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Revista Estudos Feministas

versão impressa ISSN 0104-026Xversão On-line ISSN 1806-9584

Rev. Estud. Fem. vol.31 no.3 Florianópolis  2023  Epub 01-Set-2023

https://doi.org/10.1590/1806-9584-2023v31n387092 

Artículos

Casas vacías, de Brenda Navarro: Maternidad no normativa

Casas vacías, de Brenda Navarro: Non-normative motherhood

Casas vacías, de Brenda Navarro: Maternidade não normativa

Richard Leonardo-Loayza1 
http://orcid.org/0000-0001-6867-2127

1Universidad Nacional Federico Villarreal, Lima, Perú. occii@unfv.edu.pe


Resumen:

Una de las características más interesantes de la literatura latinoamericana de las primeras décadas del siglo XXI es que sus principales representantes son mujeres, las cuales abordan temas referidos a la condición femenina, pero no en un afán de reiterar los contenidos impuestos por el patriarcado, sino para subvertirlos. Uno de estos temas es la maternidad. El siguiente artículo pretende demostrar que la novela Casas vacías (2020) de la mexicana Brenda Navarro cuestiona la noción tradicional de maternidad, la que está personificada por la figura de la madre no normativa, entendida esta como aquella mujer que no puede o no quiere cumplir con los mandatos que la sociedad establece para ser considerada una “buena madre”. El texto de Navarro presta atención a una variante especial de esta categoría: la madre arrepentida, pero también alude a la madre involuntaria.

Palabras clave: Brenda Navarro; Casas vacías; maternidad no normativa; madres arrepentidas; madres involuntarias

Abstract:

One of the most interesting characteristics of Latin American literature from the first decades of the 21st century is that its main representatives are women, who address issues related to the female condition, but not to reiterate the content imposed by patriarchy, but rather subvert them. One of these issues is motherhood. The following article aims to demonstrate that the novel Casas Vacias (2020) by the Mexican Brenda Navarro, questions the traditional notion of motherhood, which is personified in the figure of the non-normative mother, understood as that woman who may or may not want to comply with the mandates that society establishes to be considered a “good mother”. Navarro’s text focuses on a special variant of this category: the repentant mother, but it also alludes to the involuntary mother.

Keywords: Brenda Navarro; Casas vacías; non-normative motherhood; repentant mothers; unwitting mothers

Resumo:

Uma das características mais interessantes da literatura latino-americana das primeiras décadas do século XXI é que suas principais representantes são mulheres, que abordam questões relacionadas à condição feminina, mas não no esforço de reiterar o conteúdo imposto pelo patriarcado, mas subvertê-los. Uma dessas questões é a maternidade. O artigo a seguir tem como objetivo demonstrar que o romance Casas vacías (2020) da mexicana Brenda Navarro, questiona a noção tradicional de maternidade, que se personifica na figura da mãe não normativa, entendida como aquela mulher que pode ou não querer cumprir os mandatos que a sociedade estabelece para ser considerada uma “boa mãe”. O texto de Navarro atenta para uma variante especial dessa categoria: a mãe arrependida, mas também alude à mãe involuntária.

Palavras-chave: Brenda Navarro; Casas vacías; maternidade não normativa; mães arrependidas; mães involuntárias

Introducción

La maternidad es un tema que ha sido tratado de manera deficiente por el discurso literario. Es así como afirma Cándida Vivero: “aparece con poca frecuencia en el panorama de la literatura occidental” (2014, p. 75). Dicha temática estaba absolutamente devaluada, porque se la asociaba con la baja cultura, lo que implicaba que no estaba “a la altura de otros temas universales” (Laura FREIXAS, 2012, p. 13). Para la cultura la maternidad es algo obsceno, literalmente, queda fuera de escena (Silvia NANCLARES, 2020). Con razón, Julia Kristeva, a finales del siglo XX, se refería a ese “lugar oscuro que es la maternidad” (1987, p. 226) para llamar la atención sobre los pocos trabajos rigurosos que se habían escrito sobre tal materia. Y si se trata del parto, no resulta exagerado indicar que en las representaciones ficcionales o artísticas “en contadas ocasiones ha gozado de existencia” (Carmen AROCENA BADILLÓN, 2020, p. 15). Como apunta Carolina León (2019): “Estamos huérfanas de relatos que contemplen lo azarosa, contradictoria, ambivalente y desprotegida que es la experiencia de maternar” (p. 23). Podría ensayarse como una explicación de este fenómeno que los creadores de dicha literatura eran en su mayor parte varones y, por lo tanto, ajenos a la experiencia de ser madres (María REYES, 2017, p. 39). De otra parte, también podría argumentarse que dichos autores varones no le conferían un auténtico valor literario a esta experiencia, razón por la cual no se la consideraba como un tema lo suficientemente importante para ser representado en sus obras. Sin embargo, el panorama se ha transformado radicalmente en las últimas décadas. Hoy en día la maternidad se ha convertido en una temática central en la literatura. Dicho cambio puede deberse a que en el presente periodo hay más mujeres que antes dedicándose a la práctica literaria y que asumen, como lo han hecho los discursos feministas (Beatriz GIMENO, 2020, p. 165; Lorena AMARO CASTRO, 2020, p. 14), que la maternidad es un problema fundamental de los debates contemporáneos.

Cabe señalar que la literatura sobre la maternidad no solo es narrada desde cánones tradicionales, en la que se la representa como un ejercicio natural a las mujeres y, por ende, sin ninguna dificultad en su desempeño. Por el contrario, estas narraciones ponen énfasis en lo problemático que es asumir la condición de maternidad, debido a que se la considera como una práctica social y cultural que está sometida a una serie de mandatos, escrutinios y controles de parte de la sociedad heteropatriarcal. Esta literatura busca evidenciar la situación de conflicto que supone para muchas mujeres convertirse en madres.

En la narrativa hispanoamericana de los últimos años ha aparecido un grupo considerable de escritoras que se han abocado a desarrollar la mencionada temática. Entre ellas, se tiene a las mexicanas Valeria Luiselli, Los ingrávidos (2011), Patricia Laurent Kullick, La giganta (2015), Brenda Navarro, Casas vacías (2020)1 y Guadalupe Nettel, La hija única (2020); las colombianas Margarita García Robayo, Tiempo muerto (2017) y Pilar Quintana, La perra (2017) y Los abismos (2021); las argentinas Ariana Harwicz, Matate amor (2012), La débil mental (2014) y Precoz (2015), Mariana Dimópulos, Pendiente (2013), Samanta Schweblin, Distancia de rescate (2014), Claudia Piñeiro, Una suerte pequeña (2015); la ecuatoriana Mónica Ojeda, Mandíbula (2018); la uruguaya Fernanda Trías, La azotea (2018); las peruanas Gabriela Wiener, Nueve lunas (2009) y Jennifer Thorndike, Ella (2012). Un denominador común en las ficciones de estas autoras es que se refieren a un mismo sujeto social: la madre no normativa, un personaje que se define como la madre cuyos actos no se inscriben en los patrones socioculturales tradicionales de la maternidad occidental.

Respecto a la narrativa brasileira, debe indicarse que viene desarrollando el tema de la madre no normativa desde mucho tiempo atrás. A diferencia del resto del continente, en Brasil se puede encontrar retratos más complejos de la maternidad. Ejemplos de estas obras son O quarto de despejo (1960), de Carolina Maria de Jesus, A mulher que matou os peixes (1968), A hora da estrela (1977), de Clarice Lispector, “Uma branca sombra pálida” (1995) y As meninas, de Lygia Fagundes Telles. En lo que va del siglo XXI se tiene Sinfonia em branco (2001) de Adriana Lisboa, Algum Lugar (2009), de Paloma Vidal, Meu coração de pedra-pomes (2013), de Juliana Frank, Quarenta Dias (2014), de Maria Valéria Rezende, O peso do pássaro morto (2017), de Aline Bei, Uma Duas (2018), de Eliane Brum, y Com armas sonolentas (2018), de Carola Saavedra.

Ahora bien, en la literatura mexicana del siglo XX, el tema de la maternidad es uno de los más trabajados, pero este se encuentra ligado “a la inocencia, la perfección en las virtudes y la nobleza de espíritu” (VIVERO, 2014, p. 77). En esta literatura la madre “pocas veces aparece representada de forma abierta en esta relación tensiva o conflictuada, pues por lo general se proyecta en torno a ella la imagen de una figura abnegada y entregada al servicio de su familia” (VIVERO, 2014, p. 78). Sin embargo, como se dijo antes, en el siglo XXI las cosas han cambiado y se produce otro tipo de perspectivas, en el que la madre no normativa se convierte en la protagonista de este tipo de literatura.

En esta línea de investigación, el siguiente artículo analiza Casas vacías de Brenda Navarro (Ciudad de México, 1982-). Se pretende demostrar que en este texto se presenta un cuestionamiento a la noción tradicional de maternidad, la cual asume esta actividad como una cuestión biológica e instintiva, y en la que toda mujer, por el hecho de ser madre, sabe exactamente cómo ejercerla. Dicho cuestionamiento está personificado por la figura de la madre no normativa, quien no puede o no quiere cumplir los mandatos que la sociedad establece para ser considerada una “buena madre”. La madre no normativa es un sujeto social que surge de las exigencias difíciles e, incluso, muchas veces, imposibles de lograr, que la sociedad heteropatriarcal impone a la mujer para ser reconocida como una buena madre. En la novela de Navarro se presenta una versión de esta madre no normativa: la madre arrepentida. Como explica Orna Donath (2017), debe aceptarse que la maternidad, como otras actividades consideradas sagradas y míticas, también está expuesta al arrepentimiento. La cultura occidental no espera que las madres tengan dificultades o no, sientan o piensen que el tránsito a la maternidad “ha sido un paso desafortunado para ellas” (DONATH, 2017, p. 15).2

Los mandatos de la maternidad y la madre no normativa

Las mujeres, cuando llegan a procrear, tienen que seguir una serie de prescripciones si desean ser reconocidas socialmente como buenas madres. Cada época, cada cultura, establece los modos de ejecutar la maternidad y el rol materno, es decir, qué es lo que se espera, qué es lo que se valora como lo correcto y lo incorrecto en el ejercicio de ser madres. Históricamente, los atributos vinculados a la condición de maternidad la caracterizan por ser una actividad natural, esencial e instintiva de las mujeres. Este discurso considera a las mujeres como “seres unidimensionales” (Lorena SALETTI, 2008, p. 174), que solo pueden ser madres. Tal concepción se reproduce en la esfera de lo privado y de lo doméstico, resaltando las capacidades femeninas en cuanto a la reproducción y a los cuidados. De este modo, la división sexual del trabajo establece que las mujeres además de la concepción, la gestación, el parto y la lactancia, deben ocuparse en forma exclusiva de la crianza de los hijos, porque poseen “una especie de caja de herramientas innata que induce a las mujeres más que a los hombres a criar a sus hijos, ya sean biológicos o adoptados, y a cuidar de ellos” (DONATH, 2017, p. 59). Desde esta lógica, que es la lógica de la cultura patriarcal, se establece la idea de que ser madres es el destino natural de las mujeres, aunque subrepticiamente perpetúe situaciones de desigualdad social, política y económica entre ellas y los hombres.

Cabe indicar que el hecho de ser madre acarrea un conjunto de contenidos que se manifiestan como una representación ideal y abstracta, que encarna la esencia atribuida a la maternidad. De esta manera, la madre es portadora “del amor sin límites” (Massimo RECALCATI, 2018, p. 130) y “el instinto materno” (Elizabeth BADINTER, 1980, p. 12), del que se derivan virtudes como la paciencia, el cuidado, la tolerancia, la protección, el sacrificio y la entrega gustosa de las mujeres a la maternidad. Puede afirmarse que del cumplimiento o no de estos mandatos se producen dos estereotipos: las buenas y las malas madres.3 Respecto a las buenas madres, que no son un producto universal, sino “un producto de prácticas específicas” (Parveen ADAMS, 1992, p. 183), Ricardo Garay (2008) señala que dichos estereotipos no se reducen a esta prescripción, sino que “las normas incluyen además una serie de prohibiciones en torno a los defectos a eliminar: el egoísmo, el erotismo, la hostilidad y el no dejar transparentar sus ansiedades, necesidades y deseos” (2008, p. 32).

En efecto, el comportamiento de las madres no solo está supeditado a las acciones por realizar en favor de sus hijos, sino del control de los afectos y sentimientos que les prodigan. Los mandatos también regulan el mundo emocional de las madres, reglamentando aquello que es o no lo apropiado. El imaginario social asume y espera que todas las mujeres sientan lo mismo si desean ser vistas como “buenas madres”, aunque, como dice Donath (2017), no hay “una única emoción que los hijos inspiren” (p. 63). Así, se exige que las madres se sacrifiquen por los hijos, los cuiden, y que, además, los quieran a todos sin objeción ni condición alguna. Como añade Nora Domínguez (2007, p. 39), opera sobre ellas un fuerte disciplinamiento médico, religioso y jurídico. Un aspecto importante para tener en cuenta es que estas regulaciones sociales, plasmadas en el imaginario colectivo, no solo se producen de parte de la sociedad, representada en el resto de la gente, sino que están interiorizadas en las propias madres. Por una parte, como dice Kristeva (1987), porque en la abnegación y el sacrificio materno, algunas mujeres encuentran gratificación y gozo (1987, p. 219). Por otra, en la esperanza de que se cumplan las promesas que, desde siempre, le ha formulado el sistema patriarcal. Donath lo explica así:

La maternidad la conducirá [a la mujer] a una existencia valiosa y justificada, un estado que corrobora su necesidad y vitalidad. La maternidad anunciará tanto al mundo como así misma su extensión de mujer en toda la extensión de la palabra, una figura moral que no solo paga su deuda con la naturaleza al crear vida, sino que además la protege y la promueve (2017, p. 34).

Resulta oportuno preguntarse si todas las mujeres están dispuestas a llegar a ser “buenas madres” o si todas ellas poseen las condiciones materiales y emocionales para lograr tal ideal. Lo cierto es que existe una gran cantidad de mujeres que no quiere, o no puede, lidiar con estas exigencias, ya que son complejas y, muchas veces, imposibles de alcanzar. Así es que aparece la figura de la “mala madre”. Cristina Palomar (2004) define esta presencia como:

el resultado del contraste que se establece con el ideal de género fabricado culturalmente para crear el mito de la mujer-madre, basado en la creencia en el instinto materno, en el amor materno y en el sacrificio y la entrega gustosa de las mujeres a la maternidad. Visto así, las “malas madres” son aquellas mujeres que no cumplen con los ideales de la maternidad socialmente construida con base en tres campos fundamentales: el legal, el moral y el de la salud (p. 19).

Desde un tiempo a esta parte, el personaje social de la “mala madre” (preferimos llamarla madre no normativa, para evitar incurrir en cualquier tipo de sesgo ético o moral) ha sido materia de escritura. Los autores, mayormente mujeres, han intentado comprender las circunstancias de su aparición, así como evidenciar la complejidad que implica asumir la maternidad y tratar de ejercerla. Como recuerda Jacqueline Rose, el ser madre conlleva: “una gama amplia y compleja de emociones que queda silenciada o suprimida, y que borra de golpe todo aquello que un ser humano siente por dentro” (2018, p. 100). La literatura, en este contexto, pareciera haberse convertido en la pantalla discursiva en la que las mujeres expresan todo aquello que usualmente callan. Por eso, Domínguez acierta cuando sostiene que el contacto de la maternidad con la literatura “la libera un poco de sus formas estereotipadas y ésta le permite a la primera ensayar sus posibilidades de transgresión” (2007, p. 34). En esta línea de sentido, se entiende por qué la madre no normativa se ha convertido en protagonista de una importante parcela de la narrativa latinoamericana que se escribe por estos días, la que se multiplica y que puede llevar a afirmar que se trata de un nuevo subgénero de la literatura del continente.

Madres no normativas, madres arrepentidas y madres involuntarias en Casas vacías

En Casas vacías, se narra la historia de dos mujeres mexicanas (quienes, a lo largo del relato, nunca son llamadas por su nombre) que pertenecen a dos estratos sociales económicos distintos. Por un lado, se tiene a la mujer acomodada, que no deseó jamás ser madre, pero que, ante la muerte de su cuñada Amara, asesinada por su pareja, tuvo que hacerse cargo de Nagore, la sobrina de Fran, su esposo; luego, ella misma quedó embarazada de Daniel, un niño autista. Por otro, se tiene a la mujer pobre que siempre quiso ser madre, pero pese a estar casada e intentarlo todo, no pudo lograr ese anhelo. Un día, la mujer acomodada sacó a pasear a su hijo de dos o tres años (en la historia no se precisa la edad) y en un descuido (esperaba un mensaje de texto de su amante) se le perdió. En realidad, la segunda mujer (la cual había sufrido un aborto recientemente) se lo robó para criarlo como suyo e, incluso, le cambió el nombre por el de Leonel.

Esta novela es significativa, porque muestra el peso que tiene sobre las mujeres el mandato social de ser madres. En el caso de la mujer acomodada de Casas vacías, esta es consciente de que no todas las mujeres han nacido para ejercer la maternidad como socialmente se pregona. En un pasaje del texto afirma de sí misma: “Hay quienes nacemos para no ser buenas madres y, a nosotras, Dios debió esterilizarnos desde antes de nacer” (NAVARRO, 2020, p. 24). Este personaje niega que la maternidad sea algo que venga con el hecho de ser mujer, sino de que hay algunas que nacen mujeres, pero no pueden con dicha tarea. Resalta la idea de sentirse culpable por ser una de ellas. Como indica Magda Potok (2015), esta culpabilidad actúa en las mujeres como un efecto destructivo, se trata de “una voz interna que censura y critica” (2015, p. 58). Se pone en escena lo que se denomina el dispositivo materno, un mecanismo de subjetivación que, en el caso de las mujeres que no acatan los mandatos de maternidad, las hace sentir culpables, porque no han cumplido el papel de “una verdadera madre” (Valeska ZANELLO; Gabriela FIUZA; Humberto SOAREZ COSTA, 2015, p. 242). Ahora bien, no es que la mujer acomodada del relato no haya querido, alguna vez, comportarse como una madre normativa, que sigue los cánones que establece la sociedad. Así, ella dice, recordando el tiempo inmediato a la desaparición de su hijo:

Hubo momentos en que quise ser de esas madres que con los pies pesados surcan caminos. Salir a pegar papeletas con el rostro de Daniel, todos los días, todas las horas, con todas las palabras. También, muy pocas veces, quise ser la madre de Nagore, peinarla, darle de desayunar, sonreírle (NAVARRO, pp. 21-22).

Esta mujer reconoce que en la sociedad existe un tipo de madre que está dispuesta a sacrificar todo por los hijos, aquella que hace hasta lo imposible por brindarles cuidado y bienestar. Pero ella no se siente competente para desempeñar ese rol, ni siquiera después de haber perdido a su hijo. Asimismo, tampoco ha sido capaz de comportarse como madre con la sobrina huérfana, a la cual nunca le brindó la atención ni los afectos que una madre se supone debe proveerle a sus hijos, aún si estos no son suyos biológicamente. Una cuestión que debe resaltarse es que, si bien este personaje no es la madre de Nagore, lo cierto es que se le obliga a asumir ese papel, debido a que es mujer, y en la sociedad occidental todas las mujeres están llamadas a fungir como madres, son las encargadas del cuidado de los otros, se les impone lo que Samanta Villar (2019) ha llamado “la carga mental femenina”, es decir, la responsabilidad del hogar y de los individuos que habitan en este. Desde siempre, se ha asumido que la mujer es un ser que está al servicio de los demás, “que está en la casa atendiendo a la familia, al esposo, a los hijos y a los mayores” (Heike WAGNER, 2008, p. 335), lo que la convierte en un “ser-para-otros” y un “ser-a través-de-otros” (Gloria CAMACHO, 1996, p. 110). Sin embargo, la mujer acomodada del texto de Navarro se rebela en contra de lo normado socialmente. Ella expresa:

Algunas veces, Fran me llamaba por teléfono para recordarme que teníamos otra hija. No, Nagore no era mi hija. No. Pero la cuidamos, pero le ofrecimos un hogar, me decía. Nagore no es mi hija. Nagore no es mi hija. (respira. Prepara comida, tiene que comer). Daniel es mi único hijo […] Entonces, muchas veces me llamaban de la escuela de Nagore y me recordaban que ella me esperaba y que tenían que cerrar la escuela. Lo siento, les decía, aunque el es que Nagore no es mi hija se me quedaba en la lengua, y colgaba ofendida de que me reclamaran la maternidad no pedida […] (NAVARRO, 2020, p. 19).

Como explica Adrianne Rich, en las mujeres, uno de los caminos más seguros para sentir que se ha perdido totalmente el control sobre su vida es “la maternidad sin autonomía; sin elección” (2019, p. 340). La mujer acomodada de Casas Vacías no considera a Nagore como su hija, porque ella no es la que quiso hacerse cargo de la niña, jamás deseó ser su madre; ejerce una maternidad involuntaria. Es su esposo el que decidió que su sobrina se fuera a vivir con ellos a México. Como indica la mujer: “Fran nos impuso el cuidado de Nagore. Yo me volví madre de una niña de seis años mientras engendraba a Daniel en mi vientre. Luego no fui madre y ese fue el problema” (NAVARRO, 2020, p. 21). La relación entre la mujer adinerada y su esposo Fran es compleja, porque, en un inicio, dicha mujer acepta pasivamente lo que se le impone: adoptar a Nagore y llevarla a México, quedar embarazada de Daniel. Esta mujer no se manifiesta en contra de lo que considera negativo para su vida. Puede decirse que se hace presente en ella lo que Tania Navarro Swain (2006) denomina “dispositivo amoroso”, un mecanismo de subjetivación que “constrói corpos-em-mulher, prontos a se sacrificar, a viver no esquecimento de si por amor a outrem” (apudZANELLO; FIUZA; SOAREZ COSTA, 2015, p. 239). Sin embargo, luego, este personaje reacciona de algún modo y rechaza tanto a la niña como a su propio hijo. Parte de esta reacción consiste en conseguirse un amante. A pesar de la existencia de discursos que buscan construir la idea de que en el mundo contemporáneo las relaciones entre hombres y mujeres son iguales y simétricas, este supuesto equilibrio no se refleja en la realidad. Esto significa que, en el seno de una pareja, suelen formarse distintas estructuras de poder -manifiestas, latentes o invisibles- que atestiguan la desigualdad de género en torno a las deliberaciones importantes (DONATH, 2017). Es así como, en ningún momento, la mujer le ofreció un hogar a la niña, sino que este hombre supuso que como su esposa es una mujer, se haría responsable del cuidado de la menor. Una vez más son los hombres los que definen el destino de las mujeres, los que se arrogan el derecho de hacer con la vida de ellas lo que mejor les parezca. Se trata de una maternidad no pedida, como la propia mujer expresa. Una maternidad que si bien este personaje cuestiona en lo privado (en las discusiones con el esposo), no puede llegar a hacer lo mismo en lo público, porque de hacerlo sería condenada como una persona inmoral, se la consideraría una mala madre. Ahora, la conducta hacia la sobrina revela que es una madre no normativa, ya que no cuida de su sobrina, al punto de no alimentarla u olvidar recogerla del colegio. Estos deberes la superan como individuo, no se siente en la capacidad de cumplirlos. Así dice

Otras muchas veces deseaba ser Amara, la hermana de Fran, y dejarle la responsabilidad de velar por dos vidas ajenas […] No parir. No engendrar, no dar pie a las células que crean la existencia. No ser vida, no ser fuente, no dejar que el mito de la maternidad se prolongara en mí. Truncar las posibilidades de Daniel mientras seguía en mi vientre, encerrar a Nagore hasta que dejara de respirar. Ser la almohada que la ahogaba mientras dormía. Recontraer las contracciones por las que ellos dos nacieron. No parir. (Respira, respira, respira). No parir, porque después de que nacen, la maternidad es para siempre (NAVARRO, 2020, p. 22).

Ante la dificultad de ejercer la maternidad con su sobrina y su propio hijo (considerados por ella como dos vidas ajenas), esta mujer desea ser Amara, la cuñada asesinada, con tal de evadir la responsabilidad. No solo esta actitud hace de esta mujer una madre no normativa, sino que está presente en ella el arrepentimiento. Por un lado, por haber aceptado que se le confíe a Nagore, pero también está arrepentida por concebir y parir, por convertirse en el habitáculo de una nueva vida. Si por ella fuera, habría truncado ambas maternidades: abortar a Daniel y asfixiar a su sobrina. Esta mujer recién entiende con la práctica lo que implica ser madre, una situación que “está alejada de los discursos de plenitud” (RICH, 2019, p. 60) y felicidad con los que el patriarcado alienta en las mujeres la maternidad. Ser madre es difícil, porque “es para siempre”. Por eso, la mujer del relato considera que dicho ejercicio “es el peor capricho que una mujer pueda tener” (NAVARRO, 2020, p. 30). De tal forma, contradice el discurso de que las mujeres llegan a ser realmente tales con la maternidad, a realizarse con dicha actividad (RECALCATI, 2018, p. 12). Ahora, así como cuestiona esta faceta del discurso, dicha mujer también lo hace respecto a que sus pares, una vez que son madres, desarrollan el instinto materno y saben cómo criar a sus hijos:

Con la cintura quebrada, los coágulos arañando las paredes de mi útero y los ojos arenosos de no dormir, los primeros días con Daniel en mi vida, más que una dicha, eran un suplicio ahogado. Cállate, le decía en un silencio amordazado entre los ojos, por miedo a que alguien escuchara el escozor que me causaba oírlo llorar por ese no saber sobrevivir solo en el mundo. Si en el embarazo, triste, pedregoso y mohoso que había pasado ya sentía un arrepentimiento de tener útero y hormonas e instinto maternal, en la maternidad misma cada llanto de Daniel me rechinaba en el oído para constatarlo (NAVARRO, 2020, p. 80).

Como comenta Donath, no existe un curso natural de las cosas que las mujeres deberían seguir cuando son madres (2017, p. 44), incluso, los antojos previos, el vómito y toda esa serie de manifestaciones perturbadoras que experimentan las mujeres al quedar embarazadas “balizan el rechazo a la preñez, al tiempo que se transforman en un modo de contradecir el instinto materno” (Margarita LEDO ANDIÓN, 2020, p. 178). La cita de la novela muestra lo que muchas mujeres sienten y piensan con el embarazo y la crianza de los niños, pero que no se atreven a confesar por miedo a ser recriminadas socialmente, estigmatizadas. Esta mujer no considera que tener un hijo sea una dicha, por el contrario, para ella es un suplicio. Evidencia que el instinto materno es un mito, porque considera a su hijo como una carga, un estorbo. Ante esta situación se plantea la idea de acabar con él, asfixiándolo: “Les ofrecemos el pecho no solo por instinto sino por el deseo obliterado de acabar con la descendencia antes de que sea demasiado tarde” (NAVARRO, 2020, p. 80). Así se desacraliza uno de los mayores símbolos de la maternidad: dar el pecho, lo que usualmente es concebido como dar vida, pero esta mujer quiere hacer lo opuesto. La novela de Navarro pone en evidencia que el amamantamiento es un acto sublime para muchas mujeres, pero, como en el caso del personaje de la mujer adinerada, también se trata asimismo de algo tenso, físicamente doloroso, cargado, como dice Rich, “de sentimientos culturales de insuficiencia y culpa” (2019, p. 81), de deseos reprimidos e inconfesables.

Dentro de este mismo orden de ideas debe entenderse la percepción que esta mujer tiene acerca de los hijos. Cuando Fran y ella se van de España llevándose a Nagore, los padres del primero van a despedirlos al aeropuerto. Así la madre de Fran le dice a la mujer acomodada:

A mí me quitaron a mi hija y mi nieta, a ti te han regalado a dos, cuídalos mucho. Y yo sonreí porque no tuve la fuerza de decirle que a mí nadie me había regalado nada, que no quería culpas, que no quería cargar con el regalo más escabroso que alguien me había dado. ¿Cómo no va dar miedo ser madre? (NAVARRO, 2020, p. 123).

Se está ante dos tipos de mirada sobre la maternidad. Mientras la madre de Fran piensa que se trata de un obsequio, la mujer acomodada no le otorga el mismo valor, siente, por el contrario, que es algo escabroso, una carga que le produce temor. Quizá la explicación a esta perspectiva esté en el hecho de cómo este personaje entiende la relación que existe entre la mujer y la maternidad. Para ella, esta última es una especie de imposición biológica, en la que la mujer asume el papel de espacio natural para engendrar vida, un simple objeto que permite conservar la existencia. Por eso dice, cuando se refiere a las madres: “Ser las casas vacías para albergar la vida o la muerte, pero al fin y al cabo, vacías” (NAVARRO, 2020, p. 82). El símil de la casa vacía con el cuerpo de la madre que ha dado a luz es evidente. Una vez que la mujer tuvo al hijo se transforma en una casa vacía, un espacio sin uso4 (Ver Blanca VARELA, 2012, p. 26). Más adelante, se reitera esta idea cuando reflexiona: “Aunque en ese tiempo supe que no era yo la que habitaba este cuerpo, sino que era un contenedor, una especie de patio vacío al que le llegaban los ruidos citadinos a lo lejos. La casa vacía jamás habitada y lúgubre aunque con estructura fija” (NAVARRO, 2020, p. 116). Se trata de una idea que refuerza la imagen de la mujer como cuerpo, como objeto que cumple una función específica dentro de la economía de la vida social patriarcal: ser madre es, como se pensaba en la antigüedad griega, “un mero recipiente pasivo de la semilla del macho” (ROSE, 2018, p. 72). La mujer solo asume un valor por el papel que desempeña en la concepción y crianza de los hijos. Un ejemplo de esta situación es que, en la novela, apenas se produce el parto de la mujer acomodada (un parto arduo y complicado), Fran la visita, pero no para enterarse cómo ella se encontraba, sino que va porque el recién nacido, Daniel, debe tomar su leche. El esposo le dice: “tienes que cuidarte, el bebé te necesita” (NAVARRO, 2020, p. 83). Desde esta óptica, la mujer solo tiene importancia porque, sin ella, el nuevo bebé no podría sobrevivir. Se remarca así su naturaleza de individuo social encargado del cuidado de los demás. Lo que se olvida aquí es que la maternidad es parte de un proceso femenino, “no se trata de una identidad permanente” (RICH, 2019, p. 82), como pretende el patriarcado.

Por otra parte, la segunda protagonista de Casas vacías es una mujer de escasos recursos económicos, cuyo anhelo mayor es llegar a ser madre. Para lograr su propósito, se casó con un hombre llamado Rafael, pero, por más que lo intentó, no logró embarazarse. Así, la vida conyugal se convirtió en un infierno, y la mujer creyó que robándose a un niño, podía encontrar la solución a sus problemas. Por eso dice: “creí que Leonel [Daniel, el niño robado] iba a llegar y mejorar todo, pero era nada más tapar el dedo con el sol, lo que está podrido, está podrido, ni modo” (NAVARRO, 2020, p. 40). En esta mujer está presente la idea de que una familia solo funciona como tal sí se tienen hijos y que es responsabilidad de las mujeres el concebirlos. Según Rich, para el patriarcado, la existencia de la mujer solo tiene un fin: “concebir y criar a su hijo” (2019, p. 253). En este sentido, debe entenderse cuando la mujer pobre dice que no necesitaba de su esposo, que lo que

quería de Rafael era una familia […]. Que lo amaba como se aman las cosas que te traen recuerdos, como las cartitas de los reyes magos, las fotos de los cumpleaños, la ropa favorita, cosas así. Pero que si yo sentía que podía vivir sin él, pues yo sí diría que claro que podía vivir sin él, como pude vivir sin mi padre, sin mi hermano, sin mi madre (NAVARRO, 2020, p. 99).

Ahora, el deseo de tener un hijo no es “un capricho” personal, surgido de un arrebato espontaneo, sino que se genera mediante un discurso al cual están expuestas las mujeres desde siempre, lo que se afianza a través de la presión social que ejerce la familia o la sociedad misma. Este es el caso de la mujer que se robó a Daniel:

todo empezó cuando mis primas empezaron a tener hijos, de la noche a la mañana las casas de mis tías se llenaron de niños que gritaban por todos lados. Primero dejé de ir a visitarlas, no sé, me sentía incómoda, pero luego empecé a salir con Rafael y al mes de andar le dije que yo quería tener una hija, que si se animaba, que estaba muy guapo, que nos iba a salir bonita (NAVARRO, 2020, p. 42).

El hecho de que las demás primas tengan sus hijos influye para que esta mujer quiera los suyos. El no tenerlos implica un disvalor (“me sentía incómoda”). Tenerlo es poseer “una credencial simbólica” (RICH, 2019, p. 43) de que se es parte de la normalidad. De tal manera, el deseo de tener un hijo no es una cuestión individual, sino una exigencia social. En el texto, la mujer comenta:

Y es que lo que pasa es que siempre quise tener una hija, peinarla con moños de tela, vestirla con esos vestidos vaporosos que les ponen a las niñas en días de fiesta; verla usar mis zapatos, pintarse la cara, peinarse, no sé, una niña siempre es más divertida (NAVARRO, 2020, p. 40).

Puede decirse que hay aquí un remanente de la infancia femenina, de su actividad lúdica, pero también se presenta la prolongación de las tecnologías sociales de género, que desde niñas inculcan en la mujer el desempeño de determinados roles, como el de la maternidad. Dichas tecnologías son tan eficaces que terminan convenciendo a las mujeres de que si no logran tener hijos “no están completas” (Lina MERUANE, 2019, p. 24). Por dicha razón, este anhelo se convierte en una obsesión:

Con lo que no podía vivir era sin ser madre. ¿Que por qué la aferración? Pues porque sí, ¿qué tiene de malo querer ser madre, qué tiene de malo querer dar amor? Yo quería educar una niña que fuera distinta a mí, a mi madre, a la madre de Rafael, a mis primas. Una mujercita distinta que no se dejara de nadie pero que fuera amorosa, ¿por qué eso podía ser malo? (NAVARRO, 2020, p. 99).

Massimo Recalcati (2020) enseña que la condición de hijo es la de realizarse como heredero, hacer propio aquello que el Otro (la madre), para bien o mal, ha legado. Sin embargo, le corresponde al hijo la tarea ética de subjetivar ese mismo origen, de diferenciarse de “ese” del que proviene. La mujer pobre del relato entiende que tener una hija es la oportunidad de formar un ser humano distinto a su madre, a ella misma, a las mujeres de su entorno. Son mujeres ninguneadas, golpeadas, abusadas, que se encuentran sometidas al adoctrinamiento y la ideología machista que las trata como objetos, para la procreación, la nutrición y el disfrute sexual. Este personaje pretende romper con esa cadena de dolor. Sin embargo, la naturaleza no le permitió realizar el deseo de dar a luz un bebé, por eso se lo robó.

Dentro de este marco de ideas, debe entenderse que las mujeres asumen la maternidad como parte de un capital simbólico femenino. Poder convertirse en madre, les provee de poder ante otras mujeres. Por esta razón, la mujer pobre se resiente cuando algún otro personaje insinúa que no puede ejercer la maternidad. Por ejemplo, cuando la mamá de Rafael, esposo de la mujer pobre, la visita para conocer a Leonel, esta le brinda un pretexto para justificar la presencia del niño secuestrado. La mujer mayor:

Respiró profundo y dijo que les dijera a todos que era de mi prima Rosario, la de Morelia, que la hija se fue para Estados Unidos y que pues yo, que no servía para dar hijos, me lo quise quedar. Le dije que sí con la cabeza pero sentí mucho enojo porque la muy cabrona no se quedó con las ganas de decir que yo no servía. Es a su pinche hijo al que hay que revisar, le sale la leche cortada y a veces no le sirve el pito (NAVARRO, 2020, p. 49).

La sola insinuación de que no es capaz de tener descendencia es para la mujer del relato una afrenta personal, ya que el hecho de no tener hijos pone en duda su femineidad, además, de no cumplir con esa “norma de fertilidad” (DONATH, 2017, p 50) no escrita a la que las mujeres están obligadas socialmente. En otras palabras, no poder tener hijos la define como menos mujer que aquellas que sí pueden procrear. La maternidad es una condición que reafirma la femineidad de las mujeres, las completa. Como indica Rich, “lo más importante en una mujer es su condición de madre” (2019, p. 56). No alcanzar dicho estado sugiere que tienen una falla, que son imperfectas. Una cuestión asociada a la anterior es que cuando una pareja mujer no puede concebir hijos, por lo general, se asume que ella es la culpable, hay una resistencia a creer que el hombre puede ser el responsable de este problema, como pareciera ser el caso de Rafael. En el texto de Navarro, no solo la madre de este último piensa eso de la mujer pobre, sino el propio Rafael que, luego de un aborto espontáneo que sufrió su pareja, le dijo:

- Pinche sustote que me diste, tú no has nacido para estar embarazada, ya te avisaron -dijo como señalando al cielo, a dios. Me mandó un beso con la mano y se fue. Cerré la llave del agua del fregadero y me quedé quieta. Lo que me dijo me cayó como balde de agua fría (NAVARRO, 2020, p. 101).

El esposo pone en duda que su pareja pueda quedar embarazada, con esto le está insinuando a ella que es menos mujer que otras que sí pueden hacerlo. Por este motivo, la mujer pobre busca la manera de demostrarle a su marido que está equivocado. Así: “pensé que claro que no me iba a conformar e iba a buscar todas las formas para que pudiera ser madre y le iba tapar la boca a él y a su dios” (NAVARRO, 2020, p. 102). Como se infiere, la solución que buscó fue raptar a un niño ajeno.

Ahora bien, este personaje también es una madre arrepentida, pero no en el sentido de rechazar la maternidad como tal, sino el tener un hijo de condición autista. Ella intenta cumplir con los mandatos de la maternidad, porque no solo suministra lo material a Leonel, sino que le provee de cierto afecto. Sin embargo, solo lo hace parcialmente, porque luego se arrepiente de haberse robado al niño y convertirse, de esa manera, en madre. Así dice:

Mejor no hubiera llegado Leonel a nuestras vidas. Mejor se hubiera puesto a llorar muy fuerte cuando debió de hacerlo y no después, ya de camino […]; semanas después nos dijeron que tenía autismo y que a lo mejor por eso no le gustaba casi nada. Fue en ese momento en que me arrepentí de querer ser madre (NAVARRO, 2020, p. 39).

El arrepentimiento surge de la condición especial que tiene Leonel. No se trata de un niño considerado normal, sino que es autista. La mujer no puede lidiar con los síntomas de esta condición. Si bien ella quiso ser madre (lo intentó siempre e incluso sufrió un aborto), lo cierto es que idealizó ese papel, pero no es capaz de enfrentar la realidad, el hecho de que el niño no concuase con esa imagen prefabricada que se tiene en el imaginario acerca de la maternidad.

La figura de la madre no normativa se presenta también en la progenitora de la mujer pobre, pues su comportamiento no concuerda con los lineamientos que promueve la sociedad heteropatriarcal sobre la conducta de las madres. Esta mujer le dice a su hija:

Nunca confíes en tu propia madre. Era la frase que mi mamá nos repetía a mi hermano y a mí cada que podía. Pero, ¿si no se puede confiar en la madre, en quién se puede confiar? Y ella decía que en nadie, en nadie se puede confiar, ni aunque te estés muriendo no creas que alguien vendrá a ayudarte (NAVARRO, 2020, p. 141).

“Nunca confíes en tu propia madre” puede ser leído como un enunciado de consejo de defensa, pero también de advertencia o amenaza. La madre le está diciendo que no confíe en ella, porque está propensa a maltratarla o ponerla en riesgo. En efecto, la madre es consecuente con su pensamiento, porque es ella precisamente quien al final de la historia termina llevándose a Leonel con rumbo desconocido. Resulta importante acotar que esta madre no siente afecto por la mujer pobre. Esta última concluye:

Eso de llevarse a mi hijo me confirmó que mi mamá no me quería, ya tenía sospechas, pero eso me lo había demostrado […]. Ella dice que no pero yo sé que sí, si no estoy pendeja. Me acuerdo clarito que puso el agua caliente en la tina y me dijo que me metiera, luego hizo como que jugábamos y en una de esas me resbalé y me caí dentro del agua y ella puso su mano en mi cabeza para que yo no pudiera salir […]. Yo abrí la boca y tomé aire y me dolió la nariz y ya cuando sentí que estaba a salvo, grité y empecé a llorar, pero ella en vez de decir algo, se puso a reír. ¿Ya vas a llorar? Ni aguantas nada, me dijo (NAVARRO, 2020, p. 152).

Lo más probable es que, en realidad, la madre de esta mujer no quiso matarla, sino que se entretenía con el maltrato. Se trata de una madre abusiva. No se percibe remordimiento alguno de parte de ella, incluso se ríe. Una explicación de esta actitud puede ser que en la madre de la mujer pobre no se haya generado algún tipo de amor hacia la hija, esto porque ella es el resultado de la violación que sufrió a manos de su hermano. Se encarna en ella la figura de la madre involuntaria. Ante el horror de lo sucedido, es esperable que el mandato de maternidad se haya truncado y que lejos de sentir afecto por la hija, lo que se sienta es aversión hacia ella por el hecho de recordarle con su presencia el abuso sufrido. Quizá por esto, la madre no siente amor por su hija, ni por nadie. Más adelante en el texto, cuando la mujer pobre va a reclamarle por Leonel, la madre se niega a recibirla, tampoco quiere hablar del tema. La madre termina botando a la hija a la calle. La mujer pobre dice: “Aunque me quedé todavía unos minutos ahí, supe que ya no iba a voltear más. Esa mujer era capaz de todo con tal de no perder su comodidad, incluso sacrificar a un perro, a un hijo, a mí” (NAVARRO, 2020, p. 157).

Casas vacías es un libro que muestra descarnadamente lo que implica el ejercicio de la maternidad para las mujeres, así pertenezcan a diferentes grupos sociales. Pone en escena el discurso de la ficción doméstica, que afirma que todas las mujeres -no importa cuáles sean sus características personales ni el lugar que ocupen en las jerarquías y espacios sociales- “son esencialmente seres domésticos, es decir, que todas y cada una son esposas, madres y amas de casa” (Myriam BRITO DOMÍNGUEZ, 2016, p. 70). Las mujeres, acomodadas o pobres, en una sociedad patriarcal y androcéntrica, están condenadas a sufrir debido a los mandatos de la maternidad que les exige conductas que sobrepasan sus capacidades (o, en todo caso, que no están dispuestas a cumplir), lo que las convierte en madres no normativas.

Consideraciones finales

En Casas vacías de Brenda Navarro se representa las consecuencias del discurso sobre la maternidad que el sistema heteropatriarcal inocula a las mujeres desde niñas, no importa la clase social de procedencia. Este discurso establece que la maternidad está relacionada con la feminidad, que solo siendo madres las mujeres se convertirán en individuos plenos y felices. Además, que por el hecho de ser madres, dichas mujeres desarrollan una serie de habilidades especiales que les permiten afrontar la experiencia de la maternidad. Sin embargo, una vez que llegan a ser madres, se dan cuenta que se trata de una práctica muy difícil, para la cual no están preparadas realmente y, por lo tanto, muchas veces no pueden salvarla de forma exitosa. Es el caso de la mujer acomodada del relato de Navarro, quien no sabe cómo criar a su hijo ni a la sobrina que se le ha encargado. Esta situación hace que desarrolle una serie de acciones que socialmente son reprochables y no están acordes a lo que dictamina el discurso sobre lo que debe ser una “buena madre”. De esta manera, se presenta en ella la figura de la madre no normativa, en la versión de la madre arrepentida. La mujer acomodada, en un inicio, aceptó convertirse en madre, creyendo en el discurso sobre la maternidad que la sociedad promueve y difunde, pero a medida que empezó con el proceso, se fue dando cuenta de que las cosas eran diferentes, y que lo peor de todo era que ya no podía echarse para atrás ni tampoco quejarse. El poner en evidencia que la maternidad no es el camino floreciente que promete el patriarcado equivale a estigmatizarse y ser considerada por los otros como una mala madre, o madre no normativa, lo que definitivamente la convertiría en una especie de monstruo para los demás.

La mujer acomodada del relato es una madre arrepentida, porque se da cuenta que no es fácil criar un hijo, ya que implica esfuerzo, dolor, sacrificio, que no está dispuesta a entregar por alguien por el que no se siente afecto. La novela de Brenda Navarro pone énfasis en esta situación, ya que propone que el amor de una madre hacia un hijo tampoco es una cuestión que se produce por un efecto automático, como parecería afirmar el discurso que el patriarcado ha elaborado sobre la maternidad. La mujer acomodada considera a su hijo como algo que perturba su existencia, que hasta cierto punto la pone en peligro y desasosiego. Por esta razón, en más de una ocasión pensó en atentar en contra de la vida de Daniel, no solo lo quiso abortar, sino, ya nacido, quería asfixiarlo, dándole el pecho. El hecho de extraviarlo por prestar atención al mensaje de su amante solo reafirma el rechazo que siente por su hijo. Situación similar ocurre en su relación con Nagore, la sobrina que su esposo la obligó a criar. Tampoco experimenta un afecto especial por esta niña, más bien la considera una carga, una responsabilidad que jamás pidió y que se la dieron por el solo hecho de ser una mujer, es decir, un “ser cuidador” por excelencia.

Ahora, ¿cómo poder explicarse la conducta de esta mujer respecto a la maternidad? Si bien es cierto que dicha experiencia es un mandato cultural de género, es a la vez un hecho más complejo “que no puede reducirse sólo a lo cultural” (Yanina ÁVILA GONZÁLEZ, 2005, p. 116). Si se recurre al psicoanálisis, que patologiza esta conducta en las mujeres, puede decirse que esta mujer es una madre narcisista, que vive al hijo como un estorbo, un daño, un obstáculo para la realización misma. Este tipo de madre experimenta la maternidad como amenaza contra la feminidad. Así: “el convertirse en madre puede ofuscar su imagen narcisista. De ahí también derivan la falta de atención de los hijos y el cultivo en sentido único del valor narcisista de la propia vida” (RECALCATI, 2018, p. 132). La madre narcisista siempre está en fuga y con tendencia a la insatisfacción. Por eso, la mujer acomodada de la novela de Navarro se buscó un amante, en un intento por llenar el vacío que paulatinamente le provocaban la maternidad y la crianza de su hijo y su sobrina. Lo curioso es que tampoco la relación con su amante hace que ella se sienta bien.

Asimismo, en el polo opuesto, se tiene a la mujer pobre que decide robarse a un niño, creyendo que con la presencia de este sus problemas familiares del presente y del pasado pueden solucionarse. Se trata de una mujer que quiere compensar aquello que la vida no le ha dado: una familia, y considera que solo teniendo un hijo conseguirá su objetivo. Sin embargo, a pesar de que se las ingenia para tener un hijo ilícitamente, lo cierto es que no puede criarlo, ya que este no concuerda con el ideal que promociona la sociedad patriarcal. El autismo de Leonel le hace ver que no todas las mujeres pueden asumir la actividad de la maternidad con éxito, que, en todo caso, se exige una serie de sacrificios para poder ejercerla acorde a lo que socialmente se espera. No hay en esta mujer un verdadero deseo de tener un hijo, sino que es la sociedad, el entorno en el que se desenvuelve, con sus discursos, la que la obliga a conseguir uno a toda costa, porque entiende que, sin este, no será considerada como una mujer verdadera, sino como un individuo fallido, quien no ha cumplido con el supuesto deber de toda mujer en convertirse en madre.

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1Una primera versión de Casas vacías fue publicada en formato digital por emiferro, en el servicio Lecturalandia, en 2017. Recién en el año 2020, esta novela vio la luz en formato físico gracias a la editorial española Sexto piso. Todas las citas en el siguiente artículo corresponden a esta última edición.

2Casas vacías de Brenda Navarro es una novela que no solo desarrolla el tema de la maternidad, sino que aborda también otras temáticas como la violencia presente en México, especialmente, la violencia de género y el feminicidio, y las desapariciones forzosas. Sin embargo, dejamos dichos temas para desarrollarlos en un artículo posterior.

3Donath recuerda que también se emplea la dicotomía “madre perfecta” y “madre negligente” (2017, p. 16) para referirse a esta división.

4La poeta peruana Blanca Varela, en su poema “Casa de cuervos”, emplea la figura de la casa vacía como símil del cuerpo de la madre sin el hijo. Así, dice: “otra vez esta casa vacía / que es mi cuerpo / a donde no has de volver”.

Cómo citar este artículo según las normas de la revista: LEONARDO-LOAYZA, Richard. “Casas vacías, de Brenda Navarro: Maternidad no normativa”. Revista Estudos Feministas, Florianópolis, v. 31, n. 3, e87092, 2023

Financiación: No se aplica

Consentimiento de uso de imagen: No se aplica

Aprobación del comité de ética em investigación: No se aplica

Recibido: 19 de Abril de 2022; Revisado: 28 de Junio de 2023; Aprobado: 21 de Agosto de 2023

rleonardo@unfv.edu.pe; rall31@hotmail.com

Richard Leonardo-Loayza (rleonardo@unfv.edu.pe; rall31@hotmail.com) es docente universitario e investigador. Doctor en Literatura Peruana y Latinoamericana por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Perú). Magister en Literatura Peruana y Latinoamericana por la misma casa de estudios. Magister en Estudios Culturales por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Actualmente, analiza la representación de las identidades sexuales disidentes en la literatura y el cine latinoamericanos

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