario en el AMM

Por otro lado, en los últimos años es significativa la experiencia de algunos jóvenes étnicos (hombres y mujeres) que migraron al AMM, bajo diferentes condiciones sociales que posibilitaron construir una trayectoria educativa en el ámbito universitario. Consideramos que estos casos trascienden analíticamente para mostrar diferentes formas en que se configura el acceso a la educación superior en universidades convencionales públicas y privadas en dicho contexto.

En este apartado, es pertinente hacer mención de algunos estudios que se relacionan al tema en cuestión. Entre las aproximaciones que en los últimos años han abordado la relación entre etnicidad y educación superior en el AMM, se encuentra el trabajo de Durin y García (2011) colocando a la etnicidad como problema para abordar el ámbito de la educación superior, concibiendo la juventud como un dato biológico/cronológico y proponiendo el análisis de la experiencia de las y los universitarios indígenas en su condición de nacidos en la ciudad y quienes han migrado para estudiar en universidades de Monterrey.

Las autoras concluyen que esta ciudad ofrece oportunidades de escolarización y profesionalización para jóvenes indígenas. Sin embargo, los perfiles de las y los entrevistados, así como sus trayectorias escolares, les permiten identificar que los universitarios indígenas, son mayormente hijos de padres del tipo “abiertos”, caracterizados por gestionar asuntos en oficinas de gobierno, son intermediarios con una fuerte relación entre la filiación y formación del sentido étnico, que transmiten sus competencias de gestión pública o sus estrategias para recibir apoyos a las y los hijos, por lo cual estos últimos gozan del capital social de los padres y la alta valoración de la escolarización. Por lo tanto, varios de estos jóvenes y sus familias se encuentran en posiciones más ventajosas en sus comunidades, y su acceso a la universidad en cierto sentido reproduce las desigualdades internas de sus comunidades de origen (Durin & García, 2011, pp. 80-81).

Por otro lado, se han publicado otros artículos que centran el análisis en la construcción de juventud en la comunidad mixteca del AMM (García, 2015a; 2015b). En ellos se plantea que los grupos familiares maximizan sus recursos económicos, construyen redes de apoyo y gestionan por medio de sus organizaciones civiles ante instancias gubernamentales para garantizar el derecho a la educación de las y los hijos.

Pero también se plantea que las posibilidades y acceso a mayores niveles de educación y profesionalización para las y los jóvenes mixtecos (tanto a nivel medio, técnico, superior e incluso posgrado) producen ciertas condiciones juveniles que influyen en la configuración de una moratoria social antes de adquirir compromisos y obligaciones familiares y comunitarias, como el matrimonio o la participación en las asociaciones civiles de mixtecos en dicho contexto (García, 2015b, pp. 252-253).

Otros planteamientos relevantes señalan el cambio en la condición de género y la diferencia en los roles sociales “tradicionales” vigentes en los contextos de la migración étnica juvenil donde las mujeres jóvenes son protagonistas como trabajadoras o estudiantes universitarias, por ejemplo, en la zona metropolitana del Valle de México, así como en las comunidades indígenas transregionales del AMM (López & García, 2016).

Siguiendo con las propuestas de estos autores, interesa señalar que problematizan la condición juvenil, el género y la etnia en el marco de los procesos migratorios y el acceso a la educación superior en dichos contextos, marcando el inicio de un proceso de cambio o transformación de usos y costumbres. Lo anterior en la medida en que las mujeres jóvenes de diferentes orígenes y pertenencias étnicas configuran sus trayectorias educativas o laborales en el entramado de las relaciones de poder, las tensiones, diálogos y negociaciones al interior de sus grupos familiares y culturas de origen (López & García, 2016, pp. 72-74).

En otros ámbitos de estudio se han realizado diagnósticos e investigaciones socioeducativas a partir de métodos cuantitativos (análisis estadísticos) y cualitativos (encuestas y entrevistas) en la relación indígenas y educación media superior en el AMM. Olvera, et al. (2014) identifican a partir de una muestra compuesta por estudiantes en activo, egresados y otros en condición de haber abandonado la escuela, que estudian o han estudiado en instituciones educativas públicas, destacando la elección de la preparatoria técnica quizá como estrategia para obtener un empleo inmediato.

Pero en el caso de continuar una educación a nivel superior, las preferencias se inclinan hacia carreras universitarias en el campo económico-administrativo y de humanidades o ciencias de la conducta (Olvera, et al., 2014, p. 148).

Una monografía reciente desde la investigación educativa fue presentada por Martínez (2018), enfocándose en el impacto de la profesionalización de los migrantes indígenas universitarios en el modelo de las instituciones convencionales de educación superior en Monterrey, así como en las expectativas de retorno a sus comunidades de origen.

Entre sus hallazgos plantea tres de los principales retos que encuentran los universitarios indígenas en su inserción y permanencia dentro del ámbito educativo, estos son: a) la cuestión económica; b) las dinámicas sociales y culturales a las que se enfrentan en las universidades convencionales; y c) la ausencia de un enfoque intercultural al interior de estos ámbitos educativos que reproducen la cultura dominante (Martínez, 2018, p. 194).

En este marco de investigaciones locales producidas hasta el momento, se aperturan las categorías de estudiantes indígenas, indígenas universitarios o migrantes indígenas universitarios en el AMM, por lo que ahora proponemos pensarlos en términos de la emergencia del joven étnico universitario con la intención de acercarnos a la singularidad de una heterogeneidad constitutiva en las y los jóvenes de origen étnico, inscritos en las instituciones de educación superior convencional en la metrópoli regiomontana.

No omito señalar que de acuerdo con Czarny (2020), el debate en México sobre la educación superior y jóvenes indígenas se puede ubicar a partir de su visibilización en las universidades convencionales, al formar parte de la agenda educativa hacia finales de los años noventa, así como el impulso en la creación de programas e instituciones para indígenas en los primeros años del siglo XXI.

Esto coincide con la apertura en diferentes países de la región Latinoamericana para el planteamiento de políticas que buscan la equidad en el acceso y permanencia de las y los jóvenes étnicos en la educación superior, pero también a partir del cambio de perspectiva o enfoque en la investigación educativa y socioantropológica al pensar a las juventudes étnicas como actores de procesos educativos, sin perder de vista sus antecedentes en las movilizaciones indígenas que demandaron y continúan la lucha por el reconocimiento de sus derechos sociales, culturales, políticos y educativos (Czarny, 2020, pp. 133 y 140).

Por lo tanto, nuestra propuesta asume al joven étnico universitario como un sujeto histórico, social y político, es decir, como un agente étnico juvenil, que mediante el agenciamiento social y juvenil responde a la dinámica particular de los cambios sociales producido en la última década en el AMM, así como a la apertura de las universidades locales (como la UANL, la URRE, el ITESM y la UDEM, entre otras) a la inclusión de la diversidad étnica y al debate sobre la interculturalidad.

Con ello, se revela otro campo de investigación necesario que relaciona a las juventudes étnicas y los procesos de inserción, permanencia y egreso en la educación superior en dicho contexto, situación que se configura permanentemente, luego del creciente número de jóvenes de origen étnico que demandan oportunidades y recursos indispensables ante las instituciones sociales y educativas de los gobiernos (tanto en el ámbito local y federal) para garantizar el acceso educativo en el nivel superior y su profesionalización en las diferentes disciplinas tanto en el campo de las ciencias y tecnologías, como en las ciencias sociales y humanidades.

De tal suerte que este proceso social y educativo se ubica también en las relaciones estructurales y contextuales de la educación superior en México y en América Latina, ya que enfatizamos que durante las últimas dos décadas cobra especial interés la visibilización de las juventudes étnicas en las universidades convencionales en Latinoamérica, donde la educación formal puede convertirse, mediante la apropiación cultural activa y creativa de las y los jóvenes universitarios, en un mecanismo de defensa y de revalorización de la identidad indígena (Ossola, 2013, p. 557).

Para el caso del AMM, consideramos que esta situación tiene dos dimensiones, estas son: la universidad pública estatal y las universidades privadas. Lo cual implica que este proceso social y educativo se deba concebir como un nuevo reto para el análisis antropológico en la entidad neolonesa, ya que es necesario conocer las condiciones específicas que contextualizan dicha relación desde el registro etnográfico de las voces de los distintos actores involucrados en los procesos de escolarización universitaria; jóvenes: docentes, gestores educativos, directivos, padres y madres de familia, jefes de la comunidad, entre otros. Sin dejar de lado el análisis de “la compleja experiencia de enfrentar las marcas étnicas en la universidad” (Czarny, 2020).

En cuanto a las políticas públicas, consideramos que es necesario enfocar una atención pertinente que posibilite el ingreso de un mayor número de estudiantes de origen étnico, garantizar los recursos para su permanencia y egreso fomentando, cada vez más, las relaciones y los espacios interculturales al interior de dichas universidades.

Por lo tanto, reiteramos la importancia de reconocer que ahora existe un grupo mayor de jóvenes étnicos en el AMM, insertos en la educación media y superior a los cuales se les debe dar un seguimiento en relación a los apoyos gubernamentales otorgados (becas escolares y de manutención), el acompañamiento en su ingreso, permanecía y egreso, así como consolidar la gestión entre las instituciones educativas locales y federales, las asociaciones civiles enfocadas en las y los jóvenes étnicos o con las asociaciones pluriétnicas que demandan ahora mayor acceso a la educación superior y condiciones de interculturalidad en el marco de la Ley de Derechos Indígenas vigente, desde el 2012, en la entidad neolonesa.

Este proceso avanzó a la luz de los acuerdos interinstitucionales (en distintos niveles de gestión) iniciados en el 2007 a partir de programas específicos como el de becas para estudiantes indígenas en el nivel superior, convenio celebrado entre instituciones como la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL), la Secretaría de Desarrollo Social de Nuevo León y la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI), ahora denominada como el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI), las cuales destinaron recursos hasta del cien por ciento en cuotas escolares a un grupo de estudiantes de origen étnico residentes del AMM.

En 2016, la CDI a través de la Delegación San Luis Potosí y su oficina en Nuevo León, propuso a la UANL, la gestión de una beca de continuidad para 46 jóvenes étnicos inscritos en diferentes escuelas y facultades de esta institución pública.

Aunque es una vinculación interinstitucional que insistimos está en proceso de consolidación, la incorporación de estudiantes de origen étnico, asume la matriculación en carreras profesionales en diversos campos científicos y tecnológicos. Sin embargo, aún se puede considerar un número limitado de alumnos becados que pertenecen al sistema de educación superior público estatal.

Los 46 alumnos mencionados cursan una carrera universitaria en los siguientes campos o disciplinas de conocimiento en la UANL: ingeniería mecánica y electrónica, agronomía, ciencias químicas, enfermería, contaduría pública y administración, derecho y criminología, organización deportiva, ciencias políticas y administración pública, así como ciencias de la comunicación. Además, en este convenio se inscriben algunos estudiantes de nivel medio superior que cursan la preparatoria y el bachillerato técnico en dependencias de la misma universidad.

En este sentido, podemos identificar una estrategia producida por un grupo de estudiantes de origen étnico de la UANL, para la apertura del debate sobre la diversidad cultural y la interculturalidad en la universidad pública convencional, lo cual se puede ubicar también en el marco de las gestiones emprendidas por diversas asociaciones civiles y pluriétnicas con otras instituciones públicas y privadas de educación superior convencional, para garantizar el acceso de las juventudes étnicas del AMM.

Esto coincide con una coyuntura de mayores dimensiones, si pensamos que las universidades públicas convencionales han introducido discursivamente una noción de interculturalidad que sólo se refiere a una cuestión de intercambios simbólicos y aprecio por las diversas culturas, tal y como lo recomienda la UNESCO desde el 2007 (Ruiz, 2015, p. 90).

De ahí la apertura de las universidades e instituciones de educación superior del AMM, para disponer una serie de voluntades y asumir ciertos compromisos de inclusión de las y los jóvenes de origen étnico, que posibilitan la continuidad de sus trayectorias educativas en diferentes campos de conocimiento.

La condición de atender los ordenamientos internacionales incidió lógicamente en la política educativa en México que tuvo que proponer los lineamientos nacionales, mismos que se visibilizan en el ámbito de las universidades públicas convencionales en las entidades del país. De acuerdo con los aportes de Ruiz (2015), se puede pensar en otro elemento que durante la última década se configuró de la siguiente forma:

Las políticas educativas en México son el resultado del movimiento indígena y de la presión de agencias internacionales que han retomado lentamente las demandas de los pueblos originarios; pero estos proyectos de discurso multicultural, han carecido a la vez de la participación directa de aquellos actores a quienes van dirigidas. Otra carencia no menos grave es que no proponen cambios estructurales, y por tanto no prestan suficiente atención a los aspectos materiales y políticos que son los que impiden el acceso equitativo de la población indígena al sistema educativo. (Ruiz, 2015, p. 87)

Al comparar estas evidencias se hace necesario mirar el desarrollo del debate latinoamericano sobre la interculturalidad y educación durante la última década, pensando simultáneamente en el conjunto de movimiento o desplazamientos teórico-metodológicos, en el despliegue de posicionamientos éticos, filosóficos, políticos y jurídicos, y en el desarrollo de una diversidad de experiencias, modelos y programas que buscan potenciar los procesos y los diálogos interculturales (Urteaga & García, 2016, p. 8).

En este contexto, es que los jóvenes étnicos universitarios de la UANL buscan construir en el aquí y ahora, espacios de incidencia social, donde se posicionan e interpelan el significado de “ser joven étnico” como un sujeto social y político, planteando demandas comunes en el campo de la educación pero también producen intersticios (lugares de frontera) para el planteamiento de propuestas desde diferentes frentes de conocimiento y dispositivos socioculturales, movilizando su condición juvenil, étnica, de género, clase y generación, para constituirse como agentes juveniles formando colectivos étnicos (pluriétnicos).

Es decir, no sólo tienen como referente su grupo étnico, sino que construyen un espacio colectivo étnico al interior del espacio universitario convencional, como un conglomerado juvenil universitario con un dinamismo identitario. Es así que se conforma IDECU (Identidad y Cultura), nombre con el cual las y los jóvenes étnicos identifican a la Federación de Estudiantes Indígenas de la UANL.

Durante el trabajo de campo desarrollado en febrero de 2015, esta federación comenzaba sus actividades a raíz de su reciente creación por un grupo de estudiantes universitarios que eran beneficiados con el programa de becas de la CDI ahora INPI. Este grupo de estudiantes comienza sus reuniones en 2013 dentro de la universidad y se vincula con la Dirección de Asuntos Estudiantiles de la UANL, para generar una base de datos con las referencias de los estudiantes inscritos en la universidad y que provengan de localidades o regiones étnicas de México.

Lo anterior para conformar un censo y proponer acciones de seguimiento de sus trayectorias educativas, así como de garantizar recursos a partir de los programas y convenios de becas para cubrir las cuotas correspondientes, ya que además hay que agregar la existencia de una cuota de inscripción más por su condición de ser estudiantes foráneos.

Otros aspectos que resultan interesantes de conocer son las propuestas de promoción y difusión de IDECU, en distintos espacios universitarios. Por ejemplo, Ángela es una estudiante mazahua de la licenciatura en ciencias de la comunicación, que considera lo siguiente:

En mi caso, yo hablo la lengua mazahua, soy migrante de hecho y ahora estoy estudiando en la UNI, donde hay una federación que se llama IDECU. Es una federación que en cuestión de culturas promovemos, por ejemplo, el día de la lengua materna y de los pueblos indígenas. En algunas facultades hemos llevado las loterías, y el juego viene en lenguas indígenas, y como obsequio les damos, aunque sea una artesanía pequeña de nuestras comunidades. De hecho, nuestras actividades se publican en nuestra página de Facebook. (E4. Joven mazahua, Monterrey, 2016)

Siguiendo en el campo de la difusión de este grupo de estudiantes de IDECU, llama a la atención el vínculo con las propias comunidades étnicas del AMM y los espacios de educación media superior, con el objetivo de seguir promoviendo el programa de becas y la educación superior entre las y los jóvenes de los distintos grupos de migrantes étnicos.

En este sentido, Martínez (2018, p. 148) registró a partir un informe oficial de la UANL, que son alrededor de 300 estudiantes de origen étnico inscritos en esta universidad, de los cuales 100 de ellos tienen el beneficio de beca o exentos de cuotas. Estos datos son sólo estimaciones, pero, aunque no son definitivos o acertados completamente, permiten seguir reflexionando sobre la problemática de ingreso, permanencia y egreso de las juventudes étnicas de la educación superior en el AMM.

Finalmente, interesa subrayar otras características de IDECU, por ejemplo, en 2015, algunos de los integrantes de la federación, ya eran egresados y constituían los nuevos cuadros de agentes étnicos juveniles de las asociaciones civiles locales, como Zihuakali, tomaban parte en algunos espacios institucionales o continúan sus trayectorias educativas en el nivel posgrado, pero también seguían incrementándose el censo o el padrón de registro de estudiantes universitarios de origen étnico en la UANL.

De las evidencias etnográficas anteriores se puede enfatizar la relevancia de los procesos migratorios contemporáneos en México para continuar las trayectorias educativas, así como el acceso de las y los jóvenes de origen étnico a las universidades públicas convencionales y su apertura o inclusión del “lo indígena”, las culturas originarias y el diálogo con la diferencia cultural.

En términos comparativos, Di Caudo (2016) propone que, “interculturalizar” la educación superior mantiene ciertas similitudes entre los países de la región Latinoamérica, pues abrió nuevos escenarios para la reestructuración educativa durante las últimas dos décadas, ya que estamos asistiendo a una serie de discursos, acciones y experiencias “inclusivas” y “democratizadoras”, lo cual ha incidiendo progresivamente en el acceso de los jóvenes de origen étnico a las universidades sobre todo en algunos Estados plurinacionales e interculturales como el Ecuador, donde la construcción de un discurso inclusivo va a acompañado de nuevas políticas públicas.

Sin embargo, esto obliga aún a desplazarse en amplios territorios y migrar a las ciudades, donde se localizan los campus universitarios, de manera que para los jóvenes pertenecientes a culturas étnicas (que en su mayoría son los primeros miembros en sus grupos familiares que acceden a estudios superiores), obtener una beca a través de una política pública y entrar a la universidad, significa migrar, conocer contextos urbanos y “saltar” de lo rural a la ciudad o metrópoli, generando dinámicas adaptativas, de apropiación y de aprendizajes socioculturales (Di Caudo, 2016, p. 102).

De igual forma, enfrentarse a dinámicas entre acceso, permanencia, deserción, repitencia, egreso, graduación y titulación, lo que sin duda son cuestiones que deben ser tomadas en cuenta en la investigación y que deben ser vistas más allá del sistema de cupos que garantiza el acceso de las juventudes étnicas a la educación superior (Di Caudo, 2016, p. 102).

En este sentido, resulta sugerente retomar la experiencia de Liliana para profundizar en un conjunto de dimensiones que posibilitan situarla como una agente étnica juvenil, que desde su experiencia migratoria y enfrentar las marcas étnicas y de género en su trayectoria educativa, permite mostrar cómo opera el agenciamiento social a partir de la autoreflexividad y la construcción de otros capitales sociales y culturales para continuar con sus estudios universitarios, así como el planteamiento de sus propios proyectos como profesionista.

“Soy una joven mujer, nahua, trabajadora social, universitaria, psicóloga, feminista y activista”

Liliana toma un lugar de enunciación durante una entrevista que sostuvimos en 2018 para definirse como “una joven mujer nahua, trabajadora social, universitaria, psicóloga, feminista y activista”; comprometida con “incidir con propuestas de intervención comunitaria para transformar las condiciones sociales de las mujeres nahuas de las comunidades asentadas en el AMM”. Ella tiene 26 años y se graduó recientemente de la Licenciatura en Psicología en la Universidad del Valle de México (UVM), Campus Monterrey, Norte.

Es necesario considerar que estudiar en una universidad privada y no en una institución pública, constituye una manera diferente de acceder a la educación superior debido al costo económico que esto representa, lo cual se explica desde el proceso migratorio, las condiciones sociales en que se inserta Liliana al AMM, las estrategias y recursos para seguir conformando una trayectoria educativa, así como para ingresar, permanecer y obtener un grado universitario.

De esta manera, es preciso tomar en cuenta que Liliana es la hija mayor de una familia nahua, compuesta por cinco integrantes (padre, madre y dos hermanos), que migraron hace una década a Monterrey, siguiendo la lógica de la migración familiar a partir de la búsqueda de mejores condiciones de vida. Motivación que se soporta en las redes familiares que ya se mantenían en dicho contexto y que activan las condiciones de solidaridad y apoyo mutuo para que la familia de Liliana se traslade a la capital regiomontana.

Por lo tanto, son de vital importancia las relaciones intergeneracionales, ya que los mecanismos de cohesión y organización social de la comunidad de origen constituyen referentes imprescindibles para articular una vida social y enfrentar las problemáticas urbanas a las que se enfrentan los grupos indígenas migrantes, y particularmente las y los jóvenes (López & García, 2016, p. 74).

Recuerda Liliana, que llegó a Monterrey cuando tenía 15 años, pero antes mantenía una doble residencia, entre la zona metropolitana del valle de México (en el municipio de Naucalpan) y su lugar de origen (Calnali, en la Sierra Oriental del estado de Hidalgo). De modo que el comienzo de su trayectoria escolar se produce en dos contextos, cursando algunos años escolares en la ciudad y otros en la comunidad de origen.

A su llegada a Monterrey, deja de estudiar durante tres años involucrándose completamente en el trabajo doméstico, pero con la expectativa de ahorrar algunos recursos económicos para costear sus estudios posteriores. A los 18 años logró ingresar a la Escuela Industrial y Preparatoria Técnica Álvaro Obregón de la UANL, una institución pública para realizar estudios técnicos, en el área de trabajo social, los cuales concluyó a los 21 años.

Pero durante los fines de semana cursó la carrera técnica comercial de secretariado computacional en una escuela privada. A partir de ello, se emplea en una oficina como secretaria, recordando que el acceso a un nuevo ámbito de trabajo, fue otro de los momentos de enorme tensión luego de su experiencia laboral como trabajadora doméstica y su ingreso al bachillerato técnico, donde tuvo que replantearse los cuestionamientos sobre su persona desde el ¿Qué soy?, o ¿Quién soy?, debido a los contrastes sociales, la baja autoestima y las condiciones de discriminación que experimentaba en diversos ámbitos cotidianos por su condición étnica.

Esto es un ejemplo de las transformaciones en la organización de género y en las relaciones intergeneracionales que están sucediendo en el contexto del reconocimiento de la ciudadanía de las mujeres, es decir, desde el derecho a tener derechos, lo que posibilita su incorporación al mercado laboral y a la educación formal. Sin embargo, la experiencia de Liliana también permite referirnos a las tensiones y conflictos que conlleva el género, la etnia y la clase en la incorporación a los mercados laborales y a las instituciones educativas en la ciudad (López & García, 2016, pp. 63 y 70).

Liliana recuerda que reflexionaba una y otra vez sobre las condiciones de su grupo familiar extenso identificando la situación y el rol de las mujeres, pues se había conformado hasta el momento, por dos generaciones de “mujeres dedicadas al hogar”. Es decir, como “amas de casa”, donde sólo se ubicaban en “los roles tradicionales de las mujeres nahuas la comunidad”. Posteriormente, reconoce que las mujeres del grupo doméstico “salen del hogar y de la comunidad” para dedicarse “al trabajo en casa”, es decir, al trabajo doméstico remunerado.

Con estos referentes se cuestionaba incesantemente su posicionamiento como “mujer, joven nahua y migrante”, con otras posibilidades para pensar en “estudiar” y “decidir qué estudiar”, pero reconociendo al mismo tiempo la condición socioeconómica de su familia; pensar en “trabajar” para “poder estudiar”, era “la única la forma en seguir adelante”.

Liliana, después trabaja en una empresa como asistente de control de producción, en un área administrativa, donde obtuvo ciertos ingresos que le permitían ahorrar y contribuir en la economía doméstica. “Ahorraba para estudiar, ahora una carrera universitaria”. Con esta expectativa y al cabo de un tiempo decide ingresar a la Universidad del Valle de México (UVM) para estudiar psicología.

Sin embargo, le fue difícil mantener y cubrir los costos que implicaba estudiar en una universidad privada, hasta el punto de optar por “abandonar la carrera”, pues admitía que “aunque tenía el apoyo de la familia para continuar estudiando”, ella veía las tensiones y dificultades que su condición de estudiante universitaria traía consigo al interior de la unidad doméstica.

No obstante, en el transcurso de sus estudios de licenciatura y por medio de las redes sociales sostenidas en este ámbito educativo, conoce la existencia de una asociación de beneficencia pública (ABP) que promocionaba becas para realizar estudios universitarios enfocadas a mujeres jóvenes. Después de seguir una serie de procesos administrativos para obtener el beneficio, le otorgan la beca para concluir su carrera universitaria en dicha institución privada.

Ella, enfatiza que, al mismo tiempo, recibió el apoyo terapéutico de la asociación a partir de su condición de género y los contextos socioculturales de las mujeres jóvenes que participaban en el programa de becas, como un mecanismo para asegurar su permanencia y egreso de la licenciatura.

Liliana considera que este acompañamiento resultó ser uno de los recursos de mayor importancia en la configuración de su trayectoria universitaria, lo cual se complementó con la terapia psicológica individual con un especialista clínico, obteniendo este apoyo por medio de las redes sociales que construyó durante su experiencia laboral previa.

A partir de su formación universitaria y su profesionalización, Liliana se coloca en la reflexión sobre “las implicaciones de su empoderamiento como mujer joven nahua, luego de ser empleada doméstica, pensar en una vida digna y concluir una carrera universitaria”, como principal expectativa en su experiencia étnica juvenil. Con lo cual constituye un compromiso social que interpela a su experiencia misma, pero a la vez se dota de posibilidades para construir redes de apoyo entre las juventudes étnicas del AMM.

Con la propuesta y el desarrollo de su proyecto de intervención social comunitaria denominado Xipaki (se feliz, en lengua nahua), propone el empoderamiento y fortalecimiento de la identidad étnica en las comunidades nahuas en dicho contexto, sobre todo, de las mujeres por medio de la educación y la psicología, poniendo en juego la perspectiva de la resiliencia.

Un aspecto que llama a atención a seguir explorando la trayectoria de Liliana es que el concepto de resiliencia, una propuesta que articular desde un enfoque psicológico y biopsicosocial que parte de su propia experiencia al identificar su desarrollo en esta capacidad, que también define como una habilidad emocional para enfrentar las situaciones negativas o problemáticas de distinta índole.

Por ejemplo, ella fue objeto de discriminación y violencias en distintas dimensiones (física y psicológica) por su condición étnica durante su trayectoria educativa y en otros ámbitos sociales, sin embargo, identificó que estas situaciones también la motivaron para “salir adelante” y pensar en una “vida digna, trabajando para tener otras oportunidades y condiciones para ser una mujer joven nahua desde la elección de sus propios referentes identitarios”.

Como parte del mencionado proyecto, ella mantiene una cápsula informativa dentro del programa “Poderosas”, una radio feminista transmitida por “Frecuencia TEC”, espacio de comunicación de la comunidad estudiantil del Instituto Tecnológico de estudios Superiores de Monterey (ITESM). Una característica de esta iniciativa es su incidencia en una comunidad de jóvenes universitarios de clase media y alta, pero lo más significativo es que la cápsula es producida en lengua náhuatl con el objetivo de fortalecer la identidad de las mujeres radioescuchas de este grupo étnico residente del AMM.

En este sentido, Liliana se considera hablante bilingüe en “dos lenguas maternas”, el español y el náhuatl, ya que aprendió ambas de manera simultánea; es decir, no tuvo una socialización en una sola lengua, que después fuera desplazada por otra. De tal forma que sostiene el dominio para establecer interacciones complejas en los dos campos lingüísticos.

En los últimos años, ella ha sido invitada como conferencista en distintos ámbitos institucionales y educativos tanto en espacios locales, nacionales e internacionales. Recuerda que sus primeras intervenciones fueron dirigidas a niños y niñas en escuelas primarias con presencia étnica en los municipios de Monterrey y Guadalupe en Nuevo León, abordando la problemática del bullying, la deserción escolar, el ocultamiento de la identidad étnica por la discriminación, motivada por su propia experiencia.

Por lo tanto, considera imprescindible reconocer “la importancia del acompañamiento psicoterapéutico”, así como la relevancia de “la atención de la autoestima” del sujeto en el contexto de la discriminación y el racismo en los diferentes espacios escolares, insistiendo en su utilidad como un dispositivo para “el fortalecimiento de la identidad étnica”.

Para finalizar este recorrido por la trayectoria biográfica de Liliana, resulta significativo reconocer su experiencia y pensarla desde el marco de lo que propongo que constituye, una agente étnica juvenil con capacidad de agenciamiento en el campo de lo político, lo social y lo cultural a partir del proyecto Xipaki, una iniciativa individual que no forma parte de ninguna asociación civil y por el momento no busca constituir alguna, sino que más bien busca aliados que colaboren desde diferentes campos en la consolidación de su proyecto.

Con esta narrativa etnográfica, proponemos la posibilidad de lograr una intensidad de la experiencia relatada a nuestro lector o lectora, aproximándonos con ello a las motivaciones, emociones y subjetividades, por lo cual, nos mostramos de acuerdo en reconocer “otra de las grandes potencialidades de las narraciones, es decir, su capacidad para ponernos en el lugar del otro y desde allí interpretar empáticamente sus actuaciones y sus emociones (González, 2017, p. 444).

De modo que Liliana, parte de la identificación de una necesidad social que busca abordar desde su “perspectiva como ciudadana” y mediante los capitales sociales y culturales que ha construido durante su proceso migratorio, su trayectoria educativa y el establecimiento de redes sociales e institucionales en el AMM.

Lo cual se configura en el proceso de su formación universitaria en el campo de la psicología y desde su condición de ser mujer, joven, migrante, estudiante universitaria, ciudadana, perteneciente a una comunidad étnica, bilingüe, psicóloga, trabajadora social, feminista y activista.

Por ello, se coloca en una multidimensionalidad de referentes identitarios que moviliza para “incidir en el desarrollo humano” de la población de origen étnico en Nuevo León, con especial enfoque en las mujeres de las comunidades nahuas en torno a la valoración del trabajo y el emprendimiento por medio de talleres y el uso de su lengua materna.

Con la psicoterapia, en lengua materna y con la técnica de contención emocional o psicológica, Liliana ha emprendido una serie de iniciativas de intervención que parten, a su vez, de la lectura que hace de la realidad y la problematización centrada en las mujeres jóvenes migrantes provenientes de regiones y comunidades étnicas de México, en especial, de origen nahua y ahora su intención es colaborar en estos procesos en la comunidad mixteca del AMM.

En este sentido, proponemos el caso de Liliana como un ejemplo que permite demostrar las imbricaciones en que se construye una experiencia universitaria contemporánea desde las condiciones de juventud, género, etnia, clase, edad y generación que se despliegan en el contexto del AMM.

De manera que el reto investigativo pasa por ubicar histórica y socialmente a los sujetos de la relación, esto es, emplazarlos en las condiciones sociales del siglo XXI que hacen a los sujetos. La propuesta de pensar a las juventudes étnicas desde la agencia juvenil nos permite comprenderlos como actores (as) /autores (as) de su propio discurrir, como agentes de sus entornos más inmediatos y de las sociedades en las que viven. Por lo tanto, no es fortuito que en la actualidad los movimientos juveniles y étnicos coincidan en alejarse de la tutela jurídica de las instituciones que les obstaculizan y niegan autonomía (Urteaga & Cruz-Salazar, 2020, pp. 39-40).

A manera de conclusión: las organizaciones juveniles pluriétnicas, avances y desafíos

Proponemos ahora que las y los jóvenes étnicos reflexionan e interpelan su condición étnica, resignificando sus referentes identitarios, reconociendo y movilizando sus recursos y heteroadscripciones para construir nuevos capitales sociales y culturales. Un ejemplo, es la participación en algunas asociaciones civiles de carácter pluriétnico, es decir, asociaciones formadas por hombres y mujeres jóvenes pertenecientes a diversos grupos étnicos, que han migrado en los últimos años o han nacido en dicho contexto y que residen definitivamente en el AMM.

Este es el caso de la asociación denominada Zihuakali (La Casa de la Mujer Indígena), la cual forma parte de la Red Nacional de las Casas de la Mujer Indígena. Es decir, es parte de un programa federal respaldada y financiada anualmente por la CDI ahora INPI, para el desarrollo de proyectos con el objetivo de contribuir a la generación de condiciones necesarias para el ejercicio pleno de los derechos sexuales y reproductivos, a una vida libre de violencia y a la participación política de las mujeres indígenas en el AMM a través de acciones intersectoriales, de coordinación y de interlocución con los distintos actores e instituciones con incidencia en los grupos étnicos en dicho contexto.

En 2015, la conformación de Zihuakali se caracterizaba por mujeres jóvenes mixtecas, nahuas, zapotecas y mixes, así como algunos jóvenes otomíes y naguas, profesionistas o cursando estudios universitarios. En 2018, existían nuevos cuadros o liderazgos étnicos juveniles conformados por mujeres jóvenes egresadas o estudiando algunas licenciaturas, así como otros jóvenes profesionistas, se conformaba entonces por mujeres tének, nahuas y mazahuas; y algunos otros colaboradores, hombres jóvenes nahuas y tének.

Al respecto, interesa destacar una articulación importante, ya que ellas son jóvenes mujeres universitarias, que llevan su práctica profesional al ámbito del desarrollo comunitario, atendiendo problemáticas, desde los campos de conocimientos en los cuales se formaron académicamente en las distintas instituciones universitarias del AMM y que se mantienen en constante actualización, por medio de talleres, capacitaciones, diplomados, cursos y seminarios en los temas relacionas con los objetivos de esta asociación.

De ahí la trascendencia de las y los jóvenes étnicos universitarios en el AMM, para entenderlos como agentes étnicos juveniles con capacidad de agenciamiento e incidencia en los distintos ámbitos sociales donde se sitúan.

En este sentido, Zihuakali sostiene su interés en atender las problemáticas de discriminación y las violencias en las que queda imbricada la experiencia de la mujer de los grupos étnicos del AMM, con propuestas que surgen de los vínculos, diálogos y reflexiones de las y los jóvenes que la integran, así como el intercambio de experiencias que mantienen con otras organizaciones de mujeres jóvenes indígenas en diferentes ciudades, regiones y comunidades étnicas de México.

Para terminar esta parte, podemos considerar que la promoción social, política y cultural, que desarrolla el grupo de mujeres que conforma Zihuakali, en el espacio público trasciende el ámbito de las relaciones urbanas establecidas, ya que su con su accionar contribuye a reivindicar un campo social estigmatizado y donde se aperturan nuevos espacios para pensar, dialogar y proponer otras maneras de entender la cuestión étnica, así como las relaciones interétnicas e interculturales.

A partir de este protagonismo posibilitan el ejercicio de derechos y ciudadanías indispensables para las juventudes étnicas del AMM y, en general, para la población de origen étnico, en el marco de la reforma de Ley en Derechos Indígenas en Nuevo León del 2012, cuyos procesos llevaría ahora a la conformación de los consejos municipales u otras formas de participación política no institucional, más autónoma y de efectiva representación y agendas comunes a las diversidad étnica y cultural.

Además del reto de mantener el espacio organizativo de Zihuakali, en el marco del plan de austeridad, los recortes presupuestales del gobierno federal en curso y la reestructuración de instituciones como el INPI, de la cual depende la Red Nacional de las Casas de la Mujer Indígena en México.

Por lo cual está en riesgo la continuidad de estos espacios organizativos pues su operatividad depende de los recursos económicos anuales que se destinan desde el ámbito federal y con ello el desarrollo de acciones, planes y programas desde lo local. Sin embargo, cabe la posibilidad de establecer nuevas relaciones, alianzas estratégicas y en la medida de sus posibilidades continuar con la promoción social que realizan las jóvenes mujeres de estas organizaciones al margen de la institucionalidad que ahora busca limitarlas y obstaculizar el ejercicio de sus derechos.

De esta manera, consideramos que los desafíos y la agenda pendiente sobre la cuestión étnica, a casi una década de la promulgación de ese instrumento jurídico en la entidad neolonesa, además de las voces de las y los jóvenes étnicos que han colaborado en este análisis, coincide efectivamente con las demandas derivadas de los encuentros latinoamericanos, organizados por el Fondo Para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de América Latina y el Caribe (FILAC).

Justamente a una década de la adopción de la ONU sobre la declaración de los derechos de los pueblos indígenas con la juventud indígena, lo cual se sintetiza en la siguiente agenda de temáticas y derechos para las y los jóvenes étnicos en la región: educación superior, la salud con pertinencia cultural, derechos sexuales y reproductivos, acceso a la vivienda, empleo y derechos laborales en contextos urbanos, el apoyo y fomento a las actividades agrícolas así como el respeto y reconocimiento de la diversidad cultural que constituye a las juventudes (FILAC, 2017).

Para concluir este trabajo, es interesante destacar la labor social que ha mantenido en 2020, una organización denominada Red Intercultural de Apoyo e Inclusión de Personas Indígenas en Nuevo León (RedMin, A.C), la cual promueve los derechos indígenas en el AMM a través de diversas acciones de sensibilización en diferentes ámbitos de incidencia social y liderada por una mujer joven tének, profesional en el campo de psicología e investigación educativa.

A la fecha y ante las condiciones actuales derivadas de la contingencia por la presencia del nuevo coronavirus SARS COV-2 y la enfermedad que causa COVID-19, RedMin ha continuado con diversas acciones enfocadas a la población étnica migrante y a las comunidades étnicas transregionales como parte de su plan de trabajo en el presente año, siguiendo los protocolos sanitarios pasa asistir a los lugares de residencia, espacios público o institucionales, pero también con una intensa promoción y difusión en redes sociales y plataformas digitales, alianzas interinstitucionales y novedosos vínculos interétnicos e interculturales.

Referencias

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[1]Algunos de los hallazgos etnográficos contenidos en el presente artículo forman parte de los resultados de la investigación doctoral presentados por García (2018).

[2]Su traducción al inglés es multi-sited ethnography. Este concepto en inglés ha sido traducido al español como etnografía multilocal, etnografía multilocalizada y etnografía multisituada (Rivero, 2017, p. 328).

[3]En 2015 se estimó un total de población indígena de 121 269, de los cuales 30 780 oscilaban entre 0 y 14 años; 80 898 entre 15 y 44 años y 1 494 de 65 años y más; destacando que 62 261 son hombres y 59 035 son mujeres (Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas [CDI], 2015).

Recibido: 13 de Noviembre de 2020; Aprobado: 09 de Marzo de 2021

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